Relatos cortos
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Continuará... 13

Esta parte del "relato corto" viene de aquí y en este orden: www.meneame.net/m/relatocorto/continuara-7 y después aquí: www.meneame.net/m/relatocorto/continuara-11 ) No sé si hay una comunidad de textos largos, pero cuando se termine se podría colocar (tras una revisión profunda) allí. O no.

A la vuelta de la compra decidió desviarse un poco y pasar por el puente, sentía mucha curiosidad por ver cómo evolucionaba la cosa. A esa hora no había mucha gente, el tráfico habitual de coches de los sábados, esos días que para a ir a comprar el pan dos calles más allá se usaba el coche y la ciudad se atascaba como si fuera un lunes a las siete de la mañana. Como el día estaba agradable había personas paseando, se detuvo un momento dejando el carro de la compra cerca del muro bajo del puente y miró disimuladamente al campanario, a derecha, a izquierda y luego se asomó a la zona de cañas, árboles y a la pequeña presa de barro y objetos acumulados que seguía sin limpiar. Su paquete seguiría totalmente invisible. Aunque le parecía que las plantas estaban movidas, dobladas y algún matorral ya no estaba.No podía estar seguro, claro. Posiblemente la riada debió zarandear esa zona. Vio un par de perros sin collar recorrer el cauce sin aparente rumbo.

 Se dirigió a casa satisfecho. Tras ordenar la compra, volvió a saltarse su regla sagrada y miró la prensa buscando noticias sobre el caso, navegando remolonamente por otras noticias como si alguien pudiera estar grabando sus movimientos y fuera su manera de disimular. No entendía cómo su orden tan bien establecido estaba dando paso a una impulsividad desconocida para él. 

En varios periódicos publicaban la foto de la mujer con una cartela en rojo que rezaba: “DESAPARECIDA” y sus datos para identificarla. ¿Se preguntaba qué podría haber pasado con el amigo con el que debía encontrarse? ¿En su casa? ¿En la calle? ¿Tendría buena coartada? ¿Eran más que amigos?

Juan sabía que debía trazar un plan de actuación o de inacción para los próximos diez años al menos, estos casos no se resolvían de la noche a la mañana. Si quería que su crimen perfecto funcionara debería pensar, al menos, a diez años vista. Habría sido más fácil que la mujer tuviera amante, o divorciada con amenazas del ex marido, o estuviera en negocios turbios, enemigos en la comunidad de vecinos, pero no... al menos en la prensa no se hablaba de nada de eso.

Ya sabía que no podría obtener información de ningún tipo como no fuera a través de los medios de comunicación y las redes sociales. Quizás podría jugar la baza de preguntar muy discretamente al policía que tenía cuenta con su banco, pero o lo hacía con mucha habilidad o... Quizás no mereciera la pena ese riesgo.

En ese momento llamaron al timbre de la puerta. Sorprendido, bajó hasta el jardín y sin abrir el portón preguntó.

 -¿Quién es?

-Hola, buenos días, Policía.

Juan instintivamente conectó el sistema de alarma mental. Abrió la puerta y vió a dos policías, un hombre y una mujer, jóvenes y con mirada tranquila.

-Buenos días, estamos preguntado a los vecinos por el caso de la mujer desaparecida...

-Vaya, pensaba que lo de ir puerta a puerta sólo se hacía en las películas –dijo Juan con una sonrisa en la cara.

-En esta zona hay muchas personas mayores que no tienen ni redes sociales ni leen la prensa por internet... –respondió la joven policía, ahora seria, austera.

“Claro, que el padre de la mujer fuera inspector de policía seguro que no tenía nada que ver, claro.” Pensó esbozando una sonrisa interna.

-Sí, sí, he visto la foto de la mujer desaparecida, poco más.

-¿La noche del doce al trece vio usted algo u oyó algo inusual?

-¿La noche del doce? No recuerdo ni lo que comí ayer... –dijo buscando complicidad con los agentes.

-Unos vecinos dicen que se oyeron ruidos y que podrían ser okupas en las casas en venta.

“Cuánta imaginación tiene la gente, ven okupas por todos lados.” Pensó Juan suspirando y no sabiendo cómo continuar su respuesta.

-Pues no he oído nada. Ah, por cierto, aparte de que los perritos de la zona, sobre todo uno y su dueña, tienen mucha afición a mearse y cagarse en mi puerta.

