Los dos amigos conversaban en una terraza, bajo el sol suave de la mañana de un sábado de abril, Christian había llamado a Alberto para compartir buenas noticias sobre su trabajo. Alberto era un vividor, de buena familia, había pasado su vida de fiesta en fiesta con poca preocupación por el futuro, que sabía asegurado. Se conocieron durante el breve tiempo que pasó en la universidad. Christian era todo lo contrario, su familia era pobre y solo con mucho esfuerzo logró encadenar beca tras beca hasta ser una pequeña eminencia en el ámbito académico a pesar de su juventud, ambos rondaban los 27 años.
- ¿Una máquina del tiempo? Venga ya...
- No, no, una máquina DE tiempo, es prácticamente lo contrario.
- Explícate.
- En una máquina DEL tiempo, tú te metes dentro y el tiempo en el exterior de la máquina transcurre más rápido (si viajas al futuro) o hacia atrás (si viajas al pasado). En mi máquina DE tiempo, es el interior lo que transcurre más rápido.
- Entonces, si yo me metiera dentro, ¿podría viajar al futuro?
- No, no lo has entendido. Si tú te metieras dentro y abriéramos la puerta una hora después, llevarías 6 meses muerto por inanición. El tiempo pasa dentro de la máquina 6 meses por cada hora del exterior. Para salir vivo tendrías que llevarte agua y comida para esos 6 meses y, ejem, algún sitio donde meter los “residuos” , ya me entiendes… Digamos que al salir habrías conseguido viajar una hora en el tiempo a cambio de medio año de tu vida. Además, ni siquiera cabría todo ese material, la cámara apenas tiene el tamaño de una cabina, unos dos metros cúbicos.
- ¿Y quién pagaria por eso?
- Pues cualquier industria que se pueda permitir nuestras tarifas, que no van a ser pequeñas, solo el gasto en electricidad es brutal. Hacemos pruebas sobre todo de fatiga de materiales. Tenemos muchos clientes potenciales de la industria aeronáutica, espacial… introducimos una pieza sometida a una carga y en una jornada de trabajo. podemos tener la deformación y tensiones provocadas en 20 años. No es una simulación, como se hacía hasta ahora, emulando el paso del tiempo con calor, presión, luz ultravioleta... Traenos una pieza y mañana te la entregamos después de haber estado trabajando 20 años reales en circunstancias medidas, no estimaciones, sino datos reales. Ahorra muchísimo tiempo, acelera los desarrollos, proporciona muchísima más confianza sobre los límites de los materiales... También tenemos en mente muchos experimentos biológicos. No necesitan esperar meses para ver la evolución de un cultivo, en cuestión de minutos tienen los resultados y pueden seguir adelante. Ahorrarán bastantes veces más de lo que gastan, tenlo por seguro.
Tenemos baterías para almacenar la electricidad que necesita la máquina, sería inviable consumirla por vías convencionales, ten en cuenta que es el equivalente a 6 meses de consumo concentrados en una hora, así que tenemos un suministro normal, lo almacenamos durante días en baterías y lo consumimos de golpe en la cantidad e intensidad que necesitamos. En el prototipo, claro, cuando hagamos el desarrollo industrial funcionará de otra manera. En todo momento intentamos mantener la discreción de un chalet familiar. Muy poca gente sabe siquiera que este proyecto está en marcha.
- No digo que me lo crea todavía, pero ¿cómo se supone que lo conseguís?
- Existen unas unidades llamadas cronones, los átomos del tiempo. Es la unidad de tiempo más pequeña que puede existir, el tiempo que tarda la luz en atravesar un electrón. Nosotros hemos aprendido a acelerarlos. En realidad las matemáticas ya existían hace 80 años, pero solo ahora tenemos los materiales y el conocimiento tecnológico para llevarlas a la práctica. Las matemáticas predicen también que se puede detener o incluso invertir su velocidad, estamos empezando a investigar en ello. De momento hemos conseguido acelerar los cronones unas 1400 veces, 6 meses por hora. El flujo de aire, por ejemplo: tenemos una máquina capaz de mover 1500m3 la hora, pero eso se traduce en una renovación dentro de la máquina de una vez, 2m3 cada dos horas. La corriente que proporcionamos al sistema de circuito cerrado de TV también tenemos que proporcionarla 1400 veces superior a la que necesita el equipo, todo se escala temporalmente al entrar en la caja.
