LITERATOS. Compartimos fragmentos.
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¿Por qué te duele el cuerpo?

¿Por qué te duele el cuerpo?

No es la sal.

No son las harinas.

No es el refresco.

No es el azúcar.

No es la comida.

No es el gluten.

Son tus EMOCIONES

Son tus DECISIONES

¿Por qué te duele el cuerpo?

Te duele porque aún no has aprendido a disfrutar, porque acumulas viejos odios y rabia.

Te duele porque te niegas a desarrollar tu vitalidad y elasticidad corporal, porque lo castigas con adicciones e inmadurez emocional.

Te duele el cuerpo porque rechazas el presente y permites que los recuerdos te definan. Te duele porque no cierras etapas y te vistes de víctima en el drama que creaste.Te duele porque amas la herida que no quieres sanar.

Te duele el cuerpo porque has sucumbido a la apatía y te has dejado ganar. Te duele porque dudas merecer una vida sin traumas y alas para volar. Te duele porque has cedido tu voz al clan familiar.

Te duele el cuerpo porque no vives en paz.

Te duele el cuerpo porque no te atreves a valorarte más.

Te duele porque callas cuando debes gritar. Porque culpas al amor de tu obsesión por dominar. Porque exiges un respeto que no te atreves a generar.

Te duele el cuerpo porque confundes una relación con un ring donde poderte desahogar.

Te duele porque no te atreves a conectar con tu divinidad. Porque te da miedo la libertad.

Te duele el cuerpo porque no te permites recordar que has nacido para crecer y trsscender desde el amor que ya eres.

Te duele el cuerpo porque no inviertes en silencio ni haces las paces con tu soledad y con tu oscuridad.

Eres un ser de amor en constante expansión. Deja ya de encasillarte, frenarte y atrofiarte. DESPIERTA A TU MAGIA Y A TU PODER.

Haz valer el amor que ya eres.

Autor: desconocido

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El día que llegaron los marcianos

WINFREY: Los invitados que tenemos con nosotros esta mañana van a hablar sobre los marcianos. Ya sé que todos ustedes han estado oyendo hablar de los marcianos a cada minuto desde las Navidades, pero creo que tenemos algunas personas aquí que pueden hablarnos de ellos desde distintos puntos de vista.

Empezando por mi derecha al fondo, tenemos a Marchese Boccanegra —espero haberlo pronunciado bien, ¡Marchese!—, que es el autor de: La verdad definitiva: el sorprendente acertijo detrás de las oleadas de «platillos», y ha ocupado todas las cabeceras con sus declaraciones de que los marcianos han estado muchas veces antes en la Tierra. A continuación está Bill Wexler, que es presidente de la Sociedad L-5 de Terre Haute, Indiana, y ex consultor del programa de la Lanzadera Espacial; seguido por El Sorprendente Randi, el famoso mago de escenario que se ha dedicado a poner al descubierto ante la gente los fraudes y los charlatanes. A mi izquierda está el célebre científico Carl Sagan, y finalmente Anthony Makepeace Moore, que ha venido desde su Retiro Astral Eudorpano.

Me alegra tenerlos a todos reunidos aquí hoy.

MOORE: Yo no me alegro, señorita Winfrey. No me dijo usted que toda esta gente iba a estar en el programa; de otro modo, no hubiera aceptado venir.

SAGAN: A mí tampoco me entusiasma estar con usted, señor Moore. Debo empezar afirmando que creo que las estupideces populacheras de gente como usted causan un gran daño a la investigación científica del espacio.

RANDI: ¿Por qué es usted tan generoso, Carl? Eso es algo peor que estupideces populacheras. Es un claro y patente fraude.

WINFREY: Oh, vamos, caballeros. Los he reunido aquí porque, de una u otra forma, todos ustedes tienen un interés especial en los marcianos. Sé que no están de acuerdo entre ustedes. Por eso precisamente les pedí a todos que vinieran. Pero el público tiene derecho a oírles a todos ustedes…, empezando, creo, por el menos controvertido, Bill Wexler. Bill, ¿cómo afectan los marcianos a su movimiento de construir los hábitats L-5 en el espacio?

WEXLER: Son simplemente una prueba más de que la vida puede medrar y florecer fuera de nuestro planeta. Nosotros en el programa del hábitat lo sabemos desde hace años, desde que el doctor O’Neill, en Princeton, efectuó la primera investigación detallada de los requerimientos para construir un enorme hábitat autosuficiente para seres humanos en órbita. Por supuesto, las ventajas prácticas son obvias. Satélites movidos por energía solar. Energía eléctrica barata de microondas que enviar a la Tierra para iluminar nuestras casas y hacer funcionar nuestras industrias, sin polución ni miedo a los accidentes nucleares. Fabricación en el espacio a gran escala. Alivio para nuestras superpobladas ciudades… El espacio nos ofrece una capacidad para crecer casi infinita. Un lugar seguro para los seres humanos incluso si una guerra nuclear llegara a decla…

WINFREY: En realidad, lo que nos interesa esta mañana son los marcianos.

