El economista Thorstein Veblen publicó en el año 1899 una de sus obras más famosas, su Teoría de la clase ociosa. En ella se dedica a categorizar a un tipo concreto de élite; una fatua, vacía y hedonista. La palabra esnob — si me disculpan el anglicismo — se ajusta con relativa precisión al tipo de persona que describe Veblen en su libro.
Estos individuos se caracterizarían por su holgada posición económica, sus costumbres refinadas, el ejercicio de actividades no manuales, la disponibilidad de tiempo de ocio como elemento distintivo y su buena formación académica. En todos estos atributos el denominador común es el dinero.
Como clase con posibles, dedican gran parte de su fortuna a hacer ostentación de su grupo superior. Gastan más allá de lo razonable traspasando, incluso, la frontera de lo esperable en individuos hambrientos de reconocimiento. Derrochan en fiestas, regalos y diversiones ridículas y estrafalarias. Por supuesto, estas actitudes tienen un objetivo claro; mostrar a los demás su estatus y su posición de poder.
Personalmente, este modelo de élite no me aflige en exceso. Aunque encuentro poco gratificante esa banalidad exteriorizada que lleva por carta de presentación lo superfluo y hace de lo vacuo doctrina de virtud, lo cierto es que, ante este panorama, me basta con mirar hacia otro lado y seguir con mi vida.
Sin embargo, en los últimos años hemos asistido a una transformación. Las élites, por supuesto, continúan existiendo y siguen ocupando espacios de poder; controlan los medios de comunicación, las grandes empresas nacionales e internacionales y las altas esferas de la política. Algunos son, incluso, los de siempre — herencias y apellidos mediante — . El cambio se ha producido por medio de la reconfiguración de algunos de sus atributos clásicos, adaptándolos a los tiempos presentes.
Ya no se muestran tan interesados en hacer ostentación de sus riquezas — aunque tengan — ni organizan ridículos espectáculos: se dedican a exhibir su pulcritud moral. Antes, mostrar ante los demás esos despilfarros crematísticos era suficiente para satisfacer el objetivo buscado, el mencionado reconocimiento de clase. Los tiempos cambian y, ahora, lo que ofrece esa dosis de dopamina y narcisismo se encuentra en los me gusta de Instagram y los retuits de Twitter. Lo fascinante es que ni siquiera necesitan salir de casa para exponer su alta moralidad. Basta un teléfono móvil o un ordenador — iPhone, por supuesto — . Los significados implícitos en los bailes y fiestas fastuosos han sido sustituidos por las charlas sobre feminismo, animalismo y otros muchos e incontables «ismos».
Habrá algunos de ustedes que puedan pensar, ¿por qué esta actitud es típica de una élite ociosa? Porque dedicarse a las homilías morales requieren de buenos medios económicos. Sus necesidades básicas se encuentran ya bien satisfechas y, por tanto, sus pensamientos pueden permitirse el lujo de inclinarse hacia otros horizontes. El que tiene la cartera estrecha, el que tiene las fuerzas agotadas por los trabajos mal retribuidos, no puede permitirse el lujo de destinar fatigas, recursos o tiempo a luchar por quimeras trasnochadas llamadas micromachismos, violencia obstetricia, interseccionalidad o ecologismo espiritual —este último concepto existe, se lo prometo— . El que no tiene está demasiado ocupado en sobrevivir y poner un plato sobre la mesa como para divagar sobre esos asuntos.
Y, de nuevo, este tipo de manifestaciones tampoco me alteran los ánimos. Al menos, si se limitaran a hacer gala de su petulancia y presuntuosidad únicamente para satisfacer sus egos. El problema es que, alimentados de vanidad, empujan a los demás a adoptar sus mismas creencias. Su pensamiento debe ser asumido por todos y cada uno de nosotros. Como penitentes debemos, además, corresponder con disculpas públicas cuando desde sus atalayas se nos señale alguna actitud poco edificante.
Nuestro arrepentimiento les otorga, además, mayor prestigio y poder a esta nueva clase ociosa. Cada pecador redimido es un alma salvada de ser devorada por el fuego del «fascismo», y constituye, al mismo tiempo, una justificación explícita de su superioridad de clase. Recuerden, la capacidad para conceder perdones siempre ha estado restringida a un limitado grupo. Los emperadores lo hacían en el circo, los inquisidores en los autos de fe y, ahora, la nueva clase ociosa, lo hace en internet.
