La tarde en la que acabó el mundo se besaron en la ventana, enlazados el uno con el otro. La luz declinaba afuera, apagándose poco a poco: todavía era rojiza y dorada en la distancia, tras los edificios que se recortaban en ella, mientras las primeras sombras oscurecían los ángulos de calles y edificios. Abajo no había pánico, ni carreras, ni gritos de desesperación. Una multitud serena caminaba despacio por la ciudad: parejas abrazadas, niños que iban de la mano de sus padres, ancianos parados un momento en las aceras.
Comentarios
Viene bien que Don Arturo escriba textos como este de vez en cuando, nos hace recordar por qué es uno de los mejores escritores españoles de la actualidad.
Me ha dejado temblando. Ojalá fuéramos capaces de tomarnos lo inevitable así.
Ya era hora que Don Arturo se enterneciera con vena poética, dedicando su metáfora contínua y genial a historias intimas y sencillas. Se le añoraba, maestro.
#0 edita la entradilla o te la tirarán por microblogging.
#0 Editado entradilla y etiquetas ya que las del envío original era microblogging y las etiquetas poco descriptivas.
Ni un sólo puta, ni una defecación sobre los ancestros de nadie, ni un mísero tal o cual es un mierda llorica.
[...] rojizo nacarado [...]
¿Pero qué mariconada es esta, Arturo? Realmente, sí que parece que el fín de los tiempos se haya cernido sobre nosotros viéndote escribir así.
La verdad es que a mi normalmente no me gustan los artículos de opinión de Perez Reverte, que últimamente son casi todos, pero he de reconocer que este relato me ha tocado la fibra
Vaya, gracias! Debería releerme las normas
De todas formas, casi por cualquier cosa te tumban lo que compartes