Seguramente porque que la necesidad hace maestros, o en este caso empresarios, los inmigrantes tienen el doble de vocación emprendedora que los catalanes. Lyann Lau, de Hong Kong, sabe algo de eso. Llegó a Barcelona en 1992, en plena euforia olímpica, y dos años después, ya tenía su propia tienda en el barrio del Raval. "Los inmigrantes tienen que venir con ganas, si no, después se quedan en la calle y pierden la cabeza", explica Lyann.
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