En el tranquilo escenario de una aldea vikinga, donde el rugir del océano se mezcla con las risas flotantes en la brisa, los juegos de mesa no eran meros pasatiempos; eran portales que ofrecían una visión única de la vida cotidiana nórdica. Por ejemplo, el intrigante Hnefatafl actuaban como espejo estratégico, reflejando las tácticas calculadas de las legendarias incursiones vikingas.
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Kubb, también conocido como «el juego del rey»