21/12/2012 - El día del fin del mundo. (3ª parte)

Tercera parte

XII. La avalancha.

 

 

 

Fase 2: Frentes del Pacífico y el Ártico. 18 de diciembre, 19:00 (hora de Moscú y Murmansk); 19 de diciembre, 02:00 (hora del Mar de Okhotsk).

Terminaba el 18 de diciembre cuando los submarinos Virginia norteamericanos que habían entrado en el Mar de Okhotsk detectaron a los dos submarinos rusos Delta IV cargados de misiles atómicos. Se encontraban próximos a Magadan, separados unas cuarenta millas entre sí.

-Ese es el Ekaterinburg -confirmó el sonarista a bordo del USS New Hampshire-. Le cambiaron la turbina de baja presión hace dos años y hace un sonido característico.

-¿Tenemos solución de tiro?

-La tendremos en unos minutos más.

-Bien. Vamos a profundidad de antena.

El New Hampshire ascendió a la profundidad necesaria para sacar una antena por encima del agua y emitir una breve señal. Muy lejos, en un refugio antiatómico bajo el Pentágono, todos miraron al almirante Jeff Brown, Jefe del Estado Mayor. Él fue quien habló a la presidenta Palin de Moon Raven y quien comandaba ahora el conjunto de la operación.

Muy serio, como consciente de la enormidad histórica de lo que venía a continuación, el almirante Brown pulsó un botón para transmitir. Y dijo a su auricular:

-Comando nacional a todos los comandos de teatro. Orquídea, orquídea, orquídea. Y buena suerte.

Apenas tres minutos después, una breve señal en muy baja frecuencia llegó a los 21 submarinos Los Angeles que se hallaban ahora a novecientas millas de las bases de Petropavlosk-Kamchatsky (Pacífico) y el complejo naval de Kola (Ártico). Al instante, un cuarto de millar de misiles RGM-109 Tomahawk Block IV TLAM saltaron a la superficie. No llevaban cabezas radar antibuque, que podrían confundirse fácilmente en las estructuras portuarias. En vez de eso, llevaban guías inerciales apoyadas por GPS de ataque a tierra, extremadamente precisas y con gran capacidad de evasión frente a posibles antimisiles. Un submarino ruso amarrado a su muelle es, a todos los efectos, un objeto terrestre con unas coordenadas precisas.

Muy bajos sobre la mar picada, 120 Tomahawks iniciaron su camino hacia Petropavlosk, donde estaban atracados los otros seis Deltas operativos de la Flota Rusa del Pacífico. 132 más hicieron lo propio sobre los débiles hielos árticos, en dirección al Borei, el Typhoon y los cuatro Deltas de la Flota del Norte. Cien minutos después, convertirían en metal fundido lo que quedaba del arma atómica submarina soviética, ahora rusa, de una vez para siempre. Excepto por el Severstal, y sólo porque estaba en el inaccesible Mar Blanco. No se puede tener todo.

 

Fase 2: Frente Sur, 18 de diciembre, 21:00 (hora de Kazajstán)

Al recibir la señal, ocho bombarderos estratégicos furtivos B-2 Spirit se alzaron al cielo muy estrellado desde el aeropuerto de Kabul, Afganistán. Les habían modificado la electrónica y las bahías de bombas para cargar los nuevos misiles de crucero igualmente furtivos AGM-158 JASSM. Por desgracia disponían de muy pocos aún, pero el espacio restante estaba ocupado por misiles antiradar AGM-88E AARGM, una evolución del HARM. Las empresas de Jacob tomaron parte en unas cuantas de estas modificaciones.

Junto a ellos, se elevaron dos docenas de aviones de caza F-22 junto a dos AWACS y un J-STARS para coordinar toda la operación. 

 

 

Fase 2: Frentes del Pacífico y el Ártico. 18 de diciembre, 19:00 (hora de Moscú y Murmansk); 19 de diciembre, 02:00 (hora del Mar de Okhotsk).

Terminaba el 18 de diciembre cuando los submarinos Virginia norteamericanos que habían entrado en el Mar de Okhotsk detectaron a los dos submarinos rusos Delta IV cargados de misiles atómicos. Se encontraban próximos a Magadan, separados unas cuarenta millas entre sí.

-Ese es el Ekaterinburg -confirmó el sonarista a bordo del USS New Hampshire-. Le cambiaron la turbina de baja presión hace dos años y hace un sonido característico.

-¿Tenemos solución de tiro?

-La tendremos en unos minutos más.

-Bien. Vamos a profundidad de antena.

El New Hampshire ascendió a la profundidad necesaria para sacar una antena por encima del agua y emitir una breve señal. Muy lejos, en un refugio antiatómico bajo el Pentágono, todos miraron al almirante Jeff Brown, Jefe del Estado Mayor. Él fue quien habló a la presidenta Palin de Moon Raven y quien comandaba ahora el conjunto de la operación.

Muy serio, como consciente de la enormidad histórica de lo que venía a continuación, el almirante Brown pulsó un botón para transmitir. Y dijo a su auricular:

-Comando nacional a todos los comandos de teatro. Orquídea, orquídea, orquídea. Y buena suerte.

Apenas tres minutos después, una breve señal en muy baja frecuencia llegó a los 21 submarinos Los Angeles que se hallaban ahora a novecientas millas de las bases de Petropavlosk-Kamchatsky (Pacífico) y el complejo naval de Kola (Ártico). Al instante, un cuarto de millar de misiles RGM-109 Tomahawk Block IV TLAM saltaron a la superficie. No llevaban cabezas radar antibuque, que podrían confundirse fácilmente en las estructuras portuarias. En vez de eso, llevaban guías inerciales apoyadas por GPS de ataque a tierra, extremadamente precisas y con gran capacidad de evasión frente a posibles antimisiles. Un submarino ruso amarrado a su muelle es, a todos los efectos, un objeto terrestre con unas coordenadas precisas.

Muy bajos sobre la mar picada, 120 Tomahawks iniciaron su camino hacia Petropavlosk, donde estaban atracados los otros seis Deltas operativos de la Flota Rusa del Pacífico. 132 más hicieron lo propio sobre los débiles hielos árticos, en dirección al Borei, el Typhoon y los cuatro Deltas de la Flota del Norte. Cien minutos después, convertirían en metal fundido lo que quedaba del arma atómica submarina soviética, ahora rusa, de una vez para siempre. Excepto por el Severstal, y sólo porque estaba en el inaccesible Mar Blanco. No se puede tener todo.

 

Fase 2: Frente Sur, 18 de diciembre, 21:00 (hora de Kazajstán)

Al recibir la señal, ocho bombarderos estratégicos furtivos B-2 Spirit se alzaron al cielo muy estrellado desde el aeropuerto de Kabul, Afganistán. Les habían modificado la electrónica y las bahías de bombas para cargar los nuevos misiles de crucero igualmente furtivos AGM-158 JASSM. Por desgracia disponían de muy pocos aún, pero el espacio restante estaba ocupado por misiles antiradar AGM-88E AARGM, una evolución del HARM. Las empresas de Jacob tomaron parte en unas cuantas de estas modificaciones.

