Hace 3 años | Por tiopio a debatecallejero.com
Publicado hace 3 años por tiopio a debatecallejero.com

Hubo Pedro Jota y una chequera. Un día lo vi entre los componentes de la llamada AEPI, o sea, la Asociación de Escritores y Periodistas Independientes, ¡manda cojones!, con Pedro Jota y García Trevijano a la cabeza. So pretexto de exigir más libertad de expresión, el denominado por el bando contrario sindicato del crimen pretendía hacer bueno el «váyase, señor González» que Aznar predicaba a diario varias veces y desde todos los púlpitos. Vamos, la famosa conspiración tramada para apear de La Moncloa a González, aunque fuera poniendo en apuros…

Comentarios

D

Buen relato, un pelin difícil de leer pero es bueno.

tiopio

Un día lo vi entre los componentes de la llamada AEPI, o sea, la Asociación de Escritores y Periodistas Independientes, ¡manda cojones!, con Pedro Jota y García Trevijano a la cabeza. So pretexto de exigir más libertad de expresión, el denominado por el bando contrario sindicato del crimen pretendía hacer bueno el «váyase, señor González» que Aznar predicaba a diario varias veces y desde todos los púlpitos. Vamos, la famosa conspiración tramada para apear de La Moncloa a González, aunque fuera poniendo en apuros la legalidad vigente, según reconoció Anson, antiguamente Ansón, impertérrito viejo verde, católico ejerciente y apeísta de pro. Me sorprendió tanto ver a Umbral entre aquella banda de impresentables rencorosos (no todos impresentables y rencorosos, pero sí ingenuos) que se lo reproché y le pregunté cómo podía sentirse cómodo con semejantes compañeros de viaje. No supo darme una explicación, pero escuchando entre líneas interpreté esta respuesta:

-Me lo pidió el señorito, que es quien me paga.

Aquella derecha que tanto había despreciado a Umbral por su origen lúmpem y denigrado por rojo, empezó a sentarlo a su mesa, como quien sienta a un pobre por Navidad. Paco Umbral había llegado a confesarme:

-Joder, Pedrojota me ofreció lo que quiera, prácticamente un cheque en blanco, naturalmente no pude negarme…

Y Umbral empezó a ser uno más de la derecha más derechona. Los viernes tocaba cena con los umbrales y los Rigalt en La Albufera de la Sexta Avenida. Sus posturas reaccionarias eran insufribles por quienes le habíamos conocido y admirado cuando tenía intereses políticos bien distintos. Antonio Casado y yo, aunque procurábamos armonizar y llevarnos bien, con frecuencia reventábamos. Como además Umbral estaba sordo, había que gritar, y aquello resultaba incómodo y demasiado aparatoso. Pedrojota era su Dios. Hablaba como si hubiera sido abducido por Pedrojota. Umbral empezó a perder amistades en el mundo de la cultura y de la progresía a cambio de los favores y premios que le otorgaba la derecha. Sus libros dejaron de interesar, y lo sabía. Sus artículos muchas veces eran ininteligibles, y lo sabía. Hubo en tiempo en que para dormir recurría al mogadón y para despertarse al optalidón con whisky. Cuando descafeinaron el optalidón, lo dejó. Le temblaban las manos, se atiborraba de pastillas, píldoras y otros venenos. Veía cosas que no eran. Jugábamos al parchís en su casa y, si se tomaba un whisky, ya descontrolaba. Un día, almorzando en Lucio con él y una amiga común, se puso a cantar. El más adúltero de todos los adúlteros empezó a tener celos de su mujer y daba nombres, sé que eran mentira. Un día sacó mi nombre. Lo nuestro había acabado. Y con dolor y sufrimiento, porque había sido una amistad de muchos años, desde cuando me sentí fascinado por aquellos artículos contracorriente y subversivos de El País o por los libros, siempre brillantemente literarios, de recuerdos como «Memorias de un niño de derechas». La pose arrogante y hasta grosera de que merecidamente se le acusaba, pues él mismo no se privaba de hacerla pública, no la manifestaba con los pocos amigos de verdad que tenía y la considerábamos como extravagancia o boutade propia de quien va para genio. Paco puso prólogo, excesivamente generoso, a un libro de entrevistas mío ya en 1976. Le pagué, precariamente, por supuesto, el favor prologándole el libro «Diccionario para pobres», en 1977.

D
D

Poderoso caballero es Don Dinero. Es difícil no venderse, casi todos los hemos hecho en algún momento, de una manera o de otra. Aunque fuera en cosas leves.

Pero hay principios que no deberían poder ser comprados, por dignidad del comprado y por la del comprador.

Avispao

Sí, estos que despreciaron a Umbral son los mismos que despreciaban a Anguita, y por las mismas razones. Era la izquierdita cultural española, acostumbrada al pesebre, que atacaban con saña al que se saliese del corral felipista que tan bien se había portado con ellos. Eran los tiempos en que hablar del Gal estaba prohibido por los libros de estilo, pero eso no parecía importarles lo más mínimo a la corte de paniaguados del PSOE. Muchas de esas momias hoy reviven de afán socialista al olor del dinero fresco, que como no se espabilen se lo llevan todo las nuevas camadas de lameculos progres del sistema, ya los conocéis, son legión y gustan de vivir bien.