Cuando la investigadora Kim Cobb y su colaborador Jud Partin, ambos del Instituto Tecnológico de Georgia, quisieron averiguar los mecanismos que condujeron al cambio climático abrupto que se desencadenó hace miles de años, no taladraron los glaciares de Groenlandia ni las llanuras heladas de la Antártida buscando núcleos de hielo, como es hoy lo habitual entre los paleoclimatólogos. En vez de eso, visitaron cuevas.
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