Junto a ellos, se elevaron dos docenas de aviones de caza F-22 junto a dos AWACS y un J-STARS para coordinar toda la operación.

Sobre el Océano Índico, medio centenar de bombarderos supersónicos B-1B Lancer procedentes de Diego García terminaron de repostar y aceleraron hacia la costa sur de Asia. Su propósito era atravesar velozmente Pakistán, Afganistán, Tajikistán y Uzbekistán para abrirse sobre Kazajstán y caer sobre las bases rusas de misiles atómicos extendidas a lo largo de la línea del Ferrocarril Transiberiano. Atacarían los silos, los camiones y los bunkers con bombas JDAM guiadas por GPS. Detrás venía una multitud de bombarderos B-52 cargados con centenares de bombas pesadas y misiles de crucero ALCM aire-superficie.

Los B-1B y los B-52 aniquilarían los camiones y silos de lanzamiento mientras los B-2 exterminaban cualquier radar de la defensa antiaérea rusa que se encendiera. Por su parte, los F-22 acabarían con los escasos cazas rusos que se atrevieran a despegar. Eso, suponiendo que los rusos se enteraran de algo, porque potentes aviones de guerra electrónica transmitían ya sutiles interferencias de modo que la defensa antiaérea del sur, compuesta de una mezcla de equipos muy modernos pero tarados por gran cantidad de material obsoleto y decrépito, ni siquiera les viera llegar.

Bombardero supersónico B-1B Lancer

 

Fase 2: Frente de Moscú, 18 de diciembre, 19:00 (hora de Moscú).

La Región de Moscú (Moskva Oblast) es el área más densamente defendida del planeta Tierra desde la Segunda Guerra Mundial. No hay ningún otro lugar del mundo donde se concentren más fuerzas y sistemas de tantos tipos diferentes simultáneamente. Pero, por otra parte, las bases de misiles atómicos asociadas se encuentran a una cierta distancia, donde la defensa es un poco menos densa, lo que facilitaba las cosas.

Por ello, optaron por un ataque más selectivo, a realizar desde los límites de este conglomerado defensivo aeroespacial. Al recibir la señal, otros ocho B-2 Spirit despegaron desde Polonia para describir dos amplios círculos al norte y al sur de la capital, a mitad camino de San Petersburgo y Volgogrado. Les escoltaban sesenta F-22 e iban también provistos de misiles antirádar AARGM y los restantes JASSM que la industria norteamericana podía producir.

No se hacían ilusiones. Sabían bien que Rusia dispone de radares capaces de detectar las aeronaves llamadas "invisibles", y buena parte de ellos están en Moscú: Nebos, Rezonans, Koltsos, los gigantescos de alerta temprana antimisiles... Habría bajas, sin duda. Pero el objetivo merecía la pena y sus pilotos, que habían sido testigos de la muerte de su antiguo presidente a manos de un arma rusa y de la noche de las luces, estaban dispuestos a jugársela.

Por ello, detrás venía casi un millar de F-15 y otra cincuentena de bombarderos supersónicos B-1B, coordinados por AWACS situados sobre Ucrania y los Países Bálticos, a su vez defendidos por otros cincuenta F-22. El propósito era abrir dos pasillos, uno al norte y otro al sur de Moscú, hasta llegar a las bases de misiles atómicos.

El primer B-2 Spirit, acompañado de cuatro F-22, penetró en la tierra helada de Rusia por una zona rural situada a mitad camino entre dos ciudades llamadas Orel y Kursk. Al leer esos nombres en el mapa, su comandante sintió un escalofrío inquietante. Pero luego, se concentró en su labor. La historia no tiene por qué repetirse siempre, ¿verdad?

 

 

 

XIII. El gambito del oso.

En su refugio antiatómico bajo los Montes Urales, el general Baturin, Jefe del Estado Mayor ruso, observaba sus pantallas. Desde sus órbitas Molniya a 40.000 kilómetros de la Tierra, los satélites Oko y Prognoz de alerta temprana habían detectado algunos de los lanzamientos de Tomahawks en el Ártico y en el Pacífico mediante su pluma térmica. Los satélites Liana y Tselina de reconocimiento electrónico detectaron los radares de los AWACS y una cantidad de transmisiones aéreas que se aproximaban velozmente a la frontera rusa. Los radares fijos de la defensa antibalística de Moscú y algunos otros en estricto modo pasivo, también.

-Que vienen los americanos... -susurró un teniente coronel, a su lado. Su tono de voz quería ser chulesco y algo despectivo, pero un temblor se lo fastidió.

En su cabeza, el general Baturin cambió de la paz a la guerra. Era un ataque mayor contra la fuerza nuclear rusa, tal como les avisó Jacob. Durante toda la Guerra Fría, semejante acción equivalía a una declaración de guerra nuclear, sí o sí.

Nadie dijo que las reglas hubieran cambiado tras la caída del Telón de Acero. El general Baturin era plenamente consciente de la debilidad de sus fuerzas convencionales frente a un oponente así. Y aunque les tenía preparadas algunas sorpresas, nunca creyó que hubiera que jugar al juego del enemigo, ni con la lógica del enemigo. Así se pierden las guerras. El general Baturin, vencedor de la Segunda de Chechenia cuando era coronel y de la de Georgia cuando ya era general aunque con menos estrellas, nunca perdió una guerra y tenía toda la intención de seguir así.

La descabellada acción norteamericana justificaba según todos los manuales un ataque termonuclear total contra los Estados Unidos, a iniciar en ese mismo momento. Sin embargo, eso significaría también la aniquilación completa de Rusia, y de prácticamente el mundo entero. Al ver las señales entrando en territorio de la vieja Madre Rusia, se le cruzó una nube en el ceño y estuvo tentado por un momento de mandarlo todo al diablo y convertir los Estados Unidos en un erial radioactivo ahora mismo con las claves que tenía delegadas, como correspondía a una amenaza de guerra nuclear. Eso del presidente con el maletín es cosa de las películas. Las llaves las tienen los militares. Militares como él.

En vez de eso, pulsó el botón de su transmisor y dijo con voz serena:

-A todas las estaciones. Plan 71, activación.

Frentes del Ártico y del Pacífico.

Agencia Nacional de Reconocimiento de los EEUU, 18 de diciembre, 19:22 (hora de Moscú).

Los satélites norteamericanos Crystal de reconocimiento óptico, de los que ahora había 17 en el espacio, cubrían tan constantemente como les era posible las áreas objetivo. Por eso, un comandante que observaba la base naval de Petropavlovsk Kamchatsky se dio cuenta enseguida:

-¡Los blancos se están moviendo!

Tras él, su general se echó literalmente encima de la pantalla. En efecto, un Delta IV avanzaba ahora con rapidez hacia el centro de la Bahía de Avacha. Otro Delta IV, el K-44 Ryazan, comenzaba a separarse del muelle igualmente.

-¡Se mueven también en Kola!

-¿Cómo que también en Kola! -exclamó el general.

-¡El Borei! ¡El Borei está saliendo del astillero de Poliarny y va directo al canal!

