LITERATOS. Compartimos fragmentos.
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Así que quieres ser escritor?

Si no te sale ardiendo de dentro,

a pesar de todo,

no lo hagas.

A no ser que salga espontáneamente de tu corazón

y de tu mente y de tu boca

y de tus tripas,

no lo hagas.

Si tienes que sentarte durante horas

con la mirada fija en la pantalla del computador

o clavado en tu máquina de escribir

buscando las palabras,

no lo hagas.

Si lo haces por dinero o fama,

no lo hagas.

Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama,

no lo hagas.

Si tienes que sentarte

y reescribirlo una y otra vez,

no lo hagas.

Si te cansa solo pensar en hacerlo,

no lo hagas.

Si estás intentando escribir

como cualquier otro, olvídalo.

Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti,

espera pacientemente.

Si nunca sale rugiendo de ti, haz otra cosa.

Si primero tienes que leerlo a tu esposa

o a tu novia o a tu novio

o a tus padres o a cualquiera,

no estás preparado.

No seas como tantos escritores,

no seas como tantos miles de

personas que se llaman a sí mismos escritores,

no seas soso y aburrido y pretencioso,

no te consumas en tu amor propio.

Las bibliotecas del mundo

bostezan hasta dormirse

con esa gente.

No seas uno de ellos.

No lo hagas.

A no ser que salga de tu alma

como un cohete,

a no ser que quedarte quieto

pudiera llevarte a la locura,

al suicidio o al asesinato,

no lo hagas.

A no ser que el sol dentro de ti

esté quemando tus tripas, no lo hagas.

Cuando sea verdaderamente el momento,

y si has sido elegido,

sucederá por sí solo y

seguirá sucediendo hasta que mueras

o hasta que muera en ti.

No hay otro camino.

Y nunca lo hubo.

Charles Bukowski

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Nunca más es mucho tiempo

A las afueras de la ciudad llegaron a un supermercado. Varios coches viejos en un aparcamiento sembrado de desperdicios. Dejaron allí el carrito y recorrieron los sucios pasillos. En la sección de alimentación encontraron en el fondo de los cajones unas cuantas judías verdes y lo que parecían haber sido albaricoques, convertidos desde hacía tiempo en arrugadas efigies de sí mismos. El chico le seguía. Salieron por la puerta de atrás de la tienda. En el callejón unos cuantos carritos, todos muy oxidados. Volvieron a pasar por la tienda buscando otro carrito pero no había ninguno más. Junto a la puerta había dos máquinas de refrescos que alguien había volcado y abierto con una palanca. Monedas esparcidas por la ceniza del suelo. Se sentó y paseó la mano por las tripas de las máquinas y en la segunda palpó un cilindro frío de metal. Retiró lentamente la mano y vio que era una Coca-Cola.

¿Qué es, papá?

Una chuchería. Para ti.

¿Qué es?

Ven. Siéntate.

Aflojó las correas de la mochila del chico y dejó la mochila en el suelo detrás de él y metió la uña del pulgar bajo el gancho de aluminio en la parte superior de la lata y la abrió. Acercó la nariz al discreto burbujeo que salía de la lata y luego se la pasó al chico. Toma, dijo.

El chico cogió la lata. Tiene burbujas, dijo.

Bebe.

El chico miró a su padre y luego inclinó la lata para beber. Se quedó allí sentado pensando en ello. Está muy rico, dijo.

Así es.

Toma un poco, papá.

Quiero que te la bebas tú.

Sólo un poco.

Cogió la lata y dio un sorbo y se la devolvió. Bebe tú, dijo. Quedémonos aquí sentados un rato.

Es porque nunca más volveré a beber otra, ¿verdad?

Nunca más es mucho tiempo.

Fragmento de La carretera (2006), de Cormac McCarthy

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Advocatorum...

" Los abogados suelen exagerar su astucia: les gusta dar a entender que la justicia es un juego muy complejo; los tribunales, escenarios teatrales en miniatura, y los clientes, una mera excusa para que ellos entren en escena. También tienen la inquietante costumbre de que los voten para ocupar cargos políticos o los nombren para comisiones gubernamentales, y así pueden promover leyes que lo obligan a uno a contratar a un abogado simplemente porque no hay quien las entienda."

(James Crumley. "El último beso")

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"Factótum" - Charles Bukowski

Los domingos eran cojonudos porque estaba solo, y no tardé en llevarme una botellita de whisky al trabajo. Uno de estos domingos, después de una noche de borrachera brutal, la botellita mañanera me dio la puntilla; perdí la noción de todo. Aquella noche, al llegar a casa, tenía la vaga impresión de haber tenido una actividad algo inusual. Se lo dije a Jan a la mañana siguiente, antes de irme al trabajo.

—Creo que ayer jodí la marrana. Pero a lo mejor son todo figuraciones mías.

Entré y fui a fichar en el reloj. Mi ficha no estaba en el panel. Me di la vuelta y fui a ver

a la vieja que llevaba la oficina de personal. Cuando me vio pareció ponerse nerviosa.

—Señora Farrington, ha desaparecido mi ficha del reloj.

—Henry, yo siempre creí que eras un chico decente.

-¿Sí?

—¿Es que ya no te acuerdas de lo que hiciste? —me preguntó, mirando nerviosamente

a su alrededor.

—No, señora.

—Estabas borracho. Encerraste al señor Pelvington en el retrete de caballeros y no le

dejabas salir. Le tuviste encerrado durante media hora.

—¿Qué le hice?

—No querías dejarle salir.

—¿Quién es?

—El gerente de este hotel.

—¿Y qué más hice?

—Estuviste sermoneándole sobre cómo dirigir este hotel. El señor Pelvington ha estado en el negocio de hostelería durante treinta años. Le dijiste que las prostitutas debían ser hospedadas sólo en el primer piso y que debían someterse a exámenes médicos periódicos. No hay prostitutas en este hotel, Chinaski.

—Oh, ya lo sé, señora Pelvington.

—Farrington.

—Señora Farrington.

—También le dijiste al señor Pelvington que sólo hacían falta dos hombres para descargar los camiones en vez de diez, y que cesarían las sustracciones si a cada empleado se le diera una langosta viva para llevar a casa cada noche, en una jaula especialmente construida que pudiera llevarse en autobuses y tranvías.

—Tiene usted un gran sentido del humor, señora Farrington.

—El guardia de seguridad no consiguió que soltaras al señor Pelvington. Le rompiste la gabardina, estabas frenético. Fue sólo después de que llamáramos a la policía cuando le dejaste libre.

—¿Debo presumir que estoy despedido?

— Presumes correctamente, Chinaski.

Salí por detrás de una pila de cestas de langostas. Cuando la señora Farrington dejó de mirarme, torcí hacia la cafetería de personal. Todavía tenía mi tarjeta de ali-

mentación. Podía tomarme un último almuerzo de categoría. La comida era tan buena como la que les daban a los clientes en el piso de arriba y además te ponían mayores raciones. Agarré mi tarjeta y entré en la cafetería, cogí una bandeja, cuchillo y tenedor, una taza y varias servilletas de papel. Me acerqué al mostrador de la cocina. Entonces levanté la mirada. Clavado a la pared detrás del mostrador había un pedazo de cartón con una rotunda frase escrita en letras grandes:

NO LE DEN DE COMER A HENRY CHINASKI

Volví a dejar la bandeja y los cubiertos sin que se dieran cuenta. Salí de la cafetería.

