La Policía Nacional libera a cinco víctimas y desmantela el negocio de una familia dedicada a captar a temporeros que explotaba en fincas de Andalucía, Castilla-La Mancha y Castilla y León
#1:
Siempre me ha parecido fascinante la fascinacion de lo más gañán y deplorable de la sociedad, por la ostentación más hortera hasta el punto de que hay cieras marcas de supuesto "prestigio" que no se vosotros pero yo asocio irremediablemente a cateto.
#4:
#3 UPS! perdón...
Zonas vip y Moët & Chandon de noche, amo de esclavos de día
La Policía Nacional libera a cinco víctimas y desmantela el negocio de una familia dedicada a captar a temporeros que explotaba en fincas de Andalucía, Castilla-La Mancha y Castilla y León
Cosmin, un rumano de 25 años, sale por fin del hospital. Acude a prestar declaración ante la Policía Nacional de Sevilla a pesar de que le han amenazado para que no lo haga. Aún se recupera de las heridas que le produjo un tractor que le pasó por encima mientras recolectaba naranjas de sol a sol en una finca cerca de Córdoba. Cobraba, cuando le pagaban, apenas 25 euros a la semana. La rueda le aplastó de cintura para arriba. Tras cuatro meses ingresado en un hospital, hoy está vivo de milagro. Llevaba un año trabajando para un compatriota como un esclavo. “Quise irme, pero me dijeron que debía 2.000 euros y que tenía que trabajar cuatro años más para pagarlo”, le dijo al agente en su declaración. Alertados por su testimonio, los policías deciden esconder a Cosmin inmediatamente. Corría el riesgo de que su jefe y explotador lo hiciese desaparecer.
Esta es una historia de trata y de explotación laboral y sexual. De hambre, de pobreza. Pero también de lujos, champán, fugas y de una operación policial contra el reloj liderada por la Brigada Central contra la Trata de Seres Humanos y la Unidad de Redes de Inmigración Ilegal y Falsedades Documentales de Sevilla: más de 30 agentes repartidos por Sevilla, Madrid, Toledo y Salamanca. Un relato de cómo el campo esconde y facilita que empresarios y traficantes descarnados caminen a sus anchas y se hagan de oro a costa del trabajo esclavo de extranjeros.
Cosmin no es su nombre real, aún es una víctima de trata protegida. La suya siempre ha sido una vida de miseria. A los cuatro años, su madre lo dejó a cargo de sus abuelos y, cuando estos murieron, empezó a mendigar. No sabe leer ni escribir. Solo fue un año a la escuela. Tiene además una discapacidad intelectual. En 2021, un tío suyo se interesó por él. Le ofreció irse a España a trabajar a las órdenes de un rumano llamado R., que le pagó un billete de autobús hasta Sevilla. 35 horas de viaje. El viaje fue la primera deuda que contrajo. Nada más llegar, R., el patrón, le quitó sus documentos y su tío se esfumó del mapa.
Había sido engañado, aunque él aún no lo sabía. La oferta laboral prometía 700 euros al mes con alojamiento y una comida al día por recoger naranjas y patatas. Las condiciones anunciadas ya eran ilegales, pero la realidad era mucho peor y cada día que pasaba debía más dinero, por la comida, por el transporte a las plantaciones, por la cama en la que dormía... incluso por las deudas contraídas por su tío. Recibía 25 euros a la semana por trabajar desde el amanecer hasta el anochecer. De lunes a sábado. Solo descansaba 30 minutos para hacer sus necesidades y poder comer algo. El sueldo apenas le llegaba para alimentarse, racionaba su comida. Pasaba hambre. Perdió peso y masa muscular. Un día llegó a desmayarse mientras recolectaba. Y cuando recuperó el conocimiento, el jefe le ordenó seguir recogiendo fruta, de inmediato. Después de un año trabajando, debía más dinero del que había ganado.
Cosmin no era el único trabajador explotado, pero quizá sí el más vulnerable. Al salir del tajo, se juntaba con otros 11 compatriotas en una casa de pueblo andaluz de cuatro habitaciones, donde también vivía R., junto a su mujer y su hijo, que vigilaban sus movimientos permanentemente. Ninguno podía salir de esa casa sin permiso, según fuentes policiales. La docena de rumanos dormían pegados, sin espacio, de dos en dos, en tres camas pequeñas.