- Pero, no me habías hablado nunca de eso, ¡estoy alucinando!.
- Era un desarrollo secreto, pero ya hemos empezado las actividades comerciales y tenemos parcialmente permiso para hablar abiertamente de ello. Sé que te encantan estos temas.
- Es tan de ciencia ficción... cuesta creer...
- Te lo puedo demostrar... Podemos ir al laboratorio. A ti te gusta el vino, llevate una botella y la pruebas después de meterla en la máquina.
- ¡Hostia! ¿Se podría?
- Tengo materiales que envejecer, hay espacio de sobra y ya está pagado, no afectaría meter una botella de vino. Y como tengo que calibrarla antes puedes ver cómo en un minuto un reloj se adelanta tres días.
- Pues te tomo la palabra, deja que compre una botella de amontillado al camarero y hacemos la prueba. Tengo mucha curiosidad. ¿Has dicho antes que estaba en un chalet? ¿Está lejos?
- Qué va, justo aquí detrás, había quedado contigo en este bar por eso, sabía que querrías ver la máquina y estamos al lado. Es un sitio discreto que nadie asociaría a una investigación de vanguardia. No recibiremos a los clientes aquí, naturalmente, aquí solo procesamos las muestras de momento hasta que tengamos las instalaciones definitivas. No hay nada realmente de valor dentro. Solo el conocimiento para construir lo que estamos haciendo, y eso no se puede robar físicamente, no tenemos más seguridad que la de una casa familiar, alarma y poco más. Y solo tengo un ayudante, en realidad la máquina es muy sencilla de operar una vez construida.
- Vamos entonces.
En el chalet no había nadie y, efectivamente, nada en su aspecto exterior ni interior lo hacía diferente de cualquier otra vivienda familiar, hasta que llegaron al sótano, tras bajar por una escalera que daba transversalmente a un estrecho pasillo de poco más de un metro de ancho, en un extremo un escritorio con un ordenador de sobremesa, y una puerta en el opuesto. En medio, unas cuantas bolsas azules apiladas de forma desordenada. Christian cogió una de las bolsas y lo llevó hasta la puerta mientras se la entregaba junto a un papel doblado.
- El ambiente del laboratorio es controlado, tenemos que pasar por una esclusa de uno en uno que nos aspirará el polvo, pelos, etc., Pasa tu primero, por favor, Déjame la botella y lleva la documentación y esta bolsa, y les echas un vistazo luego.
- Ok, ¿pero no debería ponerme un gorro, traje blanco y esos rollos? ¿Christian?
La puerta se había cerrado tras él y solo entonces se dio cuenta de que la supuesta esclusa únicamente tenía una entrada: no era una esclusa, sino una minúscula habitación de un metro cuadrado, una luz en el techo y una rejilla de ventilación. Volvió a llamar a su amigo sin respuesta.
-¡Christian! Esto no tiene sentido, esto no es una esclusa…
Como respondiéndose a si mismo, se dio cuenta de que la cabina mediría un par de metros cúbicos y empezó a sentirse muy mal. Intentó abrir la puerta pero ni siquiera había manivela por el interior.
- ¿Christian?...¿¡CHRISTIAN!?
Abrió el papel con la supuesta documentación y solo había una frase escrita.
“No sé qué mierda habrá visto Ana en ti pero no volverá a verlo jamás.”
Empezaron a caer chorros de sudor por la frente de Alberto. La puerta era de metal, como el resto de paredes del habitáculo y pronto se dio cuenta de que era inútil intentar salir de allí.
Empezó a sonar una música que llegaba amortiguada desde el exterior. El muy sádico había puesto Vivaldi.
Se atenuó la luz y le llamó la atención que la música se estaba haciendo progresiva y rápidamente más grave y apagada, como si se ralentizara, y sintió un escalofrío al entender lo que significaba. La máquina estaba en marcha y el tiempo estaba empezando a pasar mucho más rápido en su interior. La bolsa que le había dado contenía unos litros de agua y un poco de comida:
Christian siempre había sido obsesivo con la eficiencia. En solo unos minutos suyos, proporcionaría a Alberto semanas de sufrimiento inhumano, lo que pudiera estirar con las escasas raciones de comida de la bolsa, y empezó a llorar al tomar conciencia de su situación pensando que Christian se regodearía una y otra vez. contemplando su sufrimiento grabado.
