21/12/2012 - El día del fin del mundo. (3ª parte) 3

El discurso de victoria de la Presidenta Palin.

Sarah Palin apareció de nuevo ante las cámaras desde un lugar no identificado, ante la mirada asombrada de todos sus compatriotas y del mundo entero. Todas las cadenas de televisión hablaban constantemente de un ataque devastador que había destruido grandes extensiones de Rusia. Imágenes tomadas desde aviones en vuelo mostraban monumentales incendios en la lejanía, con los hongos atómicos aún reconocibles, disipándose lentamente en la noche a la luz de las llamaradas.

-Ciudadanos de los Estados Unidos. Amigos de todas las naciones. Hoy, Rusia ha sido desarmada -empezó.

Tres o cuatro mil millones de personas parpadearon simultáneamente ante sus televisores, atónitas.

-Rusia eligió tener una guerra nuclear -prosiguió la Presidenta-, y ha tenido una guerra nuclear. En un ataque estrictamente contrafuerza realizado a la perfección por la Armada y la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, sus principales fuerzas nucleares, sus centros de control y comunicaciones y partes sustanciales de su complejo científico-técnico han resultado completamente destruidas. En estos momentos, nuestras fuerzas acosan a los residuos de su dispositivo de guerra nuclear, que serán destruidos en breve plazo si no deponen las armas y se entregan.

El periodista veterano de la BBC se echó las manos a la cabeza, susurrando: "¡qué coño...!". Pero Sarah Palin continuaba:

-Conciudadanos: esta operación militar ha producido un importante elemento de contaminación nuclear atmosférica, que ahora mismo viaja por el Ártico hacia Alaska y el Pacífico. La población de Alaska dispone de aproximadamente veinticuatro horas para dotarse de todo lo necesario, y después deberá permanecer en sus casas hasta nueva orden. Cursaremos instrucciones para otros países que puedan resultar afectados por la radiación.

Hizo una pausa antes de seguir:

-Al pueblo de Rusia, le quiero decir que no somos sus verdaderos enemigos. El pueblo de Rusia debe saber que los verdaderos culpables de esta situación son sus gobernantes corruptos y criminales. Estados Unidos cooperará con todos los medios a su alcance para corregir los efectos indeseables de este conflicto sobre la población civil rusa, y apoyará las iniciativas tendentes a establecer una verdadera democracia regida por las leyes de los hombres y mujeres libres. Al gobierno de Rusia le digo: no se os ocurra cometer ningún crimen más. Sabemos que aún os quedan algunas fuerzas, sí. Pero con ellas, sólo podríais asesinar a gente inocente. Jamás ganar. Pues ya habéis sido derrotados. Por vuestro propio bien, poned el poder en las manos del pueblo de Rusia.

Y terminó:

-¡Ciudadanos de los Estados Unidos! Hoy es el día de la victoria, un día de victoria contra el mal tan grande como el que celebramos todos los años desde 1945. Os llamo a la alegría y a la celebración. También os llamo a la caridad y la compasión con las personas inocentes afectadas por esta guerra espantosa, y Dios os bendecirá. Dios bendiga a América. Gracias. Gracias a todos.

 

 

La escueta intervención del Viceprimer Ministro Ivanov.

En Rusia no hablaron ni Medvédev ni Putin. Quien apareció en torno a las tres y media de la madrugada en el Centro de Prensa Internacional de Moscú fue el viceprimer ministro primero Sergei Ivanov, que concibió la nueva estrategia de defensa de Rusia basada en el uso de armas nucleares.

Fuera, arreciaba una fuerte lluvia radiactiva sobre la ciudad. Muchos periodistas extranjeros se habían refugiado en el Centro de Prensa, que disponía de sus propios sistemas de telecomunicaciones y de muchas salas interiores bien cerradas, a diferencia de las abiertas habitaciones de los hoteles próximos. Ivanov llegó en un vehículo BMP-3 escoltado por tanques T-90, todos con sus sistemas de defensa NBQ activados, y fue directamente a los garajes más profundos. Desde allí, se dirigió a los periodistas:

-Señores, señoras... no habrá preguntas después de esta intervención.

La prensa se miró entre sí. Pero detrás de Ivanov había un grupo de soldados fuertemente armados con cara de muy pocos amigos, y nadie objetó el hecho. El viceprimer ministro dijo:

-Rusia ha sido atacada esta noche con numerosas armas nucleares. Toda la población debe permanecer en sus domicilios hasta nueva orden. Las estaciones de radio locales informarán del nivel de radiación en el exterior cada hora, a partir de este momento. No se debe acudir a los hospitales, salvo en casos muy graves o para donar sangre. No se debe beber agua del grifo y, en la medida de lo posible, no se debe consumir comida que no haya sido envasada en fecha anterior al día de hoy. Se cursarán nuevas instrucciones en las próximas horas.

Hizo una pausa y continuó:

-Todas las fuerzas militares, policía, bomberos y servicios médicos deben permanecer a la orden con completa disponibilidad. Comunicamos que las fronteras de Rusia quedan clausuradas hasta nueva orden. No se aceptará ningún paso por las fronteras terrestres, ni buques en los puertos, ni vuelos comerciales. Quien necesite venir a Rusia, deberá solicitar un permiso especial en la Embajada ante su país. Queremos advertir públicamente que la Guardia de Fronteras y el Ejército tienen orden de abrir fuego sin previo aviso contra cualquier persona o vehículo que intente penetrar en territorio ruso hasta nueva orden.

La prensa volvió a mirarse en completo silencio.

-Queremos también informar que el Consejo de Ministros de Rusia, reunido en sesión de emergencia, ha acordado declarar el Estado de Sitio y Emergencia previsto en la Constitución de Rusia. Entre otras medidas, queda establecido el toque de queda entre el anochecer y el amanecer. Este Estado implica el restablecimiento del sistema de pasaportes interiores. Desde este momento, queda prohibido circular por el interior de Rusia sin permiso de la central de la Milicia más próxima al domicilio de cada cual. Cualquier persona que incumpla esta orden será abatida sin previo aviso. Gracias a todos.

Dicho esto, el viceprimer ministro Ivanov volvió a su BMP-3 y partió hacia el exterior, donde le esperaban los T-90. Y despareció en la noche, bajo los suaves copos de la violenta lluvia radiactiva. Coches de bomberos pasaban incansablemente hacia el sur de Moscú, donde se distinguía un gran resplandor.

"Esto no se ha acabado aquí", concluyó de inmediato el veterano periodista de la BBC, desde su oficina en Londres. "No. Se aproxima algo terrible. Ya lo creo que sí."

 

 

XXI. La Máquina.

San Francisco, 19 de diciembre, 19:10 PST (20 de diciembre, 06:10 hora de Moscú).

Al traficante Gonsáles lo tuvo que despertar una de las putas que tenía en la cama, después de que el teléfono sonara incansablemente una y otra vez.

-¡Que te llaman, Gonsáles!

