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Vamos a ver, como diría un cuñao: eres de los que creen que la nación es algo vulgar, propio de turistas y paletos, y tú eres un viajero que ha visto mundo y por lo tanto internacionalista. Así que rechazas las banderas, las fronteras, los himnos, etc., y te pones a ver el documental de la 2 tan ricamente. Ignoras, desgraciado, que este mundo es más de Tele 5, que a la gente le gusta más el lacón que Lacan, y que le debes un amor y un respeto a tu hermosa nación.Si tu bonita nación tiene estado y se halla abajo y a la derecha de Europa, se llama España. ¡Miserable! ¿No tienes pensamientos amorosos para la nación de la bandera rojigualda? ¿Acaso no es tu familia? ¿No te encuentras como en casa en cualquier punto de tu nación, desde el cabo de Gata hasta Finisterre? ¿No habitas un estado de derecho y de libertades? Vale, ya estás convencido. Ya amas a España. Ya no eres un maldito pijoprogre. Pero nada es gratis. Ahora tienes que dar el siguiente paso: rechazar los otros nacionalismos que no sean el tuyo, el bueno y verdadero, y que compitan con él. Es decir, el nacionalismo vasco, el catalán, el gallego, el castellano, el valenciano, el andaluz, el extremeño, el murciano, el riojano, el asturiano y el cántabro.Para que quede muy clarito: tu nacionalismo es incluyente y democrático. Los nacionalismos vasco, catalán, gallego, etc., son excluyentes y totalitarios. No se debe permitir su existencia. ¿Estamos? Pues esto es lo que hay: o estás con tu gran nación o estás contra ella. Ya no se permiten medias tintas y posturas neutrales. ¿A que te sientes aliviado? Es verdad que hay un pequeño nacionalista dentro de cada uno de nosotros, pugnando por salir. No opongas resistencia, pijo de mierda, ama a tu nación, a toda ella, desde la frontera con Francia a la valla electrificada con cuchillas afiladas de Melilla.
Impecablemente impresa y diseñada, con muchos artículos interesantes. Incluye un identificador de aviones amigos y enemigos y una biografía de Cipriano Mera.
¿Recuerdan los relojes fosforescentes? Hay una historia trágica de trabajadoras envenenadas detrás de ellos.
Hubo cuatro bantustanes (el término es despectivo, el gobierno sudafricano prefería llamarlos Homelands, Hogares nacionales) legalmente independientes, aunque ningún estado del mundo salvo Sudáfrica se molestó en enviar embajadores: Transkei, Ciskei, Bofutatsuana y Venda. Los tres últimos eran pequeños y tenían territorios disjuntos, pero Transkei, que fue independiente desde 1976 a 1994, tenía casi cuatro millones de habitantes y más de 40.000 kilómetros cuadrados. Más o menos como Cataluña. Con todo lo que se ha escrito y dicho sobre el asunto de Cataluña (es decir, sobre el famoso proceso de independencia) es extraño lo poco que se ha hablado sobre la solución bantustán. Hasta ahora es una parte del Estado español o España a secas la que se quiere separar del conjunto general del país. Pero ¿qué ocurriría si es el Estado español el que inicia el proceso de separación e independización de una parte de su territorio? El gobierno sudafricano del apartheid creó los bantustanes porque se quitaba un peso de encima. De un plumazo, millones de personas perdían la ciudadanía sudafricana (aunque la ciudadanía no era ninguna bicoca para los ciudadanos negros de la Unión) y el Estado dejaba de tener ninguna responsabilidad sobre ellos. Ahora piénsenlo. Convertir a Cataluña en un bantustán implicaría dejar de tener que preocuparse por la sanidad pública, las pensiones, la seguridad o el abastecimiento de agua de siete millones de personas. En el caso sudafricano, Pretoria pactó con algunas élites más o menos corruptas de los futuros territorios independientes su separación de la Unión Sudafricana. En el caso español, sería muy fácil pactar con algunas élites más o menos corruptas de Cataluña su separación. Aliviado el resto del Estado español de la pavorosa carga económica y social que supone Cataluña, podría dedicarse a mejorar su PIB, a arreglar el país, a organizar la fusión con Portugal en la futura gran República Federal Ibérica, etc. El comercio seguiría, las relaciones seguirían, la vida seguiría, pero sin ninguna responsabilidad sobre lo que pasara en las riberas del Llobregat, salvo la lógica que se deriva de nuestros deberes para con la humanidad. Recuerden que los únicos gobiernos legítimos son el mundial y el municipal, todos los demás son entelequias.