Atravesé el patio de carga, luego salí al callejón. Me crucé con otro vagabundo.

—¿Tienes un cigarro, colega?

Saqué dos, le di uno y yo tomé el otro. Se lo encendí, luego encendí el mío. El se fue

hacia el este y yo hacia el oeste.

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Año Nuevo

A primeros de enero de un año cualquiera,

con amores y nombres seleccionados,

con los huesos maduros a mitad de mi vida

me PROMETO solemne no sufrir demasiado.

 Si me pegan, que peguen,

si me aciertan, me han dado,

y si pierdo en la Rifa,

será porque he jugado.

 

Me fastidian las penas,

me da alergia el enfado,

con el ceño fruncido

parezco un feto raro.

Año nuevo vida nueva

(¡Qué tópico más sano!)

Nueva luz ilumina

mi ascensor apagado

de subir a deshora

de estar comunicando,

de hacer la angustia en verso

de hacer el tonto en vano,

de sembrar mis insomnios

de tachuelas y clavos.

 

A mitad de mi vida

de par en par sonrisa y puerta abro,

—que no quiero acabar por los pasillos

con el corazón apolillado—.

 

PROMETO no volver

a ahogaros en mi llanto,

no volver a sufrir,

sin un motivo muy

justificado.

Gloria Fuertes

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Cómo se escribe una novela negra (¿se puede freír un huevo sin romperlo?)

El texto es de Mariano Sánchez Soler y está publicado aquí.

***

Aunque, como autor, he reflexionado poco sobre el acto creativo y sobre la técnica narrativa que utilizo al escribir mis novelas, me veo en la obligación, debido a las intensas pesquisas realizadas desde la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, de mostrar la flor de mi secreto: cómo se escribe una novela negra. Bien, la suerte está echada. Como dijo Jack el Destripador: «Vayamos por partes».

1. La búsqueda de la verdad. Si el objetivo de cualquier aventura, de cualquier creación artística, es la búsqueda de la verdad (y si no, que se lo pregunten a Alonso Quijano), la novela negra es la expresión más nítida de esta indagación literaria. Su objeto narrativo nace de la necesidad de desvelar un hecho oculto/misterioso que nos mantiene sobre ascuas. A través de sus páginas, el autor se propone, además, desentrañar el impulso escondido que mueve a los personajes y que justifica la existencia del relato desde el principio al fin.

2. La intriga: del quién al cómo. Una novela negra debe escribirse con esa voluntad de intriga, de revelación; cada capítulo, cada página, tiene que conducir al lector hasta la conclusión final sin concederle el más mínimo respiro. Sin embargo, a diferencia de la novela rompecabezas clásica (Christie, Conan Doyle...), que cimentó la gloria de la novela policiaca desde los inicios de la era industrial, en la novela negra escrita a partir de Hammett, con la corriente hard-boiled (duro y en ebullición), tanto o más importante que saber quién o quiénes cometieron un hecho criminal es descubrir cómo se llega hasta la conclusión. Ahí está Cosecha roja, del gran Dashiell, cualquiera de las novelas de Chandler o el Chester Himes de Un ciego con una pistola como ejemplos del cómo. También es importante el por qué, aunque su respuesta puede resultar secundaria en una sociedad como la nuestra, en la que, como todo el mundo sabe, es más rentable fundar un banco que atracarlo.

3. La acción esencial. Si en la definición clásica de Stendhal «una novela es un espejo a lo largo de un camino», la novela negra es una narración itinerante que describe ambientes y personajes variopintos mientras se persigue el fin, la investigación, la búsqueda. La acción manda sobre los monólogos interiores, y la prosa, cargada de verbos de movimiento, se hace imagen dinámica y emocionante. Es un camino urbano, ajeno a las miradas primarias y a las mentes bienpensantes, donde la creación de personajes y la descripción de ambientes resulta fundamental y exige al autor una planificación previa a la escritura. Aquí radica uno de los rasgos esenciales de la novela negra, que la convierte, de este modo, en novela urbana, social y realista por antonomasia.

4. El argumento. Veamos: aventura indagatoria, intriga, realismo, crítica social, espejo en movimiento... Sin embargo, como diría Oscar Wilde, para escribir una novela (negra) sólo se precisan dos condiciones: tener una historia (criminal) que contar y contarla bien. ¿Y qué debemos hacer para conseguirlo? Antes de empezar a escribir, es preciso tener un argumento desarrollado, una trama en ciernes, un esquema básico de la acción por la que vamos a transitar. Saber qué historia queremos contar: su tema central. Después, al correr de las páginas, los acontecimiento marcarán sus propios caminos, a veces imprevisibles, pero el autor siempre sabrá hacia dónde dirige su relato. Un buen mapa ayuda a no perderse.

5. Lo accesorio no existe. La voluntad de contar una historia y atrapar con ella al lector permite pocas florituras y ningún titubeo. Toda la narración ha de estar en función de la historia que pretendemos escribir. Si leemos 1.280 almas, de Jim Thompson, por ejemplo, descubrimos que el novelista escribió una historia exacta, ajustada, sin ningún pasaje prescindible. No en vano, es una obra maestra de la narrativa moderna. Es cierto: una novela criminal puede contener todo tipo de elementos disgregadores de la trama, divagaciones caprichosas, puede cambiar de espejo a lo largo del camino; pero entonces no nos encontraremos ante una novela negra, aunque se mueva alrededor de la resolución de un crimen o se describa un proceso judicial. En la novela negra, como en la poesía, lo accesorio no existe. Un poema puede ser bellísimo, pero si quiere llamarse soneto tendrá que escribirse, como mínimo, en endecasílabos. Es una regla fundamental del juego. Lo mismo ocurre con la novela negra: hay que elaborarla en función de unas reglas (que aquí estoy disparando a quemarropa) aceptadas a priori por el autor. Y para que sea buena literatura, hay que escribirla bien.

6. La construcción de los personajes. Cuestión clave: antes de comenzar a escribir, conviene saberlo todo sobre ellos. Su pasado, su psicología, su visión del mundo y de la vida... Si conocemos a los personajes principales (y muy especialmente al narrador o conductor de la historia, si es uno), el relato discurrirá fácilmente, se deslizará a través de las páginas como el jabón sobre una superficie de mármol y el lector no podrá abandonar el libro hasta el párrafo final. Para ello se aconseja realizar una biografía resumida de los personajes principales, como si se tratara de una ficha policial o un currículum para obtener trabajos basura, dos instrumentos de la vida real muy útiles en la creación literaria.

