La nueva dirección me encomendó supervisar las primeras máquinas conversadoras de calle. Era un proyecto en vía muerta al que le dieron una oportunidad. Software sobrante de experimentos militares, programas remezclados, restos de proyectos fallidos. Yo tenía que escuchar las conversaciones y si la máquina se atascaba o perdía el hilo, debía intervenir.