-Joder. ¿Quién es el hijoeputa que llama a estas horas? Ah. Es la chinita -dijo, reconociendo el número en el móvil-. Dime, chinita.

-Que no me llames chinita.

-Bueno, gringuita, dime.

-Yep. Pues oye, que... mis coleguitas ya están listos, ¿me sigues?

Gonsáles se incorporó un poco en la cama.

-Hombre. Menos mal. ¿Tienen lo suyo?

-Ya lo creo. Y quieren hacerlo hoy sin falta.

-Cuidado con lo que largas por el teléfono. ¿Ahora con prisas? Bueno, por mí... Sabes a dónde tienes que llevarlos, ¿no?

-Ajá.

-Vale. Pues mándalos para allí. Luego te vienes y nos tomamos algo.

-Okay.

 

 

Moscú, 20 de diciembre, 11:30.

El mariscal Baturin llegó a Moscú en un avión militar desde el ahora inservible centro de mando situado bajo los Montes Urales. Durante el viaje, tuvo sobrada ocasión de observar en la distancia las grandes llamaradas y las nubes de humo negro alzándose a los cielos por todas partes. Incluso en el sur del Gran Moscú. Dos localidades periféricas, donde se encontraban importantes centros de mando y control, así como de investigación científica, estaban sumidos en inmensas tormentas de fuego. La lluvia radioactiva caía como nieve por todas partes.

Estaba lívido de rabia y furia. Y seguía lívido cuando llegó al gigantesco refugio antiatómico que existe dentro de la capital, a más de cuatrocientos metros de profundidad. Lo empezó Stalin, y se accedía por líneas secretas del metro moscovita. A lo largo de medio siglo, se fue ampliando y profundizando cada vez más, hasta crear una verdadera ciudad subterránea bajo cientos de metros de roca sólida con cincuenta mil habitantes especializados, residencias, hospitales, y hasta centros comerciales y dos reactores nucleares que la alimentan y suministran la energía para filtrar y acondicionar tanto el aire como el agua.

-Se presenta el mariscal Baturin. A las órdenes de ustedes -rugió, áspero, cuando entró a la sala de reuniones.

Allí estaban Dimitry Medvédev, Vladimir Putin y Sergei Ivanov. La mesa estaba cubierta de mapas emborronados, imágenes aéreas de devastación absoluta, informes meteorológicos y modelos de ordenador. También había un comandante de las Tropas Cósmicas, de quizá unos cuarenta años, que era físico teórico y nuclear.

-Siéntese, mariscal -dijo Putin, con voz serena-. El comandante Gorlov nos estaba explicando los efectos de este desastre. Prosiga, comandante.

-Sí -continuó el comandante-. Bien, han sido aproximadamente dos mil detonaciones nucleares, entre cien y quinientos kilotones. Algo más de la mitad, bajo el agua, en nuestras bases navales. Estas son preocupantes para la pesca, pero no mucho más. En cambio, las detonaciones terrestres...

-¿Sí?

-...la mayor parte han sido groundbursts. Muy cerca del suelo, para aumentar el efecto contra nuestras instalaciones reforzadas. Muy precisas. Ese tipo de detonaciones son muy sucias, porque arrastran mucho material a la atmósfera. Han aniquilado la mayor parte de nuestra fuerza nuclear, una parte significativa de las instalaciones científicas e industriales para sostenerla, y por completo nuestra red especial de mando y comunicaciones.

-¿Su estimación?

-Vamos a tener por lo menos veinte millones de muertos por enfermedades asociadas a la radiación. Más toda la gente que haya muerto durante el ataque, que estamos tratando de contar en estos momentos.

Medvédev asintió lentamente. Y preguntó a Baturin:

-¿Qué pasó, mariscal?

-Aparecieron de repente, señor Presidente. Por detrás de nuestras mismas regiones de blackout. No hubo tiempo para reaccionar.

-¿Cómo sabían dónde estaban todas nuestras instalaciones con tanta precisión? -intervino Putin.

-Es de suponer que con una combinación de espías y satélites. Nosotros también tenemos las suyas... sólo que no nos dio tiempo a atacar.

-¿Y ahora, mariscal?

-¿Ahora? Ahora se va a acabar el mundo, señor Primer Ministro.

Putin le miró fijamente, con su mirada gélida.

-Gracias, comandante -dijo al experto en guerra nuclear.

Éste comprendió de inmediato que lo que se iba a tratar allí no era en absoluto asunto de su incumbencia, y desapareció rápidamente.

-¿No hay manera de detenerlo? -preguntó Medvédev, en cuanto se quedaron solos.

Fue Ivanov quien respondió:

-Ninguna. Todo el sistema se sustenta en la lógica de "la mano del hombre muerto". Si las estaciones dejan de recibir instrucciones, actúan de manera independiente a partir de ese momento. Así lo concebimos durante la Guerra Fría, nosotros y los americanos, y así sigue siendo. Nuestros generadores de números siguen funcionando, pero si a las estaciones no les llegan los códigos por el canal correcto, no los aceptarán. Y los transmisores de esos canales han sido destruidos. La red especial.

-Entonces, ¿por qué los submarinos que han sobrevivido en el Mar Blanco no han disparado ya?

-Porque la fuerza submarina, debido a su mayor flexibilidad, tiene moderada la "condición del hombre muerto" desde que terminó la Guerra Fría. No atacarán sin instrucciones específicas sobre sus blancos.

-Pero el resto del sistema, sí.

-En efecto.

Medvédev asintió. Y ordenó:

-Mariscal, usted va a seguir defendiendo Rusia. Es esencial, repito, esencial que impermeabilice totalmente la situación. No importa los medios que tenga que usar. Me da igual cómo lo haga.

-Nuestro país es muy grande, señor Presidente -repuso el militar-. Pero puedo...

-Haga como sea conveniente. Rusia debe sobrevivir. Rusia sobrevivirá.

-A la orden, señor Presidente.

 

 

El Atlántico Sur, 20 de diciembre, 09:20 (14:20 hora de Moscú).

El barco portacontenedores Ecco Sunshine era de fabricación coreana. El armador, japonés. La bandera, panameña. El capitán, noruego. Aunque en este último punto, había un pequeño matiz. El capitán tenía un nombre y un pasaporte noruego. Pero era tan ruso como el borsch con vodka.

Había ido escuchando lo sucedido por las noticias internacionales, y por numerosos comentarios que circulaban de barco en barco a través de sus radios. Unos espantados, otros exultantes, los más, temerosos o compungidos. Y sintió enorme ira, tristeza y miedo.

Pero no fue ni la ira, ni la tristeza ni el miedo lo que le hizo actuar. Fue el hecho de no haber escuchado por su receptor de radio satelitaria tres series consecutivas de números. Las había escuchado todos los días de su vida, desde que empezó su misión. Seis al día. Sólo podían fallar dos. A veces fallaba una, por problemas de recepción. Un par de veces, fallaron dos consecutivas, y se puso muy nervioso. Nunca fallaron las tres. No podían fallar. Hasta hoy.

