Hoy me he despedido de Consuelo para siempre. Me acuerdo muy bien del día en el que nos conocimos, hará unos 20 años. Estuve esperando más de dos horas para que me atendiera en su consulta del Centro de Salud y andaba yo más cabreado que una mona, preguntando al resto de pacientes si aquello era normal. "Es la primera vez que vienes, ¿verdad? Ya verás como cuando sea tu turno, ya no tendrás queja", me respondía una señora que pasaba allí las horas conmigo.
Consuelo tenía 5 minutos para ver a cada paciente, pero utilizaba al menos 20 minutos por cada uno de nosotros. Sabías que si te citaban a las 11.00, no ibas a entrar antes de las 14.00 a la consulta. Pero, efectivamente, una vez entrabas allí, se producía la magia de quien hasta esta semana es una gran profesional de la atención primaria y de quien ha sido médica de prácticamente toda mi familia (y buena parte del barrio) durante estos últimos años. Esos largos ratos en la sala de espera merecían la pena y sus pacientes no dudábamos en aguantarlos estoicamente.
Consuelo entra todos los días a trabajar a las 8 de la mañana, pasa consulta hasta las 15.00, luego responde sus emails (medio muy útil para que sus pacientes nos ahorremos la sala de espera) y en algún momento de la tarde también realiza visitas. Ignoro si esta mujer ha parado alguna vez para comer. La Comunidad de Madrid no le ha querido dar los medios que ella necesitaba, más ayuda, más personal para atender a los pacientes de la forma en la que ellos se merecen. Le han obligado a regalar sus horas, sus mejores años, a sus pacientes. Y no hay dinero que pueda pagar eso.
Consuelo me dice que no puede más, que necesita descansar. Que le encanta su trabajo, pero que no ve otra opción que no sea jubilarse. Ahora va a dedicarse a lo que más le gusta, a leer libros de historia y a hacer pilates, algo que su trabajo como médica le ha impedido hacer hasta ahora. Gracias a poder dedicarle más tiempo a los pacientes, hace años, en un chequeo rutinario que le hizo a mi madre, vio un indicativo que daba un dato ligeramente, insignificantemente anómalo. "Quizás no sea nada, pero merece la pena que te vea un hematólogo", le dijo a mi madre. Lo que vio fue un mieloma múltiple mucho antes de que este empezara a manifestarse. Al ayudar a diagnosticarlo tan rápido, le regaló a mi madre 8 años de vida en las mejores condiciones. Se lo he recordado hoy a Consuelo justo después de darnos el último abrazo y no he podido evitar emocionarme. Vamos a echar a esta mujer mucho de menos.
Comentarios
Mi médico de familia se jubila pronto (3 años) y ha sido y es un referente de confianza, serenidad, tranquilidad y buen hacer. Siempre pedagógico. Siempre atento. Siempre apurando los minutos que les concede la sanidad pública. Siempre dispuesto y compartiendo sus dudas médicas contigo... "esto puede ser esto o esto... vamos a averiguarlo... análisis de tal o de cual o prueba tal o cual..." Siempre le he tratado con respeto y él a mí. Siempre. Porque ese respeto se lo ha ganado no con su título de medicina (que también) sino por cercanía con el paciente, al menos conmigo, no es mi amigo, no... (tengo otros amigos médicos) pero siempre ha estado ahí haciéndome entender que esa ciencia no es matemática pura... "vamos a ir paso a paso, primero descartamos esto y esto y eso... y luego vamos viendo opciones". Esos profesionales de la medicina son (para mí) lo mejor.
Un amigo médico me decía... "ten en cuenta que hay médicos que han aprobado la carrera con un cinco raspao y son médicos igual que los de matrícula..."
Es de bien nacido ser agradecido.
Esto es una "rara avis" , yo las ultimas visitas que he tenido en la SS han sido telefónicas, que es la nueva moda que me parece que ha venido para quedarse, una de ellas era comentar una radiografías, y como por teléfono esto es imposible porque no las puedes ver, he tenido que ir a un medico particular, con la visita presencial que aquí no ha supuesto ningún problema, y apoquinar unos cuantos euros.
No se puede pedir que nadie ponga tanto de su parte.