En el poblado de Santa Marta de Ribarteme, en España, cada 29 de julio se realiza una procesión funeraria única: personas vivas se meten a ataúdes para agradecer a Santa Marta haber sobrevivido un accidente o una enfermedad grave, o la salvación de algún familiar.
Fue el locuaz Ernesto Giménez Caballero el que llamó así al Palacio de las Torres de Meirás: “De tiempo en tiempo [el Caudillo va] al Pazo de Meirás, a su roca delle camminado, a su Berchtesgaden gallego, a tomar impulso nativo y creador”. A finales de marzo de 1938 el asunto estaba hecho, la Diputación de la Coruña transfirió la propiedad del pazo a la familia Franco. El trabajo de la llamada Comisión Pro-Pazo del Caudillo no terminó ni mucho menos. La Comisión organizó una suscripción popular en toda la provincia, una más de las muchas que sangraban a la población en aquellos años (las había de todos los tipos, desde el Aguinaldo del Combatiente hasta la suscripción para el acorazado España). Pero esta era de un tipo especial, puesto que no estaba dedicada a comprar suministros o armamento, sino a financiar un tremendo regalo para el dictador. El perfil político de la cuestación era peliagudo, por lo tanto, y los alcaldes y autoridades locales de FET y de las JONS fueron aleccionadas para que no quedara ni un solo hogar sin contribuir. El que no lo hacía sabía a qué se exponía. El tamaño del obsequio era considerable: 300 obreros trabajaron durante meses para acondicionar el pazo y sus dependencias, incluyendo colocar una torre extra que se trajo de otro pazo y arreglar un terreno de varias hectáreas. El general Franco estaba realmente complacido con el regalo, y su esposa todavía más. El dictador pasaba como mínimo 20 días al año en el pazo, en el que se celebraban consejos de ministros y se firmaban decretos, y gustaba de visitarlo en cuando tenía ocasión. El Pardo era su residencia habitual, un lugar a una conveniente distancia sobre la hostil ciudad de Madrid, pero es evidente que el pazo de Meirás era su lugar de seguridad, un paisaje rural nada peligroso, completamente desactivado políticamente a diferencia de las grandes ciudades o áreas industriales. Franco iba y venía, recibía aclamaciones de la multitud y prometía diversas mejoras en las parroquias que visitaba. Los ministros y jerarquías del régimen se acostumbraron a incluir el pazo de Meirás en sus recorridos por la gobernada España.Esta historia debería haber acabado hacia 1977. Dejando un prudente margen tras la muerte del dictador, la Diputación de la Coruña habría perdido disculpas por las exacciones de cuarenta años atrás, el pazo habría vuelto a su propiedad en calidad de museo u otro equipamiento público similar, y el asunto habría terminado. Pues no. En 2017, casi 80 años después del expolio y 40 de la muerte de Franco, el pazo de Meirás es propiedad legal, firme y sólida como una roca, de la familia Franco. Pero lo más asombroso es que la Fundación Nacional Francisco Franco (denominación literal) se encarga de gestionar las visitas al complejo. Como todo tiene solución, aquí también la hay, aunque resulta engorrosa: se trata de añadir una enmienda a la Ley de Memoria Histórica que revierta la propiedad del pazo a las instituciones públicas, lo que sería un largo trámite parlamentario. El recorrido legal no se pudo iniciar porque el PP votó en contra, alegando los sagrados derechos de la propiedad que asisten a la familia Franco. En semejante callejón sin salida legal y político brilla con fuerza la capacidad del franquismo para hacerse fuerte en determinados bastiones que no está dispuesto a soltar. Un solo ejemplo, pero hay muchos: consiguieron frenar la ley de divorcio por mutuo acuerdo, establecida en 1932 y derogada en 1938, hasta nada menos que 2005. Meirás resiste, ¿hasta cuando?
Probablemente desde los tiempos de Altamira, los humanos garabateamos representaciones de objetos y conceptos para intentar comprender el mundo.