En contra de todo pronóstico, se encontraba tremendamente sereno cuando verificó el horario en las tablas sin señas que llevaba en su ordenador portátil. Ahora era como un robot de carne y hueso. Había que tomárselo así. Tampoco sabía qué era lo que iba hacer. Sólo siguió el procedimiento establecido.

Era la hora correcta. Tomó su teléfono satelitario comercial Iridium y mandó un mensaje SMS a su armador, con lo que bien podría ser una tabla de distancias, combustibles y precios. O cualquier otra cosa que tuviera el aspecto, a su vez, de varias series de cinco números. Pero, a la hora de teclear el teléfono de destino, se equivocó en un solo dígito. Lo envió. Poco después, recibió un mensaje de error: el número indicado no existía. "Ya lo sé", pensó, y siguió a sus labores.

A quinientos kilómetros de altitud, un satélite que no era de la red de telecomunicaciones Iridium recibió también el mensaje. Pero no contestó nada. Sólo siguió orbitando plácidamente la Tierra, hacia la Antártida. Aún tenía que recibir dos mensajes más para activarse, de otras personas parecidas al capitán que no era noruego, y que también creían ser las únicas.

Nunca se puede dejar una cosa así en manos de un solo hombre, que puede volverse loco, o irracional, o hacer una estupidez en medio de una borrachera. Hay que dejarlo en manos de una combinación de seres humanos que funcionan como una máquina. En manos de la máquina.

 

El telepredicador Thadeus Van Sildegard.

 

Base Aérea Offutt, Nebraska, 11:10 (20:10 hora de Moscú).

Las bolsas norteamericanas abrieron con fuertes subidas. También lo hizo el precio de los hidrocarburos, a pesar de que el gas ruso volvía a fluir con normalidad tal y como prometió Dimitry Medvédev. El petróleo rozó la barrera psicológica de 300 dólares por barril. En ese momento, los mercados invirtieron su tendencia ascendente y comenzaron a caer en picado. Todo era demasiado volátil. En estos momentos, el Dow Jones perdía 12 puntos y NASDAQ estaba a punto de detener la cotización.

Pero no era eso lo que preocupaba en estos momentos al Vicepresidente Thadeus Van Sildegard, a seguro en el refugio antiatómico presidencial de la Base Aérea de Offutt. Sino lo que le contaba el general Brown por videoconferencia encriptada.

-¿"La mano del hombre muerto"? ¿Por qué no me ha hablado nadie antes de esa locura? -exclamó al militar.

Thadeus Van Sildegard estaba harto del cliché. Telepredicador, conservador, milenarista, profeta del Día del Juicio... sin duda tenía que ser un fanático violento que babeaba bilis con ojos desquiciados y la mano en el botón de los misiles.

Bueno. Pues no. Thadeus Van Sildegard creía en todo eso, sí. Incluso en el inminente fin de los tiempos. Pero no así. Thadeus Van Sildegard era un buen cristiano, intentaba al menos ser un buen cristiano, y abrasar vivos a los bebés en sus cunas con bombas atómicas sin duda no era algo que viniera de Dios. Sino del mismísimo diablo. "Un solo mandamiento os doy: amaos los unos a los otros como Yo os he amado", dijo el Señor. Esa es la única Ley: Palabra de Dios. La rapture debía ser un suceso de gozo, luz y justicia, presidido por el misericordioso Buen Pastor y compasivo con quienes quedaran atrás, no una orgía de ira, fuego y sangre contra los débiles y los inocentes.

Él había estado desde el principio en contra de esa locura. Él confiaba en su Biblia, y su Biblia le decía que las acciones rusas no constituían el inicio del fin de nada. No era profético. No era bíblico.

Lo que estaba ocurriendo en estos momentos se parecía más. Y, según la percepción religiosa de Thadeus Van Sildegard, que leía ahora a todas horas las profecías de Daniel y el Apocalipsis de San Juan, los Estados Unidos estaban adquiriendo a toda prisa el papel del Anticristo.

-Esa información está compartimentada, señor Vicepresidente -repuso el general Brown, incómodo-. Se la comunico porque la señora Presidenta me lo ha ordenado. Para que esté usted alerta, en caso de que ocurriera algo grave.

-Escúcheme bien, general -exclamó Van Sildegard, enseñándole a través de la cámara el poderoso dedo índice que antes cautivaba a millones de telespectadores-. Si esto sigue... si siguen muriendo inocentes de esta manera... le doy mi palabra ante Cristo Salvador que el mundo sabrá todo lo que ha pasado aquí. Sabrá la verdad. Los manejos de Exxon, el...

-Señor Vicepresidente... -le interrumpió el general- creo que todo eso lo tendrá que discutir con la Señora Presidenta. No conmigo.

-Usted, Brown -bramó el antiguo telepredicador-, usted sedujo a la Presidenta Palin para que se dejara arrastrar a esta locura. Usted es responsable. ¡Usted es un agente de Satanás! ¡Usted arderá en el sheol, general!

-Bueno, Señor Vicepresidente, si me disculpa... como comprenderá, estoy muy ocupado en estos momentos.

 

 

Moscú, 20 de diciembre, 23:30.

El Viceprimer Ministro Primero Sergei Ivanov volvió a aparecer en la televisión poco antes de la medianoche, e hizo esta brevísima declaración:

-Señoras y señores. Realizada una evaluación preliminar de los resultados de la agresión fascista nuclear perpetrada por los Estados Unidos contra Rusia en la noche de ayer, el Gobierno de Rusia desea realizar la siguiente precisión: Estados Unidos ha liberado unas fuerzas extremadamente peligrosas y Rusia no aceptará ninguna responsabilidad futura por las consecuencias de estas acciones norteamericanas, que ya están fuera del control de todos nosotros. Gracias y buena suerte.

Todo el mundo se quedó extrañado. "¿Qué ha querido decir este tipo?", pensaron todos, de una u otra manera.

Y con estas palabras, Rusia se deslizó hacia el día 21 de diciembre de 2012.

 

 

XXII. El objeto 535.17.

No muy lejos de Washington DC, 20 de diciembre, 16:10 EST (21 de diciembre, 00:10 hora de Moscú)

"El problema es que el ataque ha sido demasiado efectivo", reflexionó el almirante Brown, quizá un poco demasiado tarde.

Según los datos que tenían de los satélites y de la espía en el centro de telecomunicaciones de Ostankino, se suponía que los rusos tenían al menos un cuarto nodo de control de la red especial en régimen de reserva. Sin embargo, parecía que no estaban siendo capaces de sacarlo al aire. O quizás el análisis de señales fuera incorrecto.

De un modo u otro, los rusos parecían querer emitir números a través de canales alternativos. Pero el almirante Brown sabía bien que eso no serviría de nada. A poco que el sistema ruso funcionara igual que el norteamericano, ninguna estación de guerra especial aceptaría series numéricas que no llegasen por el canal adecuado.

