Podemos ha vuelto a sacar su juguete favorito: la expropiación. Debe ir la cosa muy mal. Esta vez le ha tocado a Repsol, convertida de pronto en símbolo del mal capitalista y en fetiche de la redención climática. No hay nada detrás de esta ocurrencia, no hay ningún estudio serio de impacto. Solo la depredación del populista, que cuando la realidad no encaja en su relato, decide cambiar la propiedad de las cosas. No es una ocurrencia nueva. Es una pulsión vieja, genética, del comunismo radical. Ese que confunde la política con la administración