"De la misma manera, la segunda regularización fiscal de Juan Calor de Borbón, del 25 de febrero de 2021, por casi 4,4 millones de euros por rentas no declaradas en relación con los gastos costeados por la Fundación Zagatka, fundada por Álvaro de Orleans-Borbón, primo lejano del rey emérito, como viajes en aviones privados, impide una hipotética investigación sobre los movimientos de dinero a sociedades offshore que presuntamente se realizaron a a través de esa fundación, a través de la cual, por ejemplo, se destinaron 102.000 euros a la compra de escopetas de caza. "
De Púbico.es
Nadie es una isla por completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de un continente, una parte de la Tierra. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la mansión de uno de tus amigos, o la tuya propia; por eso la muerte de cualquier hombre arranca algo de mi, porque estoy ligado a la humanidad; y por tanto, nunca preguntes por quién doblan las campanas, porque están doblando por ti
"En el universo no hay coincidencias ni hay accidentes. No sucede nada a menos que haya alguien que desee que suceda".

“Salimos del presente para caer en el futuro desconocido, pero sin olvidar el pasado. Nuestra alma está cruzada por el sedimento de los siglos". "Las palabras del regreso"
La confusión es el dios
la locura es el dios la paz permanente de la vida
es la paz permanente de la muerte. La agonía puede matar
o puede sustentar la vida
pero la paz es siempre horrible
la paz es la peor cosa
caminando
hablando
sonriendo
pareciendo ser. no olvides las aceras,
las putas,
la traición,
el gusano en la manzana,
los bares, las cárceles
los suicidios de los amantes. aquí en Estados Unidos
hemos asesinado a un presidente y a su hermano,
otro presidente ha tenido que dejar el cargo. La gente que cree en la política
es como la gente que cree en dios:
sorben aire con pajitas
torcidas no hay dios
no hay política
no hay paz
no hay amor
no hay control
no hay planes mantente alejado de dios
permanece angustiado deslízate.
Les Brodrick
El Lancaster de Lesley Charles James Brodrick fue derribado cuando regresaba de un bombardeo sobre Stuttgart.
La noche de la evasión éramos unos 200, todos con nuestros pesados abrigos, apelotonados en una caseta en la que pronto empezó a hacer mucho calor. Por lo visto, se podían ver nubes de vapor saliendo por las ventanas pero afortunadamente los alemanes no se percataron de nada. Al principio todo era muy emocionante aunque pronto los ánimos empezaron a decaer porque tuvimos que permanecer allí sentados durante horas y horas, esperando turno para salir.
El túnel daba un poco de miedo, la verdad. La mayoría de nosotros no habíamos estado nunca antes allí y el pánico empezó a cundir un poco cuando algunos nos dimos cuenta de que sufríamos de ataques de claustrofobia. Una vez fuera, para ser sincero, lo primero que pensé fue en el tiempo horrible, frío y desapacible que hacía. Tres de nosotros decidimos coger el «tren de san Fernando», cruzar el país hasta Checoslovaquia, donde nos dijeron que alguien podría ayudarnos.
Desgraciadamente nos paramos a pedir ayuda en una casa donde resultaron estar alojados soldados alemanes. Cuatro alemanes salieron a nuestro encuentro y ahí acabó todo. Me enviaron de nuevo a Sagan y me pasé dos semanas en la «nevera». Cuando salí me enteré de lo de «los cincuenta». Mis dos compañeros estaban entre ellos. Francamente, la primera idea que me vino fue que había tenido mucha suerte. ¿Mereció la pena? Creo que no, realmente. ¿Cincuenta hombres muertos a apenas unos meses del fin de la guerra? No, no valió la pena.
Tim Carroll, "La gran evasión."
El letrero decía: Sujete el palillo por la mitad. Humedezca con la boca el extremo puntiagudo. Introdúzcalo en el espacio interdental, con el extremo romo cerca de la encía. Muévalo suavemente de dentro a afuera.
