Nuestro líder, Rutte

Las últimas semanas de Rutte han sido espectaculares. Recordemos que se graduó en Historia en la Universidad de Leiden y se declara admirador de Thatcher y Reagan, datos necesarios para comprender al personaje o, al menos, a su visión de “como funciona el mundo”. Datos que despiertan mi interés.

Hace unos días afirmó aquello de que “Si no aumentamos el gasto en defensa al 5% —con un 3,5% de base—, podremos conservar nuestros sistemas de salud y pensiones, pero será mejor que aprendamos a hablar ruso”. 

Esta semana envió un mensaje a Trump: “Donald, nos has conducido a un momento muy, muy importante para Europa y para América, y el mundo. Has conseguido algo que ningún otro presidente habría conseguido en décadas. Europa va a pagar A LO GRANDE, como deberían, y eso será tu victoria”. El mensaje era privado, pero el Presidente de EE. UU. decidió hacer alarde público de ello. Rutte, lejos de avergonzarse, dijo que el “tono de los mensajes era el apropiado”, y ha añadido que no le supone “ningún problema” que Trump haya difundido un mensaje privado.

No voy a comentar nada sobre esta actitud, pues ya se ha escrito suficiente. Trump se comporta como el matón del barrio, el bully que atemoriza a los demás exigiéndoles que aumenten el pago por su extorsión. Rutte se muestra como el pelota del matón, alimentando su ego y regocijándose de cómo maltrata a los demás. Su jefe, que le desprecia, se ríe de él exponiendo su mensaje en público, pero Rutte traga con una sonrisa complaciente la burla de su amo.

Lo que me gustaría señalar es que aquí hay algo mucho más grave detrás. Resulta que un engaño tan burdo como este no consigue ni levantar una ceja en gran parte de la población. Pongamos las cosas en perspectiva. Por un lado, nos dicen que Rusia es un país ridículo con un ejército más patético si cabe, una república bananera con petróleo y armas atómicas que no sabemos si funcionan. Está siendo humillado ante Ucrania, un país al que solo le hemos ayudado con chatarra de segunda mano, aquella tan obsoleta que nos podemos permitir que los rusos capturen porque es una tecnología superada. El otrora orgulloso ejército ruso ha perdido casi todos sus vehículos blindados, no puede volar sobre Ucrania, no puede navegar cerca de sus costas y se dedica a bombardear desde lejos y sacrificar a su infantería en asaltos suicidas. Palas y chips de lavadora, soldados llegando al frente en motocicletas y caballos. Pero ese mismo ejército, al que estamos machacando con los restos de nuestro fondo de armario, es también una amenaza existencial que va a invadir Europa y llegar hasta Portugal si se lo propone, frase que no es más que una exageración, un hombre de paja para ridiculizar cierta posición extremista… hasta que llega el jefe de la OTAN y sube la apuesta: acabaremos hablando ruso. Pero no solo eso, sino que la solución es aumentar tanto el gasto militar que haga inviable cobrar una pensión o ir al médico. Vale la pena destruir el estado del bienestar (o lo que queda de él) para armarnos ante el terrible enemigo que ha tenido que recurrir a la ayuda de Corea del Norte e Irán para poder lanzar explosivos sobre las cabezas de sus enemigos. Curiosamente, lo que hay que sacrificar es el estado del bienestar, no cualquier otra cosa, sino el objetivo a batir por sus admirados Thatcher y Reagan. Hay que aumentar el gasto hasta un estratosférico 5% del PIB. Hagamos cuentas. España dedica entre el 1,28 % y el 1,4 % de su PIB a Defensa, según diversas estimaciones. Dejémoslo en un gasto de 20000 millones. El aumento hasta el 5% significa un incremento de 50000 millones adicionales. Anuales. Recordemos el famoso rescate a la banca de 60 mil millones, que tanta tinta hizo correr. Ahora serían 50000, pero cada año. Para que nos hagamos una idea del tamaño del agujero, si tuviéramos que dividirlo entre las personas que trabajan en nuestro país, salimos a unos 2381 € por barba, cada año. En definitiva, tal como el propio Rutte decía, pagar A LO GRANDE.

