Un reputado guía espiritual que se caracterizaba porque siempre vestía un manto de oro y brillantes, acababa de ofrecer una maravillosa conferencia en una pequeña población.
Al acabar la misma, la familia más rica y presumida de la ciudad le invitó a cenar en su casa con ellos y con las personalidades más acaudaladas de la zona.
El guía, harto de tener que ir de etiqueta a todos lados, decidió dejar el manto en casa e ir con una ropa normal: un viejo abrigo y un gorro para protegerse del frío.
Así vestido llegó a la casa de la rica familia y tocó el timbre, pero su anfitrión, al abrir la puerta y observar a un hombre con un viejo abrigo y un gorro, no le reconoció y le dijo:
-Por favor, buen hombre, váyase de aquí, no es momento de pedir limosnas, pues mis amigos y yo estamos esperando a un famoso invitado y no queremos que usted nos moleste con su presencia -y diciendo estas palabras le cerró la puerta.
El maestro se volvió de nuevo a casa y allí se quitó el viejo abrigo y el gorro, y en su lugar se puso el manto de oro y brillantes.
Así vestido volvió de nuevo a hacer el mismo camino y llamó otra vez a la puerta.
En esta ocasión, el anfitrión abrió la puerta y al reconocerlo le dio un gran apretón de manos y le invitó amablemente a entrar.
-Es un placer tenerle aquí esta noche, bienvenido a mi pequeño palacio. Como ya le dije, he invitado a lo más alto de la sociedad, será una cena perfecta.
El invitado se acercó a una gran mesa repleta de manjares donde ya le esperaban todos para comenzar la cena.
-¿Cuál es mi asiento? -preguntó el maestro al anfitrión.
-Aquí, aquí, siéntese aquí, este es su lugar, justo a mi lado.
En ese momento, el maestro se quitó lentamente el manto, lo dejó sobre la silla y sin sentarse dijo lo siguiente:
-Ya pueden ustedes comenzar a cenar -y se dirigió a la salida.
El anfitrión, confuso, lo siguió rápidamente y fue tras él hasta el umbral de la puerta.
-Pero, ¿qué ocurre? ¿Por qué se va tan rápido?
-Bueno, hace un rato vine, llamé a la puerta y usted me echó de su casa; en cambio, ahora me ha dejado entrar. Es de suponer que a quien usted ha invitado es al manto, por eso lo dejo ahí, vendré a recogerlo en unas dos horas.
Y con esas palabras se marchó.
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