Mientras los temporeros trataban de dormir apretujados, R. se marchaba a la discoteca en su BMW de 100.000 euros. El Instagram de R. es un escaparate de sus juergas en zonas vip de Madrid, Salamanca y Sevilla en las que brindaba con botellas de Moët & Chandon y fumaba shisha a ritmo de reggaeton. R., un hombre grueso, con barba y tatuajes en los brazos, viste de marcas de lujo de arriba abajo, como Dolce&Gabana y Armani. En su bandolera de Gucci llevaba miles de euros en efectivo. El rumano sonríe poco, a pesar de esa vida a todo trapo de la que presume en sus fotos. Fuera de las redes, esconde una vida secreta en la que él y varios de sus familiares alimentan un lucrativo negocio de explotación de trabajadores del campo en Andalucía, Castilla-La Mancha y Castilla y León. Hasta que un tractor activó las alarmas.
Una mañana del pasado mes de abril, Cosmin tropezó en el campo y acabó bajo la rueda de un tractor. Llegó al hospital muy grave y los médicos alertaron a la policía que tuvo que esperar a que saliese de la UCI para interrogarle. R. se les adelantó y llamó a su subordinado para advertirle de que si los agentes aparecían no dijera nada. La amenaza no funcionó, Cosmin habló en noviembre y se puso en marcha una investigación para capturar a R. y sus cómplices. Los policías también intentaron proteger a Cosmin en un alojamiento especial, pero los agentes pronto se dieron cuenta de que R. averiguó dónde estaba. Lo trasladaron corriendo a 200 kilómetros de Sevilla, pero el rumano no entendía bien el peligro que corría y regresó. Se instaló para mendigar en la estación de autobuses de Sevilla donde, enseguida, un integrante de la red de R. lo descubrió. Y lo secuestró.
La policía se vio obligada entonces a acelerar los pasos de unas pesquisas que acababan de comenzar. “Al darnos cuenta de que desaparece, montamos un gran dispositivo”, cuenta un miembro de la investigación. “Estuvimos 24 horas, más de 30 agentes buscándolos”. Los explotadores conocen bien la zona rural de la provincia de Sevilla, pero se pusieron nerviosos, cometieron errores y facilitaron las primeras detenciones, aunque nadie hablaba. Presionados por el cerco policial, los tratantes acabaron abandonando a Cosmin en la calle. “En estos casos, la experiencia te dice que si hay una víctima tiene que haber más”, explica el agente. Y así fue. Los policías fueron esa noche a la estación de autobuses y comprobaron que una sola persona había comprado diez billetes con destino a Rumania. La red estaba llevándose lejos a sus víctimas, algo que se confirmó cuando uno de los investigados apareció con una furgoneta con tres hombres y una mujer. Más esclavos. Ella, además, se derrumbó durante la declaración policial y confesó que su trabajo no era en ninguna plantación, sino en un piso donde le obligaban a prostituirse por 40 euros a la semana.
La Policía Nacional, con la colaboración de la agregada de Interior en la Embajada de Rumania en Madrid, detuvo al final a ocho personas y liberó a cinco víctimas, aunque podrían ser decenas. R. y sus parientes, en cualquier caso, eran solo algunas piezas del puzzle. Tras su negocio hay empresarios que le contratan a él y a muchos como él para recolectar sus cosechas, pero los dueños de las fincas han quedado fuera del radar policial.
Acabar en la cárcel por esclavizar trabajadores no es tan común en España. A pesar de las más de 5.000 inspecciones que se hicieron en 2021, solo se identificaron 51 víctimas (el número más bajo de los últimos años, según los datos oficiales del Ministerio del Interior), la mayor parte en Andalucía. Tan solo hubo 31 detenciones. Es la llamada “cifra negra de criminalidad”, en la jerga policial. El número de víctimas es mucho mayor del que aparece en las estadísticas, pero no denuncian, falta fiscalización y las grandes extensiones agrícolas ayudan a camuflar las ilegalidades.
Un mes después de su detención, el pasado 28 de diciembre, R., en libertad bajo fianza, subió un nuevo vídeo a su Instagram en el que se le volvió a ver con sus amigos en la zona vip de una discoteca de Salamanca al son de la canción Aprendí, del rapero Morad: “Mamá, por favor, no abra puerta a policía. Ella no la abría porque era comisaría”.
#2:
#1 Totalmente de acuerdo contigo. No encuentro el sentido a llevar en el pecho el logotipo de un lagarto a todas luces sobredimensionado, si no es para que lo vean desde todos los puntos del gastrobar.
"Notad que tengo dinero pero no gusto"
#9:
Es un claro ejemplo a pequeña escala de cómo funciona el mundo.