- Me pareció - dijo Wonko el Cuerdo - que una civilización que hubiera perdido la cabeza hasta el punto de incluir una serie de instrucciones detalladas para utilizar un paquete de palillos de dientes ya no era una civilización en la que yo pudiera vivir y seguir cuerdo.
Visita a Wonko el Cuerdo. Hasta luego, y gracias por el pescado.
Douglas Adams
Se estremece al pensar en cómo los menospreciaba. En que al final ya sólo veía sus defectos, debilidades y carencias, todo aquello en lo que no estaban a la altura de sus exigencias. Unas exigencias que iban cambiando precisamente para que los alumnos nunca pudieran satisfacerlas, porque Samuel vivía muy cómodo en la indignación. La indignación era una emoción muy fácil de sentir, el refugio perfecto para alguien que no quería trabajar demasiado. Porque su vida en el verano de 2011 no lo llenaba y no iba a ninguna parte y todo eso lo indignaba muchísimo. Estaba indignado con su madre por haberse marchado, indignado con Bethany por no quererlo e indignado con sus alumnos por ser ignorantes incorregibles. Había optado por la indignación porque era mucho más fácil que el trabajo necesario para evitarla. Culpar a Bethany por no quererlo era mucho más fácil que practicar la introspección necesaria para comprender qué cosas lo convertían en alguien indigno de ser amado. Culpar a sus alumnos por su falta de inspiración era mucho más fácil que asumir el trabajo necesario para inspirarlos. Y un día tras otro, era mucho más fácil apalancarse delante del ordenador que enfrentarse a su existencia estancada, enfrentarse de verdad al agujero que su madre había dejado en su interior al abandonarlo. Y si optas por la solución fácil todos los días, al final se convierte en un patrón de comportamiento, y los patrones se convierten en tu vida.
El Nix. Nathan Hill.
«Por sus nombres les conocerás», pensó Horza mientras se duchaba. Las Unidades Generales de Contacto de la Cultura —que habían soportado el peso principal de los primeros cuatro años de guerra en el espacio—, siempre habían escogido nombres extravagantes y pintorescos. Incluso las nuevas naves de guerra que estaban empezando a producir a medida que sus fábricas completaban los pasos necesarios para contribuir al esfuerzo bélico preferían nombres irónicos, sombríos o declaradamente desagradables, como si la Cultura no lograra tomarse totalmente en serio aquel vasto conflicto en el que se había metido.
Los idiranos eran distintos. Para ellos el nombre de una nave debería reflejar la seria naturaleza de su propósito, sus deberes y el uso que se iba a hacer de ella. En la inmensa armada idirana había centenares de naves bautizadas con adjetivos impresionantes y con los nombres de los mismos héroes, planetas, batallas y conceptos religiosos. El crucero ligero que había rescatado a Horza era la nave número ciento treinta y siete bautizada como La mano de Dios, y en aquellos momentos existía todo un centenar de naves con ese mismo nombre, por lo que su descripción completa era La mano de Dios 137.
Pensad en Flebas (serie Cultura) Iain Banks
En algún lugar de la India. Una fila de piezas de artillería en posición. Atado a la boca de cada una de ellas hay un hombre. En primer plano de la fotografía, un oficial británico levanta la espada y va a dar orden de disparar. No disponemos de imágenes del efecto de los disparos, pero hasta la más obtusa de las imaginaciones podrá ‘ver’ cabezas y troncos dispersos por el campo de tiro, restos sanguinolentos, vísceras, miembros amputados. Los hombres eran rebeldes. En algún lugar de Angola. Dos soldados portugueses levantan por los brazos a un negro que quizá no esté muerto, otro soldado empuña un machete y se prepara para separar la cabeza del cuerpo. Esta es la primera fotografía. En la segunda, esta vez hay una segunda fotografía, la cabeza ya ha sido cortada, está clavada en un palo, y los soldados se ríen. El negro era un guerrillero. En algún lugar de Israel. Mientras algunos soldados israelíes inmovilizan a un palestino, otro militar le parte a martillazos los huesos de la mano derecha. El palestino había tirado piedras. Estados Unidos de América del Norte, ciudad de Nueva York. Dos aviones comerciales norteamericanos, secuestrados por terroristas relacionados con el integrismo islámico, se lanzan contra las torres del World Trade Center y las derriban. Por el mismo procedimiento un tercer avión causa daños enormes en el edificio del Pentágono, sede del poder bélico de Estados Unidos. Los muertos, enterrados entre los escombros, reducidos a migajas, volatilizados, se cuentan por millares.
