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Dos días después lo llamaron desde la Policía. Una llamada muy cordial, invitándolo a pasarse por la comisaría de la localidad. El policía le explicó que habían convocado a varios vecinos de la misma calle para ver si podían ampliar la información que ya tenían. Juan dijo que mejor por la tarde, tras la salida del trabajo. En un momento, Juan preguntó si se trataba de alguna broma o algún tipo de timo, y que cómo sabía que le llamaba la Policía. El policía al otro lado, armándose de paciencia, le dijo que era fácil de comprobar, que viniera a la hora indicada a las dependencias policiales y que allí le dirían con quién hablar. Juan estuvo a punto de añadir un “¿y si me niego a ir?” Pero no le pareció prudente ni práctico. Así que dijo que allí estaría.
Tanta rapidez le ponía en alerta, muchos de estos casos se alargaban semanas y semanas, meses, años. Pruebas forenses, peticiones al juez, control de móviles, revisión de mensajes, todo eso requería siempre de una petición al juez y que éste lo aprobara o no. Quizás el hecho de que el padre hubiera sido inspector de Policía. Quizás. Había leído un artículo hablando de que estaba ya retirado de la Institución y que había sido condecorado dos veces. La familia estaba esperando que terminara todo el proceso para poder enterrar a la hija. Discreción total en los medios, parecía que se respetaba escrupulosamente la intimidad de familiares y allegados, ni siquiera la prensa más carroñera se había interesado en sacar asuntos escabrosos o sensacionalistas.
Sentado en un pasillo, en uno de esos bancos de madera que debían haber visto y oído de todo, esperaba que le llamaran para la entrevista. Miraba a un lado y a otro buscando a alguien en su misma situación, algún vecino que viniera a contar lo que pudo ver u oír esa noche, tal y como le habían convocado a él. Miró su reloj. Quince minutos tarde de la hora pactada. Paredes de un verde hierba que habían conocido mejores años, puertas grises y cierto ajetreo entre despachos, nada especial. Policías con papeles y carpetas entrando y saliendo de diferentes estancias. Tranquilidad.
Mientras esperaba que lo llamaran, repasaba alegremente que él no había guardado ningún objeto de “recuerdo” del cadáver, ni tenía agendas con caligrafía atropellada contando sus logros, ni ningún manifiesto con declaraciones de doctrinas o propósitos, ni tenía nada escrito en ninguna parte. Nada, ningún documento u objeto en casa que pudiera delatarlo. Todo lo tenía en la cabeza, lo guardaba allí arrinconado en compartimentos concretos, ordenados por horas, sensaciones, reflexiones y certezas, esas secciones mentales tenían ciertos seguros que él llamaba “olvidos conscientes”, una manera que tenía de no acceder a ningún recuerdo que pudiera mostrar nada de lo que tuviera clasificado en esas partes recónditas de su mente. Entre sus muchas reflexiones aleatorias se reía mentalmente de cómo la sociedad defendía el diálogo, la diplomacia para llegar a acuerdos, una sociedad dialogante y civilizada. Él sabía, con férrea convicción, que todo eso no era más que hipocresía y teatro. Según Juan, cuando alguien tiene razón en un tema, el que sea, y hay otra persona que opina lo contrario, la única solución es machacar físicamente al otro. Eliminarlo, matarlo. Los animales cuando entran en peleas territoriales o por hembras de su especie, los mamíferos se tumban patas arriba, enseñan la panza como señal de haber perdido y el ganador deja de atacarlo habiendo ganado. Los humanos no teníamos ese acto reflejo, si alguien mostraba algún signo de reconocer que el otro le había ganado, lo eliminaría sin contemplaciones. Recordaba una frase de un libro: “La estocada más certera y con más fuerza la da quien cree tener más razón que el contrincante. Un atisbo de duda y estás muerto.” Eso era la vida, la real. O eso creía Juan. Tampoco era tonto y no quería ir a la cárcel, ni ser ajusticiado, fingir era el precio que debía pagar por actuar en ese teatro llamado Sociedad.
-¿Juan Gómez? –preguntó un policía abriendo una puerta y mirándolo.
-¿Sí?