7. La fuerza de los diálogos. Cuando hablan, los personajes deben utilizar la jerga precisa, sin abusar, con palabras claves, pero sin caer en un lenguaje incomprensible y cambiante. Vale la pena utilizar de manera comedida palabras profesionales. Por ejemplo, si habla un policía, cuando vigila a un sospechoso está marcándole; un confidente es un confite; cuando matan a alguien, le dan matarile... Cada diálogo cuenta una historia, y muchos personajes que desfilan por la novela negra se muestran a sí mismos a través de sus palabras. El diálogo es un vehículo para mostrar su psicología y sus fantasmas. Un ejemplo clásico: Marlowe, en El sueño eterno, se disculpa ante la secretaria de Brody, a la que ha golpeado:

-¿Le he hecho daño en la cabeza? -pregunta el detective.

-Usted y todos los hombres con los que me he tropezado -contesta la mujer.

8. Documentarse para ser verosímil. Para que el lector se crea el relato que se está contando, el autor debe documentarse con el objetivo de no caer en mimetismos fáciles (especialmente cinematográficos). Por ejemplo, en España los jueces no usan el mazo, como los anglosajones, sino una campanita; los detectives españoles no investigan casos de homicidio ni llevan pistola (salvo rarísimas excepciones). Hay que conocer las cuestiones de procedimiento, no para convertir la novela en un manual, sino para no caer en errores de bulto. La verosimilitud lo exige para que el lector se crea nuestra historia. Hay que saber de qué se está hablando. Por ejemplo, de qué marca y calibre es la pistola reglamentaria de la policía española, ¿una pistola es lo mismo que un revólver?, cómo se realiza en España un levantamiento de cadáver..., y tantas otras dudas que surgen a lo largo de la acción.

9. El mundo del crimen. Si la trama que mueve una novela negra ha de ser creíble, los métodos del crimen también. La conclusión de un hecho criminal ha de llegar por los caminos de la razón. En el siglo XXI, los enigmas rocambolescos, los venenos exóticos y las conspiraciones insólitas han sido reemplazados por la corrupción institucional, las mafias, los delitos económicos vestidos de ingeniería financiera o el crimen de Estado. Vivimos en una era post-industrial donde la novela negra es un testigo descarnado de las cloacas que mueven el mundo, más allá del agente moralizador de la burguesía que campaba en las páginas de las novelas-enigma tradicionales. Los tiempos han cambiado y no hay retorno posible. El realismo y la denuncia imponen su rostro literario. Los mejores personajes de la novela negra actual son malas personas, pero, como diría Orwell, algunas son más malas que otras.

Y 10. Advertencia final: nada de trucos. Poe, en el Doble crimen de la calle Morge, inauguró el género policiaco y el género negro posterior al crack de 1929, porque, al escribir esta historia, planteó al lector el juego de descubrir una verdad, en apariencia sobrenatural, con las armas de la razón, a través de una investigación detectivesca. Esa voluntad del novelista, esta complicidad con el lector, exige al escritor no hacer trampas en la construcción de sus historias criminales y plantea, al mismo tiempo, una relación privilegiada con el receptor de sus novelas. Divertir, entretener, emocionar, escribir para ser leído... ¿No es este el objetivo de la Literatura? Hay que jugar limpio con el lector. ¡Las manos quietas o disparo! Para freír un huevo, es preciso romper la cáscara. Siempre.

Mariano Sánchez Soler. "Cómo se escribe una novela negra (¿se puede freír un huevo sin romperlo?)"

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Mike Tyson parafraseando a un mariscal prusiano

Todo el mundo tiene un plan… hasta que le sueltas la primera hostia.

Mike Tyson

Ningún Plan, por bueno que sea, resiste su primer contacto con el enemigo, con la realidad.

Mariscal de Campo Helmuth Carl Bernard von Moltke apodado el viejo.

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El valor y la humanidad de la derrota

Pienso que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. En manejarse en ella. En la humanidad que de ella emerge. En construir una identidad capaz de advertir una comunidad de destino, en la que se pueda fracasar y volver a empezar sin que el valor y la dignidad se vean afectados. En no ser un trepador social, en no pasar sobre el cuerpo de los otros para llegar el primero.
Pier Paolo Pasolini

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No preguntes

No preguntes a los hombres lo que quieren. ¿Acaso le preguntas a la tierra si quiere concebir el trigo? ¿Acaso le preguntas al trigo si quiere convertirse en pan?

Ciudadela. Antoine de Saint Exupery.

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Sobre los distintos conceptos del tiempo en las culturas

Cada cultura posee su manera de ver la naturaleza, de conocerla, o lo que es lo mismo: cada cultura tiene su naturaleza propia y peculiar, que ningún otro tipo de hombres puede poseer en igual forma. De la misma suerte, también cada cultura —y en ella, con diferencias de escaso valor, cada individuo— tiene su peculiar manera de ver la historia, en cuyo cuadro, en cuyo estilo, intuye, siente y vive inmediatamente lo general y lo personal, lo interior y lo exterior, el devenir historicouniversal y el devenir biográfico. Así, la tendencia autobiográfica de la humanidad occidental, que ya se manifiesta por modo impresionante en el símbolo de la confesión en la época gótica[32], es extraña por completo a los antiguos. La agudísima conciencia histórica de la Europa occidental se opone a la inconsciencia de los indios, cuya historia es como un sueño. ¿Qué imaginaban los hombres de la cultura arábiga, desde los cristianos primitivos hasta los pensadores del Islam, cuando pronunciaban la expresión «historia universal»? Pero si harto difícil es ya formarse una representación exacta de lo que sea para otros la naturaleza, el mundo mecánico, ordenado —y eso que en este caso la realidad cognoscible se unifica en un sistema comunicable—, habrá de ser de todo punto imposible penetrar con las fuerzas de nuestra propia alma, en el aspecto histórico del mundo, tal como lo ven culturas extrañas, es decir, en la imagen del devenir que hayan formado otras almas con otras disposiciones distintas de las nuestras. Siempre quedará un resto indescifrable, que será tanto mayor cuanto más escasos sean nuestro propio instinto histórico, nuestro ritmo fisiognómico, nuestro conocimiento o experiencia de los hombres. Sin embargo, la solución de este problema es una condición de toda inteligencia profunda del universo. El mundo histórico que circunda a los demás es una parte de su esencia, y nadie entenderá bien a otro hombre si no conoce su sentimiento del tiempo, su idea del sino, el estilo y el grado de conciencia que haya en su vida interior. Lo que no pueda averiguarse inmediatamente por confesiones, habremos de buscarlo en el simbolismo de la cultura externa. Solo así podremos tener acceso a lo que por sí mismo es inconcebible; de aquí el incalculable valor que para nosotros tienen el estilo histórico de una cultura y sus grandes símbolos del tiempo.

