Según la doctrina, cuando el sacerdote consagra la hostia y el vino, aquella se convierte literalmente en el cuerpo de Cristo y este en su sangre. No metafóricamente, no simbólicamente, no: de forma literal. Una operación ontológica de primer orden, un cambio radical de sustancia. Pero entras en una iglesia y lo que ves es un hombre en casulla con gesto cansado, unos monaguillos distraídos y un puñado de fieles pensando en la lista compra. Visible en modo lector