“Ahí fuera a la derecha —en algún lugar— hay una isla grande” dijo Whitney. “Se trata más bien de un misterio”.
“¿Qué isla es?” Preguntó Rainsford.
“Las antiguas cartas de navegación la llaman isla atrapa-barcos”, respondió Whitney. “Un nombre sugerente ¿verdad? Los marineros tienen un temor curioso hacia el lugar. No sé el porqué. Alguna superstición”.
“No puedo verla”, señaló Rainsford, intentando escrutar a través de la ardiente noche tropical, la cual era palpable en tanto empujaba su densa negrura sobre el navío.
“Tienes buenos ojos”, dijo Whitney con una risa, “y te he visto derribar un alce que se movía en el bosque de otoño a cuatrocientas yardas, pero ni siquiera tú puedes ver a más o menos cuatro millas a través de una noche caribeña sin luna.
“Ni cuatro yardas”, admitió Rainsford. “¡Ugh! Es como terciopelo negro húmedo”.
“Habrá luz suficiente en Río”, prometió Whitney. “Deberíamos llegar en cuatro días. Espero que los rifles para jaguares hayan llegado desde Purdey’s. Deberíamos pasarlo bien cazando por el Amazonas. Un gran deporte, la caza”.
“El mejor del mundo”, aceptó Rainsford.
“Para el cazador”, enmendó Whitney. “No para el jaguar”.
“No digas bobadas, Whitney”, dijo Rainsford. “Eres un cazador de primera, no un filósofo. ¿A quién le importa lo que sienta el jaguar?”.
“Quizá al jaguar”, observó Whitney.
“¡Bah! No tienen entendimiento”.
“Aún así, pienso de veras que entienden una cosa: el miedo. El miedo al dolor y el miedo a la muerte”.
“Tonterías”, rió Rainsford. “Este clima cálido te está volviendo débil, Whitney. Sé realista. El mundo está conformado por dos clases: cazadores y cazados. Por suerte tú y yo somos cazadores. ¿Crees que hemos pasado ya esa isla?”
“No puedo decirlo en la oscuridad. Espero que sí”.
“¿Por qué?”, preguntó Rainsford.
“El lugar tiene reputación. Una mala”.
“¿Caníbales?”, sugirió Rainsford.
“Dificilmente. Ni siquiera los caníbales vivirían en semejante sitio dejado de la mano de Dios. Pero ha llegado de alguna manera al imaginario de los marineros. ¿No te has dado cuenta de que los nervios de la tripulación están hoy algo a flor de piel?”.
“Estaban un poco raros, ahora que lo comentas. Incluso el Capitán Nielsen…”
“Sí, incluso ese viejo sueco cabeza dura que se echaría encima del diablo para pedirle fuego. Esos ojos azules de pez tenían una pinta que no había visto antes. Todo lo que le pude sacar fue 'Este lugar tiene un mal nombre entre los marinos, señor'. Y entonces me dijo gravemente '¿No nota nada? Como si el aire alrededor de nosotros fuera realmente venenoso'. Entonces —y no deberías reírte cuando te lo diga— sentí algo parecido a un frío repentino. No había brisa. El mar estaba tan liso como una ventana de cristal. Estábamos deslizándonos en ese momento cerca de la isla. Lo que percibí fue un temblor en la mente, algún tipo de pánico repentino”.
“Pura imaginación”, dijo Rainsford. “Un marinero supersticioso puede contaminar a toda la tripulación de un barco con su miedo”.
“Quizás. Pero creo que a veces los marinos tienen un sentido extra que les dice cuando están en peligro. En ocasiones pienso que la maldad es algo tangible, que tiene ondas al igual que el sonido o la luz. Un lugar maligno puede, por decirlo de alguna manera, emitir vibraciones malignas. De alguna manera me alegro de salir de esta zona. Bueno, creo que me voy a ir ahora a dormir, Rainsford”.
“No tengo sueño”, dijo el otro. “Voy a fumarme otra pipa en la cubierta de popa”.
“Buenas noches entonces, Rainsford. Te veré en el desayuno”.
“Eso es. Buenas noches, Whitney”.
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