Este acto ofrece, además, otro beneficio para la élite. Por medio de este exhibicionismo absolutorio — o condenatorio, según se tercie — exorcizan sus demonios internos, purgan sus pecados personales. Las tropelías cometidas, los excesos de fin de semana o los agravios para con los demás encuentran aquí su cura; llegar a casa y señalar la actitud poco moralizante de algún pobre diablo es suficiente para librarse de toda culpa.
A veces es todavía más obsceno y, en un ejercicio carnavalesco, se disfrazan de aquellos grupos más desfavorecidos. Les debe resultar divertido y reconfortante. Este mimetismo les ofrece la posibilidad de adoptar el rol de víctima recibiendo infinitos halagos de su tribu y, en el proceso, patente de corso para señalar a los demás. Vamos, son víctimas y verdugos. Por supuesto, obtienen los mejores atributos de cada uno de estos grupos y siempre salen ganando.
Individuos de esta calaña carecen, pese a sus artificios vagamente enmascarados, de convicciones de tipo alguno. No se piensen ustedes que sus convicciones son firmes, no; sus creencias obedecen al director de orquesta de cada momento. Sus valores se adaptan a los tiempos que marca la batuta. Antaño fueron liberales, ayer comunistas de salón, hoy europeístas y, ¿mañana?; solo Dios sabe en qué monstruo se convertirán.
En España han prosperado algunos personajes de esta ralea: directoras de periódicos hijas de nobleza rural, presidentas de bancos internacionales discriminadas, políticas que viven en barrios exclusivos con maridos con sueldos de seis cifras… Bueno, ustedes saben.
Les invito a que se guarden bien de estas personas. No buscan nuestro bienestar, no son nuestros amigos, no luchan por algo noble; tan solo procuran hacer ostentación de su estatus para alimentar su ego y, de paso, recordarles a ustedes quién manda aquí.
Comentarios
#0 Snob no debería ser una palabra anglo, todo lo contrario
Aunque hay diversas teorías sobre la procedencia del neologismos (ya no me es muy neo “troll:) yo me quedo con la obvia: snob = sine nobilitate
La votaría pero no la consideró merecededora de voto (es más debería votar errónea) Los artículos son cosecha de uno propio, no darle al copypaste que eso lo hace cualquiera
#1 Hola, yo no he copiado nada. Lo he escrito de mi puño y letra en mi Wordpress. Un saludo.
#2 ya me has descolocado
(Creo que deberías comentarlo donde pone “artículo completo” porque parece otra cosa)
#3 ah, igual se entiende mal. Es el enlace al Wordpress. Ahí tengo más artículos, si solo llevo como 2 horas con la cuenta de menéame
#0 las homilias morales las hace todo el mundo. Solo las minorías que están por entero dedicadas a trabajar o a vivir se abstienen algo más de realizarlas, el resto: obreros o clase media, pueden estar pasando penurias, pero ni se matan trabajando ni se mueren de hambre, tienen una cierta formación y medios técnicos baratos para lanzar homilías o por lo menos dedicarse a reproducirlas en el canal de su familia. Sermonear es la acción política más asequible para esa mayoría de ciudadanos alfabetizados y tecnificados, ya sea con su voz o con la de otro, y como prácticamente todos esos ciudadanos estan atravesando penurias, todos tienen motivos para sermonear. Las elites ociosas carecen de esas motivaciones. Ellos viven, viajan, van a fiestas, follan, disfrutan de la vida, no tienen necesidad de estar continuamente en Tuiter persiguiendo ideas como el patriarcado o el marxismo cultural. Si que tienen creencias profundas (sobre todo para los demás) ¿pero no es mejor estar relajado viviendo grandes experiencias estéticas y espirituales en sitios exóticos donde te cuidan y follas como conejo que estar delante de una pantalla en alguna red social? ¿Cuántos ricos ociosos tenemos aquí dilapidando su potencial recreativo en leernos? yo diría que muy pocos si es que hay alguno.
#5 Hola, perdona por no contestarte. Llevo poco en Menéame y no me avisan de los comentarios. Como puse a otro comentario, con élite ociosa me refiero a las Anas Botín, los Buenafuentes, los Bob Pop o las Pardo de Vera. Élite que le dice al pueblo que han sufrido mucho muchísimo por diferentes motivos (cada uno usará el suyo: feminismo, ecologismo, etc). Eso me parece obsceno. Yo soy de derechas, pero vengo del marxismo en mi juventud, y el concepto de clase social lo tengo más o menos bien interiorizado. Los ejemplos que he mencionado son pura élite, y hacerse pasar por pobres, víctimas o desarrapados, me parece mearse en la cara de muchas personas que realmente lo están pasando mal: parados, gente con sueldos bajísimos, etc.
Un saludo.