Las fotografías de India, de Angola y de Israel nos lanzan el horror a la cara, las víctimas se nos muestran en el mismo momento de la tortura, de la agónica expectativa, de la muerte abyecta. En Nueva York, todo pareció irreal al principio, un episodio repetido y sin novedad de una catástrofe cinematográfica más, realmente arrebatadora por el grado de ilusión conseguido por el técnico de efectos especiales, pero limpio de estertores, de chorros de sangre, de carnes aplastadas, de huesos triturados, de mierda. El horror, escondido como un animal inmundo, esperó a que saliésemos de la estupefacción para saltarnos a la garganta. El horror dijo por primera vez ‘aquí estoy’ cuando aquellas personas se lanzaron al vacío como si acabasen de escoger una muerte que fuese suya. Ahora, el horror aparecerá a cada instante al remover una piedra, un trozo de pared, una chapa de aluminio retorcida, y será una cabeza irreconocible, un brazo, una pierna, un abdomen deshecho, un tórax aplastado. Pero hasta esto mismo es repetitivo y monótono, en cierto modo ya conocido por las imágenes que nos llegaron de aquella Ruanda-de-un-millón-de-muertos, de aquel Vietnam cocido a napalm, de aquellas ejecuciones en estadios llenos de gente, de aquellos linchamientos y apaleamientos, de aquellos soldados iraquíes sepultados vivos bajo toneladas de arena, de aquellas bombas atómicas que arrasaron y calcinaron Hiroshima y Nagasaki, de aquellos crematorios nazis vomitando cenizas, de aquellos camiones para retirar cadáveres como si se tratase de basura. Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de Dios. Ya se ha dicho que las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana. Al menos en señal de respeto por la vida, deberíamos tener el valor de proclamar en todas las circunstancias esta verdad evidente y demostrable, pero la mayoría de los creyentes de cualquier religión no sólo fingen ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes contra aquellos para quienes Dios no es más que un nombre, nada más que un nombre, el nombre que, por miedo a morir, le pusimos un día y que vendría a dificultar nuestro paso a una humanización real. A cambio nos prometía paraísos y nos amenazaba con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos descarados a una inteligencia y a un sentido común que tanto trabajo nos costó conseguir. Dice Nietzsche que todo estaría permitido si Dios no existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel. Durante siglos, la Inquisición fue, también, como hoy los talibán, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente textos sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso connubio pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el más humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la palabra herejía significa.
Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirá nunca, inocente de haber creado un universo entero para colocar en él seres capaces de cometer los mayores crímenes para luego justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de Nueva York, y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia. Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el `factor Dios´, ese, está presente en la vida como si efectivamente fuese dueño y señor de ella. No es un dios, sino el `factor Dios´ el que se exhibe en los billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden para América (la de Estados Unidos, no la otra…) la bendición divina. Y fue en el `factor Dios´ en lo que se transformó el dios islámico que lanzó contra las torres del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de la venganza contra las humillaciones. Se dirá que un dios se dedicó a sembrar vientos y que otro dios responde ahora con tempestades. Es posible, y quizá sea cierto. Pero no han sido ellos, pobres dioses sin culpa, ha sido el `factor Dios´, ese que es terriblemente igual en todos los seres humanos donde quiera que estén y sea cual sea la religión que profesen, ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer del hombre una bestia.