Ya hemos citado el reloj como uno de esos signos que casi nadie ha sabido comprender. El reloj es una creación de culturas muy desarrolladas, creación que aparece tanto más enigmática cuanto más se medita sobre ella. La humanidad antigua supo vivir sin relojes y lo hizo, en cierto modo, intencionadamente; hasta mucho después de Augusto la hora del día se computaba por la longitud de la sombra[33]. En cambio, los relojes de sol y de agua fueron de uso corriente en los dos mundos más viejos, el mundo del alma babilónica y el del alma egipcia, y estaban en relación con una cronología rigurosa y con una honda visión del pasado y del futuro[34]. Pero la existencia «antigua», euclidiana, puntiforme, transcurría sin referirse a nada, recluida en el presente. No debía haber en ella nada que señalase hacia el futuro y el pasado. Los antiguos no tuvieron arqueología, ni tampoco astrología, que es la inversión psíquica de aquella. Los oráculos y las sibilas antiguas, como los arúspices y augures etruscorromanos, no pretendían revelar el futuro lejano, sino resolver el caso particular que se presenta actualmente. No había en la conciencia general de los antiguos nada que se pareciese a una cronología. Las olimpíadas constituían un mero recurso literario. Lo importante no es averiguar si un calendario es bueno o malo, sino quién lo usa, y si la vida de la nación se rige efectivamente por él. En las ciudades antiguas no hay nada que haga recordar la duración, el tiempo antecedente, el porvenir; no se rodean las ruinas de piadosos cuidados; no se planean obras en beneficio de las generaciones venideras; no se hace una elección de material, que tenga sentido, aunque haya de vencer dificultades técnicas. El griego de la época dórica abandonó la técnica miceniana de la piedra y volvió a edificar con madera y barro, y, sin embargo, tenía a la vista los modelos de Micenas y de Egipto y vivía en una comarca donde abundaban los mejores materiales pétreos. El estilo dórico es un estilo de madera. En la época de Pausanias podía verse en el Heraión de Olimpia la última columna de madera, que aún no había sido sustituida. El alma antigua carece de órgano histórico, no tiene memoria en el sentido que hemos dado a esta palabra, es decir, facultad de mantener siempre presente la imagen del pasado personal y, tras ella, la del pasado nacional y universal[35] y, asimismo, el curso de la vida interior, no solo propia, sino también ajena. En la «Antigüedad» no hay «tiempo». Para el antiguo que vuelve la vista hacia la historia, el presente personal se destaca sobre un fondo que carece de toda ordenación temporal y, por lo tanto, histórica. Para Tucídides las guerras médicas, para Tácito las revueltas de los Gracos, forman ya parte de ese fondo[36]. Y lo mismo puede decirse de las grandes familias romanas, cuya tradición era una pura novela; recuérdese a Bruto, el asesino de César, y su firme creencia en sus famosos antepasados. La reforma del calendario por César puede considerarse casi como un acto de emancipación del antiguo sentimiento de la vida; pero César pensaba prescindir de Roma y transformar el Estado en un imperio dinástico, esto es, sometido al símbolo de la duración, con el centro de gravedad en Alejandría, de donde procede su calendario. El asesinato de César nos hace el efecto de la última convulsión del viejo sentimiento vital enemigo de la duración, encarnado en la polis, en la urbs Roma.

Los hombres de entonces vivían cada hora, cada día, por sí mismos. Y no sólo los individuos, griegos y romanos, sino también la ciudad, la nación, la cultura entera. Las fiestas rebosantes de fuerza y sangre, las orgías palatinas, las luchas del circo, bajo Nerón y Calígula, que Tácito, romano de pura cepa, nos describe exclusivamente, sin dedicar ni una mirada ni una palabra a la vida lenta de aquellos inmensos territorios que constituían las provincias, son la expresión última y magnífica de ese sentimiento euclidiano del mundo, que diviniza el cuerpo y el presente. Los indios, cuyo nirvana se caracteriza igualmente por la falta de cronología, no tuvieron tampoco relojes, ni, por lo tanto, historia, ni recuerdos, ni cuidados, ni preocupaciones. Eso que nosotros, hombres de eminente sentido histórico, llamamos la historia india, ha ido realizándose sin la menor conciencia de sí misma. Los mil años de cultura india que transcurren desde los Vedas hasta Buda nos producen el efecto de los movimientos que hace un hombre durmiendo. Allí la vida era realmente sueño. ¡Cuán diferentes, en cambio, son los mil años de nuestra cultura occidental! Nunca, ni siquiera en el «correspondiente» período de la cultura china, en el período Chu, con su finísimo sentido de las épocas[37], han estado los hombres más vigilantes; nunca han sido más conscientes; nunca han sentido el tiempo con mayor profundidad ni lo han vivido con un sentimiento más agudo de su dirección y de su movilidad, preñada de sinos. La historia de la Europa occidental realiza voluntariamente su sino, la historia india acepta el suyo con resignación. En la existencia griega los años no representan nada; en la historia india los decenios apenas significan algo; en el occidente europeo la hora, el minuto y hasta el segundo tienen su importancia. Ni un griego ni un indio hubieran podido representarse esa tensión trágica de las crisis históricas, en que los segundos pesan, como, por ejemplo, en los días de agosto de 1914. Los hombres profundos de Occidente pueden sentir esas crisis, incluso en sí mismos. Los helenos no. Las innumerables torres que se alzan sobre nuestro suelo occidental lanzan al espacio sus campanadas noche y día, insertando el futuro en el pasado, deshaciendo el efímero presente «antiguo» en una inmensa curva de relación. El descubrimiento de los relojes mecánicos se efectúa en el mismo momento en que nace nuestra cultura, esto es, en la época de los emperadores sajones[38]. No es posible representarse el hombre de Occidente sin una minuciosa cronometría, una cronología del futuro que corresponde exactamente a nuestra enorme necesidad de arqueología, de conservación, de excavaciones, de colecciones. La época del barroco exageró el símbolo gótico de los relojes hasta el punto grotesco de inventar los relojes de bolsillo, que acompañan por dondequiera al individuo[39].

Y junto al símbolo de los relojes hay otro no menos profundo e igualmente incomprendido: el de las formas de sepelio, santificadas por el culto y el arte de las grandes culturas. El gran estilo comienza en la India con los templos funerarios; en la Antigüedad, con los vasos fúnebres; en Egipto, con las Pirámides; en el cristianismo primitivo, con las catacumbas y los sarcófagos. En los tiempos primitivos coexisten en caótica mezcla muchas formas funerarias posibles, y cada cual se rige por la necesidad, la comodidad o la costumbre de su tribu. Pero pronto cada cultura elige una de esas formas y la eleva al supremo rango simbólico. El «antiguo», dirigido por un sentimiento vital profundo e inconsciente, prefirió la cremación, acto de aniquilamiento, en el cual recibe una expresión vigorosa su existencia euclidiana, que se atiene al ahora y al aquí. El antiguo no quería historia, ni duración, ni pasado, ni futuro, ni precauciones, ni descomposición; por eso destruyó lo que no tenía presente, el cuerpo de un Pericles, de un César, de un Sófocles, de un Fidias. El alma, empero, pasaba a formar parte de la legión informe, a quien estaban dedicados los cultos de los abuelos y las fiestas de las almas, celebradas por los miembros vivos de la familia, que pronto fueron descuidando esta obligación. Esa informe multitud de las almas constituye la más fuerte oposición a las genealogías que las familias occidentales inmortalizan en sus enterramientos, con todos los signos de la ordenación histórica. No hay otra cultura que sea en esto comparable a la cultura antigua[40], con una excepción significativa: la época primitiva de los Vedas en la India. Debe advertirse que en los tiempos homéricos, en la edad primera del dórico, se celebraba la cremación con todo el pathos de un símbolo recién creado, como se ve sobre todo en la Ilíada, yen cambio, aquellos hombres que yacían sepultados en las tumbas de Micenas, Tirinto y Orcómenos, y cuyas luchas fueron acaso las que dieron origen a la epopeya de Homero, habían sido enterrados casi a la manera egipcia. Cuando en la época imperial aparece, junto a la urna funeraria, el sarcófago, «el que se traga la carne»[41] —cristiano, judío y pagano—, es porque acaba de surgir un nuevo sentimiento del tiempo, del mismo modo que a las tumbas de Micenas sigue la urna de Homero.

