e⁺ e⁻ → Z⁰

Se vieron desde lejos. Él la notó distinta, como si el aire a su alrededor se curvara un poco más. Ella también lo percibió, un leve zumbido en el pecho, una alerta suave pero insistente. No hablaron al principio. Solo se acercaron, paso a paso, como si algo más fuerte que el miedo les dictara la ruta.

—Nunca había sentido esto —dijo ella.

—Yo tampoco. Pero lo he imaginado tantas veces que casi me parece familiar —respondió él.

—¿Y si nos duele?

—¿Y si nos explica?

La distancia entre los cuerpos ya no era segura. La piel empezaba a temblar con una frecuencia nueva. Sabían que, una vez juntos, no habría vuelta atrás. Lo intuyeron cuando los dedos se rozaron, cuando las miradas dejaron de chocar para fundirse.

—¿Tienes miedo? —susurró ella.

—Sí. Pero también tengo... ilusión.

El contacto fue leve, apenas un roce de labios, pero el mundo cambió. Se apagó el nombre de cada uno y, en ese breve resplandor que dejó la unión, nació algo nuevo.

Le llamaron Bosón.