Siempre me ha parecido fascinante la fascinacion de lo más gañán y deplorable de la sociedad, por la ostentación más hortera hasta el punto de que hay cieras marcas de supuesto "prestigio" que no se vosotros pero yo asocio irremediablemente a cateto.
#1 Totalmente de acuerdo contigo. No encuentro el sentido a llevar en el pecho el logotipo de un lagarto a todas luces sobredimensionado, si no es para que lo vean desde todos los puntos del gastrobar.
#3 UPS! perdón...
Zonas vip y Moët & Chandon de noche, amo de esclavos de día
La Policía Nacional libera a cinco víctimas y desmantela el negocio de una familia dedicada a captar a temporeros que explotaba en fincas de Andalucía, Castilla-La Mancha y Castilla y León
Cosmin, un rumano de 25 años, sale por fin del hospital. Acude a prestar declaración ante la Policía Nacional de Sevilla a pesar de que le han amenazado para que no lo haga. Aún se recupera de las heridas que le produjo un tractor que le pasó por encima mientras recolectaba naranjas de sol a sol en una finca cerca de Córdoba. Cobraba, cuando le pagaban, apenas 25 euros a la semana. La rueda le aplastó de cintura para arriba. Tras cuatro meses ingresado en un hospital, hoy está vivo de milagro. Llevaba un año trabajando para un compatriota como un esclavo. “Quise irme, pero me dijeron que debía 2.000 euros y que tenía que trabajar cuatro años más para pagarlo”, le dijo al agente en su declaración. Alertados por su testimonio, los policías deciden esconder a Cosmin inmediatamente. Corría el riesgo de que su jefe y explotador lo hiciese desaparecer.
Esta es una historia de trata y de explotación laboral y sexual. De hambre, de pobreza. Pero también de lujos, champán, fugas y de una operación policial contra el reloj liderada por la Brigada Central contra la Trata de Seres Humanos y la Unidad de Redes de Inmigración Ilegal y Falsedades Documentales de Sevilla: más de 30 agentes repartidos por Sevilla, Madrid, Toledo y Salamanca. Un relato de cómo el campo esconde y facilita que empresarios y traficantes descarnados caminen a sus anchas y se hagan de oro a costa del trabajo esclavo de extranjeros.
Cosmin no es su nombre real, aún es una víctima de trata protegida. La suya siempre ha sido una vida de miseria. A los cuatro años, su madre lo dejó a cargo de sus abuelos y, cuando estos murieron, empezó a mendigar. No sabe leer ni escribir. Solo fue un año a la escuela. Tiene además una discapacidad intelectual. En 2021, un tío suyo se interesó por él. Le ofreció irse a España a trabajar a las órdenes de un rumano llamado R., que le pagó un billete de autobús hasta Sevilla. 35 horas de viaje. El viaje fue la primera deuda que contrajo. Nada más llegar, R., el patrón, le quitó sus documentos y su tío se esfumó del mapa.
Había sido engañado, aunque él aún no lo sabía. La oferta laboral prometía 700 euros al mes con alojamiento y una comida al día por recoger naranjas y patatas. Las condiciones anunciadas ya eran ilegales, pero la realidad era mucho peor y cada día que pasaba debía más dinero, por la comida, por el transporte a las plantaciones, por la cama en la que dormía... incluso por las deudas contraídas por su tío. Recibía 25 euros a la semana por trabajar desde el amanecer hasta el anochecer. De lunes a sábado. Solo descansaba 30 minutos para hacer sus necesidades y poder comer algo. El sueldo apenas le llegaba para alimentarse, racionaba su comida. Pasaba hambre. Perdió peso y masa muscular. Un día llegó a desmayarse mientras recolectaba. Y cuando recuperó el conocimiento, el jefe le ordenó seguir recogiendo fruta, de inmediato. Después de un año trabajando, debía más dinero del que había ganado.
Cosmin no era el único trabajador explotado, pero quizá sí el más vulnerable. Al salir del tajo, se juntaba con otros 11 compatriotas en una casa de pueblo andaluz de cuatro habitaciones, donde también vivía R., junto a su mujer y su hijo, que vigilaban sus movimientos permanentemente. Ninguno podía salir de esa casa sin permiso, según fuentes policiales. La docena de rumanos dormían pegados, sin espacio, de dos en dos, en tres camas pequeñas.
