De todos los males que asolaban a la monarquía hispánica alrededor de 1600, el peor era la capacidad que mostraban sus súbditos para la alegría y el desenfreno, para inventar y practicar un sinfín de bailes alegres y lascivos. La magnitud del peligro se ilustra con los graves castigos que llevaba aparejada la práctica de estos bailes: en 1583 los alcaldes de Madrid prohibieron la zarabanda bajo pena de doscientos azotes y seis años de galeras.
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Así se perreaba en el Siglo de Oro
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