Y el canal adecuado, al parecer, estaba destruido en su totalidad.

- ¿Y no podemos derribar sus satélites de ninguna manera? -insistía Palin.

- ¿Eh? -repuso Brown, en sus pensamientos- No, no... bueno, sí... tenemos algunos misiles antisatélite secretos. Pero sólo hay siete unidades, y todas ellas son para órbitas bajas. Luego, tenemos dos satélites asesinos para órbitas medias y altas.

-¿Y por qué no los usamos?

-Porque hay 400 satélites rusos en el espacio. Y realmente no sabemos cuáles pueden contener armas especiales.

-Usted dijo que tenían identificados una docena.

-Es una estimación. No hay nada de particular que distinga un satélite desarmado de uno armado.

-Bueno... -titubeó Palin- ¿Y qué va a ocurrir ahora?

"Y yo qué sé", pensó Brown, para sus adentros. Sabía lo que tenían preparados los Estados Unidos para algo así, y parecía algo directamente extraído del Antiguo Testamento y del Apocalipsis de San Juan que le gustaban tanto al telepredicador Van Sildegard. Los rusos podían tener cualquier cosa. Y ahora, había sido liberada. Se preguntó si merecería la pena destruir a Rusia después. Quizá el telepredicador tuviera razón. Quizás los hombres que abrasan vivos a millones de niños en sus cunas por pura ira, soberbia y venganza sólo tengan un destino. En el último círculo de los infiernos.

-No se puede predecir, Señora Presidenta.

-¿Y por qué no ha ocurrido ya?

-Porque sus fuerzas de ataque directo han sido destruídas, Señora Presidenta. Pero están en ello. No dude de que están en ello.

 

 

El trapicheo.

California, 20 de diciembre, 16:00 PST.

El intercambio se realizó en el garaje cerrado de una gasolinera de la ruta 80, próxima a Fairfield CA, que pertenecía a unos familiares de Gonsáles. A Gonsáles le parecieron un poco extraños aquellos tipos. Dos hombres y una mujer de aspecto asiático, que hablaban con monosílabos, en una furgoneta evidentemente de alquiler. Tendrían unos treinta a cincuenta años, y ninguno de ellos sonreía.

-Oye, ¿seguro que tus coleguitas son de confianza? -preguntó Gonsáles a Charly, en un aparte.

-Buah, ya lo creo. Me los presentó el Pringles.

-Pero si el Pringles está en el talego.

-Que no, hombre. Que ya salió.

"Bueno", se dijo Gonsáles. "Un negocio es un negocio y pintas de federales... no tienen."

Charly actuó de mediadora, con su simpatía habitual. Pidió a sus amigos que sacasen el material, que todo estaba OK. Uno de los hombres, con el pelo largo y gafitas a lo Lennon, extrajo de su furgoneta cinco lingotes de plástico bien prensado que contenían lo que parecían ser piedrecillas polvorientas, de un color lechoso irisado en rosa.

"Joder... tiene buena pinta esa mierda", pensó Gonsáles apenas la vio.

-Mi amigo tiene que comprobarla -les dijo Charly, sonriente.

-Okey -respondió la mujer, de unos cincuenta años.

Gonsáles no necesitaba químicos ni zarandajas por el estilo. Puso uno de aquellos paquetes sobre el capó de su propia furgoneta, extrajo una navaja de mariposa y le metió una buena puñalada. Después, sacó con la hoja un poquito de aquel polvo y se lo metió por la nariz.

Parpadeó. Una. Dos. Tres veces.

-¡Joo-oo-ooder! -farfulló- Eh, amigos. Buen material. Ya lo creo.

Las tres personas de aspecto asiático asintieron, perfectamente de acuerdo. Ya sabían que su material era el mejor. Obtenido directamente de la selva colombiana, primera extracción, sin un solo gramo de corte. Su buen dinero costó.

-A ver, a ver, déjame probarla... -dijo Charly, golosa.

-Luego, niña. Bien, bien, amigos. Pues aquí tengo lo vuestro.

Abrieron la caja de la furgoneta, y había fusiles de asalto M-16, pistolas Browning, varios lanzacohetes LAW. Con sus correspondientes repuestos y cajas de munición. El hombre con gafitas a lo Lennon tomó un M-16 al azar y lo comprobó. Armar, desarmar, montar, desmontar. Verificó un paquete de proyectiles del .223 OTAN. Se aseguró de que el sello de los cohetes fuera hermético y llevara el precinto de fábrica.

-Okay -dijo al fin.

Dos mazas de Gonsáles llevaron las armas a la furgoneta de aquellos tres asiáticos. Gonsáles quiso entablar conversación con ellos, pero ellos no se dejaron.

Por fin, se dieron la mano y cada grupo salió por su cuenta, en una dirección. Los tres asiáticos se perdieron con rumbo sur. Gonsáles tomó por la carretera 12 hacia Napa y Novato, para volver a San Francisco por Sausalito, dando un rodeo. E iba diciendo:

-¡Joder! ¡Joder, qué mierda más buena! ¡Menudo chollo! Mañana a estas horas la tengo vendiéndose de aquí a Los Ángeles.

-No te olvides de Las Vegas -contestó Charly, en el asiento del acompañante, que se había apalancado el paquete abierto sobre el regazo y preparaba rayas para ella, para Gonsáles y para los dos mazas del asiento de atrás.

-Ah, sí, sí. ¡Vaya que sí! ¡En Las Vegas, les va a encantar, chinita!

-¡Que no me llames chinita, joder!

Y así, entre risas, empezó el fin del mundo. Por eso, mucho tiempo después, la nueva gente discutió si había sido el día 20, como algunos creían ver en el calendario de los antiguos mayas. O el 21, hora de Moscú.

 

 

California, 20 de diciembre, 16:45 PST.

Las tres personas de aspecto asiático condujeron por carreteras secundarias hacia el sudoeste, hasta llegar a la orilla de uno de los afluentes de la Bahía Suisun, no lejos del Parque Eólico de Montezuma.

Tras asegurarse de que nadie les viera, hicieron una pequeña cadena humana para arrojar rápidamente todas las armas y municiones al río. Ya habían corrido bastante peligro. Bajo ningún concepto iban a arriesgarse a que la policía estatal o el FBI los capturara ahora con toda aquella chatarra estúpida encima.

Después, irían al aeropuerto internacional más próximo y saldrían de los Estados Unidos a toda velocidad. Lo más lejos posible. Antes de que el objeto 535.17 comenzara a extenderse.

En Nueva York, Washington DC, Los Angeles, Chicago, Toronto, Philadelphia, Detroit, Houston, Atlanta y Montreal, comandos parecidos al suyo realizaban la misma operación. Y también en Londres, Varsovia, Praga y otras ciudades europeas que se apuntaron desde el principio a la alianza contra Rusia. En todos esos lugares, entregaban varios kilos del objeto 535.17 a los más eficientes traficantes locales, a cambio de lo que fuera: armas, deudas de juego, incluso putas a las que luego mandaban a su casa, sorprendidas, con algo de dinero.

