21-12-2012, El día del fin del mundo (2ª parte)

X. Moon Raven

X. Moon Raven.

Fase 1, Frente del Pacífico. 18 de diciembre de 2012, 20:33 hora local.

-Estamos dentro -susurró el oficial navegante, como si los rusos pudieran detectar una voz humana dentro de un submarino sumergido, aunque fuera a tan poca profundidad.

Un rumor de triunfo recorrió el USS New Hampshire, un submarino de ataque de la clase Virginia. Acababan de atravesar el estrecho de Bussol hacia el Mar de Okhotsk, entre dos de las islas Kuriles. El Mar de Okhotsk, frente al Océano Pacífico, está rodeado de territorio ruso por todas partes y cerrado por los angostos estrechos de las Kuriles. Se considera una "bañera nacional", y allí se despliegan los submarinos lanzadores de misiles atómicos de la base de Petropavlosk. Un mar completamente controlado, excepto por un pequeño cabo japonés en su extremo sur.

La clase Virginia es el submarino nuclear más moderno y silencioso que existe, una generación por delante de los mejores Akula rusos. Simplemente, los rusos dejaron de hacer submarinos novedosos con la caída de la URSS, y los Estados Unidos no.

-¿Dónde está ese barco ruso? -preguntó el capitán Hansen, al mando del USS New Hampshire.

-Treinta millas al sur -le contestaron desde la estación de sonar-. Es una corbeta Grisha V de veinte años de antigüedad... no puede ni oírnos.

El capitán Hansen asintió. Detrás de ellos venían el USS Texas y el USS North Carolina, dispuestos a hacer lo mismo. No eran la primera vez que entraban en el Mar de Okhotsk sin que los rusos se dieran cuenta. Sólo que ahora tenían órdenes de guerra y un objetivo: el K-84 Ekaterinburg y el K-117 Bryansk, dos submarinos rusos clase Delta cargados con 32 misiles atómicos SS-N-23 que andaban por allí. Lo sabían gracias al SOSUS: esos rusos eran viejos y ruidosos, y se podían oír desde la misma costa de los Estados Unidos a poco que cruzasen el canal de sonido. Lo que tenían que hacer de vez en cuando.

-Bien -ordenó el capitán-. Preparados para extender las colas en cuanto recuperemos profundidad. Tenemos que localizarlos cuanto antes.

-A la orden, capitán.

Mil quinientas millas a sus espaldas, en las profundidades del océano, diez submarinos clase Los Angeles se posicionaban para lanzar 120 misiles de crucero Tomahawk contra la base de Petropavlosk-Kamchatsky, donde se concentraba el resto de la flota nuclear rusa del Pacífico. Y aniquilarla.

Misil Tomahawk

Fase 1, Frente del Ártico. 18 de diciembre de 2012, 15:33 hora local.

El satélite Crystal de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos confirmó que dos de los tres submarinos más peligrosos de la Flota Rusa del Norte se hallaban en el puerto de Severodvinsk, cerca de Murmansk. Estos eran el nuevo Borei, al que se le estaban practicando actualizaciones, y uno de los dos Typhoon: el TK-208 Dmitry Donskoy. Sin embargo, el TK-20 Sverstal de la clase Typhoon navegaba por algún lugar del Mar Blanco, la otra "bañera nacional" rusa.

Submarino de la clase Typhoon

Aquí, la cuestión era más problemática. A diferencia de los múltiples y remotos estrechos de las Kuriles, el estrecho de Gorlo que permite el acceso al Mar Blanco está extremadamente vigilado, plagado de audífonos, redes y se dice que campos de minas. Los Estados Unidos tuvieron que asumir, pues, que el Sverstal sobreviviría. Eso eran 20 misiles SS-N-20 con un total de doscientas cabezas termonucleares capaces de alcanzar Norteamérica: aproximadamente, la fuerza nuclear británica al completo. El Sverstal era una potencia nuclear en sí mismo. No les gustó la idea de que se salvara, pero no se podía hacer otra cosa.

Sin embargo, al igual que en el Pacífico, once submarinos clase Los Angeles protegidos por Seawolfs y Virginias se ubicaban en los muchos lugares que ya no cubren los hielos del Océano Glaciar Ártico. Desde mil millas de distancia, lanzarían 132 misiles Tomahawk más para destruir el Borei, el otro Typhoon y los cuatro Deltas operativos que pasaban más tiempo en el puerto que fuera de él. 132 misiles para 6 blancos. Por muy eficaz que fuera la defensa antiaérea de la Península de Kola, como muy poco una cuarta parte llegarían. Y los desintegrarían.