WEXLER: Ahora llego a ello. Una vez tengamos los hábitats L-5 en el espacio en torno a la Tierra, todo lo que se necesita es proveerlos de motores y podremos ir a cualquier parte. Si hubiéramos empezado en 1965, cuando el profesor O’Neill concibió este plan, tendríamos algunos de ellos en órbita alrededor de Marte desde hace tiempo. Hubiéramos descubierto a esos marcianos mucho antes. En estos momentos lo sabríamos todo sobre ellos, incluido cualquier conocimiento científico que pudieran añadir al nuestro…

BOCCANEGRA: No poseen ninguno. No han alcanzado el nivel theta de consciencia.

WEXLER: No sé nada acerca de ningún nivel theta, pero deberíamos empezar ahora. ¡Podemos tener un hábitat en torno a Marte en un plazo de ocho años! Con frecuentes amartizajes con lanzaderas para estudiar todo lo que hay allí…, y luego Venus, Mercurio, las lunas de Júpiter…

MOORE: No malgaste su tiempo con Venus. Está muerto. Los Maestros Eudorpanos tuvieron que acabar lamentablemente con sus habit antes hace once mil años, debido a la maligna dirección materialista que había tomado su falsa ciencia.

RANDI: ¡Oh, vamos! Oprah, ¿tenemos que soportar esto?

BOCCANEGRA: ¡Escuchen la voz del escéptico profesional! ¡Nadie es tan ciego como aquel que no quiere ver! Pero la verdad resplandecerá. Señor Randi, ya sabe usted que Anthony Makepeace y yo hemos tenido fuertes desacuerdos en el pasado…

RANDI: Seguro que sí. No han dejado de ponerse mutuamente la zancadilla en sus fatuos embaucamientos.

BOCCANEGRA: Su observación se halla por debajo de mi desdén. Escúchenme, por favor. Deseo aprovechar esta oportunidad para admitir públicamente que el Maestro Moore nos ha ayudado a ver una verdad tan estremecedora y reveladora que constituye un punto culminante en los asuntos del espíritu humano…, ¡y yo acabo de hallar la prueba objetiva de sus afirmaciones!

MOORE: Gracias por lo que acaba de decir, doctor Boccanegra, aunque debo admitir que me siento un tanto sorprendido. No sabía que se hubiera convertido usted en un estudiante de la iluminación Eudorpana. ¿A qué pruebas se refiere?

SAGAN: Sí, oigámoslas. No he podido soltar una buena carcajada desde hace semanas.

BOCCANEGRA: Todos ustedes saben, supongo, que, utilizando sus técnicas Eudorpanas de proyección astral, el Maestro Moore ha conseguido establecer contacto con las Antiguas Mentes de la anterior raza marciana…

RANDI: No, háblenos de ello. Esta mañana no he leído el National Enquirer.

WINFREY: Espere un momento, Marchese. ¿Me está diciendo usted que esas cosas estúpidas tienen mentes?

BOCCANEGRA: No, no, no esos lamentables restos que halló la expedición Seerseller. No son más que animales degenerados. Estoy hablando de los seres originales que habitaron no sólo Marte sino nuestra Luna, la luna joviana Callisto, e incluso nuestro propio planeta…

MOORE: Discúlpeme, Marchese. ¿Está confundiendo usted los Maestros Eudorpanos con esos seres originales?

BOCCANEGRA: En absoluto, Maestro Moore. Ésa es la maravillosa noticia que tengo para usted. A través del análisis del nivel theta de realidad, fui capaz de localizar uno de los Centros Muy Armónicos usados por esos seres avanzados durante su estancia en nuestro planeta. Se halla en las orillas del que llamamos río Mississipi, aunque en sus notaciones ello lo llaman el Ur-Papagat. Dejaron un registro gráfico, que he visto con mis propios ojos.

MOORE: ¡Esto es sorprendente, Marchese!

RANDI: Eso es pura mierda, Marchese…, disculpe la expresión, Oprah. ¿Qué van a hacer ahora ustedes, vender entradas?

BOCCANEGRA: Por supuesto que no. Voy a pedirle al Maestro Moore que se una conmigo en una investigación científica de esas sorprendentes pruebas de sus teorías…

MOORE: ¡Por supuesto que lo haré, Marchese!

