En la ciudad los árboles son las víctimas propiciatorias en los nuevos trazados urbanos. En un equilibrio de fuerzas, el árbol se encuentra manifiestamente en condiciones de inferioridad ante los trabajos urbanos que se realizan en las ciudades, siendo éste el único ser con vida propia relativamente débil, molesto y entorpecedor, fácil de eliminar. En una noche se puede arrancar, talar y derribar una avenida que ha tardado años en desarrollarse.
El crecimiento del tráfico y las exigencias de la circulación han tenido y tienen siempre exigencias arboricidas, se han reducido acerados donde se han reubicado nuevos árboles que aparecen tímidos, como asustados, con sus ramajes empobrecidos, encorsetadas sus raíces en fundas de cemento.
El árbol ya no es el ser vivo para oxigenar, dar sombra y aportar vida, su misión se convierte en decorativa, en la nueva avenida ha dejado de ser el principal protagonista, que ahora es el asfalto y el automóvil. El árbol conservado vivo artificialmente soporta la polución y los embates de la circulación, en otros casos se precinde de ellos.
La compactación, los escapes de gas, accidentes, vandalismo, causan bajas en el patrimonio arbóreo de forma periódica que hay que renovar.
Un inventario del patrimonio arbóreo nos acusa la necesidad de renovación de arboledas en la ciudad. Los árboles no son eternos y menos en las condiciones que les obligamos a desarrollarse
Una planificada reposición es necesaria, con información al ciudadano de los procesos a seguir.
Subjetivamente, el árbol se convierte en un elemento psicológico que contribuye a mejorar la calidad ambiental de la ciudad.
(José Elías Bonells. Diplomado en la Escuela de Jardinería Nicolau Mª Rubio Tudurí de Barcelona.)