Ha fallado el referéndum, pero sobre todo, ha fracasado el Estado

Escribo desde el punto de vista de todos aquellos que han contemplado estupefactos, viéndolas venir, cómo hemos pasado de la situación de hace 6 años, con el 15M y las plazas llenas y cuestionando el bipartidismo, la corrupción y el ataque al estado del bienetar ("no somos mercancía en manos de políticos y banqueros"), con los políticos señalados y los culpables de la crisis señalados, a la situación actual en una guerra de banderas y fanáticos embrutecidos. De una situación en la que los causantes de la crisis y la élites que más se han enriquecido con ella han pasado de tener que estar a la defensiva con la indignación ciudadana a usar a los ciudadanos como escudo para desplazar el campo de batalla. Del "cuidado que los ciudadanos vienen a por nosotros" al "mira, la chusma está sacando de nuevo las banderas para matarse entre ellos, vamos a celebrarlo". Porque sí, fanáticos embrutecidos han surgido de las sombras de los dos extremos, con indepes acosando y señalando a quien piensa distinto y españolistas jaleando a las FCSE como si fuesen a la guerra y pidiendo la humillación de Cataluña.

O al menos así ha sido hasta hace poco y así lo veían muchos ciudadanos que querían escapar de esta trampa tendida por las élites de ambas orillas, tanto de la orilla española como de la catalana. Ambas orillas, recordemos, capitaneadas por la derecha. El independentismo catalán declaró hace ya mucho tiempo que buscaba el choque de trenes y el Gobierno, viéndolas venir, aprovechó la ocasión para sumarse a la estrategia. Al fin y al cabo, con los trenes chocando ya nadie se iba a acordar de los recortes, de la ley mordaza, de la representatividad, de la memoria histórica, del estado del bienestar. Se jugaría en el campo que las derechas se desenvuelven mejor a la vez que se desplazaría el centro de la batalla: de lo social a lo nacional. Ahí, como sabemos, los juicios sensatos y los ciudadanos con mayor capacidad crítica se verían desplazados, puesto que es una batalla donde priman los sentimientos, los odios, las emociones y las identidades. Una operación perfecta, con muy buena intuición por parte de ambas orillas.

¿Es que hay alguien que pensaba que Cataluña se iba a independizar el 2-o? Ni Rajoy lo pensaba, ni Puigdemont, ni todos los que nos han traído hasta aquí. Quizás sí lo pensaban algunos independentistas/españolistas ingenuos. Nada de eso importa ya porque los acontecimientos de hoy lo han cambiado todo. Del desafío al Estado de Puigdemont al derrame de gasolina e incendio de Rajoy. Y esto hay que remacarlo bien: el "procés" no ha sido un desafío a la democracia, como algunos nos han querido hacer creer, ni un golpe de Estado (para eso se necesita armas y un ejército o guerrilla). Ha sido un desafío al Estado y a su manera de proceder ante una convocatoria ilegal de referéndum. Por supuesto, en última instancia era una convocatoria ilegal, lo que no quita que no tuviese un determinante trasfondo político para que el Estado entendiese cómo proceder. Y el Estado ha procedido de la peor forma imaginable. A un problema político no se le deben enfrentar soluciones judiciales ni policiales, sino enfrentarlo con inteligencia (como el Reino Unido enfrentó con inteligencia el referéndum de Escocia).

Nada de esto importa ya, porque la gestión del Gobierno ha sido tan nefasta tras lo sucedido hoy, que está claro que estamos ante el punto de inflexión más importante desde la Transición. El nivel de represión que hemos visto ante un desafío como el de depositar un voto en una urna, no sólo ha sido desproporcionado, sino que ha sido impropio de una democracia segura de sí misma. No hace falta más que ver la prensa internacional o los españoles que en redes sociales están clamando contra un acto más propio de una dictadura que de una democracia occidental. Además, se está creando un gravísimo precedente de cómo afrontar problemas desde el estado que no debería dejar indiferente a nadie. Se ha puesto una maquinaria terrible en marcha: jueces y fiscales al servicio de políticos, desembarco de fuerzas policiales en una ciudad, medios de comunicación afines intoxicando y ocultando información, represión directa en la calle... ¿es ésta realmente la España en la que quiere la gente vivir? ¿No se podría sembrar un peligroso precedente que hay que parar cuanto antes?

Si permitimos esto, la democracia misma está en peligro en España. Quizás nunca hayamos tenido una democracia equiparable a las más avanzadas, pero precisamente por eso es por lo que nos debemos de preocupar más. Hoy le ha tocado a los catalanes pero ¿qué nos asegura que mañana no nos puede tocar a nosotros/as o a nuestros seres queridos en otros puntos de España?

Habrá fracasado el referéndum pero el Estado ha tenido un fracaso aún mayor: ha puesto al sistema democrático en jaque, al responder a un problema político de la forma en que respondería una república bananera. Por eso nada importa ya lo que pensemos del referéndum y del "procés". Lo ocurrido hoy ha sido de tal profundidad que ningún demócrata, sea de donde sea, puede mirar hacia otro lado. Mucho menos aquellos que se consideren tanto españoles como demócratas. El referéndum pudo ser ilegal, sí, pero no podemos permitir que un Estado responda con esta brutalidad como si no pasase nada. Cataluña no puede quedarse sóla ante la barbarie. Si no, seremos cómplices del degradamiento de la democracia. Y quizás los próximos seamos nosotros/as.