Así era. El moderno submarino Borei cargado con los nuevos misiles atómicos Bulava de capacidades avanzadas abandonaba el astillero para avanzar a buena marcha hacia el canal profundo del complejo naval, dragado en incontables ocasiones con objeto de aumentar su profundidad y multiplicar el número de sitios donde ocultarse. En otra pantalla, un Delta IV se adentraba en el Mar Blanco desde Severodvinsk.

-¿A qué distancia están los Tomahawk? -preguntó otro coronel.

-A unas seiscientas millas -repuso el comandante que había hablado en primer lugar.

-¡Hay que reprogramarlos!

-¿Cómo? ¿Y para atacar qué?

Pues todos sabían lo que venía a continuación. En efecto, tan pronto como alcanzó aguas un poco profundas, el Borei empezó a desaparecer de la superficie. Apenas un minuto después, ya no estaba allí. Lo mismo hicieron los Deltas de la Bahía de Avacha. Y después los de Severomorsk, y hasta el otro Typhoon operativo que estaba en Nerpichya.

En menos de quince minutos, la fuerza atómica submarina rusa estaba bajo la superficie, dentro de los canales, estrechos y bahías que constituyen sus bases. Seguramente desplazándose hacia aguas más seguras. Invisibles. Fuera del alcance de los Tomahawk que convergían hacia allí. Con casi dos mil cabezas termonucleares a bordo, y la capacidad de alcanzar los Estados Unidos sin necesidad de salir a océano abierto.

-¿Y ahora qué hacemos? -masculló el coronel, atónito.

-¿Ahora? -bramó el general- ¡Ahora volaremos un montón de cemento y de tinglados de mierda en esos malditos muelles, y nada más! ¡Póngame con Washington, ya!

El nuevo submarino de misiles atómicos Borei, cuando aún estaba en astillero. Transporta 16 misiles intercontinentales Bulava, con 6 cabezas atómicas avanzadas cada uno

 

Frente Sur, 18 de diciembre, 21:34 (hora de Kazajstán)

El teniente SEAL James Brigham y sus hombres seguían vistiendo como campesinos locales, pero ahora iban pintados de guerra y se arrastraban por los campos helados alrededor de la base de Teykovo. Uno de ellos llevaba el designador láser. Un poco más adelante, estaban los búnkers donde se ocultaban los camiones lanzadores de los ICBM Tópol.

Sus órdenes eran claras. En cuanto recibiesen una señal por la radio satelitaria, debían marcarlos con láser para que las bombas JDAM los alcanzaran con la máxima precisión en caso de que los rusos le hicieran algo a la señal de los GPS desde sus estaciones de guerra electrónica. A estas alturas, los bombarderos B-1B Lancer se abrían sobre Kazajstán para atacar todas las bases de misiles como aquella, a ambos lados de la línea del Transiberiano.

De pronto, empezaron a aparecer soldados rusos por entre los búnkers. Brigham hizo una seña a sus hombres para que se pegaran al suelo en absoluto silencio. Estaban abriendo las puertas. Un momento después, oyeron los motores de los camiones MZKT-79921 arrancando a toda potencia. Les siguieron los más suaves de los vehículos de apoyo.

No pasó un minuto antes de que los grandes camiones todoterreno con su ICBM Tópol-M salieran de los búnkeres a toda velocidad hacia los bosques y colinas próximos, donde les esperaban numerosos refugios e intrincadas redes de túneles. Brigham vio pasar uno ante sus ojos, tan cerca que incluso en la noche pudo distinguir la cara de un soldado ruso a bordo. Detrás pasó un vehículo de mando y transmisiones, y un blindado BMP-2 de escolta con su cañón ametrallador de 30mm.

E hizo lo único que podía hacer. Con una voz muy bajita, transmitió por su radio satelitaria:

-Granito Ocho, Granito Ocho, los objetivos se están moviendo. No tenemos blancos, repito, no tenemos blancos.

 

 

Frentes Sur y de Moscú.

NORAD, 18 de diciembre, 19:41 (hora de Moscú).

En su refugio bajo las Montañas Rocosas desde donde controlaba el espacio aéreo mundial, el general Behringer estaba nervioso. Desde tiempos de la Guerra Fría, formaba parte del sistema norteamericano de guerra nuclear. Y era plenamente consciente de que aquel ataque contra las armas atómicas rusas era equivalente a una declaración de guerra nuclear, por convencionales que fueran los medios. Por eso, tenía a todo su personal en estado de máxima alerta. Y por eso no llegó a salpicarse con el café cuando oyó a uno de ellos exclamar:

-¡Lanzamiento! ¡Lanzamiento de misil en la Región de Moscú!

-¡Informe! -exigió de inmediato.

-Lanzamientos múltiples, señor... en la frontera occidental y ahora también en el sur... pero no son intercontinentales... por la traza térmica, diría que son Iskander-M.

Behringer se extrañó. El Iskander-M es un misil tierra-tierra muy moderno, pero de teatro táctico. No tiene más de quinientos kilómetros de alcance. ¿Qué pretendían atacar los rusos... ¿Ucrania, Kazajstán? ¡Eso no tenía sentido!

-¡Calculen la trayectoria! ¿Hacia dónde se dirigen? -mandó.

-Aparentemente, señor... a ninguna parte.

-¿Cómo que a ninguna parte?

-Son tiros muy altos, en la dirección general por donde se acerca nuestra fuerza aérea. Pero con una trayectoria tan alta... van a caer en medio del campo.

El general se rascó la cabeza. ¿Quién demonios lanza misiles tácticos Iskander-M contra campos congelados y solitarios? En las pantallas, había ahora al menos 20, ascendiendo a velocidad casi hipersónica por la frontera occidental y la de Kazajstán.

-¡Lanzamiento, señor! ¡Tatischevo, misil balístico intercontinental! -gritó de pronto otro de sus hombres.

-¡¡¡Qué!!! -aulló Behringer.

-¡Lanzamientos múltiples, señor! ¡Son misiles SS-19, desde silos estáticos... cuatro, cinco, siete! ¡Es un ataque nuclear!

-¡Tres SS-18 saliendo de Uzhur, señor! -dijo otro, y le temblaba la voz.

Después de casi treinta años de entrenamiento, Behringer se quedó bloqueado por una fracción de segundo. Después, estalló:

-¡Preparen los silos! ¡¡Avisen a los submarinos!! ¡¡¡Desplieguen los bombarderos!!!

Un instante después, se dio cuenta de que esa era la orden con la que tuvo pesadillas durante tres décadas. Y la acababa de dar.

 

XIV. Del fuego, de la ceguera y de la represalia.

De pronto, se hizo de día sobre el comandante del bombardero B-2 Spirit of Louisiana.

O más bien, a sus espaldas. Fue una luz blanca y brillante como la de un flash, pero de varios segundos de duración. A sus pies, los campos y las poblaciones de Rusia se iluminaron a la perfección.

Después, retornó la oscuridad de la noche. Entonces, el fenómeno se repitió.

-¿Qué coño es eso? -exclamó.