-Hable con la Policía Municipal –dijo el policía-. Bueno, gracias, que tenga usted un buen día.

-De nada. Buen servicio.

Tras cerrar el portón. Los engranajes mentales se pusieron en marcha a mayor velocidad. Debía revisar a fondo el jardín, el patio entero al detalle. El trocito de plástico en el rosal no había sido buena señal y así debió entenderlo, pero lo dejó pasar. Y ahora esto, dos policías en su puerta. La mano del inspector de Policía debía estar detrás de tanta investigación, cuando lo normal es que atiendan llamadas de gente que cree haber visto algo o recibir informaciones variadas; ponen en redes y en prensa la foto y sus datos y a esperar. Ser tan activos no encajaba con nada.

Pasaron unos minutos y abrió el portón discretamente, asomó la cabeza para ver por dónde iban los policías, estaban tres puertas más allá hablando con el vecino con muletas, a la altura de su plaza de aparcamiento de minusválido, no, personas con movilidad reducida, pronto cambiarían el término y le llamarían personas con movilidad divergente.

Comenzó a revisar concienzudamente todo el patio, planta por planta. Debajo de unas hojas había una perla pequeña de color rojo, de plástico. La miró al detalle. Y una imagen le golpeó en la cara. La mujer llevaba un collar de bisutería, con cuentas de colores, pero el collar no se rompió. Una cuenta perdida saltaría con el golpe de la maza. Azar. La guardó en una bolsa y siguió mirando con detalle. Luego se dirigió a donde había caído el cuerpo tras el golpe, en el césped. ¿Habría restos de pelo entre la hierba? ¿Saliva? No sangró, o no vio sangre en el momento. Y en el plástico al envolverla tampoco vio sangre. Saliva sí. Fue a por la azada al arcón de las herramientas de jardín y comenzó a levantar el césped de toda esa zona, con la pala cogía trozos de tierra y hierba y los echaba en un saco. No iba a correr ningún riesgo con eso.

Cuando terminó tenía un pequeño socavón de dos metros por dos de tierra y yerba eliminada. Estaba sudando, mientras contemplaba su obra.

Era la hora de comer, se lavó, se cambió de ropa y vio que el plan de comida de hoy era arroz hervido, huevos fritos y pisto. “¿Otra vez?” Pensó mirando el plan semanal completo, con ciertas dudas.

Después de comer y de recoger fue a su pequeño taller de bricolaje. Se quedó mirando sin mirar el mazo remojado en lejía. Una idea asaltó su mente, algo que se le había pasado por alto, ¿por qué estaban en su calle preguntando a los vecinos? Juan pensaba que lo lógico hubiera sido preguntarles por qué se interesan por esta zona en concreto. Quizás tenía que ver con la información de que habían visto a la mujer caminando por la calle Villegas Delgado. Quizás. Debería haber actuado de otro modo, preguntando con más interés por los motivos de las preguntas en la zona, con más curiosidad. Del modo que él había reaccionado, Juan daba la impresión de saber por qué estaban allí. Pensó que el azar a veces era estimulante.

Sacó la maza de la lejía y la puso sobre el banco de trabajo. Mirándola fijamente dudaba si algún pelo machacado o algún resto podría haber quedado embutido en el metal y que la lejía no fuera suficiente para eliminarlo. Sonrío para sí pensando de nuevo en el azar. Guardaría la maza, más tarde tiraría en varias salidas las bolsas de tierra, aunque quizás debería ir en coche a tirarlas. Cuatro bolsas grandes. No sabía qué decía la normativa del ayuntamiento.

"Maldita sea", se dijo y fue al portátil a ver la normativa, maldijo una vez más por haber leído al respecto. “Es conveniente llevarlos al ecoparque más cercano, con el fin de asegurarse un tratamiento correcto. El municipio dispone de un servicio de recogida específico.”

¿Por qué cada pequeño detalle suponía una complicación enorme en sus circunstancias actuales? Podría llamar al servicio de recogida, pero y si había alguien vigilando cada detalle que hiciera. No. La paranoia era la mejor arma contra los investigadores. Juan admiraba los mecanismos mentales de los investigadores, ese ritual de procedimiento, metódico y contundente, un sistema casi perfecto. Casi. Poco a poco, esos datos, estos hechos, esas sospechas, estos indicios, todos analizados por una mente o varias mentes policiales. Genial.   