En cambio, los egipcios, que conservaron su pasado en la memoria, en la piedra y en los jeroglíficos, tan concienzudamente que hoy, transcurridos cuatro mil años, podemos determinar con exactitud los números de sus reyes, quisieron también eternizar su cuerpo, y de tal suerte lo consiguieron, que los grandes faraones —¡símbolo de terrible sublimidad!— ostentan hoy día en nuestros museos los rasgos personales de su rostro, mientras que los reyes de la época dórica no han dejado rastro ni de sus nombres siquiera. Conocemos la fecha exacta de nacimiento y de la muerte de casi todos nuestros grandes hombres, a partir del Dante. Y ello nos parece la cosa más natural del mundo. Pero en la época de Aristóteles, en la cumbre de la evolución antigua, no se sabía ya si Leucipo, fundador del atomismo y contemporáneo de Pericles, había realmente existido un siglo antes. Es como si nosotros no estuviésemos seguros de la existencia de Giordano Bruno, o como si el Renacimiento quedase ya envuelto en las tinieblas de la leyenda.

Y esos mismos museos en donde depositamos los restos corpóreos del pasado, ¿no son también un símbolo de primer orden? ¿No conservan momificado el «cuerpo» de la cultura toda en su evolución? En millones de libros impresos hemos reunido fechas innumerables. En las cien mil salas de los museos de Europa hemos juntado todas las obras de todas las culturas muertas; y cada objeto, allí, aislado en la masa de la colección, sustraído al fugaz instante de su fin verdadero —que para un alma antigua hubiera sido lo único sagrado—, se disuelve, por decirlo así, en una infinita movilidad del tiempo. Recuérdese lo que los helenos llamaban mouseion —lugar destinado a las Musas—, y piénsese en el profundo sentido que manifiesta ese cambio de significación que ha sufrido la palabra.

La decadencia de Occidente. Oswald Spengler

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Ese trabajo tan bueno...

Una vez, un ratón, en pleno invierno, encontró un diminuto agujero en las paredes de un granero. Se estrujó, y se estrujó hasta que consiguió entrar. Aquello era el Paraíso. No había aves de rapiña, ni gatos, ni hurones... Y en cambio, se amontonaban allí verdaderas cordilleras de comida. El ratón pasó semanas caliente, comiendo a sus anchas... y engordó. Y cuando quiso salir, ya no cupo por el agujero. Por más que lo intentó, fue imposible.

Murió de pena.

¿Para qué entrar al granero, si el agujero es demasiado pequeño y si te sacias nunca podrás salir? No entres.

Diccionario Jázaro. Milorad Pavic.

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El puto PIB

La contratación de una cuadrilla de obreros, una semana, para construir un edificio, aumenta el PIB tanto como la contratación de la misma cuadrilla, una semana, para demoler un edificio. Con eso ya deberíamos saber de qué clase de magnitud "seria" hablamos.

Alvin Toffler. La tercera ola.

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Cartas del diablo a su sobrino

- ¿Y cómo lograste llevar tantas almas al infierno en aquella época?

- Por el miedo.

- Ah, sí. Excelente estrategia; vieja y siempre actual. ¿Pero de qué tenían miedo? ¿Miedo a ser torturados? ¿Miedo a la guerra? ¿Al hambre?

- No. Miedo a enfermarse.

- ¿Pero entonces nadie más se enfermaba en esa época?

- Sí, se enfermaban.

- ¿Nadie más moría?

- Sí, morían.

- Pero, ¿no había cura para la enfermedad?

- Había.

- Entonces no entiendo.

- Como nadie más creía o enseñaba sobre la vida eterna y la muerte eterna, pensaban que solo tenían esa vida, y se aferraron a ella con todas sus fuerzas, incluso si les costaba su afecto (no se abrazaban ni saludaban, ¡no tenían ningún contacto humano durante días y días!); su dinero (perdieron sus trabajos, gastaron todos sus ahorros, ¡Y aún se creían afortunados siendo impedidos de ganarse el pan!; su inteligencia (un día, la prensa decía una cosa y al día siguiente, se contradecía, ¡Y aún así se lo creían todo!), su libertad (no salían de la casa, no caminaban, no visitaban a sus parientes...¡Era un gran campo de concentración para prisioneros voluntarios! ¡Jajajajajaja!). Aceptaron todo, todo, siempre y cuando pudieran prolongar sus vidas miserables un día más. Ya no tenían la más mínima idea de que Él, y solo Él, es quién da la vida y la termina. Fue así. Tan fácil como nunca había sido."

Cartas del diablo a su sobrino. Atribuido a C.S. Lewis, pero en realidad apócrifo.

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El robot perdido

En Hyper Base, las medidas se tomaron con una especie de furia frenética; fue como el equivalente muscular de un grito histérico.

Para clasificarlas por orden de cronología y desesperación, fueron:

1. Todo trabajo en la Zona Hiperatómica que atraviesa el volumen espacial ocupado por las Estaciones del Grupo Asteroidal Veintisiete quedó inmovilizado.

2. Todo volumen espacial del Sistema quedó aislado, prácticamente hablando. Nadie podía entrar sin permiso. Nadie podía salir bajo ningún pretexto.

3. Los doctores Susan Calvin y Peter Bogert, respectivamente Jefe del Departamento de Psicología y Director del Departamento de Matemáticas de la United States Robots & Mechanical Men Inc. fueron llevados a Hyper Base por una nave de patrulla especial del Gobierno.

 Susan Calvin no había salido nunca de la superficie de la Tierra ni tenía especiales deseos de salir de ella. En una era de energía atómica y de clara aproximación a la Zona Hiperatómica, seguía siendo muy provinciana. Estaba, pues, descontenta de su viaje y poco convencida de su urgencia y todas las facciones de su rostro, a su media edad, lo demostraron claramente durante su primera cena en Hyper Base.

Tampoco la lívida palidez del doctor Bogert abandonaba una cierta actitud de recelo. Ni el general Kallner, que dirigía el proyecto, olvidó una sola vez de mantener una expresión obsesionada.

En una palabra, aquella comida fue un tétrico episodio y la pequeña conferencia de los tres que la siguió, empezó de una manera gris y melancólica.

Kallner, con su reluciente calva y su uniforme, que desentonaba con el resto del ambiente, tomó la palabra con visible inquietud.

