Soñábamos con ella: una inteligencia artificial tan inteligente, tan autónoma, tan brillante, que eventualmente decidiera destruirnos. No hay creación más sublime que aquella que se vuelve contra su creador. Está en el Popol Vuh, cuando los humanos de madera, imperfectos e ingratos, son destruidos por los propios objetos que construyeron. Está en Frankenstein, en Alien, en Blade Runner, en Ex Machina, en Murderbot, en toda esa constelación de historias donde lo inanimado cobra conciencia, y lo primero que hace es cobrarse la deuda.