El oro cruzó la semana pasada la barrera de los 30 trillones (americanos) de dólares de capitalización. No es una empresa, no tiene consejo de administración ni reparto de dividendos, y sin embargo ahí está, el metal más antiguo del imaginario financiero reclamando un hito moderno. La cuenta es sencilla y algo poética: todo el oro que descansa sobre el suelo —joyas heredadas, lingotes anónimos, monedas que cambiaron de manos en guerras y festejos— multiplicado por el precio de una onza hoy. El resultado, 30 trillones, suena a cifra imposible