-Pase, por favor –era joven pero no eran un recién llegado a la Policía. Uniforme impecable.
Juan encontró un pequeño despacho, atiborrado de informes, carpetas de colores, un ordenador, una planta mustia en la ventana, una mesa de despacho espartana y dos sillas. El policía se sentó delante del monitor y del teclado, ladeado un poco para ver a Juan que se sentó frente a él. Por un instante pensó que por qué era tan típico, tan cliché lo de la planta mustia en lugares así, con lo poco que costaba un poco de luz y un poco de agua.
-Bueno, señor Gómez –mirando algo en el monitor-. Juan Gómez Gómez, calle Águila Martínez, 66.
-Sí –respondió acomodándose en la incómoda silla, pensando que la del agente estaba acolchada y parecía más cómoda. Truco número uno de manual. Pensó con sorna interior.
-Le indicó a los compañeros que no oyó nada la noche del catorce y madrugada del quince –mirando al monitor y posiblemente pasando páginas y deteniéndose en alguna.
-Eso es.
-Haga memoria... ¿qué estaba haciendo entre las once y las once y media esa noche? –ahora sí mirándolo directamente a los ojos, buscando algún signo que no iba a encontrar.
-No sé... Ya habría cenado. Ceno a las nueve y luego supongo que me iría al taller o estaría viendo la tele o... –respondió con parsimonia.
-¿No oyó nada fuera? –ahora tecleando algo en el informe que tuviera delante.
-No sé, como algunas noches se oyen ladridos de perros... –fingiendo recordar usando correctamente la mirada hacia arriba y a la derecha. Típico micro signo de rememorar con imágenes–. Hace un mes o así, oí ruidos extraños en la casa que está en venta sobre las ocho de la tarde o así...
-¿En cuál de las dos? –preguntó el policía, listo para anotar algo más en el informe.
-Creo en la de la derecha, en el 68...
-Ajá –tecleó algo que le llevó medio minuto o algo más de tiempo.
-¿Por qué precisamente a esa hora, a las once...? –preguntó Juan intentando pescar.
El policía se lo quedó mirando, con ojos neutros pero escrutadores. Justo en ese momento se oyeron voces fuertes en el pasillo.
“¡Coño, Ferrer, no...! ¡Déjanos trabajar... Vete a casa!”
“¡Joder, qué pronto se os olvida que me he dejado la vida aquí...!
“Venga, vamos a tomar un café, vente conmigo... No lo jodas todo, sabemos lo que estamos haciendo...”
Las voces se extinguieron poco a poco, alejándose del pasillo. Juan ya sabía que el padre de la mujer rondaba por la comisaría. De nuevo el escalofrío de una sonrisa interior de placer recorrió su espalda.
-El móvil de la víctima estaba activo a esa hora en esa zona –respondió el policía sin reaccionar a las voces del pasillo.
-Ah, igual se paró a hablar con alguien... –retador.
-Claro. –el agente hizo una pausa mirándolo y luego revisando algo en el monitor-. ¿Vio usted a alguien o escuchó algo sobre esas horas?
-Como no fuera a la señora que pasea a su perrito a horas raras... –dijo Juan desviando la mirada a la planta mustia.
-La señora pasó por allí sobre la una y media de la madrugada –respondió el policía seguro, sin mirarlo.
-Ah, pues como a veces saca varias veces al perro... –ahora sí que estaba disfrutando Juan.
-Ya, ¿y qué hizo usted luego? ¿Estuvo durmiendo sin más esa noche? –impasible, Juan notó que ahora quería pescar el joven uniformado.
-Supongo que me iría a dar una vuelta, no podía dormir...
-Como le dijo a los compañeros que tenía el sueño pesado...
-Ya sabe, hay días y días, a veces los lunes se mezclan con los miércoles, ya no tengo la memoria tan fina... –con una sonrisa en la cara mientras se apuntaba con un dedo la frente.
-Lo digo porque a las cuatro y cuarto de la madrugada entraba en la discoteca Xangri-A... –obviamente le tocaba mover el cebo de la caña de pescar. Juan lo estaba esperando.