Sobre Ucrania y los Países Bálticos, y también sobre Kazajstán y Afganistán, los operadores de los aviones AWACS pronunciaron las mismas preguntas. Eran violentos destellos en el cielo, muy arriba, a lo largo de las líneas fronterizas. Quizás uno o dos kilómetros en el lado ruso. Un coronel de un AWACS se asomó a mirar, y cayó inmediatamente de espaldas agarrándose la cara:

-¡Estoy ciegooo! ¡Mis ojoooos...!

De pronto, se dieron cuenta de que los grandes radares AWACS no veían nada en el lado ruso de la frontera. Tampoco resultaba posible comunicar con los aviones de ataque y escolta que ya estaban más allá, dirigiéndose hacia las bases de misiles atómicos.

-¡Ataque blackout! ¡Mierda! -dijo un general.

En efecto, los misiles Iskander-M provistos de una cabeza de medio megatón ascendían hasta los mismos límites de la ionosfera para detonar allí. No causaban daños en tierra, y tampoco llegaba radiación. Porque toda la radiación se consumía masivamente ionizando grandes volúmenes de aire, de modo que las señales electromagnéticas no pueden pasar a través. De esta manera, la comunicación entre las fuerzas de vanguardia aérea que atacaban Rusia y sus controladores terrestres y aéreos de retaguardia quedaba interrumpida.

Este efecto, naturalmente, también se producía en los radares y sistemas de telecomunicación rusos. Por eso, el Ejército de Tierra, la Guardia de Fronteras y hasta la policía se había desplegado a lo largo de estas líneas. En general, movilizaron a cualquiera capaz de usar unos prismáticos de infrarrojos capaces de ver débiles trazas sobre el frío cielo invernal. Y un teléfono, público o privado. Se constituyeron así en una red de observadores, que llamaban por líneas terrestres a una de cuatrocientas líneas telefónicas dispuestas para la ocasión en las ciudades próximas. Quien distinguía un avión, hacía una llamada, y luego cambiaba de posición.

Orientados por estas llamadas y por algunos sensores pasivos de análisis del espectro térmico atmosférico desplegados sobre camiones, y sólo entonces, la Fuerza Aérea Rusa comenzó a despegar hacia la zona oscurecida por el blackout donde ahora nadie podía ver nada por medios tecnológicos modernos, ni tampoco comunicarse entre sí.

Frente del Pacífico, 19 de diciembre, 02:53 (hora del Mar de Okhotsk)

El capitán del USS New Hampshire desconocía todo lo que estaba ocurriendo. Él tenía ahora bien localizados al Bryansk y al Ekaterinburg, los dos Delta IV que estuvo siguiendo durante todo el día, con lo que empezó la guerra. Un rato antes, aquellos submarinos rusos portadores de misiles atómicos comenzaron a replegarse hacia el interior de la Bahía de Magadan. Quizás les hubieran detectado, después de todo. Bueno, por él no había problema. Cualquier sitio era bueno para hundirlos. Y él tenía ahora unas soluciones de blanco perfectas. El USS Texas andaba cerca, haciendo lo mismo.

-Capitán, detecto otro reactor -dijo entonces el sonarista.

-Amplíe -dijo el comandante.

-Señor, creo que es... un Akula, saliendo de la Bahía de Magadan. Debía estar escondido detrás de la península. No... son dos.

Los submarinos de la clase Virginia son mucho más modernos y silenciosos que los Akula. Al capitán la noticia le pareció preocupante, pero no le asustó.

-¿Ellos sabían que íbamos a venir aquí? -dedujo, simplemente.

Justo en ese momento, hubo un sonido en la superficie, a popa. Al instante, el repetitivo "ping-ping-ping" de un sonar activo comenzó a resonar en el agua. Pronto habían dos y un momento después, tres.

-¡Sonoboyas en el agua! -exclamó el sonarista- ¡A nuestra espalda!

-¿Nos están detectando?

-Creo que todavía no, capitán.

"De modo que nos han traicionado", supo el capitán del USS New Hampshire. "Bien, esto va a ser un poco más complicado. Pero seguimos siendo muy superiores a esos bastardos."

- ¿Tenemos una buena solución de tiro sobre el Bryansk y el Ekaterinburg?

-Excelente, capitán.

-Bien. Pues de momento, húndalos.

Sobre sus cabezas, treinta aviones y helicópteros antisubmarinos Kamov e Ilyushin cubrían ahora los alrededores de Magadan con incontables sensores que caían al agua uno tras otro, como una lluvia letal.

Entonces, las compuertas de torpedos del USS New Hampshire se abrieron con el rumor de un susurro. Al momento, salieron a la oscuridad submarina cuatro torpedos Mk.48 ADCAP que se dividieron de dos en dos, directamente hacia las trazas sonoras del K-84 Ekaterinburg y el K-117 Bryansk. Unos segundos después, sus capitanes debieron darse cuenta, porque aceleraron a toda velocidad. Pero, refugiados en la abierta Bahía de Magadan, sólo podían huir hacia la costa. Hacia el mar, se encontrarían cara a cara con el New Hampshire y el Texas.

El K-84 Ekaterinburg sopló sus tanques a presión de emergencia para subir a la superficie. Poco después, su comandante lo encallaba a propósito a dos kilómetros de la ciudad. Los tripulantes trataron de evacuar el submarino de misiles balísticos a la carrera, pero antes de que pudieran siquiera abandonarlo, el primer torpedo ADCAP le alcanzó justo debajo del compartimento de misiles. Su cabeza explosiva de 300 kg reventó el casco e incendió el combustible para los cohetes atómicos.

Un instante después, el K-84 Ekaterinburg se transformó en una inmensa bola de fuego y humo junto a sus 16 misiles de 40 toneladas con 64 cabezas termonucleares, sus dos reactores atómicos y su tripulación al completo. Una nube de humo ardiente y radiactivo comenzó a extenderse por la remota región siberiana.

-Jódete, ruso -murmuró el capitán del USS New Hampshire, mientras sus hombres se cruzaban sonrisas mortíferas.

El K-117 Bryansk trató de escapar hacia el extremo occidental de la bahía. Pero los torpedos le alcanzaron también. En este caso, nada se vio en la superficie. El primero reventó las hélices y las cajas de transmisión de las máquinas, abriendo una enorme vía de agua. El segundo estalló cerca de la proa, provocando la explosión de sus propios torpedos de autodefensa. Cargando un millón de litros de agua helada por segundo, el Bryansk se hundió sobre su costado de babor en las aguas poco profundas de la Bahía de Magadan con otros 16 misiles y otros tantos tripulantes. En este caso, los reactores se sellaron automáticamente y luego quedaron silenciosos y fríos como una tumba vieja.

-Bien -dijo el capitán del New Hampshire, con voz neutra y su casco ultrasilencioso batido por los constantes pings de las sonoboyas-. Recarguen tubos, porque ahora vamos a encargarnos de esos Akulas. Después nos largaremos de aquí, y veremos de ahorcar a algún traidor.

Submarino de misiles atómicos intercontinentales Delta-IV.

 

Frente de Moscú, 18 de diciembre, 19:55 (hora de Moscú).

