El triple homicidio de Sainz de Baranda conmocionó a una ciudad marcada por el consumo de heroína en los años ochenta Los periódicos hablaban -sin el corsé de la actual corrección política- de yonquis, picos, papelinas y el mono, ese que hacía que los 12.000 heroinómanos madrileños pudiesen, en cualquier momento, convertirse en monstruos y asi lo hicieron. En la cocina había tres tazas de café y dos colillas de Bisonte. Era el rastro amable de la visita de los asesinos. En el pasillo, el salón y el comedor yacían los cuerpos acuchillados...
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