Submarino de la clase Los Angeles sumergido, con los mástiles fuera del agua

Fase 1, Frente Sur. 18 de diciembre de 2012, 16:33 hora local.

La Unión Soviética desplegó las instalaciones principales de su fuerza nuclear terrestre en los lugares más inaccesibles del inmenso país. La Fuerza de Cohetes Estratégicos, que en otro tiempo sumaba 40.000 cabezas termonucleares, está fundamentalmente instalada a ambos lados de la línea del Ferrocarril Transiberiano, en pleno centro de los macizos siberianos. Nadie podría llegar hasta allí jamás, antes de que sus miles de misiles hubieran mandado al enemigo y al planeta entero a una Edad de Piedra con lagos de cristal radiactivo.

Pero luego, la Unión Soviética desapareció. Surgieron nuevas naciones. Una de estas es Kazajstán. Kazajstán es un medio desierto pobre, de religión islámica, corrupto hasta lo inconcebible y de lealtades ambiguas. Sin embargo, allí sigue instalado el Centro de Lanzamientos Espaciales de Baikonur. Y aunque no hay ninguna base de misiles atómicos en su territorio, los principales campos misilísticos rusos están ahora muy cerca de la frontera. Demasiado cerca. La 60ª División de Misiles de la Guardia, con medio centenar de proyectiles atómicos SS-19 y Topol-M, se halla a menos de 250 kilómetros. Lo mismo cabe decir de la 35ª División de Cohetes de la Guardia, en Barnaul.

Cinco de las diez bases principales de misiles rusos están ahora a menos de 1.000 km de la frontera kazaja; tres mil kilómetros de frontera interminable, incontrolable, custodiada por algunos de los guardias de fronteras más corruptos que ha conocido la historia.

Desde el día 15 de diciembre, comandos especiales SEAL, Boinas Verdes, MSOAG de los Marines, Fuerza Delta, Rangers, DEVGRU y en general de todas las unidades especiales que posee Estados Unidos estaban penetrando en Rusia por Kazajstán. Lo hacían en pequeños grupos, con diferentes coartadas o a veces ninguna en absoluto. Algunos, simplemente caminaban hasta la localidad rusa más próxima y tomaban un autobús. Otros entraban con vehículos locales. Su pasaporte, en general, fueron unos cuantos billetes de 20 dólares. Los que se encontraron con algún soldado honrado de la Guardia de Fronteras llevaban, por supuesto, pasaportes perfectamente falsificados para enseñar.

Todos ellos iban provistos con el arma más peligrosa que existe: una radio. Muchos, llevaban también designadores láser ocultos bajo distintas apariencias.

A primera hora de la tarde del 18 de diciembre, un tractor agrícola alcanzaba una pequeña colina cerca de la base aérea de Teykovo. Los labradores, que pasaban perfectamente desapercibidos, hablaban el ruso local con soltura. En realidad, nadie les molestó.

Desde esa colina, el teniente SEAL James Brigham vio un camión monumental de ocho ejes con lo que parecía una enorme cisterna pintada de camuflaje. Avanzaba lentamente en la lejanía hacia un bunker. Brigham alzó las cejas por un instante, impresionado. Luego desplegó la antena satelitaria de su radio y dijo:

-Granito Ocho, en posición. Localización positiva. Tengo un Topol-M a la vista.

La voz se transmitió en un brevísimo pulso direccional a un satélite norteamericano que pasaba por el área. No hubo contestación. Pero en la base de Diego García, en el Océano Índico, alguien actualizó las tablas de objetivos de los bombarderos furtivos B-2 Spirit que se acumulaban ahora allí. Mientras tanto en Kabul, Afganistán, las fuerzas norteamericanas terminaban de asegurar el área del aeropuerto también. Nadie podía ver lo que iba a ocurrir allí pocas horas después.

Mapa del sector

Fase 1, Frente de Moscú. 18 de diciembre de 2012, 15:33 hora local.

Si el colchón de seguridad ruso se ha quedado muy estrecho en el área de Kazajstán, en Moscú es preocupantemente reducido. Ahora mismo, hay fronteras extranjeras a 400 km de la capital rusa. Fronteras potencialmente hostiles, como la de Ucrania, que era parte implicada en el conflicto.

