Por qué votaré sí el 1 de octubre

Después de mucho leer, conversar y filosofar, durante mucho tiempo, con muchas y variadas personas, con diferentes posturas al respecto del referéndum que se va a celebrar el próximo día 1 de octubre, y sintiendo que el debate que se propone y lo que nos ha traído hasta este punto es algo mucho más complejo que dos frases en un comentario en Menéame, se me ha ocurrido enviar a pasear mi karma y meterme en el "fregao".

He leído -aquí y en medios de todo tipo- muy frecuentemente las palabras clave "legalidad", "estado de derecho", "sedicionistas", "deriva autoritaria" y un montón de clichés simplificados, desde los dos extremos del ring. También he podido constatar con muchas de esas personas variadas de mi entorno que mi posición, que ahora expondré, tiene muchos puntos en común con el de estas otras personas, que quizá unos años atrás podíamos tener una opción política muy diferente (yo mismo incluído).

Se arguye con frecuencia el argumento de la "legalidad vigente", y el "respeto a la Constitución", y muchas otras palabras que denotan el uso instrumental de los documentos que nos rigen legalmente y a los cuales sólo recurrimos cuando algo no nos gusta. En general, los códigos civiles, penales, estatutos de asociaciones deportivas, estatutos de una empresa cooperativa, etc., son documentos que dedican muchas de sus palabras a definir y concretar cuales son las consecuencias que tendrán las personas cuando no cumplan con lo que pone ahí: faltas graves, apertura de expedientes de todo tipo, incumplimientos de... y mientras todo va bien, a nadie le preocupa mucho lo que pone ahí. Cuando la cosa va mal, rápidamente abrimos el libro por la página tal y buscamos aquella frase en el epígrafe 8 barra be punto 2 que justifica exactamente lo que estamos diciendo, para evitar que aquél o aquellos hagan o dejen de hacer lo no nos gusta.

En este caso, mucha gente está optando por dejarse llevar por ese pensamiento: "la Constitución no permite esto", "deberían detenerlos a todos, es ilegal", y otros comentarios por el estilo, mucho más malsonantes que estos. Pero esto está colgando de los hilos de la ficción que es cualquier sistema de valores al cual le queramos conceder nuestra credibilidad. Para comprender a qué me refiero con "ficción" os recomiendo encarecidamente la lectura de Sapiens, u Homo Deus, de Yuval Noah Harari.

Hace 2000 años nadie pensaba que el Imperio Romano podía dejar de existir. Simplemente, las cosas eran así, la percepción de la realidad en el momento histórico en el que la estás viviendo no te permite tener la perspectiva necesaria para ver como se entretejen los procesos históricos de todo tipo. Roma existía desde siempre y siempre existiría, así que... ¿cómo va a dejar de existir este imperio? Pero cayó. Unos años, o meses, o quizá semanas antes de tomar la Bastilla parecía absolutamente improbable un cambio de paradigma social, y mucho menos que un rey fuera a pasar por la guillotina. Y pasó. Pero en el momento nadie lo vio venir. Como tampoco lo vieron venir los zaristas en la Rúsia de 1914 y tampoco nadie se podía creer la caída del muro y de todo un bloque ideológico y de pensamiento en el 91. Pero todo esto pasó. Y cualquier llamamiento a el statu quo, por ejemplo las leyes vigentes, la patria, etc., era en vano, porque una manera diferente de pensar había crecido en una masa crítica de personas que hacían que la balanza en frágil equilibro se hubiera decantado hacia otro sitio insospechado.

Alguien puso el ejemplo de Rosa Parks, como ejemplo de reivindicar algo que la ley no contempla, o "desobediencia civil", que durante el movimiento del 15M fue algo relativamente bien visto. Al mismo tiempo surgieron voces indignadas al pretender comparar la desigualdad en función del color de la piel con los intentos secesionistas de un grupo de [ponga aquí el descalificativo que quiera]. Pues a mi me pareció un ejemplo acertado, en la medida en que ponía de relieve como una (en aquel caso) o un grupo de personas deciden reivindicar algo que consideran injusto o que debería de cambiar.