-Vaya... –esto le sorprendió un poco, pero había visto perfectamente las cámaras antes de entrar allí.
-Hay cámaras en los accesos a ese local por seguridad.
-Pues sí... –dijo Juan asintiendo con todo el cuerpo.
-A las siete y doce minutos pasó un control de alcoholemia con la Guardia Civil... –dijo el policía tecleando algo en su ordenador y sin mirar a Juan.
-Cero cero –respondió imitando el tono de un anuncio típico de esas bebidas.
-Ya. Bueno, pues nada más, gracias por su colaboración –el policía se levantó ofreciéndole una saludo de manos a Juan, que éste no rechazó. El apretón no le gustó, le había parecido excesivo. Manías. No le gustaba el contacto social.
Juan salió pasillo abajo hacia la salida de la Comisaría, justo en ese momento le pareció ver a Lucía entrando en un despacho. No podía ser. Esperó unos minutos hasta que la mujer volvió a salir. No, más baja, pelo parecido, nariz diferente. Desliz freudiano, pensó.
Mientras caminaba de vuelta a su casa. Reflexionaba sobre si convenía volver a llamarla o dejarlo correr, por si había más peligro en intentar sonsacarle información o en que ella se lo sacara a él. Cosa que le parecía simplemente imposible. A él, al controlador de la realidad. Pasaría por la verdulería. Mañana era sábado y tocaba mercado. Debía consultar el tiempo, ya que avisaban para ese fin de semana de lluvias intensas.
Esa noche, la lluvia llegó como una llovizna insulsa. Conectó su portátil. Hizo clic en un anuncio de frigoríficos inteligentes, en un artículo publicitario de un banco en línea, y en la web promocional de una cantante llamada “Adipalu” con un vídeo machacón y soso que tuvo que cerrar después de apuntar varias veces a una esquiva “x” que se movía. En la información local volvían a incidir en la posibilidad de que el caso de Ferrer estuviera relacionado con el fondo de inversión WorldMundo Hainsbach, sus abogados declinaron hacer declaraciones, cosa que motivaba a los “cazanoticias” de dientes afilados a especular sobre los motivos de su falta de comentarios. Recordaba un artículo sobre los dientes de los tiburones y que la cantidad de dientes estaba ligada a lo que comían, los que se alimentaban de presas grandes tenían menos pero de mayor tamaño. Y los que cazaban presas pequeñas tenían más para facilitar su captura. Una adaptación evolutiva del mundo de la prensa sensacionalista.
En otro periódico habían conseguido entrevistar a uno de los trabajadores que había estado limpiando el cauce, sin mucha información, ya que él no había estado en el turno en el que se encontró el cuerpo. En otro periódico de tirada nacional, algo más serio, se decía que aún no se había levantado el secreto del sumario y que el Juez Lacosta se encargaba del caso. Se habían enviado especialistas de la capital provincial y algunos habían llegado desde Madrid, sobre todo en la parte más técnica de la medicina legal. El ex marido de la asesinada había llegado desde Francia y se le había tomado declaración en Comisaria. Apuntaban que años atrás, ese hombre (M.A.L.L.) estuvo implicado en un desfalco en la compañía alimenticia para la que trabajaba. Quedando libre de todos los cargos meses después. “La prensa nunca defrauda”, pensaba Juan, mientras apagaba y desconectaba su ordenador. Subió a su habitación y se quedó mirando la ventana, ahora llovía algo más intensamente. Mañana iría a comprar al mercado contra viento y marea. El domingo haría nueva lista semanal, esta vez completa. Las cosas deben volver a su cauce. Cauce. Soltó una risotada mientras se disponía a dormir.
La mañana estaba desapacible, la lluvia acompañada de un viento frío dominaba las calles, los coches pasaban sobre los charcos creando pequeñas cortinas de agua a los lados. Nada que ver con la tromba de días anteriores que arrastró barro y contenedores. Cubrió el carrito de la compra con un resto del plástico que había comprado en el bazar, le quedaba el justo para hacerle un improvisado poncho al carro. Le hacía mucha gracia ver el uso final del material que usó para envolver su paquete. Lo miraba y sonreía. Se puso un impermeable y se calzó las botas de agua.