Pasados tan solo unos minutos en el exterior, abriría la puerta y encontraría un cadáver, con todo el fin de semana por delante para deshacerse de él tranquilamente en soledad y limpiar la suciedad humana acumulada en la máquina durante meses de agonía y muerte. Abandonaría su cuerpo y nadie podría culparle de nada. ¿Cómo una persona podía morir de hambre en un solo día? ¿A quién se podría acusar por ello?
Quizá la policía atara cabos, supiera que un amigo suyo tenía acceso a una máquina para acelerar el tiempo, pero ¿realmente existían esos clientes? ¿Sabía realmente alguien lo que había en el sótano de ese chalet?
A pesar de todo, aun sabiendo que no había posibilidad de escapar, intentaría sobrevivir lo más posible esperando un milagro y examinó la bolsa.
Unos frutos secos, unas galletas, un poco de atún... Todo venía envuelto en plástico, el atún había sido sacado de sus latas y metido en bolsas. Era evidente que Christian no quería que las usara para cortarse las venas, ¿pretendía prolongar su agonía lo máximo posible? Ademas encontró instrucciones para racionar los víveres durante 30 días, 10 minutos del exterior según las cuentas que recordaba de la conversación del bar. Una luz de esperanza, había un plazo. Quizá Christian no quería matarlo, solo castigarle. Saldría de allí.
Resignadamente, empezó a racionar la comida y el agua según las pautas del folleto.
...
Dentro de la cabina nada hacía notar el paso del tiempo. La luz no se apagaba nunca pero gracias a su reloj supo que habían pasado los 30 días, la meta que le mantuvo vivo, más que la escasa comida y agua. Había conseguido sobrevivir, aunque en un estado lamentable, rodeado de heces y orina.
Le había sobrado tiempo para pensar y darle vueltas a la relación que había mantenido con el que creía su amigo, buscando un motivo para aquella atrocidad. Recordó todas las veces que, mientras Christian pasaba su tiempo trabajando, estudiando, sufriendo por la falta de dinero y todas las tensiones que ello provocaba, le contaba sus noches de borrachera, sus ligues, sus viajes, sus fiestas... Ahora veía todas aquellas vaciladas inocentes, como los clavos que había ido poniendo en el ataúd donde ahora se encontraba. El carbón que él mismo se encargaba de echar a la hoguera de envidia y resentimiento de Christian. Y el último y definitivo clavo había sido liarse con Ana, su novia. Ni siquiera sabía por qué lo hizo, Ana tampoco le atraía especialmente, y sabía que era lo poco que alegraba la vida de su amigo. Tal vez la locura de aquella noche de drogas en que se la encontró en la discoteca y ligó con ella como una rutina más de sus noches, la inercia de la costumbre, un instinto que siguió sin pensar. Confiaba en que no se enterara nunca, pero era evidente que se equivocó y lo estaba pagando muy severamente.
El hambre, la fatiga, el dolor por la falta de movimiento, la soledad y lo dramático de la situación habían hecho estragos en su cuerpo y su espíritu y apenas pudo levantar la cabeza cuando el rumor sordo de fondo se volvía agudo progresivamente, la tenue luz recobró su brillo dañándole los ojos y volvió a reconocer a Vivaldi.
La máquina se estaba deteniendo.
¿Habría recapacitado Christian? Seguro. Por una tontería de faldas no podías matar a nadie, y menos a un amigo al que conoces desde hace 20 años. Se había cumplido el plazo, sin duda le permitiría salir y le pediría perdón, Alberto se lo concedería, le prometería olvidarlo todo y volverían a ser amigos.
Y una mierda.
Se iría directo a la comisaría a denunciarle y ese cerdo se pudriría en una celda por lo que había hecho.
La debilidad del ayuno y los músculos agarrotados por la postura forzada durante 30 días le impedían incorporarse , apenas moverse, y mientras la puerta se abría, en un arrebato de dignidad extraño, se avergonzó de presentarse cubierto de heces a la vista de Cristian pese a saber que toda la tortura era grabada. Apenas podía articular palabra.
-Cri… Christian…
Cuando se abrió la puerta, vio a Christian sonriendo sin alegría con una copa de vino en la mano. Lo miró durante unos instantes, arrojó una nueva bolsa azul dentro de la cabina y la cerró de nuevo.
Vivaldi volvió a convertirse lentamente en un rumor a la luz tenue del interior