De pronto, sonó el teléfono fijo de casa. Se dirigió al salón y levantó el auricular.

-Diga.

-Juan, tu madre está en el hospital. Creen que le ha dado un ictus.

Mantuvo un silencio incómodo durante segundos.

-No es día de llamadas –dijo Juan, seco.

-Bueno, ya lo sabes, me quedo sin batería en el móvil. Está en el Hospital Sol de aquí, en el comarcal... Juan, es tu madre.

-Hoy es sábado, mañana domingo, pasado lunes...

-Ya sé que... eres un poco especial... Pero es tu madre.

-Madre.

-Bueno, cuelgo, ya está. Ya lo sabes.

-Vale.

Juan oyó el sonido de fin de la comunicación al otro lado del teléfono. El problema de las bolsas de tierra seguía presente en su mente. Podría tirarlas poco a poco, un saco cada vez y a diferentes contenedores. ¿Qué había para hoy en el plan de cenas?

Acercó el coche hasta la puerta y cargó una de las bolsas de tierra, pesaba, no tanto como la mujer pero pesaba. Mientras conducía hacia un contenedor de basura en uno de esos barrios donde reciclar era una palabra que no existía, decidía qué hacía para tapar el hueco del jardín con tierra y plantar de nuevo césped. Mañana domingo iría al vivero y compraría tierra, o al menos una parte de la tierra. Calculaba que con dos o tres viajes tendría tierra para ese trozo del jardín. Al llegar al contenedor elegido tiró el saco con bastante esfuerzo. “Uno menos”. Pensó.

A la vuelta pasó por el puente, esta vez voluntariamente y con mucha curiosidad. Desde el coche no podía ver el fondo del cauce y no sabía si habrían retirado el lodo y la basura, pero las cañas y los arbolitos seguían allí. No se notaba ninguna actividad especial.

Esa noche, Juan tuvo una pesadilla, raro en él porque nunca recordaba sus sueños, ni los buenos ni los malos. Se encontraba tumbado en una lápida de piedra en un cementerio, inmóvil, desnudo, sin dientes y un hombre muy alto y delgado le echaba arena en los ojos cerrados. A lo lejos nubes de plástico transparente se arremolinaban y doblaban con el sonido del linóleo fino al viento, de entre esos nubarrones descendía su madre con un rosario entre las manos. En ese momento se despertó.

Mañana domingo iría al hospital, sobre todo para no despertar sospechas si es que alguien lo estaba vigilando. Se levantó y se asomó a la ventana de la habitación, desde allí veía el jardín y la calle. Un coche pasó a gran velocidad con los graves de los altavoces retumbando en los cristales del vehículo, esa música diabólica, machacona y burda. Eso le recordó que debía volver a fingir, debía volver a Xangri-A otro día para que no pareciera que no iba nunca y que sólo fue la noche de autos. Media sonrisa en la cara, la noche de los coches.

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Una duda ética

¿Qué pasa cuando un sicario se entera de que su patrón ha muerto? ¿Tiene que seguir adelante con el crimen por el que ya ha cobrado o no? ¿Qué es lo realmente profesional?

¿Realmente el patrón, querría que de todos modos se cometiera el crimen tras su falleciemiento?

Quieres matar a tu exmujer porque no te deja ver a los niños. Vale. Pagas por ello. Ok. Pero coño, si te mueres... ¿De verdad querrías dejar huérfanos del todo a tus hijos?

¿Qué debería hacer un sicario honrado?

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Decían que Gabriel era muy corto

Muy corto. Decían que Gabriel era muy corto, tan corto que llegaba con lo justo para opinar de cualquier tema. Con él una charla se volvía un cuento infantil, donde todo tenía un final feliz. Gabriel tenía un optimismo natural, porque todo y siempre se podía solucionar. Recordaba muchos cuentos de esos que nos leían de niños. Todos sabían que Gabriel era así y que era feliz y hacía feliz a todo el que le rodeaba. A veces, no parecía tan corto y no gustaba a los demás, que preferían al otro Gabriel, al de los cuentos con final feliz. Él se reía cuando alguno le llamaba "Grabiel", una de esas personas que sólo contaban cuentos con final triste y terrible. Se reía.

