Este fin de semana el diluido Feijóo ha hecho público su plan sobre la inmigración, una propuesta que incluye un endurecimiento general sobre las condiciones de entrada y la residencia de inmigrantes no comunitarios. Este es un movimiento que se ha descalificado por parte de la izquierda como una simple imitación de los postulados de la ultraderecha, sin más entidad que competir electoralmente con Vox. Y esto es parcialmente cierto. Pero solo parcialmente. Cuando el PP habla de favorecer la inmigración “culturalmente próxima” ( en román paladino, preferir a inmigrantes católicos , europeos o latinoamericanos, a los que profesan la religión musulmana) está ateniéndose , religiosamente, valga la ironía, a los prejuicios racistas del partido de Abascal. Pero se engaña el PSOE, la propuesta de Feijóo no es un calco simple del programa de Vox: propone regular la entrada de inmigración por razones económicas, dando por hecho que, a efectos prácticos, ahora eso no ocurre; también gestionar la entrada de mano de obra según las necesidades sectoriales: favorecer la entrada allí donde haya déficit y frenarlo donde no lo haya.
Esta propuesta no es pues, como le gusta caricaturizar a la izquierda una copia vergonzante del discurso de Vox, habla de una gestión activa de la entrada de inmigración económica. Plantea la cuestión de si es posible ejecutar una política que ejerza de forma planificada la soberanía nacional en un sector muy concreto, el mercado laboral. Comete un error la izquierda si descarta con desdén lo que significa este plan y sobre todo, si desprecia y descuenta los efectos que este mensaje tiene en una enorme parte de la población española. Un error por pereza intelectual, por comodidad sintiéndose moralmente superior y por tanto , ganador de la pelea antes de que comience. Y es que la izquierda tiene un gravísimo problema con la cuestión inmigratoria, lo que estoy seguro, va a tener enormes costes electorales . Sobre este asunto, que es crucial en la sociedades europeas , la izquierda tiene un único discurso: la inmigración es en general, una buena cosa, los datos de crecimiento del PIB así lo demuestra, y el que no esté de acuerdo es un racista y un ignorante.
El Producto Interior Bruto, como medidor de riqueza ha sido frecuentemente criticado por economistas progresistas, y con razón. El PIB no recoge los costes ecológicos o los costes sociales, el impacto ecológico de la producción, ni las desigualdades en la distribución de la riqueza. Pero en la reflexión sobre la inmigración, de pronto, el PIB, de ser un medidor defectuoso, que no tiene en cuenta la redistribución de la riqueza, pasa a ser un argumento de autoridad sin fisuras. Y sin embargo cabría preguntarse si el incremento del PIB achacable a la inmigración también tiene costes ocultos. Cabría imaginar que ese incremento de riqueza que genera la inmigración está repartido de manera muy desigual. Cabria barruntar si son los empresarios y determinadas clases acomodadas los que se benefician de la inmigración masiva y son las clases bajas nativas las que asumen los costes en términos de competencia por los puestos de trabajo, en degradación de los barrios y de los servicios públicos.
Sé lo que se me va a replicar: la degradación de los barrios, de la sanidad y la educación pública no es culpa de los inmigrantes, sino de las políticas realizadas por las administraciones, mayoritariamente en manos de partidos de la derecha. Pero a los trabajadores de los barrios obreros esta verdad no les arregla calles, no les mejora las escuelas ni los ambulatorios, ni les despeja los agobios en el transporte público. Su percepción es la que es: que para que te atienda el médico tardan tres veces más, que tiene que compartirlo con personas que hace 5 años no estaban aquí para sostener ese sistema que se degrada a ojos vista. Eso es lo que ellos ven , y el discurso de un político universitario de clase acomodada acusando de racismo cualquier sentimiento de rechazo a esta transformación de vidas y barrios no es que no lo escuchen, es que es percibido como un insulto, como una negación a la realidad cotidiana que ellos viven.