Pues aquella cocaína sí llevaba un corte, después de todo. De exactamente el 1,6%, en forma de microcápsulas que ante cualquier análisis químico afirmarían ser cocaína, pero no lo eran. El cuerpo también las aceptaría como cocaína, las procesaría, las disolvería, las asimilaría. Y con ellas la quimera que contenían, exactamente entre las vías respiratorias superiores y los senos frontales del cerebro. La diseñó Biopreparat, cuando aún era Biopreparat, y fue perfeccionada constantemente a lo largo de los años: un virus recombinante de resfriado común, viruela y una forma rara de herpes encefálico. Se contagiaba por vía aérea, como el resfriado común, un poquito más virulentamente que el resfriado común, y tenía un periodo de incubación parecido. Luego, estallaba tan rápidamente como la viruela para dañar gravemente el sistema nervioso central mediante formas anómalas de herpes encefálico, a veces con resultado de muerte y otras, de diversos tipos de incapacitación. La cepa había sido cultivada especialmente para ser resistente a todos los antivirales de uso común.

Por toda Norteamérica y partes de Europa, cientos de miles de personas se atizarían por la nariz el objeto 535.17. Luego volverían a casa y besarían a sus parejas, a sus amantes, a sus hijos, a sus padres. Y éstos, a mucha más gente, en una reacción en cadena humana monumental. Es curioso. Con lo tiquismiquis que es la gente para todo, y se meten en el cuerpo voluntariamente agentes químicos desconocidos sin objeción alguna sólo para pasárselo bien.

Según los modelos computacionales del complejo de guerra biológica de Puschkino, la infección por el objeto 535.17 alcanzaría al menos a 350 millones de personas antes de que se declarara el primer caso. Pero para entonces, las tres personas de origen asiático, esto es, siberiano, estarían en lugares remotos, muy lejos de allí. Esta fue la primera consecuencia de que las series numéricas dejaran de llegar.

 

 

Agencia de Inteligencia para la Defensa, 20 de diciembre en los Estados Unidos.

El teniente coronel Abraham Scofield, de la Agencia de Inteligencia para la Defensa de los Estados Unidos, hablaba un ruso perfecto. Esa comprensión de la mentalidad ajena que dan los idiomas bien aprendidos, quizás, le hizo darse cuenta al principio de todo que los rusos no estaban haciendo lo adecuado. Ahora, escuchando las radios locales rusas captadas por los satélites de inteligencia electrónica, sintió un violento escalofrío.

-Coronel... venga a oír esto.

El coronel que no envió el informe de Scofield porque nadie habría aceptado un informe sustentado en una corazonada, se acercó de inmediato.

- ¿Qué pasa?

-Escuche esto. No emiten otra cosa -insistió el tecol, aumentando el volumen. El coronel también entendía el ruso bastante bien, pues se encargaban del sector de Rusia y de la antigua URSS.

Una voz sólida llenó la sala. Decía, en un ruso muy cosmopolita, quizá de San Petersburgo:

-Repetimos. Este es un mensaje de la Presidencia de Rusia a toda la población de la Región y área urbana de Moscú, Región de Leningrado y ciudad de San Petersburgo, Novosibirsk, Nizhny Nóvgorod, Omsk, Perm, Rostov-on-Don y área industrial, Samara, Ufá, Volgogrado y Ekaterinburgo. Excepto aquellas personas que reciban instrucciones específicas en sentido contrario, toda la población debe prepararse para ser evacuada en un plazo de veinticuatro horas. Se permiten dos bultos por persona, incluyendo a los menores, no más pesados de veinte kilos cada uno. No se permite la circulación de vehículos privados sin permiso especial. Toda la población afectada deberá obedecer las instrucciones de las tropas que procederán a la evacuación, bajo pena de muerte sumaria. Repetimos. Este es un mensaje de la Presidencia de Rusia a toda la población de la Región y área urbana de Moscú, Región de Leningrado y ciudad de San Petersburgo, Novosibirsk...

El coronel sintió otro escalofrío parecido. Y exclamó:

-¡Están evacuando a toda la puta población de las ciudades?

-Eso parece, mi coronel.

-¡Por amor de Dios! ¿Van a evacuar a 35 millones de personas en medio del invierno, con toda esa lluvia radiactiva? ¡Hacen 22 grados bajo cero allí, y la exposición está por encima de dos sieverts en buena parte de esas áreas! ¡Hay sitios que a cinco o más! ¡Van a morir millones!

-Pues... se disponen a hacerlo, señor.

-¿Y eso qué quiere decir?

-Pues que le tienen más miedo a lo que ha de venir que al invierno y a la radiación, mi coronel, señor.

 

 

XXIII. Skynet.

En el espacio exterior, entre el 20 y el 21 de diciembre.

A los rusos les gustan mucho las películas de acción norteamericanas. Quizá por eso, algún científico cachondo bautizó al Sistema Global de Respuesta Especial con el remoquete de "Skynet", y el nombre cuajó entre el exclusivísimo colectivo de personas que sabían de él. Aunque otros más patriotas en la cosa del idioma lo llamaban Konetsveta Express, que significa "el Expreso del Juicio Final". Nosotros, como Skynet es más fácil de pronunciar, nos quedaremos con Skynet.

Skynet recibió el último código numérico de personas como el capitán del Ecco Sunshine cuando ya empezaba a atardecer sobre los Estados Unidos y era noche cerrada en Rusia. Y no hizo nada, pues Skynet ya había tomado la decisión de actuar por cuenta propia y todas aquellas claves únicamente sirvieron de confirmación. Los trece satélites que lo componían, algunos supuestamente agotados, otros en órbitas que se creían equivocadas por errores del lanzamiento y un par de ellos inocentes enlaces geoestacionarios de telecomunicaciones situados a 35.750 km de la Tierra, siguieron surcando las inmensidades del cosmos como si no pasara nada.

No habían recibido instrucciones específicas, así que los ordenadores de a bordo revirtieron al programa básico: atacar a la OTAN. De todos los enemigos de Rusia, sólo la OTAN tenía la capacidad de realizar un ataque que interrumpiese total y súbitamente las señales numéricas de los canales especiales. Así pues, el autor tenía que ser la OTAN. Eso tenían programado, y eso hicieron.

A las 13:30 del 21 de diciembre, hora de Nueva York, los dos elementos geoestacionarios de Skynet se activaron. Estuvieron emitiendo una larga serie de números durante 9 minutos, a apenas 9.600 bps; tecnología anticuada, de tiempos de los módems.

Incluso aunque alguien hubiera disparado contra ellos alguna clase de "satélite asesino" en ese momento, no habría llegado a tiempo de interrumpirles: cuesta un buen rato llegar a 35.750 km de la Tierra. Después, simplemente, se apagaron. Su misión ya había finalizado.