Precisamente esa sensación de "rebelarse contra" pasa prácticamente siempre y en cualquier circunstancia, por contradecir alguna norma establecida o existente. Si no no habría rebelión o queja. Va en el mismo seno de la reivindicación pretender la modificación del conjunto de reglas a las cuales decidamos someternos. El tema en este caso es que nos toca en primera persona, y sobre un tema, la supuesta "unidad de España", que nos hace vibrar algunas neuronas, por la proximidad con la que lo vivimos, en tiempo y espacio. No tenemos mucho problema o inconveniente en que Escocia haya querido plantear su separación del statu quo británico. Y la campaña mediática al respecto allí ha sido muy parecida a la que se ha hecho aquí con la presunta independencia catalana: algunos medios por poco no consideraban el demonio hecho carne a Alex Salmond. Quizá la respuesta del gobierno central allí fue diferente y se pudo vivir con un clima de decencia, no como aquí donde cada uno se ha tirado un trasto más grande cada vez a la cabeza del vecino.

Hace unos pocos años vivimos otro proceso histórico como es la creación de un nuevo estado reconocido: Sudán del Sur. Muchos aplaudieron en ese momento, en 2011, cuando en realidad la situación de los habitantes de ese nuevo país como de su ahora vecino no ha mejorado. Sudán del Sur lleva enfrascada en una guerra civil desde 2013. Pero esa realidad era lejana y para el resto parecía un avance.

En cualquier caso, la transformación de esa realidad social es una acto que en el momento presente en el que se vive genera la inquietud de los que quieren romper con lo establecido y los que lo quieren mantener. En cualquier caso, clamar por la Constitución no nos salvará de esta situación. Como tampoco lo hará encarcelar a políticos, precintar imprentas o llamar a declarar a alcaldes. Prentender esto es no querer entender lo que está pasando.

Del mismo modo que a esas ficciones les damos credibilidad como realidad intersubjetiva en la medida en que todo el mundo cree, en el momento en que dejamos de confiar en ellas, tampoco ya dan miedo las consecuencias de los incumplimientos, y que aparecen escritas en esos documentos. Percibo de manera muy clara en muchas personas con las cuales no tengo afinidad política pero sí compartimos el haber vivido en Cataluña durante mucho tiempo (en mi caso toda mi vida), como se ha ido transformando el bloque constitucionalista y defensor del concepto de España que se gestó en el 78 en, cada vez más un claro rechazo a lo que viene desde la legalidad vigente española, convirtiendose en deslegitimacionistas.

Muchas personas que nacieron en La Mancha o Andalucía pero llevan años viviendo aquí, o que sus hijos han nacido y se han críado aquí, y por supuesto, quienes hemos nacido aquí, nos quedamos anonadados con lo que el discurso político extraordinariamente bien medido por parte de los dos partidos dominantes en el panorama español han venido haciendo desde hace muchos años. No podemos hacer otra cosa que mirarnos incrédulos los unos a los otros cuando aparece en televisión un falso documental alertando que en Cataluña a los niños se les castiga por hablar en castellano. O que está prohibido rotular un establecimiento en castellano, o barbaridades por el estilo. Lo que sentimos, en esas conversaciones, es que se nos está tomando el pelo; que se le da voz a mentiras y manipulaciones que no queremos y que no defendemos para poder sacar más votos en unas elecciones en algún otro lugar. Cuando digo que el discurso está extraordinariamente bien medido me refiero a que sólo hay que ver el número de diputados en Cataluña de estos dos partidos pero ver lo estupendamente que va fuera de aquí. No representa la realidad ni política ni social ni cultural de lo que está pasando o se está viviendo aquí.