En Moscú se concentra la crema del Ejército Ruso. Hay centenares de aeropuertos, bases militares, radares, centros de seguimiento espacial, instalaciones de todo tipo. Y también tres campos principales de misiles atómicos, adscritos al 27º Ejército de Cohetes de la Guardia.

A principios de la tarde, oleadas de aviones de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos comenzaron a tomar tierra en los aeropuertos polacos. Polonia era uno de los países más afectados por los cortes de gas, y también uno de los aliados más firmes de Estados Unidos en Europa. Llegaban F-15, F-22 y F-35. Grandes AWACS y J-STARS. Bombarderos supersónicos B-1 Lancer, y también B-52. E incontables cantidades de aviones de transporte Galaxy y Globemaster para dar apoyo a semejante despliegue.

Pues, en esta ocasión, los Estados Unidos optaron por un ataque frontal. Una masiva operación SEAD para suprimir la defensa antiaérea de la Región de Moscú, seguida inmediatamente por oleadas de ataques de misiles contra los campos de cohetes atómicos y diversas instalaciones nucleares militares.

Se contaba con pérdidas. Moscú está muy bien defendida por el aire, incluyendo la Defensa Antibalística de la capital y los grandes complejos de misiles S-300 y S-400. Sin embargo, nadie hizo jamás una tortilla sin romper unos cuantos huevos, y todo eso. Los Estados Unidos prescindirían fácilmente de una buena proporción de su fuerza aérea si eso dejaba al oso ruso sin garras ni dientes definitivamente. A fin de cuentas, la crearon para eso, ¿no?

En Moscú, espías de todo género suministraban toda la información que les era posible al respecto de todos aquellos equipos peligrosísimos. Algunos saboteadores se dirigían hacia sus objetivos. Rusia, pensaban todos, ciertamente no es la URSS. Lo que habría sido imposible tres décadas atrás, ahora resultaba cosa corriente.

Según todos los análisis de inteligencia, Rusia permanecía en un estado elevado de alerta pero no preparada directamente para la guerra al máximo nivel. En Washington, los analistas estimaron en un 90% la probabilidad de eliminar el 80% de la fuerza nuclear rusa durante la primera acción. Ahora sólo faltaba que los submarinos del Mar de Okhotsk detectasen a esos dos Deltas para iniciar la Operación Moon Raven.

Moscú

 

 

XI. La calma que precede

19 de diciembre, 06:00, hora de la Costa Este.

-Esto no me gusta -masculló el teniente coronel Abraham Scofield, de la Agencia de Inteligencia para la Defensa de los Estados Unidos.

- ¿El qué no le gusta, tecol? -repuso su coronel, encargado del área rusa y ex-soviética en esta organización.

-Los rusos. Tienen que estar detectando parte de nuestro despliegue, por lo menos. Y no están haciendo nada.

-Sí que están haciendo. Mierda, están desplazando la 4ª División Acorazada de la Guardia hacia la frontera con Ucrania... se lo hemos comunicado a la Casa Blanca hace diez minutos. Y la frecuencia de sus patrullas aéreas se ha multiplicado por veinte en las últimas horas. Están sacando al mar todos los barcos que les flotan todavía. Lanzan un satélite al espacio cada siete horas. Claro, que nosotros estamos lanzando uno cada tres horas...

El tecol Scofield negó con la cabeza.

-No están haciendo lo adecuado.

-¿Qué quiere decir?

-Están haciendo lo que nosotros siempre presuponemos que harán en nuestras maniobras, y específicamente en nuestras maniobras de fuerzas convencionales. Mierda, coronel, son los rusos, no Saddam. Tengo la corazonada de que nos están poniendo un cebo.

-Pues caro cebo, tecol, porque en pocas horas su fuerza nuclear va a saltar en pedazos. Y con ella, la defensa antiaérea de Moscú al completo.

-No me gusta, coronel. Aquí hay algo más. No cuadra con la doctrina Ivanov. No cuadra con nada.

Su coronel le miró comprensivamente. El teniente coronel Scofield era un muy buen analista de inteligencia. Pero la siguiente pregunta resultaba inevitable:

-¿Tiene algo para apoyar su corazonada, tecol? ¿Algo... material?

-No, coronel, no lo tengo. Sólo es... una impresión.

-Pues sólo con una corazonada... no vamos a ninguna parte. No puedo sustentar un informe en una impresión, aunque sea suya. Y menos con lo entusiasmado que está todo el mundo.

-Lo sé, coronel. Lo sé.