Al lector creyente (de cualquier creencia…) que haya conseguido soportar la repugnancia que probablemente le inspiren estas palabras, no le pido que se pase al ateísmo de quien las ha escrito. Simplemente le ruego que comprenda, con el sentimiento, si no puede ser con la razón, que, si hay Dios, hay un solo Dios, y que, en su relación con él, lo que menos importa es el nombre que le han enseñado a darle. Y que desconfíe del "factor Dios". No le faltan enemigos al espíritu humano, mas ese es uno de los más pertinaces y corrosivos. Como ha quedado demostrado y desgraciadamente seguirá demostrándose.
FIN
José Saramago - 18 septiembre de 2001.
JÚPITER.- Orestes sabe que es libre.
EGISTO (vivamente).- Sabe que es libre. Entonces no basta cargarlo de cadenas. Un hombre libre en una ciudad es como una oveja sarnosa en un rebaño. Contaminará todo mi reino y arruinará mi obra. Dios todopoderoso, ¿qué esperas para fulminarlo?
JÚPITER (lentamente).- ¿Para fulminarlo? (Una pausa. Con cansancio, agobiado.) Egisto, los dioses tienen otro secreto...
EGISTO.- ¿Qué vas a decirme?
JÚPITER.- Una vez que ha estallado la libertad en el alma de un hombre, los dioses no pueden nada más contra ese hombre. Pues es un asunto de hombres, y a los otros hombres -sólo a ellos- les corresponde dejarlo correr o estrangularlo.
Jean Paul Sartre, "Las moscas".
El tiempo se va. A veces pienso que tendría que ir apurado, que sacarle el máximo partido a estos años que quedan. Hoy en día, cualquiera puede decirme, después de escudriñar mis arrugas: «Pero si usted todavía es un hombre joven». Todavía. ¿Cuántos años me quedan de «todavía»? Lo pienso y me entra el apuro, tengo la angustiante sensación de que la vida se me está escapando, como si mis venas se hubieran abierto y yo no pudiera detener mi sangre. Porque la vida es muchas cosas (trabajo, dinero, suerte, amistad, salud, complicaciones), pero nadie va a negarme que cuando pensamos en esa palabra Vida, cuando decimos, por ejemplo, «que nos aferramos a la vida», la estamos asimilando a otra palabra más concreta, más atractiva, más seguramente importante: la estamos asimilando al Placer. Pienso en el placer (cualquier forma de placer) y estoy seguro de que eso es vida. De ahí el apuro, el trágico apuro de estos cincuenta años que me pisan los talones. Aún me quedan, así lo espero, unos cuantos años de amistad, de pasable salud, de rutinarios afanes, de expectativa ante la suerte, pero ¿cuántos me quedan de placer? Tenía veinte años y era joven; tenía treinta y era joven; tenía cuarenta y era joven. Ahora tengo cincuenta años y soy «todavía joven». Todavía quiere decir: se termina.
Comisión de Ganadería: contamos tantas ovejas que no tenemos tiempo para dormir.
Haruki Murakami (no apunté la obra. Probablemente "crónica del pájaro que da cuerda al mundo")
Hogar de los servicios sociales y bares de estilo ilegal, este céntrico barrio de San Francisco es más conocido por ser el centro neurálgico de los mendigos de la ciudad, y de todos los problemas derivados de su presencia. Los viajeros más aventureros encontrarán tascas donde comer barato, impresionantes edificios históricos y coloridos murales que reflejan la diversidad de los personajes del barrio. Los artistas y los habitantes de Tenderloin son conscientes de la riqueza arquitectónica y la diversidad de su barrio, y trabajan para redefinirlo como el auténtico corazón de la ciudad.
Descripción que Airbnb hace de Tenderloin, un barrio de San Francisco.
Lo cierto es que conocí a una joven, de la penúltima generación «romántica», que después de algunos años de profesar un enigmático amor a un señor con quien, dicho sea de paso, bien podría haberse casado con toda tranquilidad, acabó, sin embargo, imaginándose toda clase de impedimentos insalvables y una noche tempestuosa se arrojó desde una escarpada orilla, una especie de acantilado, a un río bastante profundo e impetuoso y pereció en él, sin duda alguna por culpa de sus propios antojos, solo para imitar a la Ofelia de Shakespeare, hasta el punto de que, si aquel acantilado, escogido y preferido por ella desde hacía mucho, no hubiera sido tan pintoresco y en su lugar se hubiera encontrado una prosaica orilla llana, es posible que el suicidio nunca se hubiera consumado.
