La primera vez que le ocurrió fue durante un sofocante día de verano. El calor y la grasa le impregnaban la cara y a duras penas lograba desatornillar la pieza averiada de aquel Citroën Dos Caballos. De repente, mientras buscaba entre sus herramientas una llave de doble caja, se sintió como transportado junto al casino de Cadaqués, recibiendo la brisa del mar en el rostro.