BOCCANEGRA: …tan pronto como hayamos arreglado la financiación imprescindible para todos los instrumentos necesarios para medir las propiedades electromagnéticas, ópticas y Kirlian de las reliquias.

RANDI: Oh, ahora lo capto. Van a solicitar contribuciones para la «investigación», ¿verdad?

WINFREY: ¡Caballeros, caballeros! Todos tendrán oportunidad de hablar, pero quizá fuera mejor que empezáramos respondiendo a las preguntas que nos formula nuestra audiencia…, inmediatamente después de la publicidad.

Frederik Pohl, "El día que llegaron los marcianos".

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Miguel de Unamuno - Niebla

Los hombres no sucumbimos a las grandes penas y a las grandes alegrías. Y es porque esas penas y esas alegrías vienes esbozadas de una inmensa niebla de pequeños incidentes. Y la vida es eso, niebla. La vida es una nebulosa.

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02:00 am

A las dos de la mañana si abres la ventana y escuchas

Oirás los pies del viento que va a llamar al sol.

Y susurran los árboles en sombras y relucen los que alumbra la luna.

Y aunque sea noche profunda y cerrada, te parece que la noche se ha acabado.

Fragmento de El viento de amanecer de Rudyard Kipling

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Cartas a un joven poeta - Rainer Maria Rilke

Cartas a un joven poeta - Rainer Maria Rilke

"Sé paciente con todo aquello que esté sin resolver en tu corazón e intenta amar las preguntas en sí mismas. No busques las respuestas, no se te pueden dar, pues no serías capaz de vivirlas. Y la clave está en vivirlo todo. Vive las preguntas ahora. Quizá, poco a poco, sin percatarte, vivas hasta llegar, un día lejano, a la respuesta".

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Katherine Mansfield - Sufrir

Katherine Mansfield - Sufrir

"No quisiera morir sin haber dejado escrita mi creencia en que el sufrimiento puede ser superado. ¿Qué es lo que hay que hacer? No se trata de lo que llamamos: ir más allá. Hay que someterse. Acéptalo enteramente. Que el dolor sea parte de tu vida".



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Nos volveremos a ver

Existe una incertidumbre mortera que elimina todo atisbo de esperanza, en la idea de que conforme los días pasan, más cerca se halla nuestro encuentro. Menos letras conforman a 'la espera'.

La realidad sin embargo, nos come. Los días no son ya las horas. Y al dormir en la noche paciente, yo sueño contigo y tu cara. Despierto contigo en el alma, y el día se viste de blanco. Y entiendo que es cierto el aviso: volveremos a vernos mañana*

Remembranza nómada : de Zavala Martínez, Marta.

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Esto es la verdad

Si supiéramos la verdad moriríamos sin redención pisible.

De cuánta verdad son capaces los hombres, se preguntaba Nietzsche recluído en su cueva ascética y milenaria.

Si alcanzáramos a conocer la verdad las puertas del infierno se abrirían de par en par .

El paraíso siempre estuvo perdido, únicamente podemos aspirar a la verdad y no cabe mirar hacia atrás como la mujer de Lot. Sólo una salida, nada más por delante que una escapatoria, veritas,veritatis.

 

 

t José Miguel Gándara C.

 

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Una prueba de vida

Una prueba de vida,

Un deseo de realidad,

Una tragedia orgánica,

La primavera,la insolencia de su sol

Y el declive de toda una civilización.

JMG

 

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Fragmento del ensayo Odorama: Historia cultural del olor

Fragmento del ensayo Odorama: Historia cultural del olor

«Los olores son máquinas del tiempo que nos llevan a épocas remotas sin necesidad de pagar pasaje. Los olores no pasan por el tamiz de la razón: quedamos indefensos ante sus hechizos»



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Jacob Grimm y Wilhelm Grimm - Hansel y Gretel

Allá a lo lejos, en una choza próxima al bosque vivía un leñador con su esposa y sus dos hijos: Hansel y Gretel. El hombre era muy pobre. Tanto, que aún en las épocas en que ganaba más dinero apenas si alcanzaba para comer. Pero un buen día no les quedó ni una moneda para comprar comida ni un poquito de harina para hacer pan. "Nuestros hijos morirán de hambre", se lamentó el pobre esa noche. "Solo hay un remedio -dijo la mamá llorando-. Tenemos que dejarlos en el bosque, cerca del palacio del rey. Alguna persona de la corte los recogerá y cuidará". Hansel y Gretel, que no se habían podido dormir de hambre, oyeron la conversación. Gretel se echó a llorar, pero Hansel la consoló así: "No temas. Tengo un plan para encontrar el camino de regreso. Prefiero pasar hambre aquí a vivir con lujos entre desconocidos". Al día siguiente la mamá los despertó temprano. "Tenemos que ir al bosque a buscar frutas y huevos -les dijo-; de lo contrario, no tendremos que comer". Hansel, que había encontrado un trozo de pan duro en un rincón, se quedó un poco atrás para ir sembrando trocitos por el camino.