En cinco puntos del planeta, cinco receptores detectaron esta transmisión y reconocieron la serie de códigos numéricos que les correspondía. No contestaron absolutamente nada. Sólo pusieron en marcha sus cronómetros. Como había que dar tiempo al objeto 535.17 a extenderse, se ajustaron en 170 horas.

Y el Expreso del Juicio Final comenzó su cuenta atrás.

 

Cerca de Washington DC, 21 de diciembre, 17:50 EST.

-Es verdad que están evacuando. Increíble -se asombró Sarah Palin, viendo las imágenes de los satélites de reconocimiento desde el Refugio Especial Presidencial bajo los montes de Maryland.

Las imágenes de los satélites de reconocimiento ópticos eran sobrecogedoras. En medio del frío y bajo la lluvia radioactiva que no cesaba, el Ejército de Tierra ruso, tropas del Ministerio del Interior y la policía iban casa por casa sacando a sus habitantes.

El procedimiento era siempre el mismo: un camión, un autobús o cualquier otro vehículo utilizable como transporte colectivo se paraba en la puerta de un edificio; evidentemente habían requisado todos los transportes públicos y privados disponibles, incluyendo tractores agrícolas con remolques donde ponían una tienda de campaña. Entraban hombres enfundados en trajes NBQ, con algo que parecían lonas en las manos. Después sacaban a la gente en dirección a los vehículos cubiertos con las lonas. Cargaban los equipajes en las cajas y maleteros, y luego subían a los civiles a bordo. Algunos salían muy voluntariamente; otros, a rastras. Distinguieron a familias cargando con sus niños, ancianos decrépitos moviéndose como podían, pacientes de los hospitales en camillas, hombres y mujeres solos. Les dio la impresión de que los militares habían soldado planchas metálicas a los lados de los vehículos, tapando las ventanas. Quizá fueran de plomo.

De ahí, los vehículos se dirigían a las estaciones ferroviarias donde esperaban larguísimos trenes con cientos de vagones. Evidentemente, Rusia había sacado todas las locomotoras y vagones que pudo poner en marcha, incluyendo viejísimas máquinas de vapor, y desde lujosos coches de los grandes expresos hasta cargueros de ganado. Embutían los trenes hasta los topes, para partir rápidamente por toda la Red de Ferrocarriles Rusos.

-¿A dónde los llevan? -preguntó la Presidenta al general Brown, que estaba a su lado.

-Es pronto para decirlo, pero... parece que al medio rural. Los están metiendo en cualquier cooperativa agrícola o antiguo koljós o sovjós que todavía se mantenga en pie. Y también hacia las pequeñas comunidades mineras y ganaderas del Gran Norte. Incluso parece que están llevando a gente a los antiguos campos GULAG... pero no por castigo, sino porque hay barracones y en general se puede cultivar la tierra o criar ganado. También están llevando a mucha gente hacia los Montes Urales.

-¿Pueden hacerlo? Quiero decir, evacuar a toda esa gente...

-Siempre han tenido un sistema de evacuación nuclear muy desarrollado. Lo demostraron en Chernóbyl. Les va a costar una montaña de muertos, pero... sí, es posible que en una semana puedan hacerlo.

El Vicepresidente Van Sildegard, que estaba en una pantalla por videoconferencia desde los subterráneos de Offutt, rugió citando a Proverbios, 1:

-"Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar, no consientas. Si te dijeren: 'Ven con nosotros, pongamos asechanzas para derramar sangre, acechemos sin motivo al inocente'... los tragaremos vivos como el sheol, y enteros, como los que caen en sima."

-Ah... claro, Thadeus -repuso Palin-. General, ¿deberíamos... no sé, hacer nosotros algo también? ¿Evacuar? ¿Decirle a la gente que se quede en casa?

-Eso no puede ser -replicó al momento el Secretario de Economía, desde otra pantalla-. La economía... llevamos dos días con las bolsas cayendo en picado, sería una catástrofe. Y más en plena campaña de Navidad.

-Si no sabemos en qué consiste la amenaza... -contestó el general- No tiene mucho sentido, porque cualquier acción podría ser contraproducente.

-¡Mierda! -gritó Sarah Palin, dando dos puñetazos en la mesa- ¿Por qué no podemos hablar con Medvédev ni con Putin? ¡El Teléfono Rojo funciona perfectamente! ¿Por qué no se ponen esos cobardes, y nos dan explicaciones?

-Eso creo que puedo responderlo yo, Sarah -dijo entonces Van Sildegard.

-¿Ah, sí, Thadeus? -repuso la Presidenta, esperando otra admonición bíblica.

-Sí. Es muy sencillo. No se ponen porque ya no tienen nada que decirnos.

 

 

22 de diciembre.

En torno a las 17:40 hora de Moscú, los submarinos de ataque de la clase Los Angeles USS Scranton y USS Montpelier detectaron en el sur del Mar Blanco al submarino de misiles balísticos de la clase Delta IV K-114 Tula. Lo hundieron a las 17:52 con varios torpedos ADCAP. No hubo indicios de que tratara de lanzar sus misiles.

Sin embargo, no había traza alguna sobre el Yury Dolgorukiy, de la clase Borei, ni tampoco sobre el TK-20 Severstal, de la clase Typhoon. Se comenzaba a pensar que habían sido destruidos durante el bombardeo atómico con los misiles Trident II de los Ohio sobre las áreas de mayor probabilidad de este frío mar interior.

23 de diciembre.

Eran las 03:30 cuando unidades especiales OMON penetraron en un pequeño apartamento del centro de Moscú, como estaba ocurriendo por todas partes. Pero estos no venían a evacuar, sino a arrestar. Natalia Ivanova, que quiso tener una vida mejor traicionando a su país, abrió los ojos con espanto cuando ya se estaban llevando a sus padres y a su hermana pequeña entre gritos.

-Ven aquí, hija de puta -bramó un enorme sargento OMON encapuchado, agarrándola de los largos cabellos rubios para sacarla de la cama mientras le apuntaba a la cabeza con un Kalashnikov AK-104.

La lanzaron al suelo frío, aún en camisón. Una vez allí, le pisaron la cabeza con una bota militar, la engrilletaron de manos y pies, le propinaron una brutal paliza con sus porras de goma y se la llevaron a rastras. Mientras la bajaban en volandas por las escaleras, llorando histéricamente, oyó a una mujer de unos treinta años decir tras ella con tono gélido y severísimo:

-Vas a ver la que te espera, perra asquerosa, espía del enemigo. Cuando acabemos contigo, lo sabremos todo de ti, y luego tiraremos lo que quede a los perros. Porque no valdrá para nada más.

24 de diciembre.

En todo aquel contexto de guerra espantosa, Occidente se afanó en celebrar la Nochebuena. Por primera vez en muchos años, tuvo un verdadero sentido religioso para unos, y para otros, otro filosófico de esperanza de paz y buena voluntad.