Mientras se dirigía al mercado, volvía a repasar la entrevista de ayer en la Comisaría, había un par de ideas que le estaban rebotando en la parte trasera de la mente. El policía dijo que el móvil de ella estaba activo en la zona y él respondió que la víctima se pararía a hablar con alguien. Respuesta incorrecta. En ningún momento dijo que se detuviera, simplemente que estaba activo. Otra cosa que le llamaba la atención era que tuvieran la cronología de sus movimientos incluyendo el control de la Guardia Civil. ¿Por qué? Razonó que también tenían la hora a la que pasó la mujer del mini perro ladrador. Debía ser lo normal, cuadrar declaraciones, horas y lugares.
Juan tenía controladas las cámaras de tráfico de la zona, de casi toda la localidad; las había ido anotando, creando un mapa detallado de su situación. Semanas después las memorizó y destruyó el papel donde tenía sus posiciones. Al pasar por una alcantarilla y ver cómo el agua se colaba entre los barrotes del sumidero le entró una duda. ¿La tarjeta sim del móvil la tiró en un contenedor o en una alcantarilla? El recuerdo oscilaba entre un lugar y otro, claramente uno de los dos era un recuerdo falso. ¿Cuál? ¿Por qué? Este hecho le molestaba ya que podría tener más recuerdos falsos y algunos podrían estar relacionados con errores o fallos en el caso actual. Un torrente de recuerdos de la infancia se agolparon en desorden. Sus entradas y salidas del ala de Psiquiatría del Hospital General, desde los diez a los quince años, cuando por fin consiguió engañar a todos los sanitarios y le dieron definitivamente el alta. Entre otras cosas sufría pérdidas de memoria de eventos, de personas o incluso de información personal. Algo relacionado con la disociación. Tonterías médicas. Pero el que olvidara cosas o las confundiera en sus recuerdos no le gustaba, ya que entraba en el abismo sin fondo de sentir que la realidad podría estar distorsionada, sentir como si nada fuera real, como si él fuera un espectador de una película. Ese abismo para él tenía la forma de un vórtice. Retomando su hilo de pensamiento, encajó esa pieza del pasado en que no era posible acceder a sus datos médicos, eran confidenciales. Y además, para qué iban a indagar tanto. Tenían que encontrar a un asesino, alguien haría de chivo expiatorio y caso cerrado.
Juan hizo la compra en el mercado, después se pasó por el bazar asiático a resguardarse un poco de la lluvia y a pasear por los pasillos sin comprar nada, se quedó un rato mirando el rollo de plástico del que había comprado cinco metros, lo acarició como el que toca una tela sedosa; luego fue a la verdulería y de vuelta a casa. Mientras volvía, se dió cuenta de que cuando compró el plástico y lo llevó a su casa no llevaba guantes. Un instante de duda, un momento de intensa punzada mental. Al momento, calculó que habría muchas huellas de todas las manipulaciones en ese rollo hasta llegar al bazar y además que el agua de la riada podría haberse llevado la mayoría.
La tormenta estaba en su punto álgido, o eso le parecía él. Truenos, viento y lluvia. El jardín estaba empapado y al pasar el carrito por el lateral con césped, evitando el hueco central ahora sólo con tierra y semillas, vio que tenía una carta en el buzón. No hizo ni el intento de recogerla.
Una vez con ropa casera, ordenó la compra en los estantes y en el frigorífico. Mientras preparaba la comida del día y de parte de la semana siguiente, recordó que tenía que ir a reponer todas las prendas que tiró del canasto de la ropa sucia. Una sonrisa malvada se le dibujó en la cara. Pensó que era una buena excusa para llamar a la periodista y ver si podría sacarle alguna información, con el pretexto de que tenía que ir a comprarse vestuario. Desconocía si socialmente era extraño invitar a alguien a que le acompañara a comprar ropa. Suponía que sí, pero no estaba seguro de por qué. “¿Tomar un café, sí? ¿Comprar ropa, no?” Igual mejor quedar con ella después de terminar las compras en las tiendas. Después de comer miraría con detalle las noticias.