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Sueño ciudadano

- Y dígame ministro, por qué fue que renunció?

- Es que la cosa no daba para más, no tiene arreglo.

- Pero imagino que cuando aceptó el cargo usted ya lo sabía y habrá tenido un plan, verdad?

- Por supuesto!

- Y qué pasó con el plan?

- Y... no pudo cumplirse, pasaron cosas en medio.

- Ah, el famoso "pasaron cosas". Pero todo plan que se precie de tal tiene que tener en cuenta las contingencias, no?

- Si si, claro, pero en éste país no hay preparativos que valgan. Es como un cuento de fantasía y te terror a la vez.

- Claro. Y me podría decir cuál era el plan? Porque ni antes de asumir su cargo, ni después, lo supimos. 

- Er... bueno, es un poco complicado.

- Por favor, no se deje intimidar por la pistola. Era la única forma de llegar a hablar con usted. Pero espero que podamos tener una conversación honesta de todos modos.

- Claro...

- Volviendo a su plan, déjeme ayudarlo un poco: Consideró bajar el gasto público?

- Ehmmm... no...

- Y bajar los impuestos a las pymes, para incentivar la producción?

- No... Tampoco.

- Entonces quizás su plan se basó en emitir billetes...

- Mire, la verdad es que veces la sutiación lleva a improvisar..

- O sea que no hubo plan.

- Bueno... no es tan así.

- Mire, no me conteste más. Veo que su compulsión a mentir es incluso más fuerte que el amor a su vida. Pero le voy a dar una oportunidad de redimirse.

- Cómo?

- Usted ha asumido un cargo, el pueblo ha pagado su sueldo, y no ha hecho nada más que empeorar las cosas. Entonces, lo justo sería que devuleva lo que ganó, mas intereses y actualizado con la inflación que usted mismo generó.

- Lo que me está pidiendo es una locura!

- No. Locura es asumir sin estar capacitado. Eso o codicia. Hacer mal e irse es de cobardes. 

- ...

- Pero no lo tome personal. En éste preciso momento hay un compañero de la organización hablando con la actual ministra, tal cual yo lo estoy haciendo con usted. Y unos cuantos más hablando con otros funcionarios y ex funcionarios. 

- Organización? Qué organización?

- No tenemos nombre todavía. Sólo somos un grupo de ciudadanos hartos de que los políticos nos roben que hemos decidio actuar. Pocos por ahora, pero se van sumando.

- Pero lo que ustedes hacen es ilegal!

- Somos concientes de ello. Pero creemos que es menos grave que lo que hacen ustedes. Y considerando que las leyes también las hacen ustedes, no lo vemos ni siquiera inmoral.

- ...

- Pero sigamos con nuestro asunto. Si usted devolviera lo que "robó" -entre comillas- podríamos dejarlo vivir. Obviando las consecuencias que su inacción puedan accarrear a futuro. Yo lo veo como una ganga.

- Pero yo cobré por desempeñar ese cargo durante ese tiempo!

- No señor! Ningún puesto de trabajo paga por el tiempo! Se paga por lo que ustede sabe y debe hacer!

- ...

- Si fuera un cargo común y corriente, alguien habría determinado su idoneidad antes de entrar. Al no haberse hecho, recae sobre usted la responsabilidad. Imagínese si yo, siendo fontanero, me ofrecieran un puesto de piloto de aviones, y lo tomara sólo porque pagan mejor, poniendo en riesgo la vida de miles de personas. 

- Pero no es lo mismo.

- No, es peor, porque usted puso en riesgo la vida de todo un país. Sólo que de manera indirecta.

- Mire, está bien, voy a devolver el dinero.

- Bien. Espero que su desición sea fruto de nuestra conversación y no de que estoy amenazando su vida, pues la próxima vez no hablaremos. Buenas noches.

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Violencia y humillación

El presente se caracteriza por sustituir la violencia física por la psicológica; en lugar de dar palizas, se organizan sesiones de humillación.

La ira. Zygmunt Milozewsky

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Bala perdida

La bala perdida no excluye el crimen.

La fiebre del heno. Stanislaw Lem.

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Identificar la clase media

El rasgo más característico de la clase media es su capacidad para posponer el placer.

Planeta Champú. Douglas Coupland

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El corazón y la herida

Lo que el corazón palpita, la herida lo amplifica

Javier Pérez. El corazón de la herrumbre.