Fue el locuaz Ernesto Giménez Caballero el que llamó así al Palacio de las Torres de Meirás: “De tiempo en tiempo [el Caudillo va] al Pazo de Meirás, a su roca delle camminado, a su Berchtesgaden gallego, a tomar impulso nativo y creador”. A finales de marzo de 1938 el asunto estaba hecho, la Diputación de la Coruña transfirió la propiedad del pazo a la familia Franco. El trabajo de la llamada Comisión Pro-Pazo del Caudillo no terminó ni mucho menos. La Comisión organizó una suscripción popular en toda la provincia, una más de las muchas que sangraban a la población en aquellos años (las había de todos los tipos, desde el Aguinaldo del Combatiente hasta la suscripción para el acorazado España). Pero esta era de un tipo especial, puesto que no estaba dedicada a comprar suministros o armamento, sino a financiar un tremendo regalo para el dictador. El perfil político de la cuestación era peliagudo, por lo tanto, y los alcaldes y autoridades locales de FET y de las JONS fueron aleccionadas para que no quedara ni un solo hogar sin contribuir. El que no lo hacía sabía a qué se exponía. El tamaño del obsequio era considerable: 300 obreros trabajaron durante meses para acondicionar el pazo y sus dependencias, incluyendo colocar una torre extra que se trajo de otro pazo y arreglar un terreno de varias hectáreas. El general Franco estaba realmente complacido con el regalo, y su esposa todavía más. El dictador pasaba como mínimo 20 días al año en el pazo, en el que se celebraban consejos de ministros y se firmaban decretos, y gustaba de visitarlo en cuando tenía ocasión. El Pardo era su residencia habitual, un lugar a una conveniente distancia sobre la hostil ciudad de Madrid, pero es evidente que el pazo de Meirás era su lugar de seguridad, un paisaje rural nada peligroso, completamente desactivado políticamente a diferencia de las grandes ciudades o áreas industriales. Franco iba y venía, recibía aclamaciones de la multitud y prometía diversas mejoras en las parroquias que visitaba. Los ministros y jerarquías del régimen se acostumbraron a incluir el pazo de Meirás en sus recorridos por la gobernada España.Esta historia debería haber acabado hacia 1977. Dejando un prudente margen tras la muerte del dictador, la Diputación de la Coruña habría perdido disculpas por las exacciones de cuarenta años atrás, el pazo habría vuelto a su propiedad en calidad de museo u otro equipamiento público similar, y el asunto habría terminado. Pues no. En 2017, casi 80 años después del expolio y 40 de la muerte de Franco, el pazo de Meirás es propiedad legal, firme y sólida como una roca, de la familia Franco. Pero lo más asombroso es que la Fundación Nacional Francisco Franco (denominación literal) se encarga de gestionar las visitas al complejo. Como todo tiene solución, aquí también la hay, aunque resulta engorrosa: se trata de añadir una enmienda a la Ley de Memoria Histórica que revierta la propiedad del pazo a las instituciones públicas, lo que sería un largo trámite parlamentario. El recorrido legal no se pudo iniciar porque el PP votó en contra, alegando los sagrados derechos de la propiedad que asisten a la familia Franco. En semejante callejón sin salida legal y político brilla con fuerza la capacidad del franquismo para hacerse fuerte en determinados bastiones que no está dispuesto a soltar. Un solo ejemplo, pero hay muchos: consiguieron frenar la ley de divorcio por mutuo acuerdo, establecida en 1932 y derogada en 1938, hasta nada menos que 2005. Meirás resiste, ¿hasta cuando?
Como dijo el rey emérito con el asunto de los elefantes, otra vez me lo pensaré muy seriamente antes de menear mi propia web...
La aplicación del apartheid a la aviación comercial se hizo con grandes dificultades. El problema empezaba en los aviones mismos: como lamentaba el ministro sudafricano de transportes de la época, no había suficientes pasajeros no blancos para permitirles aviones exclusivos para ellos.
Últimamente los referendos no salen bien. Fíjense en el famoso Brexit, un gran e inesperado corte de mangas a la Unión Europea que va dar trabajo a abogados y funcionarios durante décadas para localizar los miles de lazos legales y comerciales que quedarán cortados entre el Reino Unido y el resto del mundo, vía UE. Por esta y otras razones, muchos ingleses –el triunfo del Brexit fue un triunfo del nacionalismo inglés– apuran melancólicamente su pinta en su rincón favorito del único pub de su barrio y piensan que la victoria brexitiana estuvo bien, pero que no hay que exagerar, que sus sueños de jubilarse en Santa Pola van a quedar seriamente comprometidos. En fin, que cada vez hay más brexit-arrepentidos. Y lo malo es que no hay vuelta atrás: a lo hecho, pecho. Un referendo es una cosa muy, muy seria. Pero, ¿y si hubiera una segunda oportunidad? Podría llamarse la segunda vuelta del referendo. Consistiría en una segunda convocatoria a los electores, un tiempo después nítidamente delimitado, en que se les haga exactamente la misma pregunta. La segunda vuelta tendría que estar incluida con toda claridad en la organización general del