Concurso de microrrelatos de Menéame
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Yo no soy racista pero...

No puedo, de verdad, es que no puedo. Yo no soy racista. Sí, sé que lo habéis leído muchas veces, que lo habéis escuchado muchísimas veces pero es que es verdad. Yo no soy racista pero es ver calcetines de ejecutivo y ponerme malo. Sí, lo primero son los puñeteros calcetines de ejecutivo. A mí es que me gusta mirar a las personas de abajo arriba hasta verles el rostro y saber cómo son. Los malditos calcetines no van solo. Miras y ahí está: el pantalón, la camisa, la chaqueta y la corbata. Si es que no falla, joder. Algunos, además, engominados hasta el cielo. No soy racista pero en cuanto veo uno así, pienso: este es de los que me ha jodido la Sanidad; este es de los que hace que mi hijo, a lo mejor, no pueda estudiar; este es de los que dice que mis padres no van a poder tener pensión porque son insostenibles. No falla: habría que colgarlos por los calcetines y ver si son sostenibles o no, no te jode.

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Versión de pobres

En el cuento clásico, el gato con botas le dijo a su dueño que se bañara en el lago, para quitarle la ropa, hacerlo pasar por un noble y que el rey lo invitara a palacio.

Pero el contexto es el que es, y de donde no hay no se puede sacar, y a lo máximo que aspiraban era a colarse por la noche en la piscina comunitaria. Se quitaron los calcetines para bañarse. Y, por supuesto, sin invitación al palacio, solo le pudieron dar al gato los restos fríos de una barbacoa que había en la basura.

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La conversación

-¡No me chilles!

-¡Que no estoy chillando, sólo me estoy riendo! Porque hoy estás muy bonita……

-¿Lo dices en serio?- respondió arrobada. -Bueno, tú también estás muy guapo, ese pelo te queda muy bien.

-¿Te gusta? Me lo han puesto esta mañana, de una bufanda que había en el armario.

-Oye, pues ni tan mal, ese color rojo te favorece…

-Pues lo mismo que el jaspeado de tus ojos, te queda muy bien.

-Gracias, son de un abrigo antiguo, ya no se ven de éstos.

-Ni sin éstos, jajajaja.

-Qué tonto eres, jajajaja.

-¿Quieres venir a dar un paseo conmigo?

-¡Por supuesto! Pero habrá que pedírselo a ellos, ¿no?

-¡Pues claro, tonto! Chicos, ¿nos lleváis a dar un paseo?

-Por supuesto- dijeron tanto él como ella. Y se cogieron de la mano para irse a dar un paseo, mientras sus otras manos seguían con su conversación.

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Humillación

Viudo de sesenta años que va de putas.

La chica, o no tan chica, porque sobrepasaba los cuarenta, era maja. Tranquila. Comprensiva. Se lo folló sin prisas, dándole su tiempo. Hasta le estampó un beso en la calva cuando terminaron.

Un rato agradable, salvo por el final, cuando él, en aquella cama tan baja, tuvo que pedirle ayuda para volver a ponerse los calcetines.

La humillación aguarda donde menos te lo esperas.

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Un siseo

A Theresa Host le molestaba el traje espacial y no le gustaba moverse fuera de la nave con tanta torpeza embutida en sus 80 kilos de peso, maldecía el día que fueron a tomar medidas para el diseño, alguien cometió un error de dos milímetros y los anillos de anclaje de las botas le rozaban con los calcetines, además estos eran una talla mayor que la medida de su pie, así que quedaban un poco arrugados en los talones con el consiguiente rozamiento innecesario.

Dos semanas tomándole medidas para esto, pensaba mientras maldecía en voz baja. Recordaba el mes de pruebas con su flamante traje a medida y los problemas de última hora cambiando algunas especificaciones. Nuevas fibras, más seguridad, triple capa y nuevos diseños de calcetines. Todo esto dejó de tener sentido cuando escuchó un siseo alarmante que venía de su bota derecha, notaba que el calcetín se había arrugado tanto que... 

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Fetichismo

Hoy tocan los de ciclismo, es la etapa reina y no puedo dejarlo pasar, se decide el liderato y seguramente el vencedor final.

Para mañana ya tengo preparados los de los conciertos, con esos siempre me lo paso bien y Vetusta lo merecen.

El lunes pasado, con los elegantes de finísimo hilo, no tuve el resultado esperado, perdimos el contrato.

Los verdes que me regaló mi cuñada no los volveré a usar, me hicieron rozaduras en los dedos y quiero demasiado a mis pies.

Desde niño no consigo dormir sin mis patucos, y me dio una gran alegría que en mi primer viaje trasatlántico la aerolínea nos diese unos para usar durante el vuelo.

Para los exámenes tenía las michetas de mi equipo de fútbol, no suspendí ni un examen con ellos .

Por supuesto los que adoro y no sé si podría vivir sin ellos son los que llevaba cuando conocí a Marta. Los tengo bien guardados.

Sin embargo hay un placer que no puedo explicar, algo irracional que incluso a mí psicólogo le cuesta entender, y es usarlos con sandalias y que todo el mundo me mire.

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Nanorelato: Calcetín

Se separaron en la casa de ella.

Quedó bajo su cama, testigo mudo de gemidos ajenos.

En el cajón ya no extraña. Prefiere la soledad a hundirse en el sudor prestado.

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