Hace 14 años | Por Mosquetero a lacomunidad.elpais.com
Publicado hace 14 años por Mosquetero a lacomunidad.elpais.com

Interesa destacar que en este texto Azaña defiende la autonomía catalana como un ejemplo de solución para otras regiones europeas que presenten peculiaridades dentro de sus respectivos estados. La República habría establecido un sistema que podría servir o mostrar el camino para otros casos.

Comentarios

charnego

Efectivamente, Azaña fue un gran defensor de la autonomía catalana, y de su Estatuto (nada que ver con el aprobado que funciona hoy).

Contrasta estas posturas con las del Azaña desilusionado al final de su vida con el nacionalismo, al que tanto había cedido y tanta confianza depositado, y que había sido tan traicionado por su insaciabilidad. El nacionalista nunca tiene bastante, y sólo utilizó a Azaña para avanzar un pasito más.

M

No creo que Azaña fuera considerado un enemigo de Cataluña.

¿Define como golpismo la Revolución de 1934?

M

¿La reforma agraria era un desaguisado?

¿Exilio dorado? Azaña sufrió mucho físicamente en el poco tiempo que le duró el exilio.

M

Azaña murió desilusianado por muchas cosas.

charnego

#2 Cierto, Azaña, hombre sensato como pocos, recibió de todas partes. Incluso hoy es un hombre olvidado, para los de derechas es de izquierdas, para algunas izquierdas como el PSOE les recuerda demasiado su republicanismo debate que hoy se nos escatima, para izquierdas más radicales, era un "burgués".

Azaña creía en la autonomía de Catalunya, por eso defendió en su momento el Estatut y desde el nacionalismo se le llamaba “el amigo de Catalunya”. Pero al contemplar cómo actuaban los políticos catalanes de aquella época, comprobó que utilizaban el Estatut como un simple instrumento para otras finalidades y que el Estado de derecho y la República les importaban bien poco. De amigo de Catalunya pasó a ser un claro enemigo, un españolista, un castellano que no entiende a los catalanes.

En agosto de 1934, Lluís Companys le dejó pasmado al confesarle en una visita que tanto el campesino como el obrero, antes que defender sus intereses de clase, debían ser nacionalistas. “Hablaba como un iluminado”, anotó Azaña en su diario. Un par de meses después, hallándose casualmente en Barcelona, presenció el denigrante espectáculo del intento golpista del 6 de octubre: ya nunca más volvió a confiar en los políticos de Catalunya.

Durante la mayor parte de la Guerra Civil, Azaña residió en Barcelona: allí pasó de amigo a enemigo de Catalunya. Ninguneado por la Generalitat, Azaña se quedó atónito al ver de cerca cómo actuaba la clase política catalana: los crímenes impunes del verano de 1936, la ineficacia del Govern y las luchas partidistas internas, la constante vulneración del Estatut por arrogarse la Generalitat competencias que no tenía, las miserables rivalidades personales y, finalmente, los fratricidas sucesos de mayo de 1937.

Pachuli

#2 La justificación al desengaño catalán azañista que describes es muy simplista y sobretodo maniquea a más no poder. Si dicho argumentario fueran absolutamente verdad Azaña no se hubiera aventurado en 1932 a defender el Estatuto catalán, máxime cuando en 1931 Macià (el mismo que en 1926 había intentado una mascarada secesionista frustrada por un espía fascista italiano) ya había proclamado la "República catalana" que 3 años después volvería a proclamar Companys.
No pocos Historiadores han justificado este cambio en Azaña fruto de sus desaveniencias puramente personales con Companys y otros dirigentes catalanes, que aderezadas con no pocas dosis de nacionalismo español, acabó por extrapolar al mismo hecho autonómico catalán.

El Azañismo moderno si por algo ha destacado es por cantar las bondades del dirigente y correr un tupido velo ante sus claroobscuros:su inoperancia e incompetencia a la hora de evitar la escalada de violencia durante la primaver de 1936, sus desaguisados en la polítca económica (reforma agraria o su política monetaria que tanto dañó las exportaciones españolas), por no hablar se su vergonzante inhibición en febrero del 39 ya no por negarse a regresar a territorio republicano tras la invasión de Cataluña, si no por dimitir de su cargo y abandonarse a un exilio dorado en Callonges solo perturbado por la invasión nazi de 1940. Y es que su decálogo netamente anticatalanista de Las Veladas de Benicarló le perdona todos su pecados a ojos de esa pléyade de intelectuales de tres al cuarto necesitados de argumentos contra el nacionlismo. catalán.