Los hermanos Karamazov. Fiodor Dostoyevski
El hombre tiene derecho a ser culpable y a ser castigado por ello. Si lo consideramos víctima de las circunstancias o la sociedad, lo hemos despojado de su último jirón de dignidad.
La novia prusiana. Yuri Buida
Cuando publiqué en la revista La Marea el artículo que dio pie a este libro, «La trampa de la diversidad, una crítica al activismo», una de las respuestas más inquietantes que recibí fue la de una mujer joven, por lo que pude ver, feminista activa y con conciencia política desarrollada. Lo que me vino a decir fue que no hacía falta haber montado aquella polémica para pedir que se hiciera más caso a los trabajadores. Gracias a esa contestación, el fenómeno, simplemente esbozado en aquel texto, se volvió tan diáfano como preocupante.
Para esta joven, el concepto «trabajadores» no hacía referencia a la clase social, sino a un grupo muy concreto de hombres, españoles, blancos, de mediana edad, heterosexuales, cis, omnívoros, con mono azul y, presuntamente, seguidores del Real Madrid. En el mercado de la diversidad que ella sin darse cuenta asumió estaban los gais con sus cosas de gais, los musulmanes con sus cosas de musulmanes y los trabajadores con sus cosas de trabajadores, ya saben, piquetes en Duro Felguera y asambleas fumando tabaco negro y vistiendo chaquetillas de lana. Y posiblemente, en este universo, también estarían las feministas, que seguramente no responderían a las mujeres con conciencia política de sí mismas, sino a las mujeres jóvenes muy parecidas a ella.
La trampa de la diversidad. Daniel Bernabé.
No hay manera de regular nada cuando hay un orden económico global pero no un orden político global.
La fe en la inteligencia artificial. Helga Nowotny.
Lo que requiere la democracia no es información sino un debate público vigoroso.
Por supuesto, también requiere información, pero la clase de información que necesita sólo puede generarse mediante la discusión. No sabemos qué es lo que necesitamos saber hasta que hacemos las preguntas correctas, y sólo podemos identificar las preguntas correctas sometiendo nuestras ideas sobre el mundo al test de la controversia pública.
La información, que suele considerarse la condición previa necesaria de la discusión, se entiende mejor como su resultado. Cuando participamos en discusiones que enfocan y atraen completamente nuestra atención, nos convertimos en ávidos buscadores de la información pertinente. De lo contrario recibimos la información pasivamente, si es que en realidad la recibimos.
La rebelión de las élites. Christopher Lasch
Las casualidades están, parece, atraídas por nuestro campo magnético personal, a nuestro alrededor de repente descubrimos un clavo y una cuerda y no sabemos explicar ni de dónde han venido ni por qué. En el resultado final, siempre banal, se demuestra que el clavo está ahí para que un día lo clavemos, y que la cuerda está ahí para que un día nos colguemos.
El museo de la rendición incondicional. Dubravka Ugresic
Ver y no entender es lo mismo que inventar. Vivo, veo y no entiendo. Vivo en un mundo inventado por otro que no se tomó la molestia de explicármelo.
El caracol en la Pendiente A. y B. Strugatski
“Ahí fuera a la derecha —en algún lugar— hay una isla grande” dijo Whitney. “Se trata más bien de un misterio”.
“¿Qué isla es?” Preguntó Rainsford.
“Las antiguas cartas de navegación la llaman isla atrapa-barcos”, respondió Whitney. “Un nombre sugerente ¿verdad? Los marineros tienen un temor curioso hacia el lugar. No sé el porqué. Alguna superstición”.