Mientras los temporeros trataban de dormir apretujados, R. se marchaba a la discoteca en su BMW de 100.000 euros. El Instagram de R. es un escaparate de sus juergas en zonas vip de Madrid, Salamanca y Sevilla en las que brindaba con botellas de Moët & Chandon y fumaba shisha a ritmo de reggaeton. R., un hombre grueso, con barba y tatuajes en los brazos, viste de marcas de lujo de arriba abajo, como Dolce&Gabana y Armani. En su bandolera de Gucci llevaba miles de euros en efectivo. El rumano sonríe poco, a pesar de esa vida a todo trapo de la que presume en sus fotos. Fuera de las redes, esconde una vida secreta en la que él y varios de sus familiares alimentan un lucrativo negocio de explotación de trabajadores del campo en Andalucía, Castilla-La Mancha y Castilla y León. Hasta que un tractor activó las alarmas.
Una mañana del pasado mes de abril, Cosmin tropezó en el campo y acabó bajo la rueda de un tractor. Llegó al hospital muy grave y los médicos alertaron a la policía que tuvo que esperar a que saliese de la UCI para interrogarle. R. se les adelantó y llamó a su subordinado para advertirle de que si los agentes aparecían no dijera nada. La amenaza no funcionó, Cosmin habló en noviembre y se puso en marcha una investigación para capturar a R. y sus cómplices. Los policías también intentaron proteger a Cosmin en un alojamiento especial, pero los agentes pronto se dieron cuenta de que R. averiguó dónde estaba. Lo trasladaron corriendo a 200 kilómetros de Sevilla, pero el rumano no entendía bien el peligro que corría y regresó. Se instaló para mendigar en la estación de autobuses de Sevilla donde, enseguida, un integrante de la red de R. lo descubrió. Y lo secuestró.
La policía se vio obligada entonces a acelerar los pasos de unas pesquisas que acababan de comenzar. “Al darnos cuenta de que desaparece, montamos un gran dispositivo”, cuenta un miembro de la investigación. “Estuvimos 24 horas, más de 30 agentes buscándolos”. Los explotadores conocen bien la zona rural de la provincia de Sevilla, pero se pusieron nerviosos, cometieron errores y facilitaron las primeras detenciones, aunque nadie hablaba. Presionados por el cerco policial, los tratantes acabaron abandonando a Cosmin en la calle. “En estos casos, la experiencia te dice que si hay una víctima tiene que haber más”, explica el agente. Y así fue. Los policías fueron esa noche a la estación de autobuses y comprobaron que una sola persona había comprado diez billetes con destino a Rumania. La red estaba llevándose lejos a sus víctimas, algo que se confirmó cuando uno de los investigados apareció con una furgoneta con tres hombres y una mujer. Más esclavos. Ella, además, se derrumbó durante la declaración policial y confesó que su trabajo no era en ninguna plantación, sino en un piso donde le obligaban a prostituirse por 40 euros a la semana.
La Policía Nacional, con la colaboración de la agregada de Interior en la Embajada de Rumania en Madrid, detuvo al final a ocho personas y liberó a cinco víctimas, aunque podrían ser decenas. R. y sus parientes, en cualquier caso, eran solo algunas piezas del puzzle. Tras su negocio hay empresarios que le contratan a él y a muchos como él para recolectar sus cosechas, pero los dueños de las fincas han quedado fuera del radar policial.
Acabar en la cárcel por esclavizar trabajadores no es tan común en España. A pesar de las más de 5.000 inspecciones que se hicieron en 2021, solo se identificaron 51 víctimas (el número más bajo de los últimos años, según los datos oficiales del Ministerio del Interior), la mayor parte en Andalucía. Tan solo hubo 31 detenciones. Es la llamada “cifra negra de criminalidad”, en la jerga policial. El número de víctimas es mucho mayor del que aparece en las estadísticas, pero no denuncian, falta fiscalización y las grandes extensiones agrícolas ayudan a camuflar las ilegalidades.
Un mes después de su detención, el pasado 28 de diciembre, R., en libertad bajo fianza, subió un nuevo vídeo a su Instagram en el que se le volvió a ver con sus amigos en la zona vip de una discoteca de Salamanca al son de la canción Aprendí, del rapero Morad: “Mamá, por favor, no abra puerta a policía. Ella no la abría porque era comisaría”.
La virgen que asco, de verdad. Pero lo mejor de todo esto es que si te atreves a decir que a todos estos hijos de puta habría que cogerlos y echarlos a una hoguera encima te acusan de incitación al odio. Porque claro, pobrecitos, que ellos tambien tienen derecho a no ser odiados...
#10 yo pocas veces lo he visto. Más bien he visto pegar el artículo traducido cuando el enlace está en otro idioma.
A mi también me parece mal pegar el artículo entero, y supongo que al sitio este no le hará gracia. Luego vendrán las denuncias y nos quejamos.
