La pésima reputación de la FAO, la organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación, con sede en Roma, es un secreto a voces. Burocracia, despilfarro, ineficacia, la vida de lujo de los empleados de la oficina central, eran comentados con pasmo en el mundo de la cooperación y en círculos internacionales. También con indignación, dado que la tarea de la FAO es una de las más importantes del mundo: acabar con el hambre de 854 millones de personas.
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