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Una infidelidad

Aún quiero a mi marido, es cierto, su presencia es cómoda, nuestras complicidades, cotidianas o excepcionales aún son reales, no se difuminan ni se debilitan a pesar de los años. ,¿ Pero por qué aún veo a Juan? por alguna razón él me hace pensar que la vida no es un guión cerrado, quízá no le ame. Ni siquiera. Sé que no le amo, pero mantener esos encuentros (cada vez un hotel diferente, otras horas, otro restaurante) me hacen sentir que aún es posible esa sensación, que la felicidad personal era posible, como la que tuve aquel dia desde el mirador del Trocadero con la llanura de París a mis pies.

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El repaso del Glav -Lit (organo soviético)

Ha llegado a nuestros días un informe interno sobre los logros conseguidos por GlavLit en los años 1938-1939. En él se puede leer que, durante aquel período, el órgano central de censura retiró 7.806 obras «políticamente perjudiciales» de 1.860 escritores diferentes. Otros 4.512 títulos fueron reciclados, al ser considerados «de ningún valor para el lector soviético». En total fueron destruidos 24.138.799 ejemplares.

Ingenieros del alma. Frank Westerman

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Planificación

Siempre se puede emplear a la mitad de los pobres para matar a la otra mitad. Son así.

Jason Gould

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La vida en letras

A Victor Miesel no le falta encanto. Sus facciones angulosas han ido suavizándose con los años, el pelo tupido, la nariz romana y la piel aceitunada recuerdan en cierto modo a Kafka, un Kafka vigoroso que habría conseguido superar la cuarentena. Es alto y aún delgado, aunque el carácter sedentario propio de su oficio lo haya abotargado un poco.

Y es que Victor escribe. Lamentablemente, a pesar de la buena recepción crítica de dos de sus novelas, Las montañas vendrán a nosotros y Fracasos malogrados, a pesar de haber recibido un premio literario muy parisino, de esos cuya faja roja no despierta sin embargo demasiadas pasiones, sus ventas nunca han superado unos pocos miles de ejemplares. A estas alturas ya ha asimilado que no es ninguna tragedia, que la desilusión es lo contrario del fracaso.

A sus cuarenta y tres años, quince de los cuales dedicados a la escritura, el mundillo literario le parece un tren grotesco en el que unos listillos sin billete se cuelan descaradamente en primera, con la complicidad de unos revisores incompetentes, mientras en el andén se quedan los genios modestos (una especie en extinción a la que no se hace ilusiones de pertenecer). Pero Miesel tampoco es un amargado; ha acabado por no darle importancia, se conforma con estar sentado en las ferias de libros firmando cuatro ejemplares en otras tantas horas; cuando un confraternal fiasco deja a su vecino de mesa con tanto tiempo libre como a él, charlan desenfadadamente. Miesel, que a primera vista parece alguien ausente y distante, tiene reputación de ser gracioso sin quererlo. Pero ¿acaso la gente realmente graciosa no lo es siempre «sin quererlo»?

Miesel se gana la vida con las traducciones. Del inglés, del ruso y del polaco, lengua en que le hablaba su abuela cuando era niño. Ha traducido a Vladímir Odóyevski y a Nikolái Leskov, autores decimonónicos que ya nadie lee. También ha hecho cosas disparatadas, como adaptar para un festival Esperando a Godot en klingon, la lengua de los crueles extraterrestres de Star Trek. Para no dejar tiritando su cuenta corriente, Victor traduce también del inglés best sellers entretenidos, de esos que dan a la literatura un estatus de arte menor para menores. Su profesión le ha abierto la puerta de los editores más prestigiosos, por no decir poderosos, sin que sus propios manuscritos hayan conseguido pasar del rellano.

Miesel tiene una superstición: lleva siempre en el bolsillo de los vaqueros una pieza de Lego, la más común, la de dos por cuatro, de color rojo intenso. Procede de la muralla del castillo fortificado que estaba construyendo con la ayuda de su padre cuando se produjo el accidente en la obra y la maqueta se quedó a medias, junto a la cama. El pequeño pasó mucho tiempo observando en silencio las almenas, el puente levadizo, las figuritas, el torreón. Tanto desmantelar el castillo como seguir construyéndolo en solitario habría supuesto aceptar la muerte del padre. Un día desenganchó una pieza de la muralla, se la metió en el bolsillo y desmontó la fortificación. De eso hace ya treinta y cuatro años. Victor ha perdido dos veces la pieza, y dos veces ha conseguido otra igual. Primero con dolor, luego sin remordimientos. Cuando murió su madre, el año pasado, metió la pieza en el ataúd y la reemplazó acto seguido. Ese pequeño paralelepípedo rojo no es su padre, sino más bien el recuerdo de un recuerdo, el símbolo de la filiación y de la fidelidad.