A los mandos de un F-22 que sobrevolaba ahora algún lugar al sudeste de Orel, el capitán John Williams trataba de hacer funcionar algo en medio del blackout. Las comunicaciones con los AWACS estaban cortadas, y sus transmisiones de datos también. No podía hablar con los otros siete compañeros que escoltaban al B-2 Spirit of Louisiana, seguramente más atrás. Las señales del GPS y de las radiobalizas de navegación habían desaparecido, con lo que, en medio de la noche ya cerrada, no sabía por dónde iba. Su radar AESA de baja probabilidad de intercepción estaba completamente en blanco, como si alguien hubiera puesto una plancha de acero delante del morro. Comprendió que los seis misiles AMRAAM de guía por radar que llevaba en la bodega tampoco verían nada.

Sólo sus dos misiles AIM-9X Sidewinder de guía infrarroja podrían servirle de algo, si ocurría alguna cosa. Eso, y su cañón Vulcan de 20mm... con proyectiles para apenas cinco segundos de fuego. Se suponía que era un arma de último recurso, algo que un F-22 no tiene por qué utilizar normalmente.

A diferencia de los cazas rusos, el F-22 no va provisto de un sensor electro-óptico. Fue el detector de amenazas AN/AAR-56, concebido para detectar misiles en aproximación, el que le hizo saber que algo ocurría directamente a sus doce.

En medio de la noche, vio las plumas de los turborreactores ascendiendo hacia él. Había veinte por lo menos. Procedían de la gigantesca base aérea de Lipetsk, y eran dos docenas de cazas Sukhoi Su-27 Flanker y Su-35 Flanker-E, orientados antes de despegar por los observadores terrestres.

Aunque con gran dificultad, el piloto líder, tecol Volkov, veía en su sensor electro-óptico las plumas térmicas de los F-22. Y, muy tenue, una sombra que podía ser el B-2 Spirit. No cargaba ningún misil con guía radar, pues sería inútil en medio del blackout, sino doce misiles avanzados de guía infrarroja Vympel R-73 Archer. Tendría que acercarse mucho a aquellos blancos furtivos para que su guía los blocase bien... pero tenían 30 km de alcance frente a los 18 de los Sidewinder norteamericanos que equipaban aquellos F-22. Además de su cañón GSH de 30mm.

Hizo señas durante un instante a sus 23 acompañantes con las luces de posición. Y se abalanzaron a gran velocidad contra los F-22 y el B-2 Spirit que se intuía detrás. A lo largo de toda la frontera, grupos de MiG-29, Su-27, Su-30, Su-35 hicieron exactamente igual para enfrentarse al invasor.

 

 

La destrucción de la US Navy.

 

Frente Oceánico, 18 de diciembre, 20:00 (hora de Moscú).

Cuando los 252 misiles de crucero Tomahawk se hallaban aún a treinta minutos de sus objetivos desaparecidos bajo las aguas, los Estados Unidos decidieron transmitir una señal encriptada por satélite para apagarlos. Mejor eso que volar muelles vacíos y exponerse a que unos cuantos, con los sistemas norteamericanos más modernos a bordo, acabaran derribados o fallaran y terminasen en manos de los rusos.

La señal se transmitió a las 19:59 de Moscú, y a las 20:00 el Ártico y el Pacífico se los habían tragado sin rastros. Ciento cincuenta millones de dólares de tecnología devastadora se hundieron pacíficamente en el mar, a unas trescientas millas de la costa.

Pero esa no fue la principal preocupación de los Estados Unidos en ese momento. La principal preocupación, realmente pavorosa, era la que tenía entre manos el general Behringer, del NORAD.

-Son cinco misiles intercontinentales SS-18 de Uzhur y sesenta misiles SS-19 de Kozelsk y Tatischevo -le confirmaron-. Están en estos momentos en fase suborbital, avanzando a 23.000 km/h en todas direcciones.

-¿Pero no tenemos blancos todavía? -preguntó Behringer una vez más, limpiándose el sudor.

-Negativo, señor. Estos tampoco parecen ir a ninguna parte. Van... hacia el mar.

-¿Qué mar?

-Todos. El Atlántico. El Pacífico. El Índico. Hasta el mar Mediterráneo.

"Lanzar todo o perder todo", se dijo Behringer. Era uno de los axiomas más viejos de la Guerra Nuclear. En la tesitura de perder tu fuerza nuclear al completo, la lanzas antes y ya nos terminaremos de entender en los infiernos. Pero los rusos sólo estaban lanzando una parte de la basada en silos, que temerían perder fácilmente, y además en dirección al mar. "¿Para qué?", se preguntó otra vez, sin entender.

Quien sí lo entendía era su Jefe del Estado Mayor, el almirante Jeff Brown, en su refugio antiatómico bajo el Pentágono; el hombre que vendió a Palin la idea de la Operación Moon Raven, ahora aparentemente condenada al fracaso.

Era una represalia mayor. Brown sacó la práctica totalidad de la US Navy al mar durante los preparativos para la acción. Los diez portaaviones y los otros diez grandes buques anfibios estaban organizados ahora en ocho task forces repartidas por todos los mares, aproximándose a Rusia desde todos los ángulos. Viajaban envueltos y protegidos por los cruceros Ticonderoga, los destructores Arleigh Burke y una miríada de buques y aeronaves más, en un total de veinte grandes agrupaciones navales provistas con las mejores capacidades AEGIS. Enormes fuerzas navales que los satélites rusos de reconocimiento oceánico no pudieron tener dificultad alguna en detectar.

Por supuesto, el objetivo de la represalia tenía que ser la US Navy. Todo el mundo la temía como al mismísimo diablo. Era la principal capacidad de proyección de fuerza de los Estados Unidos en el planeta entero. La US Navy convergiendo sobre Rusia representaba una amenaza enorme. Y las repercusiones políticas y diplomáticas del uso de armas nucleares son mucho más débiles si se producen en alta mar, en aguas internacionales, lejos de cualquier costa llena de civiles.

Él, personalmente, les transmitió la alerta. Se sentía obligado. Responsable. Ahora maniobraban a toda velocidad, tratando de separarse entre sí. Pero el almirante Brown sabía que era imposible. Unos buques con treinta y pico nudos de velocidad máxima jamás podrían evadirse de los amplios campos de cabezas múltiples de reentrada que los SS-19 iban configurando conforme empezaban a descender hacia la atmósfera terrestre envueltos en miles de señuelos, perturbadores y paquetes de chaff. Iban cubriendo millones de kilómetros cuadrados de océano a Mach 23. Mach 23, por Dios bendito.

El almirante Brown vio ocurrir la inmensa tragedia en sus pantallas. Los cinco SS-18 detonaron en las capas altas de la atmósfera, con potentes explosiones de entre 5 y 15 megatones. Seiscientas veces Nagasaki. Eso provocó enormes tormentas electromagnéticas que cegaron a los radares por efecto blackout. Sus flotas ni siquiera podrían tratar de defenderse con los misiles antimisil SM-3. Aunque, de todas formas, él sabía perfectamente que los SM-3 no podían enfrentarse a cosa semejante. Nada en el mundo puede hacerlo.

