Durante la semana pasada, en Estados Unidos hubo tres historias políticas paralelas. Por un lado, tuvimos el viaje de Donald Trump por Oriente Medio, en el que se dejó agasajar por autócratas sin pudor, anunció toda clase de acuerdos de inversión ligeramente fantasiosos por valor de múltiplos del PIB de todos los implicados, y accedió a vender tecnología puntera a una dictadura sin motivo aparente. Por otro, tenemos todo el debate en el congreso sobre la MEGALEY, el mote que ha acabado recibiendo la ley presupuestaria de Trump.