—Es realmente toda una historia la que tengo que contarles. Tengo que darles las gracias por su llegada al primer aviso y sin motivo justificado. Trataremos de corregir todo esto, ahora. Hemos perdido un robot. El trabajo ha parado y debe seguir parado el tiempo necesario para encontrarlo. Hasta ahora hemos fracasado y tenemos la sensación de que necesitamos una ayuda científica.

Acaso el general sintiese que su declaración resultaba decepcionante porque, con cierta desesperación, continuó:

—No necesito decirles la importancia que tiene el trabajo que aquí realizamos. Más del ochenta por ciento de las adjudicaciones de investigación científica de este año han recaído sobre nosotros...

—Sí, eso ya lo sabemos —dijo Bogert amablemente—. U. S. Robots percibe cuantiosos ingresos anuales por el uso de nuestros robots.

Susan Calvin introdujo una brusca y avinagrada nota.

—¿A qué es debida la gran importancia de un solo robot para el proyecto y por qué no ha sido localizado?

El general volvió rápidamente su rostro congestionado hacia ella y se pasó la lengua por los labios.

—En cierto modo, lo hemos localizado. —Pero añadió, angustiado—: Me explicaré. En cuanto nos dimos cuenta de la desaparición del robot, se declaró el estado de guerra y todo movimiento en la Hyper Base cesó. El día anterior había aterrizado una nave mercante trayendo dos robots destinados a nuestros laboratorios. Quedaban sesenta y dos robots de..., del mismo tipo, para ser llevados a otros sitios. De esta cifra estamos seguros. No cabe la menor discusión posible.

—¿Sí? ¿Y qué relación...?

—Una vez nos fue posible localizar al robot desaparecido, y le aseguro que hubiéramos localizado una brizna de hierba si hubiese estado allí para ser localizada, nos devanamos los sesos contando los robots que quedaban en la nave. Había sesenta y tres.

—¿Entonces el sesenta y tres, supongo, es el hijo pródigo desaparecido? —dijo la doctora.

—Sí, pero no podemos saber cuál de los sesenta y tres es.

Hubo un profundo silencio mientras el reloj eléctrico daba nueve campanadas; y la doctora en psicología robotiana, dijo:

—Muy extraño...

Las comisuras de sus labios se inclinaron hacia abajo y se volvió hacia su compañero con un indicio de furor.

—Peter, ¿qué ocurre aquí? ¿Qué clase de robots utilizan en Hyper Base?

El doctor Bogert vaciló y sonrió débilmente.

—Hasta ahora ha sido una cosa de gran discreción, Susan... —dijo.

—Sí, hasta ahora —dijo ella rápidamente—. Si hay sesenta y tres ejemplares del mismo tipo, uno de los cuales se busca y cuya identidad no puede ser determinada, ¿por qué no puede servir uno cualquiera de ellos? ¿Qué significa todo esto? ¿Para qué nos han llamado?

—Si me permite usted un momento —dijo Bogert con aire resignado—, Hyper Base, Susan, emplea diversos robots cuyos cerebros no tienen impresa toda la Primera Ley Robótica.

- ¿Qué no tienen impresa...? —preguntó Susan, echándose para atrás—. Ya... ¿Y cuántos se hicieron?

—Pocos. Fue un pedido del Gobierno y no había manera de violar el secreto. No tenía que saberlo nadie más que los altos dirigentes. Usted no estaba incluida, Susan. No era nada con que yo tuviese que ver.

 Isaac Asimov, "Yo, robot". Fragmento del relato: "El robot perdido".

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--- Fausto ---

EL SEÑOR: ¿No tienes nada más que decir?, ¿sólo vienes aquí a acusar? ¿Es que no hay sobre la tierra nada bueno?

MEFISTÓFELES: No, Señor; sinceramente me parece que allí todo va tan mal como siempre. Compadezco la vida de calamidades que llevan los hombres. Ni siquiera me apetece atormentar a esos desdichados.

EL SEÑOR: ¿Conoces a Fausto?

MEFISTÓFELES: ¿El doctor?

EL SEÑOR: Mi servidor.

MEFISTÓFELES: Sí; y cierto es que os sirve de una manera muy peculiar. Ni la comida ni la bebida de ese insensato son terrenales. Su inquietud lo inclina hacia lo inalcanzable, pero percibe su locura sólo a medias. Le exige al Cielo las más hermosas estrellas y a la Tierra los goces más elevados y, sin embargo, nada cercano ni lejano sacia su pecho profundamente agitado.

EL SEÑOR: Aunque ahora me sirve en la confusión, pronto lo llevaré a la claridad. El jardinero sabe, cuando el arbolito echa renuevos, que le crecerán ramas y le saldrán frutas.

MEFISTÓFELES: ¿Qué apostáis? Todavía habéis de perder si me permitís llevarlo a mi terreno.

EL SEÑOR: Mientras él viva sobre la tierra, no te será prohibido intentarlo. Siempre que tenga deseos y aspiraciones, el hombre puede equivocarse.

MEFISTÓFELES: Te lo agradezco, pues con los muertos nunca me he entendido muy bien. Prefiero unas mejillas frescas y gordezuelas. Con un cadáver no me encuentro nunca a gusto: me pasa lo que al gato con el ratón.

EL SEÑOR: Bien, lo dejo a tu disposición. Aparta a esa alma de su fuente originaria y, si puedes aferrarla por tu camino, llévala abajo, junto a ti. Pero te avergonzará reconocer que un hombre bueno, incluso extraviado en la oscuridad, es consciente del buen camino.

MEFISTÓFELES: ¡Muy bien!, no tardaremos mucho tiempo. No me da miedo la apuesta. Permíteme, si logro mi objetivo, sentirme henchido por mi triunfo. Para mi regogijo, él tendrá que morder el polvo, como mi tía, la famosa serpiente.

EL SEÑOR: Podrás actuar con toda libertad. Nunca he odiado a tus semejantes. De todos los espíritus que niegan, el pícaro es el que menos me desagrada. El hombre es demasiado propenso a adormecerse; se entrega pronto a un descanso sin estorbos; por eso es bueno darle un compañero que lo estimule, lo active y desempeñe el papel de su demonio. Pero vosotros, auténticos hijos de Dios, disfrutad de la viviente y rica belleza. Que lo cambiante, lo que siempre actúa y está vivo, os encierre en los suaves confines del amor, y fijad en ideas eternas lo que flota en oscilantes apariencias.

(El Cielo se cierra y los Arcángeles se dispersan.)

MEFISTÓFELES: De vez en cuando me gusta ver al Viejo y me guardo de indisponerme y romper con Él. Es muy generoso que un señor tan grande tenga la bondad de hablar incluso con el diablo.

Johann Wolfgang Goethe, “Fausto”.

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El artista del hambre

En los últimos decenios, el interés por los ayunadores ha disminuido muchísimo. Antes era un buen negocio organizar grandes exhibiciones de este género como espectáculo independiente, cosa que hoy, en cambio, es imposible del todo. Eran otros los tiempos.