(2001.)

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Cuestión de actitud

El avión temblaba. Las luces parpadeaban con un zumbido intermitente, y los gritos se entremezclaban con el estruendo de los motores forzados al límite. Julia miró por la ventanilla; la tierra se precipitaba hacia ellos como una verdad ineludible.

A su lado, un hombre de unos cincuenta años se ajustaba con calma el cinturón de seguridad. Tenía las manos firmes y los ojos serenos, como si hubiera esperado este momento toda su vida.

—Cuando se viaja en un avión que se va a estrellar, el cinturón no sirve de nada —murmuró Julia, con una sonrisa amarga.

El hombre giró la cabeza y la miró con una media sonrisa.

—Pero consuela —respondió, tirando un poco más de la correa hasta sentirla bien ajustada.

Julia dudó un instante, pero luego hizo lo mismo. Sintió la presión del cinturón contra su pecho y, de algún modo, la desesperación se disipó un poco. Afuera, el suelo se acercaba cada vez más.

Cerró los ojos y exhaló despacio. No podía cambiar el destino, pero sí cómo lo enfrentaba.

Y en ese instante, el silencio lo envolvió todo.

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50 por ciento (parte 5 - última parte)

 Parte 1Parte 2Parte 3. Parte 4.

El Director de Tecnología de la compañía de aerotaxis, al que por abreviar llamaremos por las siglas de su cargo en inglés, CTO, rendía cuentas ante el capo di tutti capi, el CEO (Chief Executive Officer). Que a su vez, debería aguantar el chaparrón en la junta de accionistas.

- Explícame otra vez eso del 50 por ciento. Y no me saques ninguna formulita, o te juro por mi madre que te echo a la puta calle.

El CTO tragó saliva ruidosamente y dijo:

- En terminos de programación el asunto para SACTA se trataba de calcular una variable booleana y....

CTO noto un respingo en CEO al oír la palabra "booleana". CEO hizo una mueca y preguntó:

- ¿Qué has dicho, que has dicho, no te he oído bien, qué quieres el finiquito?

CTO intentaba tragar saliva, pero pareciera que tuviese una alpargata atravesada en la garganta porque no era capaz. Tenía el aspecto de un pollo ahogandose al tratar de comer un gusano demasiado grande y efectuaba ya sin disimulo grandes movimientos de cabeza arriba y abajo, a la vez que sus ojos se ponian más y más saltones, y su rostro enrrojecía.

- O sea, vamos a ver, quiero decir que se trató de que SACTA se vio forzado por las circunstancias a elegir entre dos opciones. O salvo a uno o salvo a otro. En términos informáticos eso es un 0 o un 1. Y se trata de calcularlo. Esa terrible decisión, cuando la hace un médico se llama triaje. Tenía que salvar a uno y dejar morir a otro. En general se suele priorizar al que mayor probalidad tenga de sobrevivir, como por ejemplo sucede en las listas de candidatos a recibir un trasplante de un organo.

CEO no mostraba signos de ira. Eso tranquilizó un poco a CTO, que prosiguió con la explicación.

- Así que antes de empezar a calcular ese 0 o ese 1, se puede decir que los dos ocupantes de los dos vehículos tenían un 50 por ciento de posibilidades de recibir la ayuda del dron de rescate. Y cuando terminó el cálculo, uno de los dos ocupantes, tenía el 100% de posibilidades y otro el 0%. Pero SACTA no contaba con que ese tipo nos lanzase un órdago...y tuvo que recalcular cuando quedaban pocos segundos para el impacto. SACTA no tenía claro si lo de la vacuna era cierto o no. El resto de cosas que dijo el sujeto sabía que eran ciertas. El caso es que consideró toda la nueva información y decidió salvar al tío de la barba.

El CEO procesó todo aquello y chasqueó la lengua mientras se despedía mentalmente de su carrera. Aquel mamonazo hijo de puta había conseguido salvar el pellejo mintiendo. Les había pasado una patata tan caliente como que se encontraban con la prensa de todo el mundo encima, y dos juicios pendientes. Uno con la familia de la mujer embarazada fallecida y otro con el barbas de los cojones. La rata inmunda, encima les había demandado por daños morales y psicológicos, y para más INRI y quedabienismo, había jurado ante notario entregar integra su indemnización a la familia de la fallecida.

menéame