Ensalada de rúcula, pescado al vapor con puré de boniato y peras al vino tinto.
Tras hacer clic en la variada publicidad, se fue directo a la web de “TV-1999”. En las noticias locales, un pequeño vídeo donde la familia de la persona que cayó desde la pasarela de madera reclamaba al Ayuntamiento y al gobierno regional, más medios para continuar la búsqueda o ampliarla. Criticaban con dureza la falta de sensibilidad del Consistorio. “Al menos encontrar su cuerpo para enterrarlo”, decía una de la hijas del fallecido.
Un artículo sobre la limpieza de cañas y vegetación del cauce en el que un técnico afirmaba: “...En los cauces y ramblas la vegetación tiene sus funciones y entre ellas está la laminación de riadas al reducir el impacto del agua, además produce desbordamientos en diferentes puntos del cauce y lo reparte en superficies más grandes. En el caso de que no existiera vegetación, el agua aumentaría de velocidad y produciría desbordamientos mucho más agresivos. Por eso la limpieza actual acometida en la localidad se ha hecho manteniendo parte de la vegetación y...”
El caso Ferrer sigue sus pasos y ya se tienen algunas informaciones del móvil de la víctima, además de las pruebas preliminares forenses, detalles que no han trascendido a la prensa al estar bajo secreto del sumario. “La Policía está siendo extremadamente meticulosa y sistemática en todo el proceso, nos confirman fuentes cercanas a la investigación.”
Miró la hora y decidió llamarla. Antes vio que tenía dos llamadas perdidas del número de su padre.
-Hola, soy Juan –intentando parecer cordial.
-Hola, Juan, ¿qué tal? –se oía ruido de fondo, voces, teléfonos a lo lejos sonando y movimiento de personas, parecía una Redacción o algo similar.
-El lunes tengo que ir de compras y después podríamos tomar un café, si puedes...
-Pues el mismo lunes te lo confirmo, que ahora mismo no lo sé.
-Vale.
-Adiós.
Llamaría a su padre cuando tocara. Hoy no tocaba. Justo estaba dejando el móvil en la mesa del salón cuando sonó. De nuevo, llamada de su padre. Descolgó, manteniendo un silencio incómodo.
-Juan, no hay novedades, pero quizás deberías venir a despedirte de tu madre...
-No es día de llamadas –dijo Juan.
-Hijo, ya sé que es complicado para ti, lo sé... pero...
-Hoy es sábado, mañana domingo, pasado lunes... –respondió mirando de reojo la puerta que conducía a su taller.
-No se sabe si despertará del coma ni en qué estado. El lunes la trasladan al Hospital General...
-Hospital General. Bueno, cuelgo –su mirada ahora estaba concentrada en los cuadros que decoraban el hueco de la escalera hacia la planta de arriba.
-Vale. Adiós.
Dejó el móvil en la mesa. Se dirigió hacia uno de los cuadros de vórtices. Se lo quedó mirado, arrastrado hacia el interior de ese infinito vacío que era el centro del mismo, con esos trazos que giraban hasta confluir en ese ojo eterno de negrura.
El domingo se fue tal y como había llegado. No salió de casa, seguía lloviendo y las calles comenzaban a acusar la cantidad de lluvia acumulada. Un día lánguido que dedicó a ordenar las herramientas del taller, preparó comida para varios días de la semana. Vió las noticias en esa cadena privada que todo el mundo parecía seguir. Ya había llegado la información a nivel nacional del cadáver aparecido en la riera. “Cubierto con un plástico”. Curioso. O todos eran unos inútiles o alguien no quería dar toda la información por alguna razón. Podía imaginarse algunas razones policiales, claro, pero no alcanzaba a entender qué podrían pretender con amagar el dato de que estaba envuelta, no cubierta.
El lunes por la tarde ya estaba recorriendo la zona peatonal del centro, tiendas y más tiendas. No llovía aunque las calles olían a esa peculiar humedad tras la lluvia y el aire estaba limpio. Un par de charcos incómodos aquí y allí, poco más. Compró un par de camisas de corte clásico y una camiseta un poco más informal con la frase: “I'll see you in my dreams". "Not if I see you first.” No tenía ni idea de dónde vendría la frase, si era famosa o no, pero le hizo gracia. Antes de salir de la tienda de las camisetas, se fijó en un hombre y una mujer que creía haber visto en otra parte. No sabía dónde. ¿Quizás visitando una de las casas en venta al lado de la suya? Dejó el pensamiento languidecer en la mente y fue a otra tienda.