Durante los siguientes seis minutos, se produjeron 187 explosiones termonucleares sobre tres océanos y cinco mares distintos, entre mil y siete mil metros de altitud. Según cálculos posteriores, liberaron entre 625 kilotones y 6,38 megatones cada una. El almirante Brown imaginó fácilmente cómo aquel viento devastador fundía el acero de sus portaaviones, de sus cruceros, de sus destructores, y luego los hacía desaparecer en nubes instantáneas de burbujas de vapor, metal y suspiros de hombres y mujeres por millares.

La US Navy acababa de desaparecer ante los ojos del almirante Brown, de la US Navy. Una única lágrima le cayó por la mejilla, y bien podía ser de furia infinita o de infinito dolor.

Cabezas de reentrada múltiples de un misil balístico intercontinental (sin carga). La distancia engaña; están cayendo muy lejos, separadas unos 25 km entre sí.

 

XV. Dogfight 2012.

Cuando las comunicaciones con las fuerzas ofensivas y las señales de radar, navegación y GPS quedaron interrumpidas, la primera intención del comandancia norteamericana fue abortar la operación.

Pero como no había manera ninguna de entrar en contacto con las fuerzas de vanguardia, terminaron haciendo exactamente lo contrario: ordenar el avance a las oleadas de F-15 que esperaban en retaguardia.

Por su parte, los pilotos de los bombarderos Spirit no estaban totalmente ciegos. El B-2 Spirit dispone de un sistema muy sofisticado de navegación astroinercial autónoma, similar al que llevan los misiles atómicos. Cuando vieron que los aviones Sukhoi y MiG comenzaban a atacar a los F-22 que les escoltaban, descendieron rápidamente hacia el suelo en tinieblas para proseguir su misión guiados gracias a las estrellas y los giroscopios.

Para los F-22, en cambio, la situación se complicaba. Sin medios radáricos, estaban expuestos a los sistemas electro-ópticos de los MiG y Sukhoi. Y sus dos misiles Sidewinder infrarrojos no eran oposición para los doce R-73 Archer que cargaba cada uno de sus oponentes.

El primero en abrir fuego fue un Su-27M de la 968ª IISAP con base en Lipetsk. Disparó dos misiles infrarrojos cara a cara contra un F-22, a unos 25 kilómetros de distancia. El F-22 ni siquiera se dio cuenta de que lo tenía delante.

Y esa fue su salvación. Los dos Archers se abalanzaron primero hacia la traza térmica que el F-22 dejaba a sus espaldas. Pero, a la hora de maniobrar para encarar las toberas, se encontraron con que las toberas de diseño furtivo también en el infrarrojo del caza norteamericano ofrecían una señal muy pequeña y difusa por los ángulos frontales. Entonces los R-73 Archer se desblocaron. Trataron de blocarse otra vez, sin éxito. Y terminaron por autodestruirse en el aire, desprovistos de blanco.

Por su parte, el capitán John Williams reaccionó rápidamente. Encaró las potentes plumas térmicas de uno de aquellos reactores rusos que ascendían directamente hacia ellos y le largó un Sidewinder. El Sidewinder enganchó a la perfección la estela de calor y describió un áspero círculo que moría en las toberas rusas. Un instante antes de ser alcanzado, el piloto ruso disparó bengalas, pero era demasiado tarde: el Sidewinder le reventó un motor, y su avión cayó dejando una estela de fuego tras de sí. Pudo saltar en paracaídas.

Williams repitió la operación con otra pluma de posquemadores que podía ver en la noche. Esta vez, sin embargo, el piloto ruso estaba avisado y se lanzó a una enloquecida serie de maniobras de evasión, lanzando chaff y bengalas como lluvias de luminarias. Pudo salirse de la envolvente del Sidewinder, y éste se autodestruyó.

"Bien", pensó el capitán Williams. "Y ahora, a cañón."

B1B Lancer y B2A Spirit vs S-400

Frentes de Moscú y del Sur, 20:20 (hora de Moscú)

Avanzando a Mach 1.25, los bombarderos estratégicos B-1B Lancer superaron rápidamente las áreas de blackout y penetraron profundamente en el espacio aéreo ruso por la frontera occidental y por la meridional. Su objetivo seguían siendo los campos misilísticos de la región de Moscú y de la línea del Transiberiano. Puede que los camiones lanzadores de Tópol hubieran quedado fuera de alcance, pero la destrucción de los misiles que permanecían en sus silos seguiría siendo un gran golpe.

En el momento en que salieron de las regiones de oscurecimiento radioeléctrico, centenares de radares fijos y móviles se fijaron sobre ellos.

-Atención... nos está pintando un radar de la defensa antibalística de Moscú... y eso es un S-400... ahí hay otro... -decía un operador de armas, en tensa letanía.

-Abajo, rápido -ordenó un comandante de escuadrilla, ahora que las comunicaciones parecían restablecerse.

Los Lancer picaron hacia el suelo, para ocultarse lo mejor posible de aquellos radares rusos. Los B-2A Spirit que se infiltraban ahora a poca altitud mientras la aviación rusa se entendía con sus escoltas F-22, en cambio, se elevaron lentamente al cielo oscuro para cumplir con su misión: proteger a los Lancer y a los B-52 que vendrían detrás destruyendo la defensa antiaérea rusa.

Todos ellos pasaron directamente de las regiones de oscurecimiento a regiones cubiertas por decenas de sistemas S-300 y S-400 junto a una multitud de antiaéreos de baja y media cota. Sus operadores veían claramente a los Lancers en las pantallas; los Spirit, en cambio, eran más bien trayectorias sintéticas en sus ordenadores, obtenidas mediante sofisticados análisis computacionales del espectro. Con un margen de error. Encendieron entonces varios radares de 150 cm, que son óptimos para detectar aeronaves furtivas. Mejoraron en algo su resolución, pero a pesar de todo, existían dudas en los modelos matemáticos que realizaban aquellas aproximaciones.

El primer S-400 abrió fuego a las 20:21 contra una escuadrilla de Lancers que avanzaba ahora por el norte de Volgogrado hacia Saratov. Los misiles pesados saltaron sobre los lanzadores verticales de sus camiones, y aceleraron rápidamente a velocidad casi hipersónica para abalanzarse sobre los bombarderos supersónicos norteamericanos.

Casi al mismo tiempo, uno de los B-2 que habían recuperado ya su visión electrónica lanzó dos misiles AARGM contra su radar de adquisición principal.

Cinco segundos después, un S-300 que llevaba un buen rato dudando sobre la trayectoria de ese Spirit en particular vio confirmadas sus sospechas por ese lanzamiento, y lo atacó a su vez.

A las 20:23 había casi trescientos misiles altosupersónicos en el aire, unos volando hacia los Lancers y Spirit, y los otros hacia los S-300 y S-400. Luces brillantes atravesaron la noche fría de Rusia en todas direcciones, rápidas como meteoritos.

Fue una carnicería por ambos bandos. 72 de los 100 Lancers fueron derribados sin piedad. Sin embargo, sólo dos de los cinco Spirits que habían logrado superar la barrera del blackout sufrieron el mismo destino: los misiles del S-300 tenían verdaderos problemas para el homing final sobre aquellas aeronaves sutiles. De hecho, ambos derribos fueron logrados por misiles S-400. Y sólo uno de ellos fue fulminante.