#10 Yo no voto algo que no pueda leer y, también, dice mucho: o votas sin leer bien salvo el titular o regalan las subscripciones a El Pais/Lo que sea como si no hubiera un mañana
#6 A mi lo que me sorprende es que el dueño de la finca, que es el que contrata y paga quede fuera de la responsabilidad, así no se termina con estos casos, que yo sepa en construcción las subcontratas deben presentar que los trabajadores están al corriente de sus seguridad social y sus nóminas al corriente para poder trabajar
#9 Es interesante darse cuenta de que muchas cosas funcionan igual independientemente de la escala a la que se apliquen. Esto permite hacer simulaciones baratas de lo que pasará cuando se aplique a lo grande. En arquitectura, en aeronáutica.. se utiliza en muchos ámbitos. En el sociológico también.
#1 No se si por aquí se pueden mencionar las marcas sin meterse en problemas, pero casi que estoy al 100% de acuerdo con el comentario. Con ese coche (da igual el modelo, basta que sea de la misma marca), que se comporte como un regetonero en Miami beach y lleve esos complementos de conocidas marcas relacionadas con el lujo y obstentación ... pues con esos ingredientes tienes todo lo que necesitas como para categorizarlo como "no trigo limpio" (por no decir algo peor). Odio esterotipar, pero es que todos los "no trigo limpio" van del mismo palo (misma marca de coche, misma ropa, mismos gustos musicales, mismos complementos y joyas.
Me pregunto que clase de clientes te puedes encontrar en un concesionario de esa marca.
PD.- yo cada vez que me cruzo o veo que se acerca un BM..., me aparto porque no quiero problemas con esa gente. Hasta los de verde se esconden o se hacen los locos para no meterse en problemas, algunos son gente muy peligrosa.
#1 ¿Lo dices por la marca del coche? Es una lástima que yo asocie una buena marca a gente que presume de dinero pero no de gusto, o a lo más zafio y bajuno, debería de darle una oportunidad.
#6 Precisamente en otra noticia acerca del asesinato de un chaval por parte de integrantes de una banda he tenido una discusión acalorada por algo parecido. Sólo porque eran menores se acogen a los derechos humanos del menor y ya no tienes derecho a odiarles por lo que han hecho ni a compadecerte de la madre del asesinado. Como dicen por ahí: la libertad de uno termina donde empieza la libertad del otro. A lo que voy: yo personalmente no te acuso de incitación al odio, dadas las circunstancias que definen este caso, que dicho explotador sea juzgado convenientemente y señalado para escarnio público.
#14 ahí es donde se tendría que meter mano fuerte.. oferta y demanda.. sin demanda... no hay oferta...
pero habrán quedado fuera porque no serán unos mindundis precisamente... cheque, apretón de manos y a otra cosa..
#24 ¿Peligro de muerte porque lo conduce un irresponsable? Pregunto por saber lo que opinas, porque si es así coincido contigo, he vivido casos de cerca.
#16 cuando digo que no se ve siempre me he ido antes al modo incógnito
A veces (sí) cambia según SO, navegador o como le dé
De ahí que no haya votado nada (pero que la solución sea copiar el artículo… sigue siendo un despropósito)
#1 Pues que no te sorprenda tanto, este país está lleno de gilipollas con dinero, cosa que obviamente no es excluyente. Hay auténticos analfabetos que tienen negocios ilegales de toda índole, pero no han abierto en su vida un libro. Su cabeza, en realidad, es un puto espantapájaros. Y estos gilipollas son la materia prima de multitud de otros gilipollas, tipo redes sociales.
Supongo que todo irá cayendo por su propio peso, es algo que suele pasar.
Comentarios
Siempre me ha parecido fascinante la fascinacion de lo más gañán y deplorable de la sociedad, por la ostentación más hortera hasta el punto de que hay cieras marcas de supuesto "prestigio" que no se vosotros pero yo asocio irremediablemente a cateto.
#1 Totalmente de acuerdo contigo. No encuentro el sentido a llevar en el pecho el logotipo de un lagarto a todas luces sobredimensionado, si no es para que lo vean desde todos los puntos del gastrobar.
"Notad que tengo dinero pero no gusto"
¿Puede alguien copiar y pegar el artículo en un comentario? Es muro de pago.
#3 UPS! perdón...