También sabemos todos que no llegaremos a ese 5%, que realmente será menos, pero que tal como desean este personaje y sus correligionarios, saldrá de los lomos de las clases trabajadoras, servirá como excusa para continuar destruyendo el gasto social y acabará engrosando los bolsillos de muchos magnates americanos y algún europeo.  Se trata de algo tan evidente, tan descarado, tan a la luz del día, que resulta sorprendente el desparpajo con el que se plantea a la opinión pública.

Hasta aquí, en realidad, no afirmo nada nuevo; nada que cualquier ciudadano medio que no tenga algún tipo de problema cognitivo no pueda discernir. Por tanto, opinan muchos, la poca oposición que plantea este plan político y la certeza de que se va a implantar, suscita la conclusión de que sus conciudadanos son una panda de estúpidos. O bien están manipulados por los medios de comunicación, o bien tienen el cerebro tan frito que los políticos pueden reírse de ellos, en sus caras, tranquilamente.

Disiento. Es mucho peor. Se trata de un problema ético, incluso filosófico. Una gran parte de la población europea comparte la misma visión de la historia que Mark Rutte. Esta forma de ver el mundo sostiene que el pasado es una prueba de que la naturaleza del hombre es de mutua hostilidad, de que somos una especie maligna por naturaleza, siempre ávida de despedazar a sus congéneres por puro egoísmo. El mundo es una jungla hobbesiana, en la que comes o eres comido, en la que se vive en una lucha sin cuartel de todos contra todos. Esa es la naturaleza de las cosas y no es bueno oponerse a lo que es natural. El fuerte tiene el derecho, si no la obligación, de aplastar al débil, de aprovecharse de él, incluso de ser lo más cruel posible. Cualquier intervención en este estado de naturaleza es, valga la redundancia, antinatural, como lo es la intervención estatal para paliar el sufrimiento humano mediante el estado del bienestar. Es algo a destruir, una aberración. Por eso se puede afirmar aquello de la fuerza es derecho. El que es más fuerte que los demás tiene el derecho de la fuerza, y lo natural es el maltrato hacia los que son más débiles. Por eso, Rutte, Trump y millones de personas más comparten una filosofía de la historia que justifica que nuestro emperador naranja exija a sus vasallos aumentar las rentas feudales a la vez que se humillan en público. Pago y obediencia, la hacienda y la dignidad, la escenificación del sometimiento de débil al fuerte, de lo que es natural. Por eso Rutte no se siente mal por ser humillado por su amo, pues ese sistema le permite ser, a su vez, amo de otros. Actúa, además, según lo que es lógico y sensato conociendo la realidad de las cosas. Los millones de ciudadanos europeos que asienten por lo bajo, comparten la misma idea. Lo natural es someterse al fuerte y, si exige un aumento del diezmo, aceptar. Los verdaderos enemigos serán aquellos que se enfrenten a este orden natural de las cosas, los revoltosos que también acabarán pagando tras generar problemas adicionales, los revolucionarios y utópicos que aún no han comprendido que la fuerza es derecho. 

Sin embargo, sigue siendo una pastilla difícil de tragar. Necesitamos un discurso histórico que respalde nuestra vileza, por débil que sea. No había alternativa, diremos. Rutte y los suyos lo saben y por eso insisten en la fantasía de un Putin que se transforma en una especie de Napoleón que empieza a remodelar las fronteras europeas a punta de bayoneta. Por débil que esta narración sea, a fuerza de repetirla se puede volver cierta. Seguimos siendo aquellos hombres que se contaban historias fantásticas sobre su pasado alrededor del fuego; narraciones que justificaban por qué el jefe de nuestra tribu merece nuestras dádivas y cómo nos protege de enemigos que no existen más que en esas fábulas. Además, siempre es mejor decirnos eso a nosotros mismos y a nuestras familias que admitir que somos tan tiránicos como nuestros opresores, solo que no tenemos suficiente poder para expresar nuestra bajeza. Ser la víctima del sistema no significa rechazarlo.

Es lo que hay, dirán; así funciona el mundo y la historia de la humanidad.