Albert Camus, Soto Ivars y la autoconciencia de la maldad

"El ignorante yerra, hiere, destruye a veces, pero lo hace con las manos torpes del que nunca ha visto la luz. Su maldad es casi natural, un reflejo del hambre, del miedo o de la estupidez.

El verdadero desprecio imperdonable, en cambio, pertenece al hombre que ha conocido el pensamiento, la belleza, la hondura de lo humano… y, aun así, ha elegido servir al mal. Ese ser ha contemplado el abismo con los ojos abiertos y, en lugar de apartarse, ha decidido habitarlo o incluso convertirlo en lucrativa profesión. Su culpa es consciente. Su crimen no es de acción, sino de espíritu: pervertir la lucidez para justificar la corrupción.

Nada hay más repugnante que la inteligencia al servicio de la vileza. Porque la inteligencia debería ser una forma de pureza: una búsqueda de claridad en el caos. Pero el hombre que, sabiéndolo, se vende al mal, profana esa claridad. Hace del pensamiento una máscara, del verbo una trampa, de la razón un instrumento para degradar. Es el traidor absoluto, el que no tiene excusa ni redención.

(...)

El ignorante puede ser perdonado; el sabio que elige el mal, nunca. Él no es víctima de las tinieblas, sino su arquitecto. Y no merece compasión, porque ha conocido la verdad y la ha escupido".

Albert Camus, Combat, 1944.

"Sobre la intelectualidad del nazismo".