El pasado 15 de noviembre ocurrió en México una movilización encabezada por sectores de la llamada “generación Z”, más cercana a una revolución de colores que a una organización política orgánica. No porque falte indignación legítima, sino porque la estética, la temporalidad y la lógica del movimiento responden más a la oscilación afectiva de los entornos digitales que a un proyecto con dirección. Como recuerda Žižek, el valor político de una revolución no se juega en la euforia, sino en la estructura que deja cuando el ruido se disipa.
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