Siento el paso del tiempo gracias a tu gemelo izquierdo. Otras personas lo conseguirán mirando el reloj, contemplando la lucha infinita entre la luna y el sol por dominar el cielo o esperando a que empiece su programa de televisión favorito una vez termina. Cualquier forma es válida si le sirve a uno y la mía, es gracias a tu gemelo izquierdo. No el derecho, el izquierdo.
Yo conduzco y tu vas detrás. Perpendicular. Y cuando la conducción lo permite, lanzo mi brazo derecho hacia atrás buscando tu gemelo izquierdo para cogerlo, acariciarlo, apretarlo, sentirlo. Representando con las yemas de mis dedos la música que suena en la radio del coche en tu pequeño músculo. Me relaja y me da seguridad. Recuerdo que así ha sido siempre aunque seguramente no. Los recuerdos no son de fiar. A veces no lo he encontrado y tú, consciente del acto, has puesto tu gemelo izquierdo a mi disposición.
Gracias a esta íntima danza, he sentido como tu gemelo izquierdo ha pasado de ser un gemelo tierno de bebé a uno de niño. Todavía frágil y pequeño pero cada vez más fuerte y grande.
Cada vez con más frecuencia, no te sientas detrás si no delante en el coche. Y poco a poco, de ese poco a poco que no te permite apreciarlo hasta que ya no hay vuelta atrás, nuestra danza va dejando de producirse. La perpendicularidad está dejando paso a la paralelidad como un baile de moda pasa a otro. Solo que nosotros no somos una moda y nuestra música seguirá tatuada en las yemas de los dedos de mi mano derecha y en tu gemelo izquierdo a pesar del paso del tiempo.