Cuando el Tribunal Constitucional, con el beneplácito de estos dos partidos -podemos hablar de la supuesta separación de poderes, y quizá también nos ayude a ver el por qué hay tanta gente cansada de intentar dialogar con ególatras como los que hay en el poder- decide tumbar el Estatuto de Autonomía, la norma que regía la convivencia entre habitantes en Cataluña y de ésta dentro del conjunto del Estado, al amparo de la Constitución, pasando por encima del Parlament autonómico y por encima de las Cortes Generales, las cuales también refrendaron ese texto, no me queda tan claro (a mi y a otros) que sea Cataluña la que no quiera seguir con España, quizá es al revés.

Para muchas personas que vivimos aquí es insultante hasta un extremo exasperante lo que los medios de comunicación centralistas están haciendo, y el estado de opinión que están generando en el resto de España a costa nuestras. Muchas personas coincidimos en lo ruines que son las estrategias propagandísticas que se han estado utilizando para justificar no sé bien qué: desde el despropósito del Prestige, pasando por el "ha sido ETA" de Acebes, por las mentiras descaradas sobre el inexistente conflicto entre lengua castellana o catalana aquí, hasta el uso mezquino y asqueroso de varios medios con los atentados de este agosto en Barcelona.

Los orígenes de mi familia no están en esta tierra: lo están en la Mancha y en Aragón, como incontables personas aquí, pero el insulto y desprecio continuo al que estamos sometidos desde ese centralismo, ya sea político o mediático y al que muchos se dejan arrastrar sin pretender escuchar o entender, hace que muchos, como yo, digamos "hasta aquí hemos llegado", y ya veamos como ilegítimo cualquier pronunciamiento del Constitucional o del Gobierno central o de quien sea. Cualquier vía de negociación o de intentar hablar, escucharse, llegar a algún acuerdo en algún tema, ha vuelto en forma de insulto, manipulación a nivel estatal, o descrédito risible. Luego a muchos les extraña que aquí algunos se preguntan ¿y si tan desgraciados somos por qué no nos dejáis marchar?

Cada vez que algún mandamás o algún Mundo o ABC u otros suelta un insulto o una mentira hacia Cataluña, un puñado más de personas, nacidas aquí o fuera o de donde sea, se da cuenta de la tomadura de pelo y también dice que se quiere ir. Y así hemos llegado a un apoyo del 80% al referéndum. Que no a la independencia. ¿Somos todos unos totalitaristas insolidarios desgraciados y no sé cuantos insultos más?

En mi familia y amistades más cercanas, hace unos 15 años no conocía a nadie que se proclamara independentista. Ni una sola persona. Era algo fuera de lugar, un "¿para qué?, si somos más fuertes si vamos juntos" y un pensamiento de este estilo, pero proclamar la independencia -y más unilateralmente- estaba fuera de cualquier ficción posible en ese momento. Pero ahora, lo que es raro es encontrar personas que no estén hasta el moño y que quieran poder avanzar, sobretodo después de la sensación de haber vivido en el insulto, el descrédito y la humillación contínua por vivir en un sitio, o hablar en una lengua -sí, a mi me han dicho que muy mal eso de hablar catalán, que si yo no dejo hablar a mis niños en castellano que ya no quieren saber nada de mi. Sin preguntar. Ojiplático, oiga- o pretender defender o celebrar una cultura o tradiciones, las que sean. Llevo años viendo titulares de prensa y de televisión centralistas que el 95% de las veces cuando aparece la palabra "catalán" o "catalana" o "Cataluña"es para mentir o desacreditar o insultar o algo por el estilo. Y eso genera hartazgo, quien no lo quiera ver que no lo vea, pero es así.

Y ahora, quiera quien quiera, hemos llegado a ese punto en el cual por supuesto que se va a celebrar el referéndum, y cualquier intento de silenciarlo no hará más que crecer ese porcentaje de gente que dice "pero qué narices estáis haciendo, dejadnos ir a votar" o directamente "adéu Espanya!", y con razón.

Ale, si habéis llegado hasta aquí ya podéis empezar a votar negativo. ¡Un abrazo!