La madeja se sigue complicando. Jartum lanzó una agria contraofensiva diplomática, proclamó que los 103 niños que se llevó la ONG eran sudaneses (lo cual es sólo media verdad, porque sus familias viven sobre todo en Chad, aunque la frontera es muy permeable), y acusó a la ONU de colaborar en el robo de niños musulmanes. En Chad, bastó hablar con las bases islámicas del país (la mitad de la población) para ver que el elemento religioso del caso puede ser su consecuencia más grave.
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