Hace mucho tiempo, en un antiguo bosque donde los árboles rozaban las nubes y los ríos susurraban secretos ancestrales, vivía un zorro llamado Kitsune. No era el más grande ni el más fuerte, pero sus ojos brillaban con una sabiduría que otros animales admiraban en silencio.
Un día, una gran sequía azotó el bosque. Los animales comenzaron a disputarse los escasos recursos, olvidando la armonía que antes reinaba entre ellos. Ante esta situación, el sabio búho Fukurō convocó una Gran Asamblea.
"Necesitamos encontrar un nuevo guardián del bosque", declaró Fukurō. "Alguien que pueda guiarnos en estos tiempos difíciles."
Muchos animales se postularon. El oso presumió de su fuerza, el ciervo de su nobleza, y la serpiente de su astucia. Cada uno prometía abundancia y placer para todos sus seguidores.
Kitsune observaba en silencio desde las sombras. Cuando le llegó su turno, simplemente dijo: "No prometo riquezas ni placeres. Solo ofrezco caminar juntos, aceptando la sequía como parte de la vida del bosque."
Fukurō, intrigado, propuso una serie de pruebas para todos los candidatos.
En la primera prueba, debían cruzar un río turbulento. El oso intentó imponerse a la corriente con su fuerza y casi se ahoga. El ciervo se lamentó por tener que mojar su hermoso pelaje. La serpiente se negó, temiendo al agua. Kitsune, sin embargo, estudió el río, encontró un camino entre las rocas y cruzó con calma, adaptándose a cada remolino.
En la segunda prueba, cada animal debía pasar una noche en la cueva de los recuerdos, donde los ecos del pasado resonaban en las paredes. El oso rugió furioso contra sus errores pasados. El ciervo se paralizó ante los recuerdos de seres queridos perdidos. La serpiente intentó morder las sombras de antiguos rivales. Kitsune escuchó cada eco, los aceptó sin resentimiento ni tristeza, y durmió plácidamente.
En la tercera prueba, se presentó ante cada candidato un festín de los manjares más exquisitos, servidos en vajillas de oro y plata. El oso devoró todo hasta enfermarse. El ciervo solo comió los brotes más tiernos y delicados. La serpiente acumuló comida, escondiéndola para después. Kitsune comió lo suficiente en un cuenco simple de madera y dejó el resto para otros.
En la cuarta prueba, se les mostró un tesoro de objetos preciosos. El oso reclamó las joyas más grandes. El ciervo eligió adornos para su cornamenta. La serpiente se enroscó protectoramente alrededor de monedas brillantes. Kitsune no tomó nada, diciendo: "El verdadero tesoro del bosque son sus árboles y sus aguas, no estas baratijas."
En la prueba final, cada animal debía enfrentarse al Gran Vacío, una grieta profunda en la tierra donde habitaba el miedo a lo desconocido y a la muerte. El oso intentó intimidar al vacío con rugidos. El ciervo huyó tembloroso. La serpiente pretendió que no le afectaba, pero se mantuvo a distancia. Kitsune se sentó al borde de la grieta, contemplándola con serenidad.
"No temo caer", dijo al Vacío. "Pues todos regresamos al silencio algún día. Mientras tanto, caminaré con honor."
Tras las pruebas, todos los animales se reunieron nuevamente. Fukurō pidió a cada candidato que expresara su visión para el bosque.
El oso habló de conquistas y territorios. El ciervo de tradiciones y costumbres ancestrales. La serpiente de estrategias y alianzas contra otros bosques.
Cuando llegó el turno de Kitsune, simplemente dijo: "No deseo gobernar ni poseer el bosque. Solo deseo recordarnos que el camino es nuestra verdadera morada. No dependemos de dioses ni de reyes, aunque los respetemos. Nuestra fuerza está en aceptar el ciclo de las estaciones, en encontrar paz donde estemos, en desear poco y dar mucho."
Los animales guardaron silencio, sorprendidos por palabras tan diferentes a las que estaban acostumbrados.
Una antigua tortuga que había permanecido callada se acercó lentamente y dijo: "Kitsune no busca ser guardián, y precisamente por eso, es quien debería serlo."
Uno a uno, los animales asintieron. Incluso sus rivales reconocieron la sabiduría en sus palabras.
Kitsune aceptó la responsabilidad, pero rechazó cualquier título o privilegio. Vivió simplemente, en cualquier parte del bosque donde fuera necesario, sin acumular posesiones ni armas, sin lamentarse por lo que fue ni temer por lo que vendría.
Bajo su guía, los animales aprendieron a cooperar durante la sequía. Cuando finalmente llegaron las lluvias, el bosque había cambiado. Ya no buscaban la felicidad en placeres momentáneos ni en viejas tradiciones. Habían encontrado algo más valioso: la capacidad de aceptar la vida tal como venía, sin apegos excesivos, sin resentimientos, caminando siempre adelante por el sendero correcto.