Cabría, también , reflexionar sobre el impacto de la entrada de millones de trabajadores en un mercado laboral con tasas de paro superiores al 10 por ciento. No sería del todo disparatado sospechar que este flujo incesante de mano de obra barata ha podido influir (junto con otros factores, como la débil capacidad negociadora de los sindicatos de clase) en el casi nulo crecimiento de los salarios en términos reales. Si hay algo llamativo en el estado de la economía española es esa contradicción: crecimiento del PIB que es la envidia de nuestros vecinos y capacidad de compra de la inmensa mayoría de la población en valores reales sin apenas crecimiento ¿Es achacable a la entrada masiva de inmigrantes? yo no lo puedo afirmar. Lo que sí puedo asegurar es que desde la izquierda no se ha querido hacer un análisis objetivo, desprejuiciado de ello. Y es que la izquierda ante el fenómeno sucedido en estos últimos años (hemos pasado de menos de un millón de extranjeros en 1999 a casi 9 millones, mas dos millones y medio de nacionalizados ) reacciona como lo haría ante un fenómeno meteorológico: no cabe otra que adaptarse, hay que asumirlo tal cual ha llegado, la única respuesta decente es hacer el sitio de llegada más confortable. Puesto que negarse a adaptarse a esta transformación, es decir, resistirse como hace la ultraderecha, puede llevar a graves problemas de convivencia, a la conculcación de los derechos humanos, el automatismo de la izquierda replica: lo que hay es lo que hay y no podemos cambiarlo, por tanto, debe ser bueno, y es bueno que esté como está. Eso sí, justamente, se recuerda que esta explosión migratoria tiene que ver con los procesos de globalización y empobrecimiento que la economía neoliberal induce en los países emisores. Pero no es suficiente.
En realidad la izquierda se niega a asumir la complejidad del fenómeno migratorio, sus efectos múltiples a todos los niveles. Igual que la ultraderecha confunde de forma interesada y consciente al proclamar que los problemas se debe a la religión que profesan los inmigrantes la izquierda confunde, por puro terror a ser percibidos como alguien que renuncia a sus muy apreciada superioridad moral, la inmigración económica con la asistencia a refugiados, la obligación de asistir a quien está en riesgo en el mar con la política de facto de puertas abiertas en los aeropuertos.
La globalización del capital internacional está transformado todo nuestro entorno; fondos de inversión e inversionistas privados compran viviendas, elevan los precios hasta hacerlos inasequibles, el turismo cada vez más descontrolado, el capital extranjero destruye el pequeño comercio, las ciudades pierden su alma. La ultraderecha miente cuando afirma que la inmigración provoca enormes incrementos de la delincuencia, pero sus mentiras conectan con un malestar popular que no ha podido hacerse palabra ante una transformación de los barrios y las ciudades en la que la inmigración contribuye a este mutación acelerada, por la que nadie ha votado, que nadie de esos barrios ha elegido, pero de la que tiene que soportar los costes mientra otros, en otros barrios más acomodados, recogen beneficios. Y la izquierda huye horrorizada ante la sugerencia de que no todos los efectos de la inmigración son necesariamente positivos para todos. Como si reflexionar sobre ello, aceptar esta posibilidad te despojara ante tus compañeros de orilla de todo reconocimiento. Esta izquierda que reivindica la soberanía nacional en la economía, ante los grandes potencias hegemónicas, en la ciencia o la cultura popular no se plantea que es posible y legítimo desear la soberanía nacional en un campo importantísimo para un país; el mercado laboral. Su gestión, su tamaño, sus entradas y salidas. Países democráticos como Canadá o Australia gestionan estos flujos, lo intentan y no lo hacen desde el prejuicio de que la inmigración trae delincuencia o el delirio de la sustitución poblacional, lo hacen porque creen que es un derecho de las políticas públicas y un deber ante los trabajadores canadienses y australianos.
La puesta sobre la mesa de esta cuestión se ha dejado a la derecha, en sus términos, con sus sesgos y sus olvidos intencionados.
No porque se niegue un problema este desaparece mágicamente, no porque la izquierda cierre los ojos al impacto de la inmigración en los barrios menos acomodados el problema se disolverá en el aire. Es una actitud irresponsable y suicida. Deja el campo libre a la derecha.
Este es un articulo que no me ha gustado escribir, pero he creído que debía hacerlo porque de algo estoy seguro: el mensaje de Feijóo será oído, y en las próximas elecciones tendrá consecuencias.