“No puedo verla”, señaló Rainsford, intentando escrutar a través de la ardiente noche tropical, la cual era palpable en tanto empujaba su densa negrura sobre el navío.
“Tienes buenos ojos”, dijo Whitney con una risa, “y te he visto derribar un alce que se movía en el bosque de otoño a cuatrocientas yardas, pero ni siquiera tú puedes ver a más o menos cuatro millas a través de una noche caribeña sin luna.
“Ni cuatro yardas”, admitió Rainsford. “¡Ugh! Es como terciopelo negro húmedo”.
“Habrá luz suficiente en Río”, prometió Whitney. “Deberíamos llegar en cuatro días. Espero que los rifles para jaguares hayan llegado desde Purdey’s. Deberíamos pasarlo bien cazando por el Amazonas. Un gran deporte, la caza”.
“El mejor del mundo”, aceptó Rainsford.
“Para el cazador”, enmendó Whitney. “No para el jaguar”.
“No digas bobadas, Whitney”, dijo Rainsford. “Eres un cazador de primera, no un filósofo. ¿A quién le importa lo que sienta el jaguar?”.
“Quizá al jaguar”, observó Whitney.
“¡Bah! No tienen entendimiento”.
“Aún así, pienso de veras que entienden una cosa: el miedo. El miedo al dolor y el miedo a la muerte”.
“Tonterías”, rió Rainsford. “Este clima cálido te está volviendo débil, Whitney. Sé realista. El mundo está conformado por dos clases: cazadores y cazados. Por suerte tú y yo somos cazadores. ¿Crees que hemos pasado ya esa isla?”
“No puedo decirlo en la oscuridad. Espero que sí”.
“¿Por qué?”, preguntó Rainsford.
“El lugar tiene reputación. Una mala”.
“¿Caníbales?”, sugirió Rainsford.
“Dificilmente. Ni siquiera los caníbales vivirían en semejante sitio dejado de la mano de Dios. Pero ha llegado de alguna manera al imaginario de los marineros. ¿No te has dado cuenta de que los nervios de la tripulación están hoy algo a flor de piel?”.
“Estaban un poco raros, ahora que lo comentas. Incluso el Capitán Nielsen…”
“Sí, incluso ese viejo sueco cabeza dura que se echaría encima del diablo para pedirle fuego. Esos ojos azules de pez tenían una pinta que no había visto antes. Todo lo que le pude sacar fue 'Este lugar tiene un mal nombre entre los marinos, señor'. Y entonces me dijo gravemente '¿No nota nada? Como si el aire alrededor de nosotros fuera realmente venenoso'. Entonces —y no deberías reírte cuando te lo diga— sentí algo parecido a un frío repentino. No había brisa. El mar estaba tan liso como una ventana de cristal. Estábamos deslizándonos en ese momento cerca de la isla. Lo que percibí fue un temblor en la mente, algún tipo de pánico repentino”.
“Pura imaginación”, dijo Rainsford. “Un marinero supersticioso puede contaminar a toda la tripulación de un barco con su miedo”.
“Quizás. Pero creo que a veces los marinos tienen un sentido extra que les dice cuando están en peligro. En ocasiones pienso que la maldad es algo tangible, que tiene ondas al igual que el sonido o la luz. Un lugar maligno puede, por decirlo de alguna manera, emitir vibraciones malignas. De alguna manera me alegro de salir de esta zona. Bueno, creo que me voy a ir ahora a dormir, Rainsford”.
“No tengo sueño”, dijo el otro. “Voy a fumarme otra pipa en la cubierta de popa”.
“Buenas noches entonces, Rainsford. Te veré en el desayuno”.
“Eso es. Buenas noches, Whitney”.
Aquí el enlace al relato: blogcaliptusbonbon.blogspot.com/2025/09/uno-de-los-mas-influyentes-rel
La Historia está más cerca de lo que aparenta en el retrovisor.
Las tempestálidas. Gospodinov.
Los alimentos se digieren más fácilmente cuanto más cerca están de ser mierda. Es pura lógica.
Campos de Londres. Martin Amis.
menéame