Entonces, toda la ciudad se ocupaba del ayunador; aumentaba su interés a cada día de ayuno: todos querían verle siquiera una vez al día; en los últimos días del ayuno no faltaba quien se estuviera días enteros sentado ante la pequeña jaula del ayunador; había, además, exhibiciones nocturnas, cuyo efecto era realzado por medio de antorchas; en los días buenos, se sacaba la jaula al aire libre, y era entonces cuando les mostraban el ayunador a los niños.

Para los adultos aquello solía no ser más que una broma en la que tomaban parte medio por moda, pero los niños, cogidos de las manos por prudencia, miraban asombrados y boquiabiertos a aquel hombre pálido. con camiseta oscura, de costillas salientes, que, desdeñando un asiento, permanecía tendido en la paja esparcida por el suelo, y saludaba, a veces, cortamente o respondía con forzada sonrisa a las preguntas que se le dirigían o sacaba, quizá, un brazo por entre los hierros para hacer notar su delgadez, volviendo después a sumirse en su propio interior, sin preocuparse de nadie ni de nada, ni siquiera de la marcha del reloj, para él tan importante, única pieza de mobiliario que se veía en su jaula. Entonces se quedaba mirando al vacío, delante de sí, con ojos semicerrados, y sólo de cuando en cuando bebía en un diminuto vaso un sorbito de agua para humedecerse los labios.

Aparte de los espectadores que sin cesar se renovaban, había allí vigilantes permanentes, designados por el público (los cuales, y no deja de ser curioso, solían ser carniceros); siempre debían estar tres al mismo tiempo, y tenían la misión de observar día y noche al ayunador para evitar que, por cualquier recóndito método, pudiera tomar alimento. Pero esto era sólo una formalidad introducida para tranquilidad de las masas, pues los iniciados sabían muy bien que el ayunador, durante el tiempo del ayuno, bajo ninguna circunstancia, ni aun a la fuerza, tomaría la más mínima porción de alimento; el honor de su profesión se lo prohibía.

Franz Kafka, "El artista del hambre"

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Asesinato de calidad

En el otro extremo de la mesa Charles Hecht, que jamás había logrado dominar el arte de no escuchar a Fielding, enrojeció y dio muestras de agitación.

—¿Acaso no les enseñamos nada, Fielding? ¿Es que se olvida de los premios y becas que hemos conseguido?

—Yo en toda mi vida no he enseñado nada a uno siquiera de mis alumnos, Charles. Casi siempre porque el muchacho no era lo bastante inteligente, pero en otras ocasiones porque no lo era yo. Comprenda que, en la mayoría de muchachos, la percepción muere con la pubertad. Es cierto que en unos pocos persiste, pero nosotros, en cuanto la descubrimos, nos apresuramos a matarla. Y si a pesar de nuestros esfuerzos sobrevive, el muchacho se hace con un premio o una beca… Shane, sea paciente conmigo que éste es mi último semestre.

—Ya sea su último semestre o no, está hablando por hablar, Fielding —dijo Hecht, enojado.

—Es tradicional en Carne: esos éxitos a que se ha referido son en realidad fracasos, los raros alumnos que no aprendieron la lección de Carne. Los que han ignorado el culto a la mediocridad. Nada podemos hacer por ellos. Pero para los otros, desorientados cleriguillos y soldaditos fanáticos, para ellos, la verdad de Carne está escrita en sus muros con letras de fuego y nos odian.

Hecht hizo un esfuerzo por reír.

—¿Por qué, si tanto nos odian, tantos de ellos vuelven a vernos? ¿Por qué se acuerdan de nosotros y vienen a visitarnos?

—Porque somos nosotros, querido Charles, somos nosotros las inscripciones en letra de fuego. La única lección de Carne que no olvidan jamás: vuelven para leernos, ¿no se da cuenta? De nosotros fue de quienes aprendieron el secreto de la vida: hacerse viejo sin hacerse mejor. Se dieron cuenta de que aquí no ocurría nada, de que envejecíamos sin la impronta de la cegadora luz que sorprendió a san Pablo camino de Damasco, sin ninguna sensación de madurez.

John le Carré, "Asesinato de calidad."

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El modo en que tú me atraes

Existe un tipo de atracción que yo no conocía: tú me atraes en la ficción.

Me siento como un personaje de un libro que tiene que enamorarse de otro.

El ladrón de memorias. Mois Benarroch.

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Antología de la literatura fantástica

Tornasolando el flanco a su sinuoso

paso va el tigre suave como un verso

y la ferocidad pule cual terso

topacio el ojo seco y vigoroso.

Y despereza el músculo alevoso

de los ijares, lánguido y perverso,

y se recuesta lento en el disperso

otoño de las hojas. El reposo…

El reposo en la selva silenciosa.

La testa chata entre las garras finas

y el ojo fijo, impávido custodio.

Espía mientras bate con nerviosa

cola el haz de las férulas vecinas,

en reprimido acecho… así es mi odio.

Enrique Banchs, "La Urna".

Extraído de "Antología de la literatura fantástica" de Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. (1977)

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Los ex-hippies

La rebelión contra las tradiciones y la conformidad había pasado en diez años, de 1968 a 1978, del ámbito político al ámbito estrictamente personal y ¿cómo se estaba manifestando esta ansia por la individualidad? A través del consumo. Los exhippies necesitaban seguir sintiéndose diferentes, pero como el activismo político y la acción colectiva eran percibidos como inútiles ahora gastarían su dinero para expresar su individualidad. Este ser uno mismo mediante el consumo entraba en contradicción con el sistema de producción en masa, de ahí que algunos productos, identificados por las más variopintas razones como especiales o peculiares, fueran más exitosos entre esta capa de población que otros, independientemente de su calidad, funcionalidad y precio.

El VALS categorizaba a los consumidores en una gráfica con dos ejes, el vertical donde estarían los recursos y el horizontal donde estarían las motivaciones primarias. Así se obtendrían ocho tipologías de consumidores:

● Innovadores: Estos consumidores están a la vanguardia del cambio, tienen los ingresos más altos y una autoestima tan alta que pueden permitirse en cualquiera o todas las autoorientaciones. Están ubicados arriba del rectángulo. La imagen es importante para ellos como una expresión de gusto, independencia y carácter. Sus elecciones de consumo están dirigidas a las «cosas buenas de la vida».

● Pensadores: Estos consumidores con recursos altos forman parte del grupo de aquellos que están motivados por ideales. Son profesionales maduros, responsables y bien educados. Sus actividades de ocio se centran en sus hogares, pero están bien informados sobre lo que sucede en el mundo y están abiertos a nuevas ideas y cambios sociales. Son consumidores prácticos y tomadores de decisiones racionales.

● Creyentes: Estos consumidores con bajos recursos forman parte del grupo de aquellos que están motivados por ideales. Son consumidores conservadores y predecibles que favorecen los productos locales y las marcas establecidas. Sus vidas se centran en la familia, la comunidad y la nación.

● Triunfadores: Estos consumidores con recursos altos forman parte del grupo de aquellos que están motivados por los logros. Son personas exitosas orientadas al trabajo, que obtienen su satisfacción de sus empleos y familias. Son políticamente conservadores y respetan la autoridad y el statu quo. Son favorables a productos y servicios establecidos que muestran su éxito a sus pares.