Por su parte, 34 radares rusos fueron destruidos o incapacitados por los misiles antirradiación que disparaban los Spirit. Había centenares, pero su destrucción creó pasillos y zonas de sombra que los rusos trataron de rellenar rápidamente con radares y sensores más antiguos encendidos a correprisa. Sin embargo, los grandes radares OTH-B de la Defensa Aeroespacial de Moscú seguían activos.

Ambos contendientes recargaron rápidamente sus lanzadores y sistemas, dispuestos a disparar otra vez.

 

Flankers vs Raptors, a machete

Frentes de Moscú y del Sur, 20:30 (hora de Moscú)

Dentro de las zonas de blackout, los Su-27, Su-27M, Su-30 y MiG-29 seguían enfrentándose a los cegados F-22 y algunos F-15 que empezaban a llegar desde retaguardia. Los rusos tenían en su favor el dispositivo electro-óptico, su mayor maniobrabilidad y su docena de R-73 Archers. Los norteamericanos, su naturaleza semifurtiva, que hacía perder el blanco con frecuencia a los Archers.

Algunos pilotos rusos descubrieron rápidamente que los Archers eran efectivos por completo si se disparaban dentro de un cono de 30º justo detrás de los Raptors. Así cayeron los primeros F-22, cuatro de ellos en rápida secuencia. Tres pilotos lograron saltar en paracaídas.

Por su parte, los norteamericanos observaron que sus dos misiles Sidewinder AIM.9X adquirían muy fácilmente las ardientes plumas térmicas de los enormes motores Lyulka Saturn que equipaban los aviones rusos. Básicamente bastaba con disparar contra el aire frío justo por donde acabara de pasar uno de ellos, sobre todo si llevaba el posquemador en marcha. El misil se enganchaba obsesivamente a la traza de aire caliente y seguía al ruso hasta alcanzarle o hasta ser evadido. Así cayeron otros dos Flankers y un MiG-29. 

En pocos minutos, el enfrentamiento había degenerado en un combate aéreo evolucionante al estilo de Vietnam, o incluso de Corea. Y conforme los Raptors agotaban sus dos misiles infrarrojos, al estilo de las Guerras Mundiales: buscando al enemigo en las tinieblas con el cañón ametrallador.

Los rusos trataban de aprovechar su maniobrabilidad superior para buscar el ansiado cono de 30º detrás de los Raptors con Cobras de Pugáchev, Kulbits, Immelmanns y Herbsts. Los Raptors rompían la posición con Split-S y Chandelles, cubriéndose entre sí mediante oleadas de Thach, tratando de impedir que los rusos lograran el alineamiento con sus toberas y aprovechando para propinarles alguna buena ráfaga o incluso alguno de sus escasos Sidewinders.

Durante varios minutos, la batalla estuvo muy igualada. Luego los rusos aprendieron a tomar distancia aprovechando que ellos sí veían en las tinieblas, gracias a su sensor, y entonces los F-22 comenzaron a caer en cadena. Un piloto ruso se puso hábilmente detrás de cuatro Raptors que trataban de alejarse hacia retaguardia, y les colocó los ocho Archers que le quedaban, dos para cada uno. Zas, zas, zas, zas. Cuatro Raptors menos.

Sin embargo, durante largos años la USAF pudo permitirse muchas más horas de entrenamiento para sus pilotos que la Fuerza Aérea Rusa, y esto se notaba en las distancias cortas. El piloto de un Raptor tumbó dos Flankers y un MiG con su cañón en menos de tres minutos usando hábiles virajes y precisas ráfagas, ganando el espacio que les separaba antes de que los menos experimentados rusos pudieran darse cuenta. Sólo al quedarse sin munición fue derribado por un Archer.

En ese momento, un MiG-29M que huía de él se dio de manos a la boca con uno de los B-2 Spirit que aún permanecían dentro del área de Blackout. Se trataba del Spirit of Florida. Primero le lanzó dos Archers, pero lo hizo desde el ángulo inferior, y simplemente se perdieron en las confusas trazas térmicas de sus toberas furtivas. El piloto del MiG no se arredró por el fracaso, y aceleró aprovechando su velocidad mucho mayor para colocarle 60 proyectiles de 30mm en la barriga, cerca de la bahía de bombas. Durante unos instantes el Spirit of Florida centelleó iluminado por las trazadoras, y al momento estalló en el aire, cayendo a tierra en varios fragmentos ardientes.

Al poco, los aviones norteamericanos se quedaron sin misiles infrarrojos. Seguían llevando las bodegas llenas de AMRAAMs guiados por radar, pero los misiles guiados por radar no servían de nada en aquel entorno de ceguera electrónica. Y comenzaron a retirarse hacia retaguardia, a velocidad de supercrucero.

Los rusos aún les siguieron durante unos minutos usando sus posquemadores, lo que les permitió lograr cinco derribos más. Pero luego comenzaron a quedarse sin combustible, y tuvieron que quedarse atrás para volver a sus bases.

De los 84 Raptors que subieron al cielo en los frentes de Moscú y del Sur, sólo 23 consiguieron regresar a sus bases. Con ellos, cayeron tres de los Spirits que escoltaban. A los rusos les costó 19 Su-27, 6 Su-27M y 23 MiG-29M. Decenas de pilotos flotaban ahora en las tinieblas o se arrastraban por el bosque helado, en la oscuridad.

 

 

XVI. Moon Raven is down

Eran exactamente las 20:44 hora de Moscú cuando el almirante Brown pulsó el botón de su transmisor para radiar:

-A todas las estaciones. Moon Raven is down. Repito, Moon Raven is down.

De inmediato, los pocos Lancers supervivientes al enfrentamiento con los S-400 dieron la vuelta para salir de Rusia por la frontera occidental, por el Cáucaso, por Kazajstán y hasta por Mongolia. Los F-22 y F-15 que se hallaban fuera del área de blackout viraron de vuelta a sus bases. Una densa barrera de F-15 controlados por AWACS esperaban al otro lado del blackout para aniquilar a cualquier ruso que viniera detrás. No vino ninguno.

No tenía sentido proseguir. Los rusos habían puesto a seguro la mayor parte de su fuerza nuclear submarina. Los camiones portadores de ICBM estaban ahora corriendo por sus bosques y túneles, en posiciones y rutas impredecibles. Los Lancers supervivientes no podrían causar grandes daños a los silos con base en tierra, y los B-52 se convertirían en un tiro al pato si penetraban en estas condiciones en el espacio aéreo ruso.

En el refugio atómico bajo el Pentágono, el personal se miró nerviosamente. ¿Habían fracasado? ¿Los rusos les habían derrotado?

Luego, el almirante respiró hondo, cerrando muy fuerte los párpados. Cambió de frecuencia y de claves de encriptación. Y transmitió:

-Fuerza Spirit, Moon Raven option Bravo is now up.

