Ya me habían advertido antes de llegar: silencio a la entrada del matadero, en los bares del pueblo y en la estación de autobuses de Binéfar (Huesca) cuando pasadas las tres del mediodía los trabajadores regresan tras una jornada que con frecuencia supera las diez horas repitiendo una tarea monótona y exigente, en una sala a baja temperatura, acoplándose al ritmo de una cadena que procesa unos 1000 cerdos por hora -la velocidad media en el sector es la mitad- y donde los cortes, luxaciones y tendinitis son habituales.
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