El canciller Aleman Friedrich Merz convierte la reapertura de una sinagoga en un espectáculo de lágrimas, citando incluso a Hannah Arendt como si Alemania pudiera apropiarse de su lucidez crítica. El país aplaude con fervor, feliz de volver a mirarse al espejo de su “moralidad”. Pero mientras tanto, esas lágrimas caen sobre las fábricas alemanas que abastecen a Israel en su masacre de Gaza. Hablan de “Nunca Más” y repiten solemnemente la palabra Shoah, pero financian y legitiman otro genocidio en directo.