Miesel no tiene hijos. En el terreno sentimental, va de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo. A menudo distante, no acaba de convencer a las mujeres y aún no ha encontrado a ninguna con quien compartir su vida durante un largo periodo de tiempo. O quizá es que las escoge para no conseguirlo.

Mentira: encontró a la mujer hace cuatro años, en las jornadas de traducción de Arles: mientras daba una charla sobre cómo «traducir el humor en Goncharov», la vio en primera fila. Intentó mirarla solo a ella. Al terminar, un editor lo retuvo —¿Y si traduce para nosotros a la feminista rusa Liubov Gurevich? ¿Qué le parece? Una escritora estupenda, ¿verdad?— y no pudo escabullirse. Pero dos horas más tarde, mientras atendía pacientemente en la cola de los postres, se dio cuenta de que la tenía detrás, sonriendo. Lo cierto es que, en cuestiones de amor, el corazón es el primero en enterarse y lo clama a gritos. Desde luego, no va uno a declararse así como así, de buenas a primeras. No lo entendería. Mejor obviar que hemos caído en sus redes y darle conversación.

Al llegar al final de la zona de postres, a la altura de los coulants de chocolate, Victor se volvió y la abordó. Le preguntó, balbuceando, cómo se traducía «crema inglesa» al inglés, ya que french cream es la crema Chantilly. Sí, por desgracia no había encontrado nada mejor. Ella se había reído, educadamente, y había respondido Ascot cream con una voz ronca maravillosa, antes de volver a la mesa con sus amigas. Miesel necesitó su tiempo para entender que Ascot, como Chantilly, era un hipódromo, pero inglés.

Intercambiaron varias miradas cómplices, según le pareció a Victor, que se dirigió al bar de manera ostensible, con la esperanza de que ella lo siguiera, pero estaba enfrascada en una discusión a todas luces apasionante. Sintiéndose como un estúpido adolescente, se marchó al hotel. No la encontró entre las fotos de los participantes, pero estaba convencido de volver a verla y se pasó toda la mañana, bajo tal o cual pretexto, asistiendo a los diferentes talleres. Fue en vano. Tampoco estaba en la fiesta de clausura de las jornadas. Se había evaporado. En su último desayuno en el hotel, se la describió a un amigo de la organización, pero bajita, morena y fascinante nunca han sido adjetivos demasiado relevantes.

Victor volvió a las jornadas de Arles los dos años siguientes, y si lo hizo, no quería engañarse, fue con la esperanza de encontrarla de nuevo. Desde entonces —en una grave falta de profesionalidad—, cuela en sus traducciones pequeñas referencias al hipódromo de Ascot o a la crema inglesa. La primera vez que cometió semejante fechoría fue en el volumen de artículos de Gurevich: en el texto introductorio, «Почему нужно дать женщинам все права и свободу», «Por qué hay que dar a las mujeres todos los derechos y la libertad», Miesel se las arregló para escribir: «La libertad no es la crema inglesa en un pastel de chocolate, es un derecho». Era bastante sutil y, ¿quién sabe?, al fin y al cabo ella se había interesado por Goncharov. Pero no. Si leyó el libro, no se dio cuenta del añadido, como tampoco lo hizo el editor, ni en realidad ningún lector. Victor dejó que la vida siguiera su curso, y fue una pena.

A principios de año, un organismo francoestadounidense financiado por los servicios culturales de la embajada de Francia le otorga un premio de traducción por uno de los thrillers que le dan de comer. A primeros de marzo, Miesel viaja a Estados Unidos para recibirlo y el avión sufre unas turbulencias monstruosas. Durante un tiempo interminable, la tempestad bandea el avión en todas direcciones. El comandante intenta tranquilizar a los pasajeros, pero nadie tiene ninguna duda —y Miesel el que menos— de que van a caer al mar y a estrellarse contra un muro de agua. Durante unos minutos que le parecen eternos, resiste, se aferra al asiento, tensa los músculos para aguantar mejor los bandazos. Evita mirar por la ventanilla, que da a una noche de granizo. Entonces, varias filas más adelante, cerca de un rubio con capucha amodorrado que parece no enterarse de nada, la ve. Si se hubiese fijado en ella al embarcar, no podría haber dejado de observarla. Sin ser idénticas, le recuerda cruelmente a su arlesiana desaparecida. Por su fragilidad, por la finura de sus rasgos, por la textura de su piel, por la gracilidad de su cuerpo parece una chavala, pero las minúsculas patas de gallo revelan que ronda la treintena. Las almohadillas de sus gafas de carey le dibujan en la nariz efímeras alas de mosca. De vez en cuando sonríe a su vecino, un hombre mayor que ella, tal vez su padre, y los tumbos del aparato parecen divertirlos, a menos que mostrarse desenfadados sea una estrategia para mantener la calma.