Tras comprar lo que él calculaba que era repuesto de la ropa que había tirado, se dirigió al café donde había quedado con la periodista. Esta vez, ella le estaba esperando sentada en una mesa. Traje azul oscuro, camisa floreada y en vez de corbata un pañuelo anudado.
-Hola, Juan, ¿qué tal las compras? –dijo ella con una sonrisa, mientras movía la cucharilla en el café sin haber echado azúcar.
-Bien. Todo en orden –respondió él sentándose.
-¿Quieres tomar algo... te pido algo?
-Un vaso de agua -le dijo a la diligente camarera que se le acercó por un lado.
-No me has preguntado todavía si estoy soltera o casada o... –dijo ella dando un sorbo a su café.
-No.
-¿No sientes curiosidad?
-No es importante, creo yo. Pero siento curiosidad por algo... –dijo recogiendo el vaso de agua que le habían traído y buscando con la mirada un lugar donde echar los hielos que le habían añadido.
-Dispara –Lucía le ofreció el platillo de su café para que echara los hielos dentro.
-Siendo periodista, cómo terminaste en una televisión local que se dedica mayormente a los sucesos –Juan sacó los dos hielos con la mano y los colocó con mucho cuidado en el plato pequeñito.
-Ah, muy sencillo... Porque además de periodista soy criminóloga.
Juan iba a dar un sorbo de agua y se detuvo a medio camino mirándola a los ojos, luego fingió una sonrisa y dio un trago.
-A lo mejor por eso me fijé en ti en la discoteca... –dijo él de nuevo imitando torpemente una sonrisa.
-No, ¿crees que en un lugar así lleno de testosterona por litros no hay cincuenta tíos que te entran y casi todos medio borrachos o borrachos del todo? –respondió ella mientras sonaba el vibrador de su móvil en el bolso.
-¿No lo coges? –preguntó con sincera curiosidad.
-Luego en casa devuelvo las doscientas llamadas de medio mundo.
-Así que tú te fijaste en mí por algo, no? –preguntó Juan sin dejar de mirar el bolso de ella donde guardaba su móvil.
-Tu camisa –Lucía ahora apuraba su café.
-¿Mi camisa? –Juan con el vaso en la mano no sabía si beber o dejar el vaso en la mesa, desconcertado.
-Llevabas una mancha roja en la parte de atrás de la camisa.
-Raro porque no uso esa camisa para pintar –acertó a decir intentando encontrar una imagen de esa camisa y esa supuesta mancha roja. Sin éxito.
-En la parte de atrás... Supongo que al meter el faldón en el pantalón no la verías y menos detrás. ¿Te ha salido la mancha? –preguntó buscando a la camarera y haciéndole señas de que le trajera otro café.
-No sé –Juan seguía con el vaso a medio camino entre la boca y la mesa, paralizado en un instante extraño.
-Ah –en tono quedo y asintiendo lentamente con la cabeza.
-¿Y tú cómo volviste a tu casa? Bebiste unos cuantos vodka con naranja... –Juan consiguió dar un sorbo al agua.
-Llamé a una amiga y me llevó a casa. Ya sabes, cero cero –respondió imitando el tono de un anuncio típico de esas bebidas.
