La inteligencia artificial (IA) ya incide en múltiples ámbitos de nuestra vida cotidiana, desde el reconocimiento de voz en nuestros teléfonos hasta el análisis de datos en la investigación médica. Su avanzada tecnología ofrece innumerables ventajas, como la automatización de tareas, eficiencia, capacidad de procesamiento de grandes volúmenes de datos y personalización de múltiples servicios. Sin embargo, a medida que se propaga, sin aparentes límites, el uso y desarrollo de esta tecnología, se vislumbra un lado no tan positivo derivado.