Consumir, se consumió lo que permitían los heridos bolsillos. Más o menos con el mismo afán de siempre. También la cocaína de Gonsálves, y de los demás traficantes que distribuían sin saberlo el objeto 535.17 por toda Norteamérica y partes importantes de Europa. Antes de que llegara el 25 de diciembre, los primeros infectados ya estaban contaminando a otras personas fuera de las áreas de ataque primario. Pero no lo podían saber. Sólo algunos empezaban a manifestar síntomas de un molesto resfriado. Lo que no es cosa de preocupar.

 

La Nochebuena de Jacob.

Cuando vio lo que había sucedido, y comprendió la importancia de su participación en los hechos, Jacob Vanderbilt-Morgan III se asustó muchísimo.

El instinto de supervivencia le dijo que debía permanecer en su puesto, no demostrar que tenía motivos para huir. Durante unos días, nadie le molestó. Con la excusa de las festividades navideñas, dijo que se tomaba un par de semanas de vacaciones. Algo perfectamente normal. Nadie sospechó.

En un primer momento, tomó un avión para relajarse en una exclusiva zona turística próxima a Recife, en Brasil. Pero no pudo relajarse. Bajo enorme presión por el miedo y el nerviosismo, acabó en un vuelo con destino a Filipinas. A Angeles City. Perdido por una, perdido por todas, ¿no? El veneno de cada cual, que decían los chantajistas del GRU.

Incluso entonces trató de resistirse una vez más. Bebió mucho, en un hotel para extranjeros. Luego, el propio alcohol le hizo salir a dar una vuelta. Para ver lo que había. Y, claro, en un lugar como Angeles City, había.

La muchachuela tendría unos doce años, pero con ese aspecto aniñado que tienen las asiáticas, no le pareció que pasara de diez. Fue ella quien, diablilla patética, se lo propuso:

-¿Compañía, señor?

-No. No, gracias -repuso Jacob, aún tratando de aferrarse a lo mejor de sí mismo.

-Es Nochebuena, señor. Tengo que llevar dinero o me pegarán. Sólo diez dólares, todo lo que usted quiera. Por favor.

Jacob miró a la muchachuela, bastante ebrio. La muchachuela miró a Jacob con sus ojos lastimeros.

-Bueno. Bueno. Anda, vamos. Vamos a mi suite. Me portaré bien contigo. De verdad. Seré cariñoso. No te haré daño -le dijo, y en realidad se lo decía a sí mismo.

Ella se alzó de hombros, como diciendo que eso ya se vería. Pero tenía que ganarse la vida. Menos mal que hoy hubo muchos clientes, con la novedad de la Nochebuena. Un par de horas atrás estuvo con otro norteamericano recién llegado, que le dio bastante dinero porque no conseguía correrse, ¿y cómo había de conseguirlo, si no hacía otra cosa que meterse rayas y rayas de aquella cocaína rosada que llevaba? Quizás este tan elegante, con sus cabellos plateados, tuviera un problema similar.

Y Jacob y la pequeña prostituta se fueron, tomados de la mano, hacia la carísima suite de aquél.

25 de diciembre.

En su alocución navideña, S.S. Benedicto XVI apeló a "la paz entre los pueblos y las naciones" en un mensaje de regustos apocalípticos que sonaba a despedida. Llamó a la "penitencia" y a la "compasión", y llamó al mundo a "la oración, en unos tiempos inciertos en que el mundo se halla enfrentado a la mayor de las catástrofes". El Vaticano siempre ha tenido unos excelentes servicios secretos, y a esas alturas los rumores de que algo enorme se avecinaba eran generalizados entre gobernantes.

A media tarde, el suministro de gas ruso hacia Europa perdió presión durante casi dos horas, provocando una histeria generalizada en las cancillerías europeas y del mundo entero. Sin embargo, se recuperó a primera hora del anochecer. Un ingeniero ruso, desde Vyborg, comunicó a sus contrapartes occidentales que había sido un problema "transitorio", debido a "problemas en el suministro de energía".

26 de diciembre.

Según la NOAA y el HAARP, durante la madrugada se terminaron de disipar la mayor parte de las regiones de blackout a lo largo de la frontera occidental y meridional de Rusia. Sin embargo, los grandes incendios radiológicos continuaban con toda su intensidad, cubriendo poco a poco el país, el Polo Norte, Alaska y partes remotas del Canadá con humo radioactivo.

A media mañana, el Embajador de los Estados Unidos y el Embajador del Reino Unido en Rusia volvieron a solicitar una reunión urgente con algún miembro del Gobierno de Rusia. Cerca del mediodía, se les contestó que esa reunión podría ser posible a lo largo del sábado, día 29.

Sin embargo, a partir de la caída de la noche, el Gobierno Ruso abandonó de incógnito Moscú en vehículos y helicópteros militares con destino a diversos destinos desconocidos. Este desplazamiento, en la enormidad de las evacuaciones que iban completándose por todo el territorio ruso, pasó desapercibido.

En los servicios de urgencias de los Estados Unidos, del Reino Unido y de otros países que se habían alineado contra Rusia desde el principio comenzaron a ingresar durante la noche pacientes con cuadros difusos de lo que parecía alguna clase de sarampión. Al principio se trataba sobre todo de niños y ancianos, y el cuadro cursaba con fiebre muy alta, tos seca, malestar general y erupción cutánea en forma de pequeñas ampollas o pústulas.

27 de diciembre.

A primera hora de la mañana, sin embargo, el número de pacientes ya superaba el millar. Y empezaban a llegar adolescentes y adultos jóvenes y de mediana edad con un cuadro parecido, que incluía también confusión, convulsiones y un comportamiento extremadamente violento. A media mañana, la generalidad de niños y ancianos ingresados durante la noche comenzaron a presentar también estos signos de afectación neurológica. Para entonces, el Centro de Control de Enfermedades de Atlanta y las demás instituciones que se encargan de los males infecciosos habían recibido ya innumerables notificaciones de los médicos, algunos de los cuales caían enfermos también. Ahora los hospitales y puertas de urgencias estaban colapsados, con decenas de miles de casos, y no paraban de llegar más. La gente, en general, achacaba el problema a la radiación de la reciente guerra nuclear. Los gobiernos no supieron qué pensar.

Los Centros de Control de Enfermedades solicitaron muestras serológicas para su análisis urgente. Alguien observó también que muchos pacientes de la segunda oleada informaban ser consumidores de drogas aunque fuera de manera ocasional, y haber consumido en los últimos días. Los hospitales estaban teniendo problemas para contener a aquellos pacientes tan violentos en medio de la avalancha. Comenzaron a llegar noticias de peleas y tiroteos en las calles.

A las seis de la tarde, se habían registrado 160.000 pacientes en 24 países de todo el mundo, sobre todo en Norteamérica y Europa Occidental. Los Centros de Control de Enfermedades estaban recibiendo ahora las primeras muestras, pero tardarían al menos 48 horas en realizar un análisis exhaustivo. Y semanas en alcanzar las primeras conclusiones sobre una quimera recombinante de la que no tenían ningún conocimiento.

