Esta perla se la dedicó José Bergamín a Rafael Alberti, al referirse al regreso a España de éste último. La frase la recoge Andrés Trapiello en Las armas y las letras. Y está dedicada a quien, desde su largo exilio, fue una de las voces más señaladas contra la dictadura de Franco, y que en sus últimos años no se libró "de algunas divertidas contradicciones y contrariedades: cortesanías con el rey, quebradura del PCE o tangos con el presidente de un gobierno de derechas".  
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