De repente se detuvo, miró lentamente a su alrededor, observó a la gente caminando presurosa y en silencio como si las aceras les quemaran sus vírgenes plantas de leche, absortas en sus obligaciones rutinarias sucumbían al tiempo con el que ellas mismas flagelaban su serenidad. Contempló a los coches impregnando el silencio y la atmósfera de una corrosiva sensación de engranaje autómata. Una fila de hombres hormigas descargaban muebles desde un camión hasta una vivienda, rápida y desenfrenadamente porque entorpecían el infinito y ofídico...
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