De todas formas, los Centros de Control de Enfermedades emitieron una circular preventiva para bloquear el tráfico aéreo internacional, y pedir a las familias que no llevaran a los niños al colegio allá donde no estuvieran de vacaciones invernales. A las 19:00, el USAMRIID de Fort Detrick emitió un comunicado secreto a la Casa Blanca indicando que existía un 50% de probabilidades de hallarse ante un ataque biológico, siendo el otro 50% la "probabilidad de que la inusitada presencia de radiaciones ionizantes en el ambiente a consecuencia del enfrentamiento nuclear de la pasada semana, tanto en forma de radiación directa como de deposición radioactiva, sobre diversas áreas del planeta, así como la significativa reducción de la capa de ozono, haya provocado la mutación de algún microorganismo".

A las 21:00 ya había 250.000 casos en 31 países y, peor aún, mucho personal médico estaba enfermando igual que sus pacientes. El propio Centro de Control de Enfermedades de Atlanta se encontró con que una parte de su personal especializado también estaba presentando síntomas en torno a las 23:00.

 

XXIV. La Masacre de los Inocentes.

El primer paciente controlado falleció siendo las 00:18 del 28 de diciembre, hora local, en el Hospital Mount Sinai de Chicago. Se trataba de una bebé negra de ocho meses, y murió de hemorragia cerebral y fallo cardiaco mientras era intervenida de urgencias para aliviarle la presión intracraneal ocasionada por la encefalitis. Una enfermera católica sintió una terrible aprensión aún antes de salir del quirófano. El 28 de diciembre es la fecha en que su religión celebra la Masacre de los Santos Inocentes. Parecía terriblemente apropiado.

Como si fuera una señal, comenzó a morir gente por todo el mundo. El siguiente pereció apenas cinco minutos después, y era un anciano londinense que se enorgullecía de haber sobrevivido a las V-2 de Hitler. Pero no había mucho tiempo para lamentarlo. Seguían llegando a los hospitales oleadas de enfermos. Para las siete de la mañana, se estimó que entre los ingresados oficiales y los que esperaban agolpándose a las puertas de los centros médicos constituían una multitud de al menos dos millones de personas en 40 países. Y no paraban de llegar.

A las nueve de la mañana, ya se habían registrado por lo menos dos mil muertes. Los hospitales se sumían en un caos dantesco con camas y camillas por todas partes, hasta en los aparcamientos subterráneos. Muchos de los pacientes estaban atados con correas mientras proferían grandes alaridos y amenazas e intentaban atacar a dentelladas a cualquiera que se acercara; pero no había sedantes para todos ni manos para aplicarlas. Presentaban un aspecto horrible, con la piel llena de aquellas horribles pústulas que no paraban de salirles.

A las diez, el Consorcio de Aseguradoras de los Estados Unidos invocó la cláusula federal para epidemias mayores. Simplemente, los seguros médicos privados no podían atender semejante avalancha de pacientes sin quebrar en pocas horas. En realidad, no habría sido necesario. Su solicitud se cruzó con una orden presidencial, señalando que a partir de ese momento toda la gestión hospitalaria quedaba nacionalizada temporalmente, bajo la tutela del gobierno federal y la administración de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Todo el personal médico y sanitario quedó militarizado, incluso los que caían víctimas de la extraña enfermedad, que cada vez eran más.

Fuera de los países que habían apoyado la alianza contra Rusia desde el principio, en España el número de casos fue singularmente elevado por razones que nadie alcanzaba a entender muy bien. El Ministro de Sanidad anunció a media mañana que había al menos ciento cincuenta mil pacientes colapsando los hospitales de las redes pública y privada, y mucha gente más esperando en las calles, en medio del frío invierno.

Él no lo sabía, pero a veinte mil kilómetros sobre su cabeza, un autómata terminó su cuenta atrás. Y se dispuso a completar el fin del mundo, con la implacabilidad de los robots.

 

Skynet vs La Humanidad.

NORAD, 28 de diciembre, 13:48.

-General Behringer... un satélite ruso se está moviendo -anunció el tecol Stephen Jackson, que también fue el primero en ver la variación del satélite que les advirtió de lo que podía venir, en la noche de las luces. Una era antes.

-Amplíe -ordenó de inmediato el comandante del NORAD.

-Es el Kosmos 2639, señor... un componente del GLONASS, el GPS de ellos, órbita circular a 19.100 km. Lo lanzaron en enero. Se cree que le falló la orientación de la antena de comandos y quedó inútil.

-Inútil mis cojones -repuso el general, agriamente.

"Todo esto es una puta locura... he de matar con mis propias manos a quien quiera que lo empezó", pensó también, pero no lo dijo.

-Ahí va otro -dijo de pronto el tecol Jackson-. Otro GLONASS. El Kosmos 2613.

-¿Y cuál es el cuento que contaron de este?

-Que no se desplegaron los paneles solares. Demonio, mi general... el primero va directo a Europa Central, y el segundo viene más o menos... hacia aquí. Vaya, están cayendo a toda velocidad. En menos de una órbita... los vamos a tener encima.

El general Behringer se arrancó nerviosamente una uña con otra.

-Todo el mundo alerta -mandó, casi por decir algo.

-Seguimos en DEFCON 1, señor -repuso alguien, como si eso lo contestara todo.

-Bien. Comuníquenlo a Washington.

Alguien lo comunicó, mientras el general Behringer y el tecol Jackson observaban a los dos supuestos satélites GLONASS caer hacia la atmósfera terrestre a casi 43.000 km/h.

-¿No podemos intentar un derribo? Tenemos esos antisatélites secretos... -sugirió alguien.

-¿En esta velocidad y ángulo? Ni en broma -le respondió otro de inmediato.

-A ver... -les interrumpió el tecol Jackson- Están emitiendo, señor. Emiten con una señal direccional, hacia el espacio exterior, pero... llegamos a detectarlo.

-¿Y qué emiten?

-Es muy difícil de saber, señor. Parecen... más series numéricas.

Behringer asintió, comprendiendo.

Apenas unos minutos después, ambos satélites penetraron en las capas superiores de la atmósfera, después de sobrevolar los Estados Unidos y Europa desde el sur. A semejante velocidad, se abrasaron casi instantáneamente, convirtiendose en dos breves meteoritos de fuego sobre Canadá y Noruega.

-¿Ya está? ¿Eso es todo? -preguntó alguien, atónito.

-Sí, eso es todo de momento -contestó Behringer, terminando de comprender.

-¿Perdón, general...?

Entonces, una joven teniente corrió hacia el comandante del NORAD con un auricular en las manos.

-Mi general... la Señora Presidenta -informó.

El alto oficial se puso los auriculares para saludar:

-A sus órdenes, Señora Presidenta.

-¿Qué pasa, general?

-Ahora ya nada. Dos satélites rusos se han desintegrado contra la atmósfera. Sepa usted que nos acaban de hacer un reconocimiento electrónico automático. Señora Presidenta, debe usted estar preparada para un ataque inminente. En la próxima