referendo, sea cual sea el resultado: un tiempo prudente después, por ejemplo un año o dos, haga frío o calor, la consulta se repite. Lo del referendo repetido es una invención canadiense. En 1980 los quebequenses votaron si se iban de Canadá y en 1995 volvieron a hacerlo. En ambas ocasiones decidieron que no. Pero quince años es un plazo muy largo, hay que negociar el segundo referendo de manera extenuante otra vez. La solución de referendo con segunda vuelta elimina este inconveniente, la negociación sería única e incluiría las dos convocatorias a las urnas. ¿Cuáles serían las ventajas de un doble referendo, en el caso que nos ocupa, es decir la cuestión de la independencia de Cataluña? Son infinitas, pero vamos a seleccionar las más importantes.Ambas partes salvan la cara Como es sabido, llega un momento en las negociaciones políticas en que todo se reduce a establecer quién se tira del coche más tarde antes de caer por el barranco. Y luego pasa lo que pasa, incluso la violencia. El doble referendo no podría ser rechazado por el gobierno catalán por razones evidentes, y sería aprobado explícitamente y organizado por el gobierno central, el de Madrid. El voto se aquilataEs decir, se pondera, examina y purifica de toda obcecación y resentimiento. En los referendos únicos, como el Brexit, mucha gente simplemente quería dar una lección a Bruselas y a los malditos eurócratas que allí proliferan. No tuvieron en cuenta su jubilación en Santa Pola. En el referendo con segunda vuelta, puedes votar una primera vez con la ira y el resentimiento guiando tu mano hacia la papeleta y una segunda vez con todavía más ira y resentimiento, pero esta vez confirmado y engrosado por los hechos y tal vez orientado hacia otra papeleta. Un referendo único es como comprar un piso sobre plano, sin verlo: puede que tengas suerte o puede que no. Es más lógico visitar la vivienda, hacerte a la idea y luego decidir si la compras o no. Se dirá que eso ya se hace, con las amenazas apocalípticas de la miseria que caerá sobre Cataluña si se vota por la independencia o con la visión beatífica del paraíso que será una Cataluña independiente. Pero no es lo mismo que te lo cuenten que comprobarlo tú mismo. Se quita hierro al asuntoSaber que puedes rectificar elimina mucha de la angustia asociada a una decisión trascendental, la convierte en menos sublime y ominosa. En asuntos de nacionalismo grande o pequeño, toda precaución es poca para relajar tensiones. A votar con tranquilidad y luego, salga lo que salga, un año o dos después, a votar otra vez con más fundamento. Por cierto, el referendo de la independencia de Escocia fue en septiembre de 2014 y el del Brexit en junio de 2016. Veinte meses después. ¿Cómo saldría ahora un referéndum para la independencia de Escocia? Además, se cuasi-elimina el argumento de que, si se autoriza (sic) un referendo y se pierde, los nacionalistas locales exigirán otro. Con la segunda vuelta, tendrán otro automáticamente. Es verdad que luego habrá que pactar de manera solemne, en algún claro del bosque sobre una piedra, una plazo largo sin más referendos, pero si ya ha habido dos, nadie puede quejarse. Inconvenientes tiene el referendo con segunda vuelta, como todo. Por ejemplo, costará más dinero. Pero es prácticamente el único problema de una solución sencilla que traería paz y sabiduría política a nuestro atribulado país.
Las películas antiguas de guerra no eran muy realistas, ni falta que hacía. Muchos de los espectadores habían pasado por experiencias bélicas reales, y lo que les interesaba era la trama y los personajes. Las películas modernas de guerra, por el contrario, intentan simplemente que el espectador se meta hasta el cuello en lo que es una guerra vista desde dentro. "Dunkerque" es un ejemplo de este tipo de películas para espectadores ignorantes de lo que es una guerra de verdad.
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En el poblado de Santa Marta de Ribarteme, en España, cada 29 de julio se realiza una procesión funeraria única: personas vivas se meten a ataúdes para agradecer a Santa Marta haber sobrevivido un accidente o una enfermedad grave, o la salvación de algún familiar.
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La aplicación del apartheid a la aviación comercial se hizo con grandes dificultades. El problema empezaba en los aviones mismos: como lamentaba el ministro sudafricano de transportes de la época, no había suficientes pasajeros no blancos para permitirles aviones exclusivos para ellos.
Las películas antiguas de guerra no eran muy realistas, ni falta que hacía. Muchos de los espectadores habían pasado por experiencias bélicas reales, y lo que les interesaba era la trama y los personajes. Las películas modernas de guerra, por el contrario, intentan simplemente que el espectador se meta hasta el cuello en lo que es una guerra vista desde dentro. "Dunkerque" es un ejemplo de este tipo de películas para espectadores ignorantes de lo que es una guerra de verdad.
El motor de explosión, como su nombre indica... no pinta mucho en un mundo de aifones y smartswebs.