#10 pero eso no es elite ociosa, todos esos trabajan, ya solo salir en la tele debe desgastar aunque sea un oficio que te guste. Tengo un primo ejecutivo de una TV autonómica. Gana una pasta y le gusta su trabajo, que en cierta forma también consiste en lavar cerebros, yo diría que es elite de la que trabaja, pero el pobre hombre pasa penurias, y siempre esta llorando porque sus gastos van a la par que sus ganancias, demasiadas veces las superan. Ya sabe usted: la pequeña mansión, la pequeña piscina, el pequeño cochazo, todo el estatus que ha de mantener a base de euros para "encajar" y no convertirse en un paria entre la gente de su burbuja. Como pasa penurias lanza homilias desde su cosmovisión del mundo burbujil. Nunca he creído que esa creencia en su cosmovisión y ese sufrimiento sean impostados. Como dijo Lerberghe "No rías nunca de las lágrimas de un niño. Todos los dolores son iguales".
#11 Claro, trabajo claro que efectúan. Lo que dices del gasto de tu familiar, pues es cierto que algunos se endeudan. Recuerda el Lazarillo de Tormes y el escudero; que vivía al límite, pero tenía que aparentar. De todas formas, no sé si tu primo se podría incluir en eso que he definido como clase ociosa. Es decir, seguro que vive bien, pero imagino que, pese a su trabajo, no creo que tenga la influencia que pueden tener otras figuras públicas. Un saludete.
No buscan nuestro bienestar, no son nuestros amigos, no luchan por algo noble; tan solo procuran hacer ostentación de su estatus para alimentar su ego y, de paso, recordarles a ustedes quién manda aquí.
Le ha faltado añadir a su conclusión que no es solo para alimentar su ego, sino para seguir trincando del presupuesto estatal. Son élites ociosas porque en muchos casos están subvencionadas, ya sea de manera directa o indirecta. Hoy es el feminismo o el animalismo, pero mañana será otra cosa, pero seguirán ahí, enganchados al dinero ajeno, porque es un estilo de vida. Esta gente hace 60 años hubiesen estado afiliadas a la falange.
#6 Exacto, a este tipo de élite me refiero.
No creo que el llamado virtue signaling sea mutación de los atributos clásicos de la clase ociosa, que siguen bien vivos y en buen estado de salud. Lo que sigue levantando admiración siguen siendo las Kim Kardashian y los Dan Bilzerian (no soy armeniófobo, lo juro, es que me parecen arquetípicos). Lo de implicarse en «causas» es un atributo diferente y que tampoco es nuevo. Ahora son las «quimeras» como las llamas, antes eran las ballenas o el Amazonas.
Sobre el quimerismo de las «nuevas» causas, tampoco creo que sea algo exclusivo de dichas clases pudientes. La violencia obstétrica, por usar un ejemplo tuyo, está muy lejos de ser algo trasnochado, ajeno a las clases «de a pie» y forzado desde arriba. El problema no es que la violencia obstétrica sea algo «superfluo» a lo que el pueblo llano no pueda permitirse el lujo de destinar fatigas, recursos o tiempo. El problema es que el sistema esté montado para que el pueblo llano no pueda permitirse el lujo de destinar fatigas, recursos o tiempo a la violencia obstétrica. Porque el pueblo llano, la violencia obstétrica, la sufre en carnes propias. Al menos el 50% del pueblo llano. El otro 50 son hombres.
#8 A mí es que personajes como la Kim y Dan, pues bueno; no me molestan. En lo que he escrito me refiero a gente como Ana Botín, que lo ha tenido todo, pero usa el feminismo como arma para evadir posibles críticas. Es esta élite que quiere estar al plato y a las tajadas, en misa y repicando. Es decir, quieren ser acaudalados, pero, al mismo tiempo, tener lo "bueno" de las clases populares: la compasión. Recuerdo un programa en el que salía Bob Pop y Buenafuente hablando de los pobres (incluyéndose); es obsceno. No me molesta la riqueza, pero no me des la chapa ni pretendas venderme que eres un pobre diablo.
Me vale también un Leonardo DiCaprio que te hace un documental sobre la Tierra y los problemas de la contaminación mientras el consume y contamina en un mes lo que yo en varias vidas. No puedes (o no debes) darle la turra a alguien diciéndole que tiene que cambiar sus hábitos mientras los tuyos permanecerán inalterables porque tienes el colchón del dinero. Y lo digo viniendo de gente muy humilde; mi madre limpiaba casas y mi padre es autónomo (sin empleados). El nivel de vida de muchos jóvenes se va al traste mientras estos tipos copan las televisiones y los medios con sus monsergas.
Un saludo.