Juan dudaba si sería buena o mala idea aceptar la petición de ella de tomar café en su casa, invitación pendiente hecha aquella madrugada en la discoteca. La excusa fue que mejor otro día, que la casa estaba muy desordenada. A ella no le importaba, pero parecía que a él sí, hecho que no pasó desapercibido ni para ella ni para él. Andaban camino del coche de ella hacia el aparcamiento dos calles más arriba. Juan se fijaba en el andar seguro y elegante de la periodista. Había desanudado el pañuelo que tenía a modo de corbata. Juan iba revisando mentalmente qué podría pasar al llevar por primera vez a alguien a su casa. Aparte de algún técnico u operario para algún arreglo puntual nadie había entrado en su casa invitado por él. Nunca. En un momento que el movimiento del escote de la blusa mostró un poco la tira del sujetador, una señal de alarma indefinida y nebulosa se le instaló en la mente. Naranja. Llevaba un sujetador naranja. Debía de dejar de establecer esas relaciones totalmente casuales de cosas dispares. Tenía que esforzarse en abrazar con todas sus fuerzas el maravilloso azar, como había hecho tantos años. Doblegar el azar y remodelar la realidad, pero ni negarlo ni fingir que no existe. Pero llevaba un sujetador naranja.
-El otro día nos convocaron en la comisaría para ampliar o detallar un poco más lo que había visto u oído... -rompió el silencio buscando un tema de conversación que no fuera su vida.
-Lo sé, tengo pase de Prensa –respondió sin mirarlo, buscando en su bolso unos caramelos mentolados.
-¿Tienen ya una idea más clara de lo sucedido?
-¿Me estás sonsacando información? –preguntó Lucía con una sonrisa acompañada de una intensa mirada.
-Curiosidad.
-Cuéntame tú.
-Pues que no oí ni vi nada –respondió encogiéndose de hombros.
-¿Sueles ir mucho por esa discoteca?
-No. No mucho.
-Ya. No pareces persona típica de disco.
-Ese día... Ese día, no podía dormir. ¿Y tú?
-Sí, me gusta la noche, soy ave nocturna. Trabajo muy bien a partir de las doce, todo en silencio, me concentro mejor y a veces salgo a que me dé el aire o a ver a la fauna nocturna –Lucía tenía una medio sonrisa en la cara y un falso flemón provocado por el caramelo en la boca.
-Soltera –dijo Juan a bocajarro buscando con la mirada su expresión facial.
-Divorciada. Sin hijos. Tú, soltero y por muchos años, a que sí.
-Me gusta estar solo.
-No sabía que pintabas –dijo como la que habla del socorrido tema del clima, del tiempo, de las lluvias, los fríos o los calores.
-Abstracto. No sé pintar, sólo muevo la mano y la dejo moverse sobre el lienzo.
-Ah, mira, como si fuera un test proyectivo, bueno... no exactamente...
-Y tú, como experta, que opinas de los asesinos en serie, esos que salen en las novelas o las películas.
Por un instante ella pareció procesar la información de un modo diferente, analizando la cuestión profundamente pero a toda velocidad, para luego devolver una sonrisa y contestar.
-Pues si te fijas, la mayoría pertenecen a la cultura estadounidense, aunque también los hay de otros países. El problema es la definición. Matar a tres personas o más, por ejemplo... Se me antoja una característica pobre. Igual que me parece eso de la “máscara de la cordura” que se cita en muchas fuentes una idiotez. ¿Por qué me preguntas por ese tema?
-Tengo varias novelas del género, nórdicos, americanos...
-No me digas que también estás escribiendo una novela de ficción sobre asesinatos... cada vez que digo que soy criminóloga me saltan tres o cuatro con el rollo de la novelita que están escribiendo... –una amplia sonrisa cáustica le iluminó la expresión.
-No, no, yo sólo leo novelas. No escribo.
-Menos mal, porque esos posibles futuros escritores son una pesadilla.
-Bueno, pues... ¿Algo que me puedas contar de la investigación actual?
-Segundo intento. Está bajo secreto del sumario.
-Así que cero cero. Seguro que vemos los mismos anuncios.
-Es aquí, gracias -dijo ella sacando las llaves del coche del bolso y señalando un vehículo.
Un pequeño coche descolorido que en otros tiempos habría sido azul oscuro. Se fijó en la matricula, un coche de unos diez años aproximadamente. Ya dentro del coche, bajó la ventanilla y añadió en tono serio.
-En Comisaría sólo te convocaron a ti.
Arrancó y se marchó. Juan se quedó sopesando lo que le había dicho antes de irse. No sabía qué intención podría tener contarle eso. ¿Asustarlo? ¿Darle un voto de confianza contando algo que no debía saber? ¿Estaría autorizada a contar eso? ¿Y si era así, con qué objeto?