Entonces, los pilotos de los B-2 Spirit supervivientes siguieron avanzando hacia el interior de Rusia. Hacia las grandes extensiones siberianas, lejos de los radares rusos principales. Hacia las regiones donde se cobraron su primer gran éxito haciendo como que bombardeaban Irkutsk. Poco a poco, fueron disolviéndose en las tinieblas de la noche como sombras sutiles, sobre los inmensos macizos de septentrión.

Frente del Ártico, 18 de diciembre, 20:53 (hora de Moscú).

Frente del Pacífico, 19 de diciembre, 03:53 (hora del Mar de Okhotsk).

El USS New Hampshire tenía ahora blocados a los dos Akula en sus pantallas.

Y no es que no lo estuviesen intentando. Sobre sus cabezas, al menos un centenar de sonoboyas emitían ahora constantes "pings" capaces de sacar de quicio al más pintado. Uno de los Akulas producía de vez en cuando "pongs" más graves. Todos ellos trataban de localizar al New Hampshire o al Texas, que habían destruido el Ekaterinburg y el Bryansk con todos sus misiles balísticos.

-Preparados para abrir fuego -dijo el capitán.

Pero todas aquellas emisiones sonoras eran absorbidas y dispersadas por el casco anecoico de los submarinos clase Virginia. Un prodigio de la ciencia, de la tecnología y de las matemáticas, resultado de años de varios superordenadores calculando todos los ángulos, estructuras y dispersiones posibles. A bajas velocidades, los Virginia sólo emitían un levísimo rumor, inevitable, de su planta nuclear. Y absolutamente nada más, ni siquiera cuando eran batidos por potentes sonares. "¿Hablan de naves invisibles? Esto es una nave invisible", solía pensar el capitán.

Un rato atrás, un helicóptero Kamov lanzó una sonoboya casi encima de ellos. Ese estuvo a punto de detectarlos. Llegó a ver una débil marcación en sus pantallas, pero luego desapareció. El receptor no era lo bastante sensible.

-Señor, acabamos de recibir una señal en ultrabaja frecuencia -dijeron de pronto desde la estación de radio.

-¿Qué señal?

-La letra B, señor. B de Bravo.

El capitán miró sus pantallas una vez más, donde uno de los dos Akulas se reflejaba con tanta claridad que podían distinguir las distintas fuentes de sonido: reactores, máquinas, generadores... Y masculló:

-No sabes de la que te acabas de librar, ruso.

Después, mandó:

-Rompan contacto.

-¿Perdón, señor?

-Rompan contacto. Nuevo rumbo, uno, siete, cero. Nos vamos de aquí. De este maldito mar.

Y, al recibir la misma letra "B", los 21 submarinos clase Los Angeles que habían lanzado los Tomahawk desde el Ártico y el Pacífico comenzaron a avanzar. Directamente hacia Rusia, hacia la Península de Kola y Petropavlovsk-Kamchatsky. A 20 nudos, la velocidad máxima a la que confiaban en no ser detectados a esa distancia.

 

Instalación HAARP, Alaska.

A lo largo de su existencia, la instalación HAARP del Parque Nacional Wrangell-St. Elias, en Alaska, ha dado pie a todo tipo de conspiranoias. Que si modificación del clima, que si generación de terremotos, que si esotéricas armas Tesla...

Pocos conspiranoicos saben que la instalación HAARP sólo es una de las cinco que existen en el mundo. La más potente es el EISCAT europeo, repartido por distintos puntos de la Península Escandinava. También está el HIPAS de Fairbansk (Alaska), y un módulo del radiotelescopio de Arecibo (Puerto Rico). Y dos en Rusia: Sura y Vasilsursk.

El propósito de todas estas instalaciones es estudiar los fenómenos de alta ionización del aire y de la ionosfera. Se trata, fundamentalmente, de grandes experimentos científicos relacionados con el geomagnetismo, cuyos efectos son especialmente acusados en las regiones polares. El secretismo que las rodea obedece a su utilidad de doble uso para estudiar los efectos electromagnéticos de las armas nucleares. Es gracias a este conocimiento que se pueden diseñar armas blackout tan avanzadas como las que Rusia acababa de utilizar para cortar las comunicaciones y los radares norteamericanos en el Frente Sur y en el Frente de Moscú. Aunque, normalmente, tiene aplicaciones mucho más pacíficas.

Ahora, el almirante Brown hablaba por teléfono con el director del HAARP, y le decía:

-¿Puede asegurarme que esas zonas de blackout van a durar por lo menos tres días?

-Si los datos que nos proporciona la NOAA son correctos, sin duda -repuso el director, observando sus ordenadores-. La ventisca de estos días pasados ha dejado paso a un tiempo muy tranquilo sobre toda Rusia, muy frío pero sin vientos ni nada. Y los rusos han ionizado muy fuerte esas bolsas de aire. Van a permanecer ahí al menos dos o tres días más.

-Bien. Bien, muchas gracias, señor director.

 

Bajo los Montes Urales, Rusia.

-¡Hemos vencido! -gritó, feliz, el teniente coronel a quien apenas una hora y media antes le tembló la voz- ¡Los americanos se retiran!

El general Baturin sonrió, satisfecho. Acababa de ganar su tercera guerra, ¡y ni más ni menos que una guerra contra los Estados Unidos! Les había costado dos submarinos de misiles balísticos, medio centenar de cazas de combate y un buen puñado de radares. Pero, a cambio, el intento norteamericano de desarmar a Rusia fracasó, y la US Navy de superficie fue destruida en el proceso. Al amanecer comenzarían a recoger los pedazos de sus tan cacareados F-22 Raptor, B1B Lancer y B2A Spirit esparcidos por toda Rusia. Sin duda, fue una victoria avasalladora.

El general Baturin pasaría a la historia. Quizás algún idiota, en el futuro, le consideraría criminal por su uso de armas nucleares. Bien, en su opinión esa clase de gente podía meterse sus estupideces por el culo y luego empujarlas con una bala de Kalashnikov. ¿Acaso los amerikansky no terminaron la Segunda Guerra Mundial tirando bombas atómicas contra dos ciudades japonesas llenas de civiles? Doscientos cincuenta mil, se cargaron.

Bueno, pues Aleksey Baturin había usado 231: 187 con los SS-19, 5 con los SS-18 y 39 con los Iskander-M. ¿Algún problema? Para variar, todas ellas sirvieron para matar a militares en combate, algo perfectamente legítimo en cualquier guerra. Menos de cien mil, con toda seguridad. Todos en territorio ruso o en tierra de nadie. Y ni una sola de ellas causó daño a ningún civil. Quizás en el futuro la radiación enfermara o matase a algunos... pero si los americanos querían hablar de eso, deberían explicar primero su propia historia con los downwinders.

Y si no, que les diesen por saco a todos. Era la victoria. La gloria. La épica. Páginas doradas con letras grandes en los libros de historia relatarían a las generaciones futuras que los Estados Unidos fueron finalmente a la guerra contra la muy vieja y muy venerable Madre Rusia, la Rodina, y que el general Aleksey Vladimirovitch Baturin derrotó a los Estados Unidos en cien minutos.

-General... el Primer Ministro Pu