Pero el avión entra en una nueva bolsa de aire y, de pronto, algo se rompe en Victor, cierra los ojos y se deja zarandear en todas direcciones, sin intentar controlar su cuerpo. Se ha convertido en uno de esos ratones de laboratorio que, sometidos a un violento estrés, dejan de luchar y se resignan a morir.

Finalmente, tras un tiempo interminable, el aparato deja atrás la tormenta. Pero Miesel permanece postrado, atrapado en una terrible sensación de irrealidad. La vida se reanuda a su alrededor, la gente ríe, llora, pero él lo mira todo a través de un cristal borroso. El comandante prohíbe a los pasajeros desabrocharse el cinturón hasta que el avión aterrice, aunque Miesel se ha quedado tan exhausto que sería incapaz de separarse de su asiento. En cuanto se abren las puertas del avión, los pasajeros se precipitan a la salida, impacientes por abandonarlo, pero Miesel permanece sentado mientras el aparato se vacía, mirando por la ventanilla. Cuando una azafata le pone la mano en el hombro, hace un esfuerzo y se levanta. Solo entonces piensa en la joven, con mayor intensidad aún. Presiente que solo ella podrá rescatarlo del abismo de inexistencia en que se encuentra, la busca con la mirada, pero no la ve, ni ahora ni en la cola del control de inmigración.

El responsable de la Oficina del Libro acude a recogerlo al aeropuerto y se muestra solícito con el traductor taciturno y desorientado.

—¿Seguro que se encuentra bien, señor Miesel?

—Sí. Diría que hemos estado a punto de morir. Pero estoy bien.

El tono monocorde inquieta al hombre del consulado. No intercambian ni una palabra más hasta llegar al hotel. Cuando al día siguiente por la tarde vuelve a buscarlo, comprende que el traductor no ha salido de su habitación en todo el día, y que ni siquiera ha comido. Se ve obligado a insistirle para que se duche y se vista. La recepción tiene lugar en la librería Albertine, en la Quinta Avenida, frente a Central Park. En un momento dado, tras un gesto apremiante del agregado cultural, Miesel saca del bolsillo el discurso de agradecimiento que ha escrito en París y, con voz apagada, afirma que el papel del traductor consiste en «liberar, transponiéndolo, el puro lenguaje que permanece cautivo en la obra», expone sin brillo todas las virtudes que no piensa de la autora norteamericana, una rubia enorme y mal maquillada que no para de sonreír a su lado, y se calla abruptamente. Ante el desconcierto general, la escritora coge el micro para darle las gracias de manera efusiva y anunciar que su saga fantástica tendrá otros dos volúmenes. Luego, durante el cóctel, Miesel se muestra ausente.

«Ya le vale, con la pasta que nos cuestan estas celebraciones podría hacer un pequeño esfuerzo, ¿no?», masculla en un aparte el consejero cultural. El responsable de la Oficina del Libro defiende sin demasiada convicción a Miesel, que toma el avión de regreso a la mañana siguiente.

Cuando llega a París, se pone a escribir como al dictado, y la mecánica incontrolable de su propia escritura lo sumerge en un abismo de ansiedad. El libro acabará titulándose La anomalía y será el séptimo en la carrera del escritor.

«En toda mi vida no he hecho un solo gesto. Sé muy bien que desde siempre han sido los gestos los que me han hecho a mí, que ningún movimiento ha sido realizado bajo mi control. Mi cuerpo se ha limitado a moverse entre unas líneas que yo no he trazado. Es una vanidad creer que dominamos el espacio, cuando no hacemos más que seguir las curvas que suponen el menor esfuerzo. Límite de límites. Ningún despegue desplegará jamás el cielo.»

En pocas semanas, un Victor Miesel grafómano rellena un centenar de páginas de esta índole, oscilando entre el lirismo y la metafísica: «La ostra que sufre a la perla sabe que no hay más conciencia que la del dolor, incluso que no hay más placer que el del dolor. […] La frescura de la almohada me devuelve siempre a la vana temperatura de mi sangre. Si tirito de frío es porque mi capa de soledad no consigue calentar el mundo».

