Extracto del libro "La invención del pueblo judío" de Shlomo Sand, página 15.
El Ministerio del Interior pronto descubrió que se había cometido un grave error: Bernardo, ahora conocido como Dov, no era judío. Aunque no se anuló su matrimonio, Dov fue convocado a una reunión formal para clarificar su verdadera identidad. En la oficina gubernamental a la que se le envió se sentaba un funcionario que llevaba un bonete negro en su cabeza. En aquel tiempo, el partido religioso-sionista Mizrahi, que ocupaba el Ministerio del Interior, era cauto y vacilante. Todavía no insistía en los territorios «nacionales» o en la política de exclusión identitaria.
La conversación entre los dos hombres transcurrió más o menos como sigue:
—Usted no es judío -dijo el funcionario.
—Nunca dije que lo fuera -replicó Dov.
—Tendremos que cambiar su inscripción -dijo con indiferencia el funcionario.
—No hay ningún problema -acordó Dov-, adelante.
—¿Cuál es su nacionalidad?
—¿Israelí? -sugirió Dov.
—No existe semejante cosa -afirmó el funcionario.
—¿Por qué?
—Porque no existe una identidad nacional israelí - dijo el funcionario del Ministerio con un suspiro-, ¿Dónde nació usted?
—En Barcelona.
—Entonces pondremos «nacionalidad: española».
—Pero yo no soy español. Soy catalán y me niego a ser clasificado como español. Contra eso es contra lo que luchamos mi padre y yo en los años treinta.
El funcionario se rascó la cabeza. No sabía mucho de historia, pero respetaba a la gente.
—Entonces pondremos «nacionalidad: catalán».
— ¡Muy bien! -dijo Dov.
Así Israel se convirtió en el primer país del mundo en reconocer oficialmente la nacionalidad catalana.
—Ahora dígame: ¿cuál es su religión?
—Soy laico y ateo.
—No puedo escribir «ateo». El Estado de Israel no reconoce esa categoría. ¿Cuál era la religión de su madre?
—La última vez que la vi todavía era católica.
—Entonces escribiré «religión: cristiana» -dijo el funcionario con alivio.
Pero Dov, normalmente una persona tranquila, estaba empezando a impacientarse.
—No llevaré una tarjeta de identidad que diga que soy cristiano. No sólo se opone a mis principios, también ofende la memoria de mi padre que era un anarquista que quemó iglesias durante la Guerra Civil.
El funcionario volvió a rascarse la cabeza, valoró las opciones y encontró una solución. Dov abandonó la oficina del Ministerio con una tarjeta de identidad azul que declaraba que tanto su nacionalidad como su religión eran la catalana.