Cuando Colón inició su tercera travesía no descartaba encontrar el paraíso terrenal, que, según había leído en la obra de Pierre d’Ailly, se ubicaba en Asia. Así, cuando llegó a las bocas del Orinoco, en el golfo de Paria, actual golfo de la Ballena, creyó que lo había encontrado. El estruendo —macareo— que producía el choque del agua dulce con la salada le pareció una prueba evidente de que debían de ser los ríos del Edén. ¿Qué otra cosa podía ser?