Los últimos días ni siquiera sale de casa. El último párrafo que manda a la editorial muestra cómo esta experiencia de desrealización linda con lo inextricable: «Nunca he sabido en qué cambiaría el mundo si yo no hubiera existido, ni hacia qué confines lo habría desplazado si hubiera existido con mayor intensidad, y no se me ocurre de qué modo mi desaparición podría alterar su movimiento. Heme aquí, caminando por un sendero cuyas piedras ausentes me conducen hacia ningún lugar. Soy el punto donde la vida y la muerte se unen hasta confundirse, donde la máscara del vivo se alivia en el rostro del difunto. Esta mañana de cielo despejado alcanzo a verme y soy como todo el mundo. No pongo fin a mi existencia, doy vida a la inmortalidad. En vano escribo, al fin, esta última frase que no pretende demorar el momento».

Una vez tecleadas estas palabras y enviado el archivo a su editora, Victor Miesel, abrumado por una intensa angustia que no sabría definir, sale al balcón y cae al vacío. O se arroja. No deja ninguna nota, pero todo el texto lo conduce hacia ese gesto final.

«No pongo fin a mi existencia, doy vida a la inmortalidad.»

La anomalía. Herve Le Tellier

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La tortura

-Usted está en contra de la tortura, supongo.

-No: en invierno ayuda a pasar la tarde.

Memorias de Ultratumba. Chateaubriand.

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No soy gay...

No es que sea homosexual. Es que las mujeres me resultan cronofágicas.

El sexto continente. Daniel Pennac.

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Ansiosos de ser verdugos

Soy el que soy: ¿cómo podría escaparme de mí mismo? Y, sin embargo, —¡estoy harto de mí! …»

En este terreno del autodesprecio, auténtico terreno cenagoso, crece toda mala hierba, toda planta venenosa, y todo ello muy pequeño, muy escondido, muy honesto, muy dulzón. Aquí pululan los gusanos de los sentimientos de venganza y rencor; aquí el aire apesta a cosas secretas e inconfesables; aquí se teje permanentemente la red de la más malévola conjura, — la conjura de los que sufren contra los bien constituidos y victoriosos, aquí el aspecto del victorioso es odiado.

¡Y cuánta falsedad e hipocresía para no reconocer que ese odio es odio! ¡Qué derroche de grandes palabras y actitudes afectadas, qué arte de la difamación justificada! Esas gentes mal constituidas: ¡qué noble elocuencia brota de sus labios! ¡Cuánta azucarada, viscosa, humilde entrega flota en sus ojos! ¿Qué quieren propiamente?

Representar al menos la justicia, el amor, la sabiduría, la superioridad —¡tal es la ambición de esos «ínfimos», de esos enfermos! ¡Y qué hábiles los vuelve esa ambición! Admiremos sobre todo la habilidad de falsificadores de moneda con que aquí se imita el cuño de la virtud, incluso el tintineo, el áureo sonido de la virtud. Ahora han arrendado la virtud en exclusiva para ellos, esos débiles y enfermos incurables, no hay duda: «sólo nosotros somos los buenos, los justos, dicen, sólo nosotros somos los homines bonae voluntatis [hombres de buena voluntad]».

Andan dando vueltas en medio de nosotros cual reproches vivientes, cual advertencias dirigidas a nosotros, —como si la buena constitución, la fortaleza, el orgullo, el sentimiento de poder fueran en sí ya cosas viciosas: cosas que haya que expiar alguna vez, expiar amargamente: ¡oh, cómo ellos mismos están en el fondo dispuestos a hacer expiar! ¡Qué ansiosos están de ser verdugos!

Genealogía de moral. Friedrich Nietzsche.

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Una confesión

Al hablar de lo poco que valemos he hecho un severo examen de conciencia; me he preguntado si no me sumé de forma calculada a la inanidad de los tiempos presentes, para ganarme el derecho a condenar a los demás; seguro como estaba in petto de que mi nombre figuraría en medio de todos esos seres grises. No: estoy convencido de que nos desvaneceremos todos; en primer lugar, porque no hay en nosotros nada que nos haga perdurables; en segundo lugar, porque el siglo en el que comenzamos o terminamos nuestros días tampoco tiene él con qué hacernos perdurables. Generaciones castradas, agotadas, desdeñosas, sin fe, abocadas a la nada que aman, no podrían dar la inmortalidad; carecen de toda capacidad para crear un prestigio; aunque pegarais vuestros oídos a su boca no oiríais nada: no sale sonido alguno del corazón de los muertos.

(Os dejo intentar adivinar el autor y el libro)

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William B. Yeats

El tiempo se hunde en decadencia

como una vela consumida,

y a las montañas y bosques

les llega el día, les llega el día;

pero tú, amable turbamulta antigua

de los estados del ánimo nacidos del fuego,

tú no desapareces.1

(1893) Willian B. Yeats

[Time drops in decay | Like a candle burnt out, | And the mountains and woods | Have their

day, have their day; | But, kindly old rout | Of the fireborn moods, | You pass not away].

menéame