Zonas vip y Moët & Chandon de noche, amo de esclavos de día
La Policía Nacional libera a cinco víctimas y desmantela el negocio de una familia dedicada a captar a temporeros que explotaba en fincas de Andalucía, Castilla-La Mancha y Castilla y León
Cosmin, un rumano de 25 años, sale por fin del hospital. Acude a prestar declaración ante la Policía Nacional de Sevilla a pesar de que le han amenazado para que no lo haga. Aún se recupera de las heridas que le produjo un tractor que le pasó por encima mientras recolectaba naranjas de sol a sol en una finca cerca de Córdoba. Cobraba, cuando le pagaban, apenas 25 euros a la semana. La rueda le aplastó de cintura para arriba. Tras cuatro meses ingresado en un hospital, hoy está vivo de milagro. Llevaba un año trabajando para un compatriota como un esclavo. “Quise irme, pero me dijeron que debía 2.000 euros y que tenía que trabajar cuatro años más para pagarlo”, le dijo al agente en su declaración. Alertados por su testimonio, los policías deciden esconder a Cosmin inmediatamente. Corría el riesgo de que su jefe y explotador lo hiciese desaparecer.
Esta es una historia de trata y de explotación laboral y sexual. De hambre, de pobreza. Pero también de lujos, champán, fugas y de una operación policial contra el reloj liderada por la Brigada Central contra la Trata de Seres Humanos y la Unidad de Redes de Inmigración Ilegal y Falsedades Documentales de Sevilla: más de 30 agentes repartidos por Sevilla, Madrid, Toledo y Salamanca. Un relato de cómo el campo esconde y facilita que empresarios y traficantes descarnados caminen a sus anchas y se hagan de oro a costa del trabajo esclavo de extranjeros.
Cosmin no es su nombre real, aún es una víctima de trata protegida. La suya siempre ha sido una vida de miseria. A los cuatro años, su madre lo dejó a cargo de sus abuelos y, cuando estos murieron, empezó a mendigar. No sabe leer ni escribir. Solo fue un año a la escuela. Tiene además una discapacidad intelectual. En 2021, un tío suyo se interesó por él. Le ofreció irse a España a trabajar a las órdenes de un rumano llamado R., que le pagó un billete de autobús hasta Sevilla. 35 horas de viaje. El viaje fue la primera deuda que contrajo. Nada más llegar, R., el patrón, le quitó sus documentos y su tío se esfumó del mapa.
Había sido engañado, aunque él aún no lo sabía. La oferta laboral prometía 700 euros al mes con alojamiento y una comida al día por recoger naranjas y patatas. Las condiciones anunciadas ya eran ilegales, pero la realidad era mucho peor y cada día que pasaba debía más dinero, por la comida, por el transporte a las plantaciones, por la cama en la que dormía... incluso por las deudas contraídas por su tío. Recibía 25 euros a la semana por trabajar desde el amanecer hasta el anochecer. De lunes a sábado. Solo descansaba 30 minutos para hacer sus necesidades y poder comer algo. El sueldo apenas le llegaba para alimentarse, racionaba su comida. Pasaba hambre. Perdió peso y masa muscular. Un día llegó a desmayarse mientras recolectaba. Y cuando recuperó el conocimiento, el jefe le ordenó seguir recogiendo fruta, de inmediato. Después de un año trabajando, debía más dinero del que había ganado.
Cosmin no era el único trabajador explotado, pero quizá sí el más vulnerable. Al salir del tajo, se juntaba con otros 11 compatriotas en una casa de pueblo andaluz de cuatro habitaciones, donde también vivía R., junto a su mujer y su hijo, que vigilaban sus movimientos permanentemente. Ninguno podía salir de esa casa sin permiso, según fuentes policiales. La docena de rumanos dormían pegados, sin espacio, de dos en dos, en tres camas pequeñas.
Mientras los temporeros trataban de dormir apretujados, R. se marchaba a la discoteca en su BMW de 100.000 euros. El Instagram de R. es un escaparate de sus juergas en zonas vip de Madrid, Salamanca y Sevilla en las que brindaba con botellas de Moët & Chandon y fumaba shisha a ritmo de reggaeton. R., un hombre grueso, con barba y tatuajes en los brazos, viste de marcas de lujo de arriba abajo, como Dolce&Gabana y Armani. En su bandolera de Gucci llevaba miles de euros en efectivo. El rumano sonríe poco, a pesar de esa vida a todo trapo de la que presume en sus fotos. Fuera de las redes, esconde una vida secreta en la que él y varios de sus familiares alimentan un lucrativo negocio de explotación de trabajadores del campo en Andalucía, Castilla-La Mancha y Castilla y León. Hasta que un tractor activó las alarmas.