De vuelta a su casa, antes de entrar, miró a su alrededor buscando a alguien que lo hubiera seguido. En realidad, la buscaba a ella, a Lucía, por si hubiera tenido la idea de seguirlo hasta su casa. Dejó pasar un minuto largo antes de abrir su puerta. Tres puertas más allá el vecino con muletas se subía a su coche con cierta dificultad.
Un mes completo había pasado desde la última vez que vio a la periodista. Estaba en el tanatorio de la capital con su padre, que llevaba en la mano una urna con cenizas, su madre había muerto. Y, casualidades de la vida, ese mismo día se celebraba el entierro de la mujer encontrada muerta, en la más estricta intimidad, en la localidad donde vivía. Ni fotos. Ni gran despliegue de medios por expreso deseo de la familia. De todas maneras, sabía que no había que acercarse a esos eventos, además, no conocía a nadie, ni a familia ni amigos. Tampoco le ofrecía ninguna sensación ver a la gente llorar o ver cómo la enterraban, esas cosas le eran totalmente indiferentes. Tanto como la muerte y crematorio de su madre. Algo le había llamado la atención, allí sólo estaban su padre, él y la urna. Nadie más, ni vecinos, ni familia... Nadie. Tampoco recordaba muy bien si tenía tíos o tías de una parte o de otra. Tampoco tenía fotos de la niñez o de la juventud, ni le habían interesado nunca. Su padre y su madre eran ahora simplemente dos personas mayores; ahora una, la otra estaba en un cenicero gigante. Se río para sus adentros.
-Me voy ya, que no quiero que me pille atasco para llegar a casa.
-¿No te quieres quedar con la urna hasta que veamos dónde echar sus cenizas?
-No.
-Ya te llamaré.
-Vale. Adiós.
Durante ese mes, las noticias se habían publicado con cuentagotas. Lucía no había llamado ni una sola vez y él tampoco había hecho el más mínimo intento de contactar con ella. La señora del mini perro volvía a pasearse por su lado de la acera dejando cada noche un recuerdo en forma líquida, sólida o semi líquida. En el banco habían trasladado a la subdirectora a otra sucursal. Estaba preparando de terminar las celosías que pondría en el jardín.
Al llegar a su casa vio dos coches de Policía aparcados en la zona, a pocos metros de su casa. Por fin. Novedades. Pensó aparcando el coche muy cerca de la entrada a su casa. Dos policías se le acercaron, le pidieron que les acompañara a Comisaría, que allí le explicarían todo. Uno de ellos le puso los grilletes y otro lo introdujo en la parte trasera del vehículo policial. Andrés parecía contento, como un niño con zapatos nuevos en un día con charcos. Por fin. Por fin. Pensaba una y otra vez.
Metió la llave en el portón de su casa. Miró atrás comprobando que no había nadie, una ilusión tan fuerte que cobró vida, se encarnó en algo real. Su fantasía de cómo debían ser las cosas. Cómo vencería a todo el sistema demostrando que el asesinato perfecto es posible. Debía esperar, mientras más tiempo pasara, más datos tendrían ellos y, a la vez, menos datos por el paso del tiempo. Las dos cosas. Le encantaría poder ver los informes, las pesquisas, qué tenían, qué sospechaban; lo que no tenían, lo que no sospechaban. Pero debía esperar. Debía evitar las alucinaciones positivas y las negativas. Hacía muchos años que los fantasmas de las imágenes ilusorias no le visitaban. Tenía hambre.
Mientras comía seguía dándole vueltas al sujetador naranja que llevaba la periodista. Llevaba un mes rumiando ese detalle. Tampoco ella le había llamado o se había puesto en contacto con él. Las noticias habían sido mínimas. Un par de notas sobre el avance del caso, todo muy genérico. A veces, le entraban unos deseos irrefrenables de entrar en tromba en la comisaría, llamarlos ineptos y explicarles todo lo que estaban haciendo mal, o mejor aun, todo lo que Andrés había hecho muy bien.
Cuando recogía la mesa. Sonó el teléfono. El móvil.