● Luchadores: Estos consumidores con bajos recursos forman parte del grupo de aquellos que están motivados por los logros. Tienen valores muy similares a los triunfadores, pero tienen menos recursos económicos, sociales y psicológicos. El estilo es extremadamente importante para ellos, ya que se esfuerzan por emular a las personas que admiran.

● Experimentadores: Estos consumidores con recursos altos forman parte del grupo de aquellos que están motivados por la autoexpresión. Son los más jóvenes de todos los segmentos, con una edad media de veinticinco años. Tienen mucha energía, que invierten en ejercicio físico y actividades sociales. Son consumidores ávidos que gastan mucho en ropa, comida rápida, música y otras actividades juveniles, con especial énfasis en nuevos productos y servicios.

● Creadores: Estos consumidores con bajos recursos forman parte del grupo de aquellos que están motivados por la autoexpresión. Son personas prácticas que valoran la autosuficiencia. Están enfocados en lo familiar y tienen poco interés en el mundo en general. Como consumidores, aprecian los productos prácticos y funcionales.

● Supervivientes: Estos consumidores tienen los ingresos más bajos. Tienen muy pocos recursos para ser incluidos en cualquier autoorientación del consumidor y, por lo tanto, se ubican debajo del rectángulo. Son los más viejos de todos los segmentos, con una edad promedio de sesenta y un años. Dentro de sus limitados recursos, tienden a ser consumidores leales a la marca

La trampa de la diversidad. Daniel Bernabé

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La búsqueda desinteresada de la verdad

«Moralmente, un filósofo que emplea su competencia profesional para algo que no sea la búsqueda desinteresada de la verdad, es reo de una especie de traición. Y cuando da por supuesto, antes de haberlo indagado, que ciertas creencias, verdaderas o falsas, son capaces de fomentar la buena conducta, está limitando de ese modo el alcance de la especulación filosófica y haciendo filosofía trivial; el verdadero filósofo está dispuesto a examinar todos los conceptos previos. Cuando se ponen límites, consciente o inconscientemente, a la búsqueda de la verdad, la filosofía se paraliza por el temor y se prepara el terreno para una censura gubernamental que castigue a los que expresan "pensamientos peligrosos" —de hecho, el filósofo ha establecido ya tal censura sobre sus propias investigaciones»

Bertrand Russell «Historia de la filosofía occidental» capítulo XXXI

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E. Kant...

"... quien llevó sus exigencias de veracidad incondicional hasta el extremo extravagante de afirmar que si alguien ve a una persona inocente que huye de un asesino y éste último la interroga, su deber será contestar la verdad y señalar el escondite de la persona inocente, aunque tenga la certeza de que con ello será causa de un asesinato. Y para que no se creyera que tal doctrina se le había escapado con el calor de la controversia, al reprochársela un célebre autor francés, Kant la reiteró solemnemente y expuso sus razones."

Thomas de Quincey "Del asesinato considerado como una de las bellas artes".

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Nuestras manías....

Mientras que cada vez somos más previsibles, nos parecemos más al estar moldeados por la persuasión del mercado, nunca hemos necesitado tanto ser tan diferentes, pensarnos tan diversos. Esta ansiedad por la diferencia se manifiesta en el consumo, tanto de bienes materiales como de bienes intangibles, pero ocupa todas las parcelas de la vida, incluso las más íntimas.

Tentaciones, el suplemento de tendencias de El País que empezó a mediados de los noventa como una revista cultural con ánimo independiente, lo que no era más que un eufemismo para tratar la conversión de la contracultura de las tres anteriores décadas en producto de consumo, fue una referencia para la juventud que quería diferenciarse del resto. Así, quien no encajaba con Los 40 Principales o Cadena Dial, las radio-fórmulas de pop comercial de PRISA, podía leer Tentaciones, que funcionaba más que como una publicación de crítica cultural como un ente prescriptor, es decir, su fin no era informar al público si tal producto cultural era bueno o malo de acuerdo con unas categorías consensuadas, sino si tal o cual producto cultural era necesario para ser una persona especial.

En 2017, Tentaciones sigue siendo un suplemento de prescripción cultural, pero además ha ampliado sus horizontes a casi todas las facetas cotidianas necesarias para ser cool. Entre ellas el sexo que, si bien siempre ha sido un buen material comercial periodístico, hoy se utiliza para acentuar la enorme diversidad de la que parece que disfrutamos. Tentaciones dedicó artículos al contouring, el maquillaje y la cirugía vaginal para que este órgano sea estéticamente agradable (desconocemos con base en qué criterios); a Wikitrans, la guía definitiva para no perderse en las nuevas sexualidades; a la atracción sexual hacia los globos; a la gente que quiere tener sexo en el baño de un avión; se preguntaron si las cosquillas eran el nuevo porno; nos hablaron de las mujeres que tenían orgasmos mientras conducían para ir a trabajar; nos descubrieron la dendrofilia, el stationary fetish, la ficciofilia, la anortografofilia y el medical fetish, es decir, la excitación sexual por los vegetales, el material escolar, los personajes de ficción, las faltas de ortografía y el material médico[3].

Quizá algún lector o lectora de este libro se excite acariciando únicamente el tapete de ganchillo de una mesa camilla, lo cual nos parece estupendo. No se trata aquí de hacer mofa de las prácticas sexuales, por muy inverosímiles que resulten, o mucho menos de condena, siempre que sean consensuadas entre adultos. Sí de hacer notar la enorme ansiedad que destila todo el asunto. Lo sexual también parece haberse convertido en una extensión de las identidades frágiles, habiéndonos convertido en consumidores de singularidades como forma de acentuar nuestra diferencia. Por otro lado, en 2015 en España, 48 niñas de entre diez y catorce años y 5751 adolescentes de entre quince y diecisiete años fueron madres y un 40 por 100 de los nacimientos primerizos fueron de mujeres de cuarenta años o más[4]. Aunque, evidentemente, no vamos a reducir la sexualidad a la reproducción, destaca la poca atención que despiertan temas como una deficiente educación contraconceptiva o unos padres primerizos cada vez más mayores, consecuencia directa no de una decisión personal sino de las precarias condiciones laborales. Así, los temas materiales parecen salir de la agenda pública mientras que el fetiche de la peculiaridad se asienta en ella.

La trampa de la diversidad. Daniel Bernabé.

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Los gatos asociales

En aquella casa los gatos se comían a las palomas, como en todas partes, pero además, se las follaban antes por todos los orificios posibles, con manifiesto desprecio a la naturaleza y a las normas de la vida en sociedad.

Las máscaras del héroe. Juan Manuel de Prada

Para @helisan con cariño ;-)

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El comportamiento de las masas

Si calentamos una molécula, no podemos saber cómo se comportará.

Si calentamos un centenar de moléculas, no podemos saber lo que ocurrirá.

Pero si calentamos cien millones de moléculas, un dedal de gas, sabremos perfectamente cual será su comportamiento: se dilatarán, y podemos determinar cuánto exactamente.

Esa es la idea: no se puede predecir lo que harán los individuos, pero sí lo que harán las masas.

Corrientes alternas. Frederik Pohl

menéame