Una mañana del pasado mes de abril, Cosmin tropezó en el campo y acabó bajo la rueda de un tractor. Llegó al hospital muy grave y los médicos alertaron a la policía que tuvo que esperar a que saliese de la UCI para interrogarle. R. se les adelantó y llamó a su subordinado para advertirle de que si los agentes aparecían no dijera nada. La amenaza no funcionó, Cosmin habló en noviembre y se puso en marcha una investigación para capturar a R. y sus cómplices. Los policías también intentaron proteger a Cosmin en un alojamiento especial, pero los agentes pronto se dieron cuenta de que R. averiguó dónde estaba. Lo trasladaron corriendo a 200 kilómetros de Sevilla, pero el rumano no entendía bien el peligro que corría y regresó. Se instaló para mendigar en la estación de autobuses de Sevilla donde, enseguida, un integrante de la red de R. lo descubrió. Y lo secuestró.
La policía se vio obligada entonces a acelerar los pasos de unas pesquisas que acababan de comenzar. “Al darnos cuenta de que desaparece, montamos un gran dispositivo”, cuenta un miembro de la investigación. “Estuvimos 24 horas, más de 30 agentes buscándolos”. Los explotadores conocen bien la zona rural de la provincia de Sevilla, pero se pusieron nerviosos, cometieron errores y facilitaron las primeras detenciones, aunque nadie hablaba. Presionados por el cerco policial, los tratantes acabaron abandonando a Cosmin en la calle. “En estos casos, la experiencia te dice que si hay una víctima tiene que haber más”, explica el agente. Y así fue. Los policías fueron esa noche a la estación de autobuses y comprobaron que una sola persona había comprado diez billetes con destino a Rumania. La red estaba llevándose lejos a sus víctimas, algo que se confirmó cuando uno de los investigados apareció con una furgoneta con tres hombres y una mujer. Más esclavos. Ella, además, se derrumbó durante la declaración policial y confesó que su trabajo no era en ninguna plantación, sino en un piso donde le obligaban a prostituirse por 40 euros a la semana.
La Policía Nacional, con la colaboración de la agregada de Interior en la Embajada de Rumania en Madrid, detuvo al final a ocho personas y liberó a cinco víctimas, aunque podrían ser decenas. R. y sus parientes, en cualquier caso, eran solo algunas piezas del puzzle. Tras su negocio hay empresarios que le contratan a él y a muchos como él para recolectar sus cosechas, pero los dueños de las fincas han quedado fuera del radar policial.
Acabar en la cárcel por esclavizar trabajadores no es tan común en España. A pesar de las más de 5.000 inspecciones que se hicieron en 2021, solo se identificaron 51 víctimas (el número más bajo de los últimos años, según los datos oficiales del Ministerio del Interior), la mayor parte en Andalucía. Tan solo hubo 31 detenciones. Es la llamada “cifra negra de criminalidad”, en la jerga policial. El número de víctimas es mucho mayor del que aparece en las estadísticas, pero no denuncian, falta fiscalización y las grandes extensiones agrícolas ayudan a camuflar las ilegalidades.
Un mes después de su detención, el pasado 28 de diciembre, R., en libertad bajo fianza, subió un nuevo vídeo a su Instagram en el que se le volvió a ver con sus amigos en la zona vip de una discoteca de Salamanca al son de la canción Aprendí, del rapero Morad: “Mamá, por favor, no abra puerta a policía. Ella no la abría porque era comisaría”.
#2 A mi me recuerda a la llamada de atención para la cópula:
La virgen que asco, de verdad. Pero lo mejor de todo esto es que si te atreves a decir que a todos estos hijos de puta habría que cogerlos y echarlos a una hoguera encima te acusan de incitación al odio. Porque claro, pobrecitos, que ellos tambien tienen derecho a no ser odiados...
#4 Es muro de pago porque el medio quiere que solo el subscriptor lo lea y tu solución es copiar el artículo entero?
#7 Que coja el muro de pago y se salga del internet público y cree su propio internet. Con casinos. Y furcias.
Es un claro ejemplo a pequeña escala de cómo funciona el mundo.
#7 y que tiene de malo? Es algo habitual aquí.
#9 Bien visto
#10 yo pocas veces lo he visto. Más bien he visto pegar el artículo traducido cuando el enlace está en otro idioma.
A mi también me parece mal pegar el artículo entero, y supongo que al sitio este no le hará gracia. Luego vendrán las denuncias y nos quejamos.
#10 Yo no voto algo que no pueda leer y, también, dice mucho: o votas sin leer bien salvo el titular o regalan las subscripciones a El Pais/Lo que sea como si no hubiera un mañana
#6 A mi lo que me sorprende es que el dueño de la finca, que es el que contrata y paga quede fuera de la responsabilidad, así no se termina con estos casos, que yo sepa en construcción las subcontratas deben presentar que los trabajadores están al corriente de sus seguridad social y sus nóminas al corriente para poder trabajar
#10 pues para empezar es una violación de los derechos de autor
#3 #7 Yo lo leo y no lo pago. Creo que como otros periodicos puedes leer un máximo de veces gratis por un periodo (usando cookies, etc)
#9 Es interesante darse cuenta de que muchas cosas funcionan igual independientemente de la escala a la que se apliquen. Esto permite hacer simulaciones baratas de lo que pasará cuando se aplique a lo grande. En arquitectura, en aeronáutica.. se utiliza en muchos ámbitos. En el sociológico también.
"Un mes después de su detención, el pasado 28 de diciembre, R., en libertad bajo fianza...."
Si es que tenemos unos jueces....
https://elsolrevista.com/explotacion-laboral-zonas-vip-y-moet-chandon-de-noche-amo-de-esclavos-de-dia-espana/
#1 No se si por aquí se pueden mencionar las marcas sin meterse en problemas, pero casi que estoy al 100% de acuerdo con el comentario. Con ese coche (da igual el modelo, basta que sea de la misma marca), que se comporte como un regetonero en Miami beach y lleve esos complementos de conocidas marcas relacionadas con el lujo y obstentación ... pues con esos ingredientes tienes todo lo que necesitas como para categorizarlo como "no trigo limpio" (por no decir algo peor). Odio esterotipar, pero es que todos los "no trigo limpio" van del mismo palo (misma marca de coche, misma ropa, mismos gustos musicales, mismos complementos y joyas.
Me pregunto que clase de clientes te puedes encontrar en un concesionario de esa marca.
PD.- yo cada vez que me cruzo o veo que se acerca un BM..., me aparto porque no quiero problemas con esa gente. Hasta los de verde se esconden o se hacen los locos para no meterse en problemas, algunos son gente muy peligrosa.
#1 ¿Lo dices por la marca del coche? Es una lástima que yo asocie una buena marca a gente que presume de dinero pero no de gusto, o a lo más zafio y bajuno, debería de darle una oportunidad.
#6 Precisamente en otra noticia acerca del asesinato de un chaval por parte de integrantes de una banda he tenido una discusión acalorada por algo parecido. Sólo porque eran menores se acogen a los derechos humanos del menor y ya no tienes derecho a odiarles por lo que han hecho ni a compadecerte de la madre del asesinado. Como dicen por ahí: la libertad de uno termina donde empieza la libertad del otro. A lo que voy: yo personalmente no te acuso de incitación al odio, dadas las circunstancias que definen este caso, que dicho explotador sea juzgado convenientemente y señalado para escarnio público.
#14 ahí es donde se tendría que meter mano fuerte.. oferta y demanda.. sin demanda... no hay oferta...
pero habrán quedado fuera porque no serán unos mindundis precisamente... cheque, apretón de manos y a otra cosa..
#21 Yo más que mal gusto veo peligro de muerte y, por desgracia, la mayoría de las veces tengo razón...
#24 ¿Peligro de muerte porque lo conduce un irresponsable? Pregunto por saber lo que opinas, porque si es así coincido contigo, he vivido casos de cerca.
#25 si, claro, por el que lo conduce, el coche en si no hace daño. Soy motorista y me las he visto unas cuantas veces...
#16 cuando digo que no se ve siempre me he ido antes al modo incógnito
A veces (sí) cambia según SO, navegador o como le dé
De ahí que no haya votado nada (pero que la solución sea copiar el artículo… sigue siendo un despropósito)
#26 Y a mí cruzando en un paso de cebra, no había terminado de llegar a la acera y un energúmeno de esos con BMW me pasó rozando con un acelerón.
#28 Mira, yo no creo en dios, pero algunas desgracias no pasan por milagro... ...me voy que me enervo
#29 Si, en serio, yo también pienso por qué hay gente así al volante.
#23 Vamos lo de siempre , el poderoso se queda sin pena pero engorda su cartera
#1 Pues que no te sorprenda tanto, este país está lleno de gilipollas con dinero, cosa que obviamente no es excluyente. Hay auténticos analfabetos que tienen negocios ilegales de toda índole, pero no han abierto en su vida un libro. Su cabeza, en realidad, es un puto espantapájaros. Y estos gilipollas son la materia prima de multitud de otros gilipollas, tipo redes sociales